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Capítulo 13 "Nada más que vida"


El té olía delicioso y había relajado mucho a Harry. Hacía bastante que no venía al Mundo Muggle, su embarazo ya no era posible de ocultar y eso había disminuido sus visitas hasta volverlas nulas. Sin embargo, Dudley le había escrito que quería invitarlo a un almuerzo en su casa para hablar sobre cómo iba su embarazo y obsequiarle algo que le había comprado.

Pese a la protesta evidente de su rostro, Draco permitió que Harry fuera, haciendo que este prometiera cuidarse y avisarle a la mínima que algo fuera mal. Incluso había llegado tan lejos como para comprar celulares para ambos y así poder comunicarse sin necesidad de magia. ¡Draco Malfoy con un teléfono muggle! Harry estuvo riendo unos veinte minutos con eso.

—¿Entonces no sabes qué será? —preguntó Dudley, emocionado y curioso a la par sobre la condición de Harry.

—En los hechizos de imagen no se detecta eso y, aunque hay encantamientos para poder saberlo, mi magia está tan inestable que los medimagos me aconsejaron no intentarlo —explicó Harry, negando suavemente con la cabeza y depositando la taza de té a un lado.

—Bueno, hazme saber tan pronto nazca, enviaré globos con carteles acorde al sexo —dijo Dudley, haciendo sonreír a Harry.

Si alguien le hubiese dicho en su infancia que estaría así con su primo, Harry le hubiese maldecido. Pero, de nuevo, hubiese hecho lo mismo con quien le dijera que estaría con Malfoy y tendrían un bebé juntos, y allí estaban.

—Como sea, me alegro en serio por ti. Le comenté tu situación a mamá, pero ella… bueno, ya sabes cómo es —Dudley se removió incómodo, intentando justificar lo que él ya sabía que era injustificable.

—Tranquilo, realmente ya no me afecta —No era mentira, Harry había hecho las paces con esa realidad hacía mucho. Que Dudley se hubiera redimido no era más que una fortuita sorpresa—. Ya se va haciendo tarde, debería ir regresando.

—Pensé que tu marido vendría hoy contigo —comentó Dudley, confuso de por qué el sobreprotector rubio que había venido la primera vez que Harry y él se reencontraron no lo acompañaba hoy para lanzarle cientos de amenazas con solo una mirada.

—Está trabajando. Por más que él hubiese querido no tener que ir, no podía pasarse el resto del embarazo en casa conmigo. Tiene un horario flexible, pero si ya no iba a estar solo hoy, preferí que él aprovechara y adelantara parte de sus investigaciones.

—Te soy sincero, él me da miedo —confesó Dudley, haciendo reír a Harry—, pero me gusta para ti. Parecía dispuesto a matar por protegerte.

—Es probable que así sea —comentó Harry, sin darle mayor importancia.

—Bueno, antes de que te vayas, esto es lo que quería darte —Dudley le alcanzó a Harry una pequeña cajita de madera con un tallado de un lirio encima—. La caja la mandé a hacer yo, el contenido pues…

Dudley no terminó la frase, pero Harry no le prestó atención, sus dedos repasando con cuidado el tallado en la madera. Conteniendo sus temblores, Harry abrió la caja, descubriendo que era un pequeño joyero y que adentro contenía un relicario de oro, con un camafeo incrustado de una gema de obsidiana ovalada con un grabado dorado de flores de Liz, lirios, margaritas y jazmines con un detalle delicado de líneas. Harry miró confundido hacia Dudley, en la misma medida que impresionado.

—Mamá me contó que era de la abuela, se suponía que lo tendría tu madre, pero mamá se enfureció por eso y la tía Lily se lo regaló para apaciguarla. No sé si fuera porque se arrepentía o quizás fuera culpa, el caso es que cuando le conté de tu embarazo, ella me lo entregó, diciendo que estaría mejor en tu lado de la familia. No quería que lo recibieras de esa forma, por eso pensé en hacer el joyero de madera. Puedes conservarlo o dárselo a tu bebé cuando tenga edad. Como quieras.

Harry soltó un suspiro tembloroso, apretando el joyero de madera como si fuera el objeto más valioso del mundo. En su mente lo era, contenía un regalo inigualable. Tragando el nudo doloroso que crecía en su garganta y negándose a llorar, Harry cerró la cajita y se incorporó. Dudley imitó su actuar, congelándose al sentir los brazos de Harry envolverlo en un abrazo.

