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Capítulo 15 "Colchón de flores"


El olor dulzón de las flores tenía saturado sus sensibles sentidos. Llevaban toda la mañana sentados en aquella sala de estar de la Mansión Malfoy, rodeado de decenas de ejemplares de flores para el colchón de flores que usaría su hija en los jardines de la Mansión Malfoy y de Grimmauld Place, con el vendedor encargado pululando alrededor de ellos para darles ideas que Harry rechazaba tajante.

—¿Qué le parecen estas rosas azules? Son hermosas y suaves —propuso el vendedor, a quien la frustración con Harry empezaba a notársele.

—Yo… no me gustan —negó Harry, acomodando sus espejuelos para presionar sus párpados con cansancio.

Ante la mirada irritada del vendedor, Draco cruzó su brazo por los hombros de Harry y su expresión amenazadora dejó en claro cuánto peligraba su negocio con los Malfoy en ese instante. Ser el proveedor de Draco Malfoy y Harry Potter podía ser una gran estrategia de publicidad, incluso si solo fuera por el morbo o la duda, pero perder ese negocio también podía llevarlo a la bancarrota de forma veloz. Debía de andar con cuidado.

—Señor Potter, con todo respeto —inició el vendedor, manteniendo un tono afable que a Draco le sonaba forzado, pero que aceptó de todas formas—, si usted no sabe lo que está buscando, quizás fuera mejor dejar la decisión en manos de su pareja.

—La decisión es de Harry, Señor Thomson, y espero no escuchar nada más al respecto —intervino Draco, dejando que su irritación bañara sus palabras para esclarecer la firmeza de su posición.

—Claro, claro, yo solo sugería. Tómense su tiempo —excusó el vendedor, alejándose de la pareja para reacomodar los ejemplares de flores y deshacerse de aquellos que habían sido fervientemente rechazados.

—Estoy haciendo de esto una tortura —farfulló Harry, recostándose contra Draco y soltando un suspiro frustrado.

—Entiendo que quieras que sea perfecto, no pasa nada. Aun queda tiempo para elegir —dijo Draco, besando la cicatriz de Harry con suavidad para consolar su estado aprensivo—. ¿Por qué no damos una vuelta?

—¿Una vuelta? —preguntó Harry, confundido ante la proposición.

—Una vuelta, por el Callejón Diagon si quieres —afirmó Draco con una sonrisa suave, disfrutando de ver la tensión desaparecer de los hombros de Harry—. Hay decenas de tiendas allí, podemos pasearnos por ellas y, tal vez, te inspiras con eso.

—Suena divertido —accedió Harry con una sonrisa contagiosa, inclinándose hacia Draco para depositar un suave beso en sus labios, apenas un toque gentil.

—Solo promete que si te inspiras, le comprarás al pobre Señor Thomson —comentó Draco, poniéndose de pie y ayudando a Harry a pararse—. Parece a punto de un derrame ante la idea de perder nuestro favor —Harry rio quedamente, dejando que Draco apareciera sus abrigos mientras él se giraba hacia el vendedor.

—Señor Thomson, apreció su paciencia el día de hoy. Draco y yo iremos a dar una vuelta para que yo pueda despejar y hacer una elección correcta. Prometo que le haremos saber nuestra decisión para que elabore lo que verdaderamente deseamos. Hasta entonces, puede retirarse.

Sin esperar más y conteniendo la risa que burbujeaba en su pecho ante la expresión horrorizada del Señor Thomson, Harry salió de la habitación seguido por Draco, carcajeándose cuando estuvieron solos finalmente. Aun entre risas, Draco le colocó el abrigo a Harry y entrelazó sus dedos para llevarlo a la chimenea, tomando un puñados de polvos flú.

—Dilo tú, no quiero arriesgarme a terminar en el Callejón Knockturn de nuevo —comentó Harry, entrando en la chimenea con Draco, que lo miró incrédulo.

—¿Cómo conoces tú el Callejón Knockturn?

