Capítulo 2 "No tan imposible"
La impoluta habitación del hospital San Mungo hacía sentir a Harry incómodo. Había pasado demasiado tiempo allí durante su época de adolescente, cuando la enfermería de Howgarts no era suficiente para los daños recibidos en su cuerpo. Más que nada, había estado varias veces allí para sesiones con un psicomago que solo terminaron alterándolo y que prontamente él dejó.
Hermione había estado regañándolo por semanas debido a ello, hasta que Ron se interpuso y le pidió que dejara a Harry en paz, alegando que ellos eran un sistema de apoyo más que suficiente. Harry sabía que su amigo se arrepentía de haberlo defendido debido a sus actitudes posteriores, cuando huyó del Mundo Mágico y regresó solo para dejar a Ginny. No le gustaba pensar en eso, era un asunto espinoso que nunca tocaban.
Había despedido a Draco a principios de semana, después de demostrarle la carta oficial del hospital donde estaba escrita la fecha de su cita médica para tres días después. Desde entonces no se habían comunicado para más que el anuncio de Draco de que había llegado bien a través del traslador.
No solían hablar mucho cuando estaban distanciados por sus estudios y trabajos. A veces, Harry se preguntaba si era porque Draco no lo extrañaba con la misma aprensiva desesperación que incendiaba a Harry desde dentro ante la distancia. Entonces, Draco regresaba y lo primero que hacía era entrar a su casa muggle en lugar de pasar por la Mansión Malfoy y se aferraba a Harry como si fuera el bote salvavidas en medio de un hundimiento oceánico, devorándolo hasta que Harry se había visto en la necesidad de pedir licencia por tres días.
Era fácil olvidar sus inseguridades cuando Draco lo consumía de esa forma.
Al principio era más incómodo, sin haber hablado nada, viéndose una vez o dos por semana, siempre teniendo sexo y rehuyendo del tema después, con el peso del compromiso de Draco con Astoria sobre ellos. Luego, aunque no pusieron una etiqueta de ninguna forma y Draco seguía prometido con Astoria, las cosas cambiaron.
Harry notó la obvia lejanía entre Draco y sus padres, más que nada su padre, pues Narcissa sí le escribía repetidas veces al mes. Fue sencillo para Harry ver ese cambio, pues Draco pasaba más tiempo con él en el Mundo Muggle que en su propia casa o en cualquier otro lado. No usaban siquiera Grimmauld Place, aunque pudieran, por cuestiones de precaución. O eso alegaba Draco.
Durante mucho tiempo Harry creyó que tenía algo que ver con Lucius y Draco avergonzándose de él, o viéndolo solo como una aventura. Quizás por eso una noche se emborrachó nuevamente hasta perder cualquier inhibición y, cuando Draco llegó a su casa, le reclamó al respecto. Harry recordaba poco de esa noche, pero tenía grabado como tatuaje cada palabra de Draco al día siguiente.
—No me avergüenzo de ti, ni te estoy escondiendo. Es cierto que todavía estoy comprometido con Astoria; los compromisos en el Mundo Mágico son un tema serio, Harry, romperlos requiere más que solo desear hacerlo, sobre todo para los sangres pura. Hay un contrato de por medio y mucho burocratismo. Pero ni siquiera eso es el motivo de mi secretismo contigo. Soy un exmortífago, que viene de una familia de mortífagos. El apellido Malfoy está bañado de sangre y traición. Si te ven conmigo creerán que te tengo bajo la maldición Imperius en el mejor de los casos; en el peor, pensarán que te has vuelto un mago oscuro. No puedo permitir eso. ¿Entiendes?
No, no lo entendía. Los Malfoy habían sido liberados y Harry mismo los había defendido, no concebía que todavía hubiera quienes estuvieran resintiéndolos cuando ellos habían demostrado redimirse de todas las formas posibles para la Comunidad Mágica. Así que decidió comentarle a Hermione respecto a los Malfoy, sin darle explicaciones de Draco, solo una conversación inocente.
