Capítulo 20 "Roto de desesperanza"
La esfera volaba frente a Draco en un brillante azul oscuro que lo alertó de inmediato. Calantha había estado teniendo pesadillas últimamente. Al principio Draco creyó que solo dormía mal, incluso con la ayuda de la planta que Neville le regaló. Pero, conforme el humo azul se hizo más frecuente dentro de las esferas, Draco dedujo que el miedo no podía provenir de ninguna parte.
Suspirando, Draco se levantó de la cama que había estado usando durante los últimos tres meses y medio: la de su habitación infantil. Había noches en que dormía con Harry en su habitación, pero la mayor parte del tiempo Harry estaba de mal humor o simplemente ausente, y Draco tenía que seguirse responsabilizando de Calantha.
La ayuda de sus padres, los Weasley y los elfos domésticos era invaluable, e insuficiente también. Era su hija, no podía dejarla al cuidado de otros todo el tiempo. Así, se encontró durmiendo más noches en su habitación de infancia, o en la de Calantha, que en su habitación con Harry. Y cada noche que pasaba lejos de Harry, era una mañana en que Harry se enojaba más con él. Habían llegado al punto del resentimiento y Draco lo detestaba, pero no sabía cómo arreglarlo.
Entró en la habitación de su hija y se acercó a la cuna. Las luces flotantes giraron suavemente alrededor de él, ayudando a la pequeña a mirarlo, y Draco sonrió aliviado tan pronto el llanto se detuvo al él sostenerla entre sus brazos. Con un arrullo delicado, Draco la meció, moviéndose con ella por la habitación para que apreciara el techo que mostraba un cielo nocturno y las estrellas titilando para ella.
Calantha dejó de llorar del todo, alzando las manitas hacia Draco. Con una sonrisa, pese al cansancio, Draco acercó más el rostro a su hija y dejó que ella lo tocase de esa forma torpe y adorable que siempre hacía. El calor se extendió por su cuerpo, suave y relajante. Tenerla en sus brazos era, sin lugar a dudas, la mejor experiencia que Draco había vivido.
El peso de una mirada envió un escalofrío por su espalda. Draco trago grueso, sabedor de lo que encontraría al darse la vuelta, quizás por eso tardó más en hacerlo. Suavemente, alerta en todo momento, Draco giró y enfrentó la figura de Harry parada en el pasillo, observándolo a través de la puerta abierta. Había un repudio frío en su mirada que Draco había llegado a resentir tan profundo, que a veces dudaba del amor que restaba más allá de eso.
Harry no dijo nada, solo hizo una mueca de disgusto al ver a la bebé en los brazos de Draco y se alejó en silencio. La ira estalló en el pecho de Draco como lava, corriendo por sus venas y quemando cualquier resquicio de control restante. Usando su varita, Draco envió una alarma a la habitación de sus padres y colocó a Calantha en su cuna.
Ni siquiera pensó con claridad lo que hacía, lanzando algunos hechizos de ilusión para mantenerla entretenida mientras salía iracundo hacia el pasillo, con solo una dirección en su mente.
Tres meses, habían pasado tres malditos meses desde que Calantha había nacido. Harry se reunía con el psicomago dos veces por semana, tomaba todo tipo de pociones y cumplía con las actividades que lo forzaban a salir de sus pijamas y alejarse de la cama. Incluso si hacía todo eso a regañadientes, teniendo a sus amigos viniendo cada día para asegurarse de que no se saltara nada, la mejora no parecía llegar.
Draco estaba agotado. Pasaba las noches en vela cuidando de Calantha para suplantar el tiempo del día que pasaba lejos de ella por cuidar a Harry. A veces corría de una habitación a la otra, cuando Harry tenía una pesadilla y solo en los brazos de Draco se relajaba. No tenía tiempo para sí mismo, no lograba dormir ni descansar y, aún así, lo único que obtenía eran miradas de desprecio por cuidar a su hija. Como si la niña fuera algo que se interponía entre Harry y él y, simplemente, Draco estaba demasiado cansado.
—Dragón, ¿qué sucede? —preguntó su madre, quien junto a su padre se habían despertado con su hechizo y corrían hacia la habitación de Calantha.
Draco no contestó, ni siquiera les dedicó una mirada al pasar por su lado. Esto iba a acabar esa noche, para bien o para mal. Él no podía mantener más aquel juego de equilibrio sobre lava ardiente. Narcissa volvió a llamar su nombre cuando notó sus intenciones, pero Lucius la detuvo. No sabía lo qué pasaría después de esa noche, pero quizás esto fuera lo que Harry necesitaba para anclarse de nuevo a la realidad. Y si no, al menos ayudaría a su hijo.