—Fue un accidente de vocabulario cuando viajé con polvos flú por primera vez, terminé allí y, bueno… —Su voz desapareció conforme hablaba y un sonrojo avergonzado cubrió sus mejillas. Draco recordó aquella tarde hacía tantos años, sonriendo travieso y sabedor.

—Así que no fueron locuras mías —murmuró, su rostro la viva expresión del ego. Harry lo golpeó en el brazo sin fuerza y Draco se rio, sacudiendo la cabeza ligeramente—. Callejón Diagon.

El verde los cubrió en forma de cenizas y ambos aparecieron a través de la chimenea callejera en una esquina al lado de la nueva tienda de varitas. Por un instante Harry se quedó perdido, mirando el cartel en la puerta y rememorando su primer día allí, la emoción de encontrar su varita, la advertencia de Olivander respecto a la cicatriz en su frente. Draco acarició con su pulgar el borde de su mano entrelazada a la suya y Harry se relajó en el contacto.

—¿Listo? —preguntó Draco, consciente de las miradas que ya estaban atrayendo. Ninguno había aparecido en público verdaderamente desde la noticia de su embarazo que encuadernó la portada del Profeta.

—Listo —afirmó Harry sin vacilación, dando el primer paso hacia adelante.

Con todos los ojos encima de ellos, la pareja deambuló por el Callejón Diagon, disfrutando de la frescura fría de la estación otoñal y encantándose con las exposiciones de los negocios en las vitrinas. Compraron helado, porque Harry así lo quiso, y entraron a varias tiendas solo para mirar sus ofertas. Harry se quedó plantado delante de la tienda de animales, donde una docena de lechuzas ululaban desde sus jaulas, a la espera de ser compradas.

—Era una buena lechuza —le comentó a Draco; sintiendo, más que viendo, como él asentía en concordancia.

—¿Quieres una? —preguntó Draco, señalando hacia la tienda con la cabeza, pero su mirada fija en Harry.

—Tenemos tu halcón para comunicarnos —repuso Harry, reacio a desperdicios de dinero. Draco casi sonrió burlesco, considerando las fortunas que ambos poseían, pero contuvo su expresión a último momento en consideración por el delicado estado vulnerable de Harry.

—Me refería a una para ti —reformuló Draco, girando todo su cuerpo para quedar frente a Harry—. Todo cuanto tengo es tuyo, Potter, sin duda alguna; pero te conozco y sé que te gusta tener tus propias cosas. Lo entiendo. Además, más que un ave mensajera, sería un amigo para ti.

Harry abrió la boca en protesta y la volvió a cerrar. El gesto se repitió dos veces más mientras sopesaba las palabras de Draco. Su mente viajó de regreso a aquel día, al momento justo en que sostuvo la jaula de Hedwing en sus manos y la lechuza ululó para él. La primera carta que envió, el primer ejemplar del Profeta que llegó a él en el Gran Comedor de Howgarts, la escoba que le regaló McGonagall…

Nadie podría reemplazar a Hedwing, pero la idea de tener otra lechuza de repente se sentía tan atractiva. El deseo quemó por debajo de su piel y su resolución se estrelló totalmente.

—Vamos dentro —incitó, rodeando a Draco y tirando de él consigo en dirección a la tienda.

La campanilla anunció la entrada de ambos, quienes se convirtieron en el centro de atención en pocos segundos. Draco, más acostumbrado a atraer miradas, apretó la mano de Harry con cariño. Pese al tiempo que había pasado desde que Harry reingresó a la Comunidad Mágica, las miradas de la gente sobre él no eran algo a lo que se hubiera acostumbrado, más bien aprendió a ignorarlas a favor de su paz mental.

—Señor Potter, Señor Malfoy, bienvenidos a mi humilde tienda. ¿Desean algo especial hoy? —saludó rápidamente el dueño de forma cortés, casi haciendo reverencia ante la entrada de las dos figuras que habían protagonizado los titulares durante los últimos meses.