—Muchas gracias, Dudley.

Su primo no contestó, pero nunca había sido alguien de muchas palabras. Si Harry alguna vez hubiera dudado de su decisión de volver a contactarlo, esos pensamientos se habían disipado con este gesto. Guardando el regalo en un bolsillo de su abrigo, Harry se despidió de Dudley con la promesa de verse de nuevo, probablemente ya con el bebé en brazos, y se subió a su auto. En su condición, el transporte público no era una opción, así que Draco había comprado un auto muggle. Una locura.

Antes de arrancar el auto Harry llamó a Draco y activó el altavoz, solo entonces encendiendo el motor e incorporándose a la carretera. Conduciría hasta su casa muggle y allí Draco aparecería para llevarlo a la Mansión Malfoy, donde Harry estaría en compañía de Narcissa hasta que Draco saliera del trabajo. La Señora Weasley y George no eran una opción desde que su familia estaba en crisis por las malas acciones de Ginny.

—Harry, ya estaba preocupándome —comentó Draco apenas contestó, sintiendo la sonrisa en la voz de Harry al escucharlo hablar.

—Fue una visita muy emotiva, pero ya te contaré cuando nos veamos. Estoy de camino a la casa.

—¿Te sientes bien? ¿Nada de malestares, sofocos o dolor? —preguntó Draco, apartándose de su escritorio cubierto de informes sobre su investigación.

—El bebé pateó un par de veces contra mis costillas, pero nada más —respondió Harry, acostumbrado al interrogatorio de Draco cada vez que estaban separados—. Relájate, Malfoy. No soy tan fácil de tirar.

—Perdona si dudo eso, Potter, considerando el sube y baja que este embarazo ha sido —rebatió Draco, pero igual sonrió contra el teléfono e ignoró las miradas extrañas de sus compañeros de trabajo al verlo con el objeto muggle de función desconocida.

—Sigue provocando, Malfoy, y te prometo que cederé a mis anteriores antojos tan pronto como llegue la hora de la cena —Harry casi podía sentir la forma en que la expresión de Draco mutó a una mueca de asco. Él se rio imaginándolo.

—Has eso, Potter, y te estarás masturbando por una semana sin lograr que yo te toque —amenazó Draco, ampliando la sonrisa divertida de Harry.

—No digas tonterías, sabes que no puedes resistirte a oírme gemir tu nombre cuando meto mis dedos profundamente en mi c…

—¡Suficiente, Harry! —interrumpió Draco en un tono alzado que no alcanzaba a ser un grito, pero Harry discernió la espesa oscuridad excitada de su voz—. Ya cerraremos cuentas cuando estemos solos.

—Espero eso sea una promesa —provocó Harry, deteniéndose en el cruce al ver la luz roja del semáforo.

—Te aseguro, Potter, que lo es —susurró Draco roncamente, una advertencia clara de sus bajas intenciones.

—Cuidado, Malfoy. Si le pisas la cola al león, te devora.

La luz cambió a verde y Harry volvió a moverse, esperando la respuesta entusiasta y lujuriosa de Draco a sus provocaciones. De repente, el mundo estuvo de cabeza. Harry creía escuchar los gritos de Draco desde lejos, a través del celular que ahora yacía en el asiento el pasajero. Habían fragmentos del parabrisas quebrado por todas partes y sangre, tanta sangre que Harry se sentía mareado. Aunque eso podía ser debido a que el cielo estaba en el suelo y el asfalto arriba de él. Harry no lo sabía.

La carretera estaba desierta, algo inusual en esa área, y el cinturón de seguridad apretaba su torso. Harry se sentía a punto de vomitar, le dolía todo el cuerpo y la posición le resultaba molesta. Su bebé, su único pensamiento mientras escuchaba los gritos desesperados de Draco como música de fondo, eran sobre su bebé. Todo empezó a oscurecerse por los bordes de su mirada, había brillitos destellantes en el borroso paisaje y unos zapatos frente a él, delante del parabrisas roto. Harry perdió la consciencia.