—Los Malfoy son seres despreciables, tanto o más que Voldemort, Harry. Se merecen cada onza de repudio que los magos y brujas les dedican. Entiendo que los defendieras, y agradezco a Narcissa Malfoy por ayudarte, pero no nos pidas más y, por favor, no hables de ellos aquí. Molly se alterará mucho ante cualquier mención de un mortífago dentro de esta casa.
Harry entonces lo entendió. No volvió a reprocharle nada a Draco y, aunque tampoco hablaron de eso, sabía que el rubio había notado el cambio en él. Y no fue el único. A medida que su tiempo con Draco aumentaba, Harry se convertía en una mejor y más segura versión de sí mismo, algo que atrajo muchas miradas. Incluidas, para su desgracia, la de los periodistas de El Profeta.
No había vuelto a San Mungo desde entonces, porque con su nueva actitud todos parecían más seguros de la estabilidad mental del Salvador del Mundo Mágico y hasta Hermione se había calmado en sus constantes escrutinios e interrogatorios. Debido a eso, Harry había demandado absoluto secretismo sobre su cita en el hospital y su día libre en el Instituto de Aurores. Su jefe registró haberlo asignado a un caso especial en su expediente, como un favor al gran Elegido, y Harry se aprovechó de ser quien era.
«Si no puedes huir de ello, al menos úsalo a tu favor, Potter».
—Buenos días, Señor Potter, soy el Dr. Alcázar, disculpe la tardanza —saludó el medimago, un doctor entrado en canas con una túnica blanca y anteojos más estéticamente agradables que los que Harry usaba. Era ridículo, ¿qué importaban sus anteojos?
—Buenos días, y no se preocupe, no esperé durante tanto —aseguró Harry para tranquilidad del medimago, aunque cada segundo allí dentro se había sentido como una hora.
—Pidió cita este día porque dice estar presentando ciertos problemas controlando su magia, ¿puede explicarme de qué se trata? A partir de allí veremos cómo proceder de la forma más adecuada —pidió el medimago, tomando asiento en su buró, frente a Harry, quien movía la pierna en un gesto ansioso.
No fue hasta que empezó a explicarle al doctor sus síntomas que se percató del miedo que tenía de estar allí. Temía que le dijeran que había algo malo en él; que parte de la magia que lo vinculaba a Voldemort había yacido en su interior, pudriéndolo por dentro, y finalmente se estaba cobrando su parte. Conforme más hablaba, peor era la sensación de una soga alrededor de su cuello y una piedra creciendo en su pecho; hasta que llegó al final y solo observó al Dr. Alcázar, esperando un veredicto.
—No debe preocuparse por el momento, Señor Potter —tranquilizó el medimago, notando el obvio estado ansioso de su paciente—. Por ahora le haremos algunos chequeos de magia con un personal autorizado y discreto, nadie sabrá que está aquí, ni qué le están haciendo. Cualquier resultado obtenido, le aseguro que solo lo sabrá usted.
—¿Puede ser algo malo? —preguntó Harry, sintiendo apenas un ligero alivio ante la reafirmación del medimago respecto a la confidencialidad de su estado como paciente. Le preocupaba más el resultado.
—No es frecuente que en magos de su edad la magia se salga de control sin motivo, pero puede ser una secuela de su tiempo durante la guerra que no habíamos notado hasta ahora, o tal vez solo estrés. Sabemos que usted no es un mago común y corriente, Señor Potter. Sabremos más dentro de unos minutos, cuando le hagan los chequeos pertinentes. Por favor, espere aquí mientras busco al personal.
Que lo dejaran solo de nuevo no hizo nada por aplacar la ansiedad creciente en Harry, quien ya tenía marcas en forma de medialunas en las palmas de su mano debido a la fuerza con la que se encajaba las uñas. El medimago le había asegurado que no debía preocuparse… todavía. Esa palabra era el problema clave en los cientos de pensamientos que atormentaban a Harry.
El medimago regresó con dos sanadoras y, luego de las presentaciones adecuadas y que se le asegurara de nuevo la discreción absoluta de ambas, Harry fue llevado detrás de un separador mágico para que se retirase toda la ropa en privado. Sus prendas quedaron flotando en el aire, perfectamente dobladas, y Harry vistió una bata de hospital que lo hacía sentir más consciente de las marcas en su cuerpo.