—Vamos con Calantha. No debe estar sola ahora —exhortó Lucius, ordenando que todo elfo se mantuviera lejos de la habitación de Draco y Harry y llevándose a Narcissa con él para cuidar a su nieta. Interiormente, Lucius rezaba una plegaria para que todo saliera bien.
La puerta de la habitación colisionó en un estrépito contra la pared cuando Draco la empujó, adentrándose y cerrándola de un portazo detrás suyo. Un Fermaportus selló el pestillo y, así, Draco se sintió capaz de desatar su ira. Sus ojos se encontraron con los de Harry, quien lo observaba atento, con su varita en la mano listo para cualquier resultado del enfrentamiento. Draco sabía que podrían llegar allí. Ninguno estaba equilibrado, ni controlado, ni les importaba ya.
—Veo que ya terminaste con esa… tu obligación —comentó Harry, conteniendo el comentario mordaz a último momento ante el destello de ira en los ojos de Draco.
—Esa obligación es nuestra hija, Harry, en caso de que lo hayas olvidado —escupió Draco de vuelta, apretando la varita hasta que sus nudillos estuvieron blancos.
—Qué más quisiera yo que poder olvidarlo de verdad —repuso Harry con desdén, su rostro contorsionándose en una mueca de desprecio—. Llora todo el tiempo, siempre reclamando tu atención, interrumpiendo. Es asfixiante.
—Es una jodida bebé, Harry. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Irse a Howgarts apenas nació? —cuestionó Draco, sintiendo el veneno fluir en sus palabras.
—Si fuera una opción, la mandaría.
—¡Suficiente! —gritó Draco, su magia estallando por la habitación y reventando el espejo que se encontraba cerca—. He aguantado tus comentarios hirientes, tus desprecios y tus desplantes. Me he pasado las noches despierto contigo, porque no logras dormirte ni siquiera cuando te tomas las pociones más fuertes que te han recetado. Te he contenido mientras lloras y he dejado que descargues tu ira en mí. Pero no voy a tolerar más esto. Calantha no será el objeto de tu ira y repulsión, Harry, porque te amo, pero no voy a anteponerte a ella.
—Exacto, ¿ves? —bramó Harry, las lágrimas llenando sus ojos mientras sus manos comenzaban a temblar—. Desde que ella llegó siempre estamos rodeados de gente y de cosas. No hay silencio, no hay calma. Mi vida ha vuelto a ser el centro del ojo público y todos van y vienen constantemente. Antes te tenía a ti, pero ahora ella te tiene y yo no puedo más. Cada que llora siento que una soga me ahorca y lo único que imploro es que esto acabe y finalmente me muera. ¡Tal vez así vuelva a tener algo de silencio y paz!
—¿Te estás escuchando, Harry? —cuestionó Draco, dando dos pasos más cerca e ignorando la varita de Harry que apuntaba hacia él—. Nuestra hija no tiene la culpa de nada de eso. Si querías a todos lejos, solo tenías que decírmelo.
—¡Te lo dije! —gritó Harry, su voz quebrándose con el llanto cubierto de pánico que empezaba a controlarlo—. Te pedí silencio, te dije lo que su llanto me hacía, se lo dije también a ese imbécil del psicomago y lo único que dice es que tengo que acostumbrarme a escucharlo aunque sea de lejos. ¡No quiero escucharlo! ¡Quiero puto silencio!
—¡Y yo te quiero a ti! —espetó Draco, su voz interrumpida por jadeos desesperados, producto del desasosiego de ver a Harry sufrir en conjunto con su propio sufrimiento—. Quiero al hombre que amo, a mi compañero, con quien hice tantos planes para cuando nuestra hija naciera. Te quiero de vuelta, Potter, pero me estás matando.
—Entonces mátame tú a mí —suplicó Harry, caminando hacia Draco hasta que su varita estuvo apoyada contra el cuello de Draco—. Termina esto. Yo soy lo que te mantiene despierto, lo que te atormenta. Acaba con esto y puedes ir a vivir tu vida feliz con ella.