—Por el momento solo miramos, si nos decidimos por algo le haremos saber —respondió Harry, sabiendo que después de la guerra Draco evitaba hablar con otros lo más posible.

A paso lento, los dos deambularon por la tienda, observando los distintos ejemplares que habían quedado después de la compra masiva que ocurría ante cada curso escolar. Harry no estaba seguro de qué buscaba con exactitud, como pasaba con las flores para el colchón de su hija, simplemente esperaba ese algo que con solo mirarlo él supiera.

Draco, siempre a su lado, no sugirió nada ni lo apuró en su búsqueda, complacido solo con sostener su mano en silencio mientras Harry observaba. Algunas aves se mantuvieron silenciosas y quietas con su cercanía, otras aletearon en sus jaulas, Harry tenía una opinión neutral de todas. Creyó haber estado allí durante una hora antes de darse por vencido con un suspiro cansado, su mano apoyándose en donde su hija pateaba con fuerza.

—Mejor regresemos a casa, yo… parece que hoy no es el día en que debo de tomar decisiones —farfulló, frustrado consigo mismo.

—Si estás seguro —dijo Draco con suavidad, notando la inestabilidad emocional de Harry en esos momentos.

La campanilla de la tienda sonó, una figura familiar adentrándose con una jaula en su mano, dentro de la cual yacía tranquilamente una lechuza de pumas negras y gris oscuras predominantes en las partes superiores, con un fino moteado blanco y un disco facial gris más claro en forma de corazón, enmarcado por una ancha lista negruzca con un borde blanquecino y difuso en su interior. Sus ojos oscuros parecían mirarlo todo y, cuando Harry encontró su mirada, su corazón se desató latiendo veloz contra su caja torácica.

—Buenas tardes, vengo a devolver esta lechuza. Mi primo dice que no le obedece y no pagamos para que eso sucediera —dijo Zabini, reclinándose sobre el mostrador apenas un poco y todavía ajeno a las dos miradas enfocadas en él.

—Disculpe, Señor Zabini, no sé qué pudo haber pasado. Nuestras lechuzas son entrenadas rigurosamente antes de ponerse a la venta —se disculpó el vendedor, apenado ante la situación y temeroso de perder clientela.

—Yo estaba en contra de comprar una lechuza tenebrosa precisamente por esto. Espero que sepa compensarme con su mejor ejemplar en estos momentos —Aunque su lenguaje corporal era relajado, había un arrastre amenazante en su voz que el vendedor y la privada audiencia no pasó por alto.

—Por supuesto, Señor Zabini, déjeme y tomo la lechuza. Le traeré otra en perfecto estado de entrenamiento de inmediato —aseguró el vendedor, saliendo de detrás del mostrador para tomar la jaula con la lechuza tenebrosa. En el momento en que Draco sintió a Harry apretar su mano, la decisión estuvo tomada.

—Nosotros nos la quedamos.

La tienda quedó en silencio, el vendedor mirando entre aterrado y confundido a Draco, mientras Zabini finalmente notaba la atención familiar que había atraído. Las demás personas habían pasado a ser meros espectadores en el escenario de alguien más, y Draco así lo prefería.

—Señor Malfoy, la lechuza está siendo devuelta por mal comportamiento. No estoy seguro de que sea la mejor decisión para…

—No nos importa, nos la quedamos. Espero que eso no sea un problema para usted —interrumpió Draco, dejando en claro su determinación final. Donde Zabini había sido brusco, Draco era fluido y elegante. Su amenaza era más sutil, pero indiscutiblemente más letal.

—Entiendo, en ese caso…

El pobre vendedor, que parecía a punto de colapsar por estrés, le entregó a Draco la jaula con la lechuza, pero él solo se apartó para permitir que Harry fuera quien la tomara. La alegría que deslumbraba en el rostro de Harry cuando la cabeza de la lechuza giró en su dirección y ella ululó podía fácilmente encandilar el Callejón Diagon entero, o quizás fuera el amor que Draco sentía por él lo que lo llevaba a pensarlo.