Agradeció la profesionalidad del medimago y las sanadoras, quienes no dedicaron ni dos miradas a los muchos chupones y marcas de dedos en su piel. Podía curarlas con facilidad, pero no quería, ese era el punto. Tanto Draco como él adoraban las marcas que dejaban uno en el otro, como un constante recordatorio de posesión que no habían acordado, pero ambos sabían que existían.
Además, podía ser el Salvador elegido que venció a Voldemort y que para todos estaba actualmente soltero, pero no significaba que debía de guardar celibato. Y, con todo eso, ¿qué importaba lo que ellos pensaran?
Esos pensamientos corrían por la mente de Harry mientras se recostaba en la camilla indicada y sentía la magia de las varitas de ambas sanadoras envolver su cuerpo. Intentaba mantenerse tranquilo, despejando su mente porque podía sentir como la electricidad que lo acechaba en el descontrol de su magia empezaba a recorrer su piel, erizándolo. Harry supo que algo iba jodidamente mal sin que nadie hablara, solo por la forma en que las sanadoras no pudieron contener la sorpresa y preocupación en sus rostros.
No le dijeron nada, lo que solo hizo que su ansiedad creciera al verlas irse con el medimago hacia el otro lado del separador, que parecía estar encantado para que no se escuchara nada de un lado al otro. Harry apretó las manos en puños, mordiéndose el labio inferior hasta que el sabor metálico colmó sus papilas gustativas.
—Señor Potter —llamó el medimago, regresando hacia donde estaba Harry e indicándole que podía sentarse en la camilla—. Espero que no tome esto como impertinencia mía, ha de saber que si le pregunto es porque es una información vital para el diagnóstico. ¿Establece usted relaciones con un mago?
—¿Qué tipo de pregunta es esa? —cuestionó Harry a la defensiva, sintiendo como su corazón se aceleraba hasta que sus oídos zumbaron.
—Señor Potter, por favor, cálmese. Le pido que entienda que la pregunta es enteramente profesional —Había algo en la mirada preocupada del medimago que orilló a Harry hacia el borde de una crisis de pánico. Nada bueno podía salir de esa pregunta y la respuesta escapó de sus labios de forma inconsciente.
—Sí.
—Para ser totalmente específicos, me refiero a un mago hombre, Señor Potter —aclaró el medimago, asegurando que no hubieran malentendidos.
—Sí —repitió Harry de forma automática, como los robots de juguetes del supermercado en la sección de niños en el Mundo Muggle.
—Señor Potter, no sé cómo explicarle esto o que tanto conocimiento tenga al respecto, así que seré tan comunicativo como pueda y cualquier duda sepa que puede preguntarla y se la responderé, ¿entiende?
Harry quiso protestar por el tono del medimago, que parecía tratarlo de repente como si él fuera un niño indefenso, pero Harry se sentía como si pudiera romperse en ese instante, así que solo asintió lentamente sin dejar de mirar al medimago y permaneció en silencio.
—Señor Potter, los hechizos realizados en usted por las sanadoras arrojaron un resultado preocupante e inconfundible. No hay margen de error en esto, eso quiero que lo entienda —Harry pensó en todas las enfermedades mortales que conocía, aunque eso no tuviera vínculo alguno con su vida sexual con Draco, pero para él en ese momento tenía sentido—. El descontrol de su magia se debe a una alteración en su núcleo mágico, un cambio morfológico en este que causa que no pueda contener la magia en usted ni doblegarla a su voluntad.
Claro que sería eso, solo a Harry podría pasarle que después de años de huir de Voldemort y tener que enfrentarlo, ahora su propio núcleo mágico se girase en su contra. Como esas enfermedades autoinmunes de los muggles, su propio cuerpo atacándose y destruyéndose. La magia con la que había salvado al mundo, ahora lo condenaba a él. No antes, en el tiempo en que morir no le aterraba, sino ahora, cuando finalmente tenía ganas de vivir. Era casi gracioso.