—¿Te piensas que de eso se trata? ¿De vivir con Calantha sin que estorbes? ¿Eso crees? —acusó Draco, sintiendo sus propias lágrimas caer—. Eres mi vida, Harry —susurró, rompiéndose al fin. La varita cayó de su mano y Draco acunó el rostro de Harry con una devoción sumisa, casi obsesiva—. Te he amado durante casi toda mi vida, incluso cuando te odiaba. Te amo ahora, aunque vuelvo a sentir que te odio. Me consumo dividiéndome entre ustedes para poder consolarlos a ambos y, mientras, me estoy perdiendo yo. No quiero una vida con ella o una contigo. Quiero la vida que nos prometimos. Quiero nuestra familia.
Harry tembló bajo el toque de Draco, su varita resbalándose de sus dedos y colisionando con el suelo mientras él se desplomaba contra Draco. Sus piernas fallaron bajo su peso y Harry cayó arrodillado, siempre sintiendo a Draco a su lado, siguiéndolo hasta el suelo. Ambos lloraban abrazados, pero sin hallar refugio ni consuelo en el contacto. Eran la causa del sufrimiento del otro y, esta vez, no sabían cómo arreglarlo.
Él no quería estar así, se odiaba a sí mismo por renegar de su hija y sentirse como se sentía, pero no lo controlaba. Cada charla con el psicomago solo lo confundía más. Él le decía que todo lo que sentía era válido, pero Harry no lo creía. ¿Cómo iba a ser válido despreciar tanto a su propia hija?
Había noches en que Harry deseaba arrancarse la piel a tiras con tal de sentir algo diferente a sus tormentosos pensamientos y más de una ocasión fue Draco lo único que se interpuso entre él y un crucio a sí mismo. Nada lo calmaba y Harry solo quería alejarse de todo y todos, llevarse a Draco consigo donde nadie más fuera a molestarlos. Silencio, eso era todo lo que quería.
Draco se quedó en el suelo con Harry, llorando su propio sufrimiento mientras la ira iba menguando. ¿Cómo podía odiarlo cuando lo tenía temblando entre sus brazos, suplicando por su muerte para alcanzar un final deseado? Sabía que no era culpa de Harry, él realmente lo estaba intentando, pero joder, tampoco era su culpa si había explotado.
La noche siguió su curso, pesada e implacable, y Draco no se quejó por la dureza del suelo, ni la incómoda posición, porque Harry estaba durmiendo. ¿Cuándo fue la última vez que Draco lo vio dormir? Creía recordar que hacía tres o cuatro noches de eso. Las pócimas no lograban efecto alguno en Harry y las opciones más fuertes no eran recomendables en su delicado estado mental.
Draco agradeció el cansancio del llanto que hizo que Harry se durmiera, y fue cuidadoso al cargarlo para colocarlo en la cama. Lo arropó con cariño, añorando que el descanso consiguiera lo que nada más parecía lograr, y salió de la habitación luego de realizar suficientes encantamientos como para que nada ni nadie, por pequeño o grande que fuera, pudiera perturbar el sueño de Harry.
Agotado física y mentalmente hasta el límite, Draco pasó por la habitación de su hija, reteniéndose de entrar cuando escuchó a su madre cantándole una canción de cuna a Calantha. Un suspiro pesado escapó de sus labios y Draco apoyó su espalda contra la pared del pasillo, tentado de dejarse caer hasta el suelo y dormir allí.
—Draco —llamó Lucius en un susurro, sacando a su hijo de las profundidades de sus oscuros pensamientos.
Draco no cuestionó nada ante el gesto de su padre para que lo siguiera, sino que caminó detrás de él hasta llegar al estudio privado de su padre. Draco solo recordaba haber entrado aquí en tres ocasiones a lo largo de su vida, se sentía casi pecaminoso hacerlo de nuevo. Lucius encendió el fuego de la chimenea mientras Draco ocupaba el sillón señalado cerca de esta.
—¿Cómo lo dejaste después de la discusión? —preguntó Lucius, sentándose frente a Draco en el sillón destinado a él.
—Durmiendo, finalmente —respondió Draco entre dientes, su propio cuerpo reclamando un descanso—. Supongo que escucharon todo.
—Tu madre no, puse un encantamiento en la habitación de Calantha para prevenir que la niña los oyera —respondió Lucius, calmando la desazón que sobrecogió a Draco ante la idea de sus gritos habiendo perturbado a su hija—. Yo permanecí en el pasillo —aclaró, dejando saber que él sí los había oído.