—Disculpe, Señor Zabini, iré a buscar un ejemplar para usted —se excusó el vendedor, corriendo hacia la trastienda mientras los demás espectadores volvían a prestar atención a sus propios asuntos.

—¿Recogiendo dañados ahora, Malfoy? —preguntó Zabini con amargura, acercándose a la pareja. Por instinto, Draco dio un paso a frente, interponiéndose ligeramente entre Zabini y Harry.

—¿Inconforme con todo como siempre, Zabini? —repuso Draco con fingida tranquilidad, hasta el más pequeño detalle de su expresión férreamente controlado.

—Solo porque no me gustan las cosas que están por debajo de mi posición, no significa que no pueda estar satisfecho —rebatió Zabini, un pique defensivo en sus palabras que la amistad antigua entre Draco le permitió captar.

—Cuando tu posición está en el subsuelo, es difícil encontrar algo más bajo —comentó Draco, impasible, apreciando el golpe en el ego de Zabini que sus palabras causaron.

—Creo que sería mejor irnos, no queremos tomar más tiempo de la tarde de Zabini, que obviamente está ocupado —intervino Harry, queriendo evitar un enfrentamiento entre antiguos miembros de Slytherin que fueron acusados de mortífagos. No necesitaban esa atención encima.

—Hazle caso a tu noviecito, Malfoy, no sea que te dejen sin derecho a cama —provocó Zabini con diversión, buscando una reacción de Draco, fuera cual fuera.

Harry se aferró al antebrazo de Draco, junto encima de la Marca Tenebrosa, sus uñas creando marcas de medialunas encima de la tinta negra aun con la ropa de por medio. Draco se ancló a esa sensación, al calor de Harry a su lado, a la vida feliz que tenían después de tantos dolores. Draco dio un paso al frente.

—Lo dice el que no tuvo coraje para escoger ningún bando, ni defender a su familia, ni luchar a favor o en contra de sus amigos. Sin ideales, sin principios, repitiendo como cotorra lo que otros decían, huyendo como rata. Harry fue capaz de enfrentar y sobrevivir lo que tú no podrías ni en tus peores pesadillas. Siempre refugiándote a mis espaldas, haciéndote el inocente porque eras incapaz de tomar una decisión por tu cuenta. ¿Y para qué? Para que fueran aquellos que sí lucharon los que te salvaran de la cárcel y poder ir a tomar el té con Pansi los domingos, fingiendo que nada pasó. Tú puedes olvidar si quieres, Blaise, yo no lo haré. Y si quieres que el resto también olvide, mantente alejado de mi familia.

Una pila de monedas cayeron sobre el mostrador, el pago con intereses por la lechuza de Harry, y luego Draco ya se había ido, su mano entrelazada con la Harry y ambos cargando al nuevo miembro de la familia. Sintiendo la aprensión en Draco, Harry sugirió regresar a la Mansión Malfoy ya, aludiendo estar cansado. Sabía que Draco insistiría en quedarse si eso hacía feliz a Harry, pero podía ver como él necesitaba refrescar sus pensamientos.

Regresando por aparición, fueron recibidos por Narcissa y Lucius invitándolos a tomar el té con ellos. Intentando contener la ansiedad que caminaba por su cuerpo, cual araña en una pared, Draco se disculpó diciendo que tenía trabajo que terminar y se encerró en su estudio privado dentro de la casa, dejando  Harry para excusarlo con explicaciones sin sentido y huyendo a su habitación.

Sabiendo que a veces la soledad ayudaba a ordenar las ideas, Harry no buscó a Draco, otorgándole su espacio necesitado. En cambio, y para no aburrirse, Harry escribió una carta para Hagrid contándole que había comprado una nueva ave mensajera, que era una lechuza tenebrosa y esperaba que Hagrid le diera buenos premios por su viaje cuando llegara.