—Es una condición que no ha presentado ningún otro mago en más de seiscientos años e, incluso en ese entonces, era algo que pasaba de forma muy extraordinaria —continuó el Dr. Alcázar, consciente de que esas explicaciones eran importantes antes de soltar la bomba final.
—Solo yo tendría algo así de raro, ¿no doctor? Siempre he sido bastante diferente, al parecer —interrumpió Harry con una risa seca que bordeaba la histeria.
—Señor Potter, su condición no es mortal ni es mala, solo muy, extremadamente inusual —explicó el medimago, hablando con tal dulzura que cortó en seco la crisis creciente en Harry—. No tengo otra forma de decirlo, así que le seré directo. Señor Potter, usted está embarazado.
Silencio, absoluto y rotundo silencio. Por un instante Harry creyó estar de regreso en aquella estación de tren, donde Dumbledore lo había recibido cuando la parte del alma de Voldemort que yacía en él había muerto en lugar de Harry mismo. La calma se extendió por apenas unos segundos y, entonces, la burbuja reventó.
—¿Embarazado? —repitió Harry, probando la textura de la palabra en su lengua, el pánico creciente embotándose en su interior y creando un nudo.
—Así es, Señor Potter —afirmó el medimago, preocupado ante la reacción de su paciente—. Tengo entendido que esto no pasa en el Mundo Muggle y asumo que, dada la infrecuencia de los casos, no es algo que le hayan enseñado en la escuela. En el Mundo Mágico los embarazos masculinos son posibles. Solo hay unos pocos registrados en la historia, debido a que han de cumplirse ciertas condiciones que casi nunca llegan a aparecer juntas, pero han ocurrido.
—Embarazado —susurró Harry, sus manos temblando sobre sus muslos y el aire estancándose en sus pulmones. Era difícil respirar—. ¿Cómo es posible? ¿Cómo…? Dice que hay condiciones —Harry miró al medimago, desesperado por una respuesta o, mejor aún, por una risa que le hiciera pensar que todo era solo una broma de mal gusto. El Dr. Alcázar no se rio.
—Verá, Señor Potter, para que se dé un embarazo masculino es imprescindible que haya un vínculo entre ambos magos. Y no hablo de química sexual o sentimientos, sino de algo más profundo. Sus núcleos mágicos han de ser compatibles en su totalidad, como si uno fuera la copia del otro. El nivel, poder y capacidad de la magia de ambos ha de ser idéntica. No hay nadie en el mundo que pueda ser más perfecto y se acople mejor que uno al otro.
—Como… almas gemelas —No fue una pregunta, sino un susurro bañado de inseguridad mientras Harry intentaba comprender lo que el doctor le explicaba. El miedo empezaba a abrirse paso en su interior.
—Es una forma muggle de explicarlo, pero sí, como almas gemelas —confirmó el medimago, aliviado de ver como Harry no había entrado en pánico aún—. El problema es que, aunque hayan dos magos así en el mundo, no hay garantía de que se encontrarán o, incluso así, de que establecerán una relación afectiva/sexual. Y, aunque lo hicieran, para un embarazo masculino hace falta una cantidad desproporcionada de magia, por lo que la compatibilidad de núcleos mágicos no lo es todo. Esos núcleos han de tener una fuerza mágica imponente, Señor Potter.
Harry no necesitaba que le explicaran lo poderoso que era, lo había comprobado cientos de veces durante los años de guerra. Tampoco requería que nadie le dijera el poder de Draco, siempre que estaban cerca había sentido esa magia latente en el Slytherin, ese poder implacable que solo mermaba debido a la inestabilidad de la mente que lo gobernaba. Si Draco hubiese tenido otra vida, Harry estaba seguro de que habría descubierto su verdadero potencial mucho antes.
—He estado teniendo relaciones con este mago durante más de un año, ¿por qué no pasó antes? —preguntó Harry, sintiendo el pánico desaparecer para dejar un entumecimiento extraño que lo hacía funcionar de la forma más práctica posible. Hacía eso a menudo en sus misiones como auror.