—No sé qué hacer, padre —admitió Draco con voz trémula, sus ojos mirando desesperados por una solución hacia los de Lucius—. No es su culpa, pero estoy acabado. No hay forma en que pueda sobrellevar esto mucho más, pero no puedo dejarlo solo. Me pidió morir para alcanzar algo de paz. Padre, no puedo describir lo aterrado que estoy.
Lucius se levantó de su sillón y fue hacia Draco, arrodillándose frente a él y cubriendo con sus manos las de su hijo. Draco no pudo disimular su expresión de sorpresa y Lucius se reclamó internamente por la educación que le había dado a Draco, una en la que cualquier muestra de afecto o preocupación por su parte era tan extraña que su hijo se sorprendía y rehuía de él ante estas. Quizás todavía podía arreglarlo.
—Draco, no puedo decir que he experimentado lo que estás viviendo, no lo he hecho —admitió Lucius, pensando cuidadosamente sus palabras—. Pero he analizado la situación durante estos meses. La discusión de hoy solo sirvió para consolidar la idea que he valorado como posible solución.
—Si crees que va a funcionar, estoy dispuesto a intentar cualquier cosa —afirmó Draco, aferrándose a cualquier esperanza posible.
—Harry quiere soledad y tranquilidad, dos cosas que no va a obtener en esta casa sin importar cuánto intentemos dárselas —inició Lucius, conduciendo la mente de Draco hacia su razonamiento—. Él culpa a Calantha por la lluvia de atención y la perturbación constante de la calma que antes tenía, porque su llegada fue lo que detonó el cambio. No la odia, solo necesita algo en lo que enfocar su ira y ella es quien la está recibiendo, porque él no quiere odiarte a ti, porque te necesita y siente que no te tiene.
—Yo sé todo eso, pero no sé cómo solucionarlo —repuso Draco, sintiendo un dolor de cabeza devastador martillear su mente.
—Yo sé cómo, pero no te va a gustar —advirtió Lucius, sintiendo la tensión crecer en Draco. Había algo en la mirada de su padre que le dejó saber lo mucho que odiaría la idea, pero llegados a ese punto, Draco solo quería que todo terminara.
Era mediodía cuando Harry despertó, sintiendo su cabeza adolorida como si su cerebro se hubiese inflamado dentro y flotara para chocar contra los huesos de su cráneo. Una mano familiar tomó la suya con cuidado y colocó una taza con leche caliente en su palma. Harry la agarró firmemente, necesitando tanto de ese calor como del aire mismo, mientras Draco le entregaba sus espejuelos.
Harry parpadeó un par de veces, acostumbrándose a la penumbra de la habitación. Las cortinas estaban cerradas y la iluminación era escasa. Él lo agradeció. La luz le molestaba de sobremanera. Frente a él, sentado al borde de la cama, estaba Draco. Tenía unas ojeras tan oscuras que parecía enfermo y su piel era más pálida de lo normal. Harry sintió una punzada de dolor en su pecho.
—Buenas tardes —saludó Draco con suavidad, sin saber de qué humor había despertado Harry.
—Buenas —farfulló Harry, bebiendo su leche caliente y sintiendo un alivio en su garganta. Había gritado mucho ayer—. ¿Dormiste algo? Te ves terrible.
—Estuve despierto hablando con mi padre en su estudio hasta que llegó la mañana —respondió Draco, reposicionándose para que sus cuerpos no se tocaran. Harry era muy sensible al contacto en los últimos meses—. Luego le ordené a los elfos que recogieran algunas cosas y preferí dormir en mi habitación de infancia. No quería despertarte cuando finalmente parecías descansar.
—Me hubiera gustado despertarme si era para que estuvieras a mi lado —admitió Harry en un susurro, desviando la mirada. La culpa quemaba por dentro lenta y dolorosa—. Lamento lo de anoche. Yo… no sé qué me pasó.
—Sí lo sabes, Harry —rebatió Draco con pesar, mirándolo fijamente—. Y yo también lo sé.
Harry bajó la mirada hacia las mantas, bebiendo su leche caliente y evitando a Draco en el silencio que los rodeaba. Se sentía bien no tener ruido alrededor, pero había algo pesado que colgaba entre ellos que le impedía relajarse del todo. Eso lo frustraba, consigo mismo y con el mundo. Deseaba poder refugiarse entre los brazos de Draco y sabía que no podía, no después de lo de anoche.