Le comentó sobre los avances de su embarazo y cuánto deseaba verlo pronto. Le advirtió que no trajera una mascota extraña para su hija la fiesta de nacimiento de su hija, no quería que Draco tuviera un ictus a tan temprana edad, y se disculpó por no haber mantenido mayor contacto considerando todo lo que había pasado. Pidiéndole que no redactara su respuesta apurado, le envió los mejores deseos y cerró el sobre.

—Ahora, Nyx, ven conmigo —llamó Harry con cariño, abriendo la jaula para que la lechuza saliera y se posara encima de su escritorio—. Esta carta es para Hagrid, en la cabaña cerca del Bosque Prohibido, dentro de Howgarts. Sé que puedes llevarla, confío en ti. Cuando llegues, él te va a dar muchos premios, te lo prometo.

Sonriendo como si estuviera hablando con un amigo, Harry premió a Nyx con algo que le ayudara a mantener energías en el vuelo y luego le entregó la carta. Con cuidado, Nyx tomó el sobre entre sus garras y giró sobre sí misma, saliendo por la ventana tan pronto Harry la abrió para ella. Ahora solo le quedaba esperar.

—Por lo visto ya le pusiste nombre —comentó Draco desde la puerta, ambas manos metidas en los bolsillos, su expresión arrepentida en absoluto despliegue para Harry.

—Me parecía apropiado, es una hembra, ¿no? —respondió Harry, reclinándose de espaldas sobre el escritorio y cruzando los brazos a la altura del pecho.

—Potter, ¿le pusiste nombre sin saber si era hembra o macho? —reprochó Draco con diversión, caminando hasta quedar frente a Harry, entre sus piernas, siendo rodeado por los brazos del Gryffindor.

—Ya sabes cómo soy yo, todo un impulsivo sin cerebro —bromeó Harry, obteniendo de recompensa una risa suave contra sus labios. Sus miradas en calma se encerraron mutuamente y Draco suspiro con ligereza.

—Supongo que quieres una explicación.

—Solo si quieres dármela —respondió Harry, dispuesto a permitir que Draco se sincerara si eso era lo que realmente necesitaba. No iba a forzarlo a nada.

—Zabini era mi amigo en Slytherin, no un adulador descerebrado, un amigo real —explicó Draco, sacando las manos de sus bolsillos para apoyarlas a cada lado de Harry, sobre la madera—. Cuando Voldemort se apoderó de nuestras vidas y entró a esta casa, yo estaba desesperado. Intentaba proteger a mi familia, sobrevivir yo y... habían tantas cosas que hacer. Lo veía temblar cada que daban una orden; era mi amigo, así que muchas veces tomé su lugar. Mi familia ya estaba hundida, él todavía tenía esperanza, no quería arrastrarlo.

—Pero entonces llegó la batalla de Howgarts —susurró Harry, creyendo entender el rumbo de la historia.

—Todos teníamos miedo. ¡Por Merlín, tú tenías miedo igual! Él no luchó por nadie, ni siquiera por su familia. Y cuando empezaron los juicios, no dudó un instante en culparme de cada cosa que hice por protegerlos, por protegerle. Si no hubiera sido por ti, estaría pudriéndome en Azkaban por el triple de años que me pedían originalmente.

—Eso no pasó —negó Harry rápidamente, la imagen creándose en su mente demasiado realista para su gusto—. Estás aquí, conmigo, y seres como él no merecen nuestro tiempo. Lo que hiciste no fue malo, Draco. Y no te creo un cobarde. Requirió mucho valor negar que era yo quien estaba delante de ti. Te enfrentaste a Dumbledore, lo que ni Voldemort mismo podía hacer. Protegiste a tu familia y a quienes creías tus amigos. Todo eso no lo hace un cobarde, Draco. No dudes ni por un segundo de ti.

—¿Pero si entiendes que hice cosas horribles?

—Eso quedó en el pasado y, honestamente, si yo no hubiera caído en Gryffindor y las personas que me rodeaban no hubieran sido quienes eran, no estoy seguro de cuál hubiera sido mi camino ni mi actuar —Harry acunó el rostro de Draco, jugando con los mechones sueltos en su nuca, ahora más largos.