—Es posible que, debido a su vínculo con El Señor Oscuro, su núcleo hubiese sido afectado por esa magia en su interior y por eso se hubiese demorado más en establecer una conexión con su pareja idónea. Su núcleo mágico apenas estaba descubriendo del todo su propio potencial sin la magia oscura que lo habitaba, por lo que se retrasó el vínculo —El Dr. Alcázar esperó unos segundos, casi pudiendo ver los engranajes girar dentro de la mente de Harry—. ¿Alguna otra duda, Señor Potter?
—No —Harry susurró, desviando la mirada—. No —repitió más bajo.
—Podemos repasar todas sus opciones ahora, o puede tomarse unos días más para pensarlo y procesar la noticia. Tendré una cita disponible para usted en cualquier momento, solo esperando por su solicitud —sugirió el medimago, entendiendo la peculiaridad de la situación y el impacto de la noticia.
—Yo… sí, prefiero… tengo que hablarlo con…
Las palabras murieron en su boca y Harry simplemente se quedó mirando hacia un punto indefinido. Su cerebro procesó la indicación de que podía vestirse y, en algún momento, supo que el doctor lo había dejado solo para darle mayor privacidad, pero no fue enteramente consciente de ello. Cuando estuvo presentable, farfulló una despedida por demás descortés e impropia, pero que le había costado un gran esfuerzo, y se desapareció para reaparecer en su casa muggle.
Se dejó caer sentado en el sofá del estudio del cual Draco se había apoderado; pues Harry prefería revisar los perfiles e informes de sus casos en la cocina, sobre la mesa del comedor; y se quedó allí. En su mente desfilaban los recuerdos de la consulta, que pudo haber durado siglos en lo que a Harry respecta, y la dureza de la situación empezaba a filtrarse en él.
Estaba llorando, no supo en qué momento empezó, pero sintió la humedad en sus manos. Jadeante, apretó los dientes ante la incomodidad, notando que estaba arrodillado en el suelo del estudio. Le costaba ver con claridad y le tomó varios minutos comprender que no era solo por las lágrimas que nublaban sus ojos, sino que sus espejuelos estaban cuarteados.
Retirándolos, Harry cerró los ojos y forzó el aire hacia dentro, inflando sus pulmones. Con dedos temblorosos tomó su varita del bolsillo trasero de sus pantalones gastados y murmuró el hechizo para reparar sus espejuelos. Se restregó los ojos casi con enojo, limpiando las lágrimas invasivas que él no había querido soltar, y, luego, miró.
La punzada de la decepción apareció con ese familiar filo que cortaba a través de músculos y tendones, desde adentro hacia afuera, queriendo abrir su pecho. El estudio estaba destrozado, papeles desperdigados por doquier, fórmulas y pociones manchando todo, los muebles torcidos y rotos, las paredes arañadas por los pedazos que debían de haber volado en todas direcciones, la alfombra con una mancha extensa de quemado que era inconfundiblemente eléctrico.
Harry quería llorar, reprocharse más su falta de control, pero estaba tan cansado. Ni siquiera recordaba haber hecho nada de aquello, y le ardía la garganta, por lo que debía de haber estado gritando mientras lloraba. Sus músculos estaban adoloridos, había sido un día extenuante y afuera la noche cubría todo con esa calmada oscuridad que llamaba al descanso.
Sabía que todo allí dentro era de Draco, que debía de ordenarlo, reparar lo que pudiera y preparar una disculpa. Había perdido absolutamente el control hasta de su propia mente y no sabía qué tanto del trabajo de Draco había destrozado en el proceso. Tenía que hacer algo para remediarlo.
Harry se fue a dormir.
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Opción 1: Visita al doctor- despejando las dudas.
Holi por aquí, como prometí y cumpliendo con las actualizaciones diarias, aquí estamos.
Sabiendo la opción del día y habiendo leído el capítulo, ¿qué piensan? ¿Lo estoy haciendo bien? Estoy muy ansiosa con este fic al ser el primero de Draco y Harry que hago, cualquier comentario respetuoso será bienvenido. Dejen alguna estrella si creen que la merezco.
Nos leemos mañana😘.
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