Había estado atendiendo su investigación de la alquimia durante toda la mañana, el almuerzo se había sentido vacío e insípido por la ausencia de Harry y, aunque Dudley Dursley ya no le preocupaba como antes de que ambos primos restablecieran contacto, Draco no podía estarse tranquilo. Por eso había sido un alivio inigualable cuando la llamada de Harry entró en su celular. Ignorar a sus compañeros, que de por sí le dedicaban malas miradas, era más sencillo con Harry al teléfono.

El miedo se arrastró como un familiar amigo desde lo más profundo, llenado su mente y su cuerpo de oscuridad, cuando escuchó el inconfundible estruendo de un choque. Su cuerpo se movió por inercia, desapareciendo de su laboratorio y apareciendo en la carretera donde yacía el auto de Harry volcado, vidrios y pedazos de metal por todas partes y aquella jodida figura maldita parada delante de él.

Sabía que había estado gritando, pero no se había escuchado a sí mismo, aunque estaba seguro en algún lugar en su mente de que se había callado antes. Delante de él se desarrollaba la escena más tortuosa que Draco podía imaginar, la que cazaba sus sueños en las noches, cuando yacía en la cama al lado de Harry y lo observaba dormir.

De la varita de aquel mago con expresión sádica complacida salía un golpe de hilo verde que se enfrentaba a un vórtice de magia descontrolada. En el fondo de su mente Draco estaba orgulloso de ese bebé no nacido que tenía una magia tan poderosa como para proteger a Harry y a sí mismo de un Avada, pero en esos momentos lo único que imperaba en Draco era una ira ciega que lo hacía ver rojo sangre.

¿Qué importaba que hubiese sido perdonado? ¿Qué importaba que su familia estuviera en constante escrutinio? ¿Qué importaba todo lo que había luchado para dejar atrás la vida que lo llevó a tener la Marca Tenebrosa en su antebrazo?

En esos momentos todo en su ser clamaba dolor y Draco iba a regodearse en su deseo.

Los maleficios salían de su boca como agua fluyendo de un manantial, su enemigo tan sumergido en la lucha contra el campo de protección mágico que no pudo prepararse para el primer golpe de Draco. Ni para todos los que vinieron después. Podía ver la varita rota a un lado del cuerpo que se retorcía sobre el asfalto y la sangre que brotaba de su cuerpo.

Sabía que estaba extendiéndose demasiado, era consciente de que ese mago no soportaría más, que su núcleo mágico había colapsado ante la intensidad iracunda de la magia de Draco, pero no le importaba. El amor de su vida y su bebé yacían en un auto volcado, luchando entre la vida y la muerte, porque este gusano inservible determinó que él tenía que actuar como verdugo.

Lo habían acusado de torturar a decenas de magos y brujas durante la guerra para complacer a Voldemort; no lo había hecho por eso, cuando lo hizo fue para mantener con vida a su familia un día más. Lo habían difamado al atribuirle muertes de personas que él ni siquiera conoció, pero que sí murieron en su casa; no había matado nunca, Dumbledore siempre supo que él no era un asesino. Hasta este día.

La varita salió volando de su mano ante un encantamiento desarmador y sus rodillas fallaron en sostenerlo. Draco cayó sobre el suelo, sin ser capaz de moverse, sus ojos fijos en el cuerpo sin vida de aquel mago que había sufrido una tortura indescriptible hasta el último segundo de su miserable existencia. Detrás de Draco todavía estaba el auto con Harry, pero si él había muerto, si su bebé había muerto… Draco no estaba preparado para saberlo.

Unas manos delicadas sostuvieron su rostro con aprensión, ojos marrones miraban con alerta y miedo directo al vacío de los suyos propios y la expresión de apuro enmarcada por rizos desgreñados de color castaño no lograba llegar hasta Draco.

—¡Malfoy! ¡Malfoy, joder! —seguía gritando aquella mujer, pero él no la veía, no veía nada—. ¡Draco, joder! ¡Harry está vivo!

Harry está vivo.
Harry está vivo.
Harry está vivo.

Parpadeando con parsimonia, Draco repitió esas palabras como un mantra de magia negra en su mente, hasta que finalmente atravesaron la espesa niebla del dolor y lo alcanzaron. Draco salió de su estupor, mirando el rostro consternado de Hermione Granger, pero la confusión no llegaría hasta él en ese instante.

—Harry.