—En serio tienes complejo de salvador, Potter, incluso conmigo —comentó Draco, una sonrisa genuina y llena de amor colmando sus facciones.

—Más contigo que con nadie, porque a nadie amo como a ti, Malfoy. Así que acostúmbrate.

—Es la amenaza más hermosa que alguien alguna vez ha dicho —susurró Draco sobre los labios de Harry, callando cualquier respuesta con la suavidad de un beso, luego dos, tres, diez, infinitos. Hasta que sus corazones estuvieron repletos.

Esa noche cenaron con tranquilidad en el comedor, la familia reunida, Draco contando con diversión la frustración del Señor Thomson respecto a la indecisión de Harry y Harry sintiéndose abochornado mientras Narcissa reía grácil e, incluso, Lucius mostraba una mirada divertida.

Cuando la cama los recibió más tarde, después de una larga ducha doble debido a actividades no adecuadas para el baño, ambos se fundieron en un abrazo y dejaron que el sueño los arropara. Ya no habían pesadillas ni noches de insomnio.

No fue el amanecer lo que los despertó, sino el repiqueteo constante de algo contra la ventana. Draco, como era costumbre incluso antes del embarazo, fue quien se levantó para abrirla, pues Harry prefería remolonear entre sábanas. Nyx entró volando veloz, soltando una carta con una flor blanca atada al sobre y posándose sobre su palo de soporte, encima de su jaula.

—Al parecer puede volar sin problemas —comentó Draco con un bostezo, llenando el comedero de la jaula con comida para Nyx y viendo como la lechuza enseguida devoraba lo servido.

—No lo dudaba. Zabini es solo un imbécil —acusó Harry, abriendo el sobre y sosteniendo la carta con una mano para leerla, en la otra aguantando la flor—. Hagrid promete no traer un animal salvaje de regalo a la fiesta de nacimiento —informó Harry con una sonrisa.

—Eso es bueno —admitió Draco, dejándose caer en la cama de nuevo, acurrucándose contra Harry, quien leía ávido la respuesta de Hagrid con una sonrisa permanente—. ¿Todo está bien?

—Perfecto —murmuró Harry, aliviado de haber recibido respuesta tan pronto.

—¿Qué hay de la flor? —preguntó Draco, tomándola de la mano de Harry y dándole vuelta entre sus dedos.

—No lo sé, Hagrid no comenta nada en su carta al respecto —respondió Harry, confundido, tocando con delicadeza el borde el pétalo blanquecino—. ¿Qué es?

—Es de la familia de las orquídeas, del género calanthe o calantha. Son mayormente de invierno, pero estamos hablando de Hagrid, es probable que tenga el bosque dividido por secciones térmicas —contestó Draco, pasando su otro brazo por debajo de la cabeza de Harry para que lo usara de almohada.

—Calantha —susurró Harry de forma casi inaudible, observando la delicadeza de la flor que parecía caer del fino tallo y abrirse como una ninfa.

Allí estaba, lo que había estado buscando, lo que ninguna flor el día anterior le había dado y, más aún, lo que en lo más profundo de su interior sabía que era lo correcto. El cambio en él fluyó a través del vínculo, creciendo en Draco, quien sonrió complacido ante la decisión tomada.

—Serán calanthes —dijo él, dejando un beso en la punta de la nariz de Harry con ternura antes de apretarlo más contra sí mismo, emborrachándose en su aroma.

—Serán calanthes —confirmó Harry, asintiendo levemente antes de continuar—. Será Calantha Lunaria Lily Malfoy Potter —Draco miró a Harry, perdiéndose en la belleza del esmeralda embebido en felicidad, y su corazón saltó en su pecho.

—Potter Malfoy —corrigió, fundiéndose con Harry en un beso.

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Opción 2: Eligiendo nombres/Opción 3: La primera compra juntos.

No era capaz de separar ambas tramas, así que las uní en una sola jjj. Espero que les haya gustado.

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