Capítulo 17 "El momento perfecto"
Los colchones de flores de diferentes tipos de calanthe habían llegado esa mañana, entregados personalmente por un muy nervioso Señor Thomson, que temía que su trabajo fuera encontrado falto. Harry, como la pequeña mierdecilla manipuladora que Draco sabía que podía llegar a ser sí quería, mantuvo una expresión de neutral indiferencia mientras inspeccionaba los colchones con sus intrincados diseños que entrelazaban un mar de colores, las púrpuras más oscuras al centro y el más tierno blanco en los bordes.
—Señor Thomson —llamó Harry, disfrutando internamente como el vendedor se apresuró a llegar a su lado, sudando de forma copiosa dentro de su ropa de invierno—. Debo de admitir que no era lo que esperaba —La expresión del vendedor cayó ante el miedo y Draco tuvo que girar la cabeza con disimulo para ocultar su sonrisa—. Es mejor —admitió Harry, viendo el alivio florecer en el pobre hombre—. Muchas gracias, ha hecho usted un trabajo excelente.
—Gracias a ustedes por confiar en mí —respondió el Señor Thomson, respirando por lo que parecía la primera vez en siglos—. Tengo servicio de instalación, si llegan a necesitarlo.
—Lo agradecemos, pero de eso nos encargamos nosotros —dijo Draco, estrechándole la mano al vendedor y dejando un beso en el hombro de Harry—. Vuelvo ahora, mi querido. Venga conmigo, le entregaré el pago acordado y lo acompañaré a la chimenea.
—Es usted muy amable, Señor Malfoy.
Una vez solo en la habitación, Harry se dejó llevar por el suave olor de las flores y la belleza creada. No imaginaba cómo un niño podría usar esto para evitar heridas en sus caídas, pero su imaginación resultaba insuficiente cuando intentaba comprender todo lo que el Mundo Mágico ofrecía. Con un suspiro pesado y su mano acariciando su bajo vientre, Harry se sentó en el asiento más cercano.
—Estás muy inquieta hoy, ¿verdad, Calantha? —dijo Harry, tocando donde sabía que debía estar la cabecita de su hija.
No se sentía tan arriba como estaba acostumbrado y las patadas ahora eran más en el centro de su abdomen y menos en sus costillas, pero Harry no le dio importancia. Otra punzada de dolor se extendió desde su bajo vientre y por su interior, haciendo a Harry aspirar aire de forma brusca y, luego, calmándose. Harry tarareó por lo bajo, buscando relajarse.
—El Señor Thomson parecía muy contento al irse —comentó Draco, reingresando en el salón.
—Seguro que la suma desproporcionada que pagaste tiene algo que ver con eso —repuso Harry, acariciando su vientre y cerrando los ojos un instante, su cabeza recostada contra el espaldar.
—¿Te sientes bien, Harry? —preguntó Draco, siempre preocupado por cualquier cosa que pasara con Harry y su bebé.
—Ella está pateando fuerte hoy —respondió Harry, abriendo los ojos para mirar a Draco.
La adoración en el gris que antes mostraba desprecio, odio y temor era un sentimiento bien recibido. Harry sintió su pecho apretado y algo removerse dentro, todo en él centrado en la mirada deslumbrada de Draco, como si Harry fuera una veela en su cercanía.
—¿Algo que pueda hacer para ayudarte?
—De hecho, sí —Harry estiró ambas manos hacia Draco, aferrándose a él cuando las tomó y dejando que la mayor fuerza la hiciera Draco al levantarlo—. Vamos a la habitación.
Con una sonrisa amable, esa que pocas veces Draco mostraba y que se había reservado solo para Harry, Draco guió el camino hacia la habitación sosteniendo la mayor parte del peso de Harry. Por momentos debía detenerse, viendo como Harry apretaba los dientes y se sostenía el vientre. A veces tenía una reacción similar con patadas particularmente duras por parte de la bebé, pero nunca tan frecuentes.
—Estoy bien, Malfoy, relájate —aseguró Harry, sonriendo cansado y sujetándose mejor a Draco.