El nombre de su amado salió en un susurro desesperado y Draco se apartó de Hermione, levantándose con un tropiezo torpe y corriendo hacia el auto donde Ron, George y Luna sacaban a un Harry inconsciente con hechizos cuidadosos y lo colocaban sobre la carretera. Draco se arrodilló a su lado, el dolor y el miedo cubriendo cada parte de su cuerpo y emanando en olas que alcanzaban a los demás.

—¿¡Harry!? ¿¡Mi amor!? ¡Potter, joder, sabes que no puedes dejarme o cruciaré tu trasero hasta el más allá si hace falta! —gritó Draco, sosteniendo el rostro de Harry entre sus manos temblorosas e incapaces.

—Necesitamos llevarlo a San Mungo —intervino Luna con un grado de apuro que era inusual en la chica de mente siempre flotante—. Un amigo de Neville trabaja allí, podrá entrarlo sin que nadie diga nada.

—¿Qué importa eso ahora? —acusó Draco, únicamente pensando en el bienestar de Harry y su bebé.

—Acabas de matar a una persona, Malfoy, de forma lenta y dolorosa. A no ser que quieras que Harry crié solo a vuestro hijo, que nadie sepa lo que ha sucedido importa y mucho —intervino Hermione con calma, sorprendiendo a Draco con su determinación—. Llévenlo a San Mungo ustedes. Ron y yo nos quedaremos para limpiar esto y borrar toda evidencia.

En otras circunstancias, Draco hubiera protestado o mostrado curiosidad por la actitud de quienes le habían dado la espalda a Harry en la totalidad de su embarazo. En esas, sin embargo, todo lo que Draco hizo fue seguir las indicaciones de Luna Lovegood y tomar entre todos a Harry, apareciendo en una sala apartada de San Mungo con gritos de alarma en busca de la ayuda adecuada.

Un equipo de medimagos discretos llevaron a Harry lejos de él, y el Dr. Alcázar llegó junto con ellos para dar palabras de aliento a Draco y asegurar que harían todo lo posible por salvar la vida de Harry y su bebé, para luego desaparecer a través de las grandes puertas blancas sin mirar atrás. El ala del hospital fue cerrada hasta nuevo aviso y ningún personal pasaría. Así, a Draco no le quedó más que desplomarse en una silla de espera en el pasillo, temblando sin control y repitiendo en su mente todo lo sucedido.

Había torturado y matado a alguien, y lo peor era que no sentía culpa ninguna, sino un irrefrenable deseo de poder revivirlo al bastardo para hacerlo de nuevo, esta vez más lento y doloroso. Su cuerpo no respondía ante él, la tensión se sentía capaz de fracturar sus huesos y los temblores no cesaban.

En algún punto, se dio cuenta que estaba sollozando y las lágrimas no lo dejaban ver. Tardó más tiempo que ese en comprender que había una mano cálida haciendo movimientos circulares en su espalda para confortarlo, que ahora habían más personas a su alrededor, y que su madre le hablaba arrodillada frente a él mientras acunaba su rostro con cariño.

Había susurros a su alrededor, un apellido familiar corriendo de boca en boca. Creevy. ¿Conocía Draco a alguien con ese apellido en Howgarts? Sí, pero su mente hizo la conexión con la lista de fallecidos en guerra. Colin Creevy había muerto en la batalla de Howgarts. ¿Un familiar entonces? ¿Un hermano menor? Eso fue lo que lo rompió.

El llanto desconsolado tardó horas en cesar, los movimientos espasmódicos tomaron más tiempo, pero en ningún momento su madre dejó de hablarle cosas dulces entre susurros, ni se detuvo la mano en su espalda. El silencio se impregnó en aquel pasillo de hospital como un manto y solo sus respiraciones interrumpían la calma brumosa del dolor. La noche vistió el cielo. Draco no reaccionó.

—¿Por qué estaban ustedes allí? —Después de horas de mutismo selectivo, la voz de Draco era ronca y quebrada, pero su pregunta resonó como un grito en aquella desierta penumbra.

—Ginny fue sometida a interrogatorio con Veritaserum esta mañana y confesó que había un plan de emergencia en caso de que su intento de homicidio fallara, que sería llevado a cabo por uno de sus secuaces, Dennis Creevy —explicó Hermione, manteniendo a