—Quiero pedirte disculpas —dijo Draco, rompiendo el silencio y sorprendiendo a Harry con sus palabras—. Sé que estos meses han sido una tortura para ti y yo no he sabido cómo manejarlo. Te he culpado por algo que va más allá de nuestro control y del tuyo mismo, no he sabido comprenderte y, aunque todos me digan que no es mi culpa haber explotado, sigo pensando que pude haber hecho más. Debí de haber llegado a una solución antes, pero tenía miedo de aceptar que era la única salida.
—Draco, no es tu culpa lo que sucedió anoche —rebatió Harry, dejando la taza de lado y alcanzando la mano de Draco por instinto. Se quedó petrificado al sentir la frialdad de su tacto, temeroso de haber sobrepasado un límite que él mismo impuso.
—Lo es, aunque no del todo —repuso Draco, entrelazando sus dedos con los de Harry y relajándose al sentir como él se aliviaba con su reacción—. Sabía que nada de esto es tu culpa y aún así exploté. Eso estuvo mal.
—Has tenido la paciencia de un santo, Malfoy, no puedo pedir más —Draco sonrió ante su apellido, era ese llamado que sustituía los apodos cariñosos que a ninguno les gustaba. Se sentía bien escucharlo de nuevo.
—Puede, pero quiero que sepas que tú eres mi prioridad ahora y voy a hacer lo que sea necesario para que mejores —afirmó Draco, su mirada determinada encontrándose con la de Harry—. Nos vamos a Grimmauld Place.
—¿Qué? —Harry sintió su cuerpo tensarse ante el anuncio, sin entender qué sucedía.
—Necesitas silencio, paz y soledad. Sobre todo, me necesitas a mí para estar contigo sin sentir que habrá alguien interrumpiéndonos todo el tiempo. No podemos tener eso en la mansión, así que regresamos a casa —explicó Draco, una pasión que Harry hace meses no veía en él, brillaba ahora en su mirada con la intensidad de la luna en la noche sin estrellas.
—¿Nos vamos a Grimmauld Place? —preguntó Harry en un susurro, inseguro de que estuviera viviendo esto en realidad. Podría ser un sueño que pronto se convertiría en pesadilla.
—Nos vamos a Grimmauld Place, Potter —respondió Draco con firmeza, contagiándose de la sonrisa que Harry empezaba a formar—. Solo nosotros dos —especificó, sintiendo una sensación cálida crecer en su pecho cuando vio las lágrimas de felicidad bañar el rostro de Harry. No habían sollozos, temblores ni desesperación, solo agradecimiento.
Harry sintió que las palabras le fallaban, insuficientes para explicar lo que quería, así que dejó que su cuerpo hablara por él. Impulsándose hacia adelante con las pocas fuerzas que tenía, Harry colapsó sobre Draco, empujándolo contra la cama casi al borde de caerse.
Draco no protestó, envolviendo sus brazos alrededor de Harry y dejándose llevar por su peso hasta que su espalda golpeó el colchón. Su pie sostenía su peso contra el suelo para evitar que rodaran fuera de la cama, pero Draco no pensaba en eso, sintiendo una calma hacía meses perdida bañarlo por fuera y por dentro al tener a Harry contra él.
Agradeció mentalmente a su padre por la sugerencia, y se relajó en el abrazo mientras las palabras de Lucius regresaban a su mente:
«—Calantha nos tiene a nosotros y a los elfos, incluso a los Weasley si así lo deseas. Ella no recordará nada, no sabrá si estuvieron allí o no; pero cada que la cargas angustiado, ella lo siente y empeora sus pesadillas. Ella necesita a sus dos padres y esta es la única forma en que puedes dárselo. Ve con Potter a Grimmauld Place, ayúdalo a superar esto, y devuélvele a mi nieta su padre».
Draco abrazó más fuerte a Harry. Haría que esto funcionara y se aseguraría de que ambos tuvieran la familia que merecían, la que añoraban desde hacía años. Harry mejoraría, le tomase a Draco el tiempo que fuera. No iba a rendirse, no iba a dejarlo. No iba a irse.
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Opción 1: Esto no es para mí/Opción 2: El bebé no deja dormir.
Vamos a aclarar una cosa: la depresión postparto lleva terapia y apoyo, acorde a lo que el paciente necesite. Sé que para muchos ha de ser difícil comprender la ruta que yo escogí, en la vida real es posible probar muchas otras alternativas antes de llegar a esta, si es que el psiquiatra en algún momento decide escogerla. Yo elegí este camino, como pude haber elegido cualquier otro. Si verdaderamente quieren averiguar al respecto, hay libros de medicina y artículos abalados legalmente donde hay información confirmada y fiable.
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