La habitación los recibió con el calor de los hechizos que buscaban alejar el frío del invierno. Pronto nevaría, si las predicciones del clima en el Profeta eran verídicas. Se acercaba un Yule blanco y Draco estaba emocionado de tener a Harry en casa para instruirlo en la celebración mágica. No quería escuchar nada de esas tonterías de Navidad muggle. Draco ayudó a Harry a sentarse en la cama, su espalda descansando contra el cabecero, una fina capa de sudor cubriendo su frente.
—Harry, no te ves bien. Sería mejor llamar al medimago —sugirió Draco, su preocupación incrementándose con cada vez en que Harry apretaba los dientes.
—No voy a parecer un padre histérico que grita por todo, Malfoy. Ya he pasado suficientes noches de este embarazo en San Mungo, la próxima vez que vaya será para regresar con nuestra hija en brazos —negó Harry con vehemencia, pese a la desaprobadora expresión de Draco.
—Eres realmente testarudo, Potter —Harry sonrió como si Draco le hubiera dicho el mejor cumplido jamás escuchado, acariciando el dorso de su mano que yacía plana contra el espacio del colchón a su lado.
—Te pedí que me trajeras aquí porque llevo semanas pensando en cómo hacer esto, planeando el momento perfecto, imaginando todas las opciones. Tuve la idea de hacerlo hace unos días en el babyshower, pero mi encargo no estaba listo todavía, así que hubo que posponerlo. Pero hoy, viendo los colchones de flores y sabiendo que pronto habrá una niña intranquila cayendo sobre ellos, sentí que no podía alargarlo más.
—¿Harry? —Draco miraba a Harry sin comprender, sus palabras bailando con un sentimiento afectuoso en conjunto con la preocupación que no desaparecía.
Sin decir nada, Harry soltó la mano de Draco y tomó su varita de la mesita de noche. Contuvo el aliento, expectante y ansioso, mientras recitaba el hechizo de transfiguración que convirtió frente a Draco lo que, hasta ese momento, pensaba que no era más que un adorno que Harry se había empeñado en poner allí.
Un nudo creció en su garganta al ver como se formaba, de una figura de león que él no había mirado dos veces, una caja pequeña de terciopelo negro. Harry dejó la varita donde estaba y, acomodándose mejor contra el cabecero, abrió la caja. Sus ojos no dejaron de observar a Draco mientras él se maravillaba con la imagen de los dos anillos que brillaban sobre la almohadilla negra.
Un anillo de oro con dos franjas de diamantes grises incrustados, que encarcelaban una franja central de ágata musgosa verde pulida hasta quedar lisa, descansaba al lado de su gemelo opuesto. Un anillo de plata con dos franjas de diamantes amarillos que encarcelaban una franja pulida de ágata roja.
—¿Llevarías el rojo por mí, Malfoy? —preguntó Harry, sonriendo con alegría al ver las lágrimas empañar la mirada gris de Draco. Eso eran ellos, ese familiar reto que los impulsaba juntos.
—Por el resto de mi vida, Potter —afirmó Draco, su voz quebrándose ligeramente en la respuesta, su mirada embelesada en la belleza de Harry.
Un gruñido de dolor emanó desde su pecho, la punzada en su vientre acrecentándose repentinamente con intensidad. Draco se aferró a sus hombros para sostenerlo cuando Harry se inclinó hacia adelante, necesitando aliviar un poco el dolor. Fuera lo que fuera, ya no podía seguirse engañado con que eran patadas normales.
—Ni protestes, Potter. Nos vamos a San Mungo. ¡Ya! —declaró Draco sin darle posibilidad a discutir, el miedo tomando el control y barriendo cualquier felicidad que segundos atrás los había embriagado.
Draco usó su varita para hacer saltar las alarmas que estaban dispuestas como hechizos por toda la casa, una exigencia de Narcissa cuando vinieron a vivir a la Mansión Malfoy que ahora él agradecía. Apenas unos segundos después un desfile de elfos llenaba la habitación, dispuestos a ayudar, mientras el matrimonio Malfoy entraba por la puerta de forma apresurada.
—¿Qué sucede? —preguntó Lucius, acercándose a Harry para ayudar a Draco a levantarlo.
—Está con dolor, decía que eran patadas, pero ahora no puede soportarlo —explicó Draco, observando a los elfos recoger las bolsas de emergencia que habían preparado previamente en caso de tener que ir al hospital fuera de tiempo.
—No son patadas —intervino Narcissa, acercándose a un Harry sudoroso que luchaba por sostenerse en pie y apoyando su mano sobre su abdomen—. Son contracciones. Hay que llegar al hospital de inmediato.
Draco sintió su corazón latiendo en su garganta, el terror aferrándose a sus músculos e intentando entorpecer sus extremidades. Harry gruñó nuevamente, enterrando sus uñas en las manos de Draco y Lucius, las gotas de sudor corriendo por su rostro. Draco miró a su padre, buscando en la firmeza de sus ojos la entereza que necesitaba. Tragó fuerte, empujando el miedo hacia abajo. Empezó a caminar.
No podían aparecerse. Cada libro de medicina mágica que existía dejaba en claro los peligros de aparecerse cuando el trabajo de parto empezaba, así fuera en sus primeras etapas, así que tenían que llegar a la chimenea más cercana y usar los polvos flú. Draco nunca creyó que un pasillo de la mansión podría ser tan extenso y difícil de caminar, hasta ese día.
Narcissa ya los esperaba frente a la chimenea con un puñado de polvos flú en su mano y habiendo avisado al hospital de la condición de Harry. Había estado en riesgo durante ese embarazo desde el principio y era un feto valioso, no solo emocionalmente, sino para la Comunidad Mágica, no dejarían pasar las contracciones como una falsa alarma ante la posibilidad de perder a uno de ellos. O, peor aún, a ambos.
Realizando un esfuerzo mayor, padre e hijo lograron pararse con Harry en la chimenea y Narcissa gritó su destino, soltando los polvos. Un equipo preparado de sanadores y medimagos los recibieron a su llegada, una camilla ya esperándolos. El equipo había sido seleccionado con el más alto escrutinio y cuidado, todos sabían el riesgo que corrían aceptando atender este embarazo y, ahora más que nunca, debían preocuparse.
Narcissa abrazó a Draco cuando vio que este luchó para permanecer al lado de Harry mientras se lo llevaban, Lucius imponiendo su fuerza en la forma de una mano implacable sobre el hombro de su hijo. Tenían que confiar en los medimagos, no podían hacer otra cosa.
Una de las sanadoras los llevó a la habitación privada que los Malfoy habían reservado para Harry, pidiéndoles que esperasen allí hasta que tuvieran una respuesta más clara que darles. Narcissa avisó a Molly, quienes ahora se trataban de primer nombre, porque sabía el dolor que sería para ella ser dejada de lado en esas circunstancias. Minutos después, las familiares cabezas pelirrojas entraron en la habitación, con una llorosa Señora Weasley que abrazó a Draco para consolarlo. Draco lo permitió.
Todo había estado bien, o eso él había pensado. Harry no se había quejado de dolores, solo decía que la bebé se movía más de lo usual y que ya no podía sentir su cabeza contra su pelvis como antes. Nada alarmante, según el propio Harry. Debió de haber dudado, debió de haber averiguado más, aunque fuera comentarle a su madre o simplemente no prestar atención a las protestas de Harry, siempre el héroe, y haber llamado al medimago.
—Draco, no lo hagas —espetó Hermione, alzando la voz incluso en el silencio reinante de la habitación. Draco elevó su mirada a la de ella—. Incluso yo puedo decir que te estás culpando. No lo hagas. No sabemos qué ha pasado. No te apresures y, más que nada, no te autoflageles mentalmente.
Draco no contestó, volviendo a bajar la mirada. Su mente se aislaba constantemente, ajeno incluso a las manos de Narcissa y Molly sobre él para darle apoyo. A su alrededor el silencio era penumbroso, todos atentos y a la espera. Esperar, la mayor tortura que Draco había sufrido. Se cruciaría mil veces si eso significaba ayudar a pasar el tiempo.
Con cada movimiento de la manecilla del reloj, Draco sentía el terror ensartar sus garras en su mente. ¿Qué podían estar haciendo que tardara tanto? Solo tenía dolor, no podía ser tan jodidamente grave. O quizás ese fuera el pensamiento optimista al que quería forzarse. Nadie venía a darle noticias, así que era obvio quién estaba equivocado allí.
Draco saltó sobre sus pies en un movimiento veloz apenas dos toques sonaron en la puerta, un aviso antes de que el Dr. Alcázar entrara junto con el megimago de Obstetricia que había seguido el caso de Harry a su lado. Todos guardaron silencio, rezando plegarias mentales para que nada malo hubiese pasado.
—El Señor Potter tuvo contracciones efectivas. Al parecer habían estado empezando desde hace días, pero no llegaban a ser dolorosas porque no eran completas. La bebé está posicionada para el parto, algo que debe de haber pasado en el transcurso de la mañana y estamos a varias semanas antes de lo esperado. Esto desató las contracciones en su totalidad.
—Espere, ¿eso significa que mi nieta va a nacer ya? —preguntó Lucius, tomando el control de la situación al ver a Draco demasiado aterrado para hacerlo. De adolescente, Draco había sido quien dio la cara por ellos. Lucius no podía borrar eso, pero podía asegurarse de no cometer el mismo error.
—El núcleo mágico del Señor Potter no está listo para un parto natural. Si bien estamos en un rango de tiempo seguro del último trimestre y a término en el desarrollo del bebé, todavía faltan algunas semanas según el reloj biológico del núcleo mágico del paciente. Con todas las condiciones listas, su cuerpo no quiere cooperar.
—¿Qué pasa ahora, doctor? —preguntó Molly con voz temblorosa, su esposo abrazándola por la espalda para mantenerla estable.
—El parto no puede llevarse a cabo sin el canal de parto que el núcleo mágico del Señor Potter ha de crear naturalmente cuando llegue el momento, pero no sé si tendremos tanto tiempo. Por ahora, las contracciones y el dolor están controlados y no hay signos de sufrimiento fetal. Pero ya he avisado al personal pertinente para tener un quirófano listo en caso de emergencia. Si una crisis así se repite, tendremos que intervenir de forma quirúrgica y realizar parto por cesárea para preservar la vida de ambos —explicó el medimago obstetra.
—Ahora el Señor Potter se encuentra sedado, será trasladado a la habitación en unos minutos. Lo mejor sería dejarlo solo con el Señor Malfoy, no puede recibir emociones fuertes ni abrumarse de ninguna manera. Espero sepan entender —indicó el Dr. Alcázar, recibiendo una serie se asentimientos más o menos efusivos como respuesta.
Aunque renuentes, poco a poco todos los presentes fueron saliendo de la habitación, no sin antes dedicarle a Draco palabras de apoyo y seguridad, o siquiera una mirada consoladora. Su madre fue la última en irse, dejando un beso en su frente y apretando con cariño sus manos entre las de ella. Draco quedó solo.
La soledad tan añorada durante los años oscuros de su adolescencia, ahora se sentía como un castigo impuesto. Draco no supo exactamente cuánto tiempo estuvo allí, mirando al suelo blanquecino y su mente en blanco. Prefería no pensar a dejarse llevar. Hermione tenía razón respecto a lo degradante de sus pensamientos, y en esos momentos Harry y su hija necesitaban a Draco fuerte. Podría inmolarse después de que el peligro pasara.
Fue golpeado por una brisa de alivio cuando las puertas de la habitación se abrieron y Harry entró en una camilla movida por los sanadores. Elevado por magia, Harry fue depositado en la cama de su cuarto de hospital y los medimagos y sanadores activaron los hechizos y artilugios mágicos pertinentes para su seguimiento.
Cuando volvieron a quedar solos, Draco se incorporó de su asiento al fondo de la habitación y caminó hacia Harry, temeroso de ser rechazado. ¿Lo encontraba Harry tan indigno como se veía él mismo? Al parecer, la respuesta era no, porque su cercanía fue la razón de la sonrisa cansada de Harry mientras extendía una mano hacia él en una petición muda. Draco no dudó en tomarla, sentándose al borde de la cama, el calor de Harry llegando en olas contra su cuerpo. Draco respiró.
—Discúlpame —croó Harry, su voz quebrada y el agotamiento filtrándose sin control. Draco lo miró desconcertado, incapaz de comprender lo que sucedía—. Le resté importancia a lo que sentía y mira lo que ha pasado.
—Harry, no —intervino Draco, inclinándose y sosteniendo su propio peso en su mano apoyada en la almohada, evitando caer encima de Harry—. Debí de ser más insistente respecto a venir a San Mungo o ver a un medimago. Te conozco, Potter, eres la persona más testaruda e inconsciente de la tierra. Tu complejo de héroe te hace olvidarte de ti mismo.
—Pero no era por mí por quien debí de preocuparme —farfulló Harry con tristeza, y Draco casi podía ver lo que pasaba por su mente, la recriminación por incompetencia que brillaba allí, incuso sin usar un Legerements.
—Harry, amado, para ya —exigió Draco, aunque sus palabras fueron apenas un susurro destinado solo a los oídos de Harry—. Nuestra hija está bien, tú estás bien y no es culpa de nadie lo que ha pasado. El plan de nacimiento tendrá que cambiar un poco, ¿y qué? Muchos partos son por cesárea incluso en el Mungo Mágico y tú no tienes problemas ni complejos por tus cicatrices, sin importar cómo las obtuviste.
—Al menos esta vez será un motivo de alegría y me recordará el día más grandioso de nuestras vidas —respondió Harry con el esbozo de una sonrisa tirando de sus labios, sintiendo a Draco repasar con su pulgar la cicatriz que rezaba “No debo decir mentiras” en el dorso de su mano.
Draco rio junto con Harry, bajando su rostro apenas lo suficiente para depositar un suave beso en sus labios y derritiéndose contra su tacto apenas sintió la cálida mano de Harry acunar su mejilla, impidiendo que se separase de él. Sus labios se perfilaron mutuamente con suavidad, no había reclamo ni imposición, solo la sutileza del cuidado que el amor provee.
Harry sintió un punto cálido sobre su mejilla, luego otro y otro más. Tardó unos instantes en comprender que eran lágrimas, pero no sus lágrimas. Con un último beso, Harry le permitió a Draco alejarse apenas lo suficiente para que se pudieran mirar uno al otro, su peso descansando en su antebrazo al lado de la cabeza de Harry, creando su propio espacio incluso dentro de la habitación carente de visitantes.
—Eh, oye, ¿qué sucede? —preguntó Harry en un susurro, intentando mantener su tono neutral y suave. Draco en esos momentos era un hurón asustadizo.
—Tuve miedo, Harry —admitió Draco, incapaz de enfrentar la mirada de Harry por la vergüenza consigo mismo—. Temí que te perdería, y a nuestra hija. Yo… tengo miedo.
—Draco —Harry guió con delicadeza el rostro de Draco un poco hacia arriba, atrayendo su atención hasta que obtuvo su deseo: verde y gris se encontraron—. Estamos aquí, todo está bien y no nos vas a perder. Hemos sobrevivido tantas cosas, te aseguro que sobreviviremos esta y tendremos a nuestra hija y, considerando todo, es posible que ella crezca siendo la niña más malcriada del Mungo Mágico y Muggle —Ambos dejaron escapar unas risillas, la tristeza todavía allí, pero ahora suave.
—¿Lo prometes, Potter? —El miedo era palpable, aunque Draco hubiese intentado disimularlo, Harry podría ahogarse en el temor que barría en el gris de sus ojos.
—Tengo que verte usando rojo por el resto de nuestras vidas, Malfoy —repuso Harry, sonriendo triunfal al ver los resquicios de temor desaparecer ante la imagen de una vida juntos—. Lo prometo, Malfoy.
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Opción 1: Las primeras contracciones.
Bueno, bueno, la cosa se acaba de complicar. A todas estas, ¿les gustaron los anillos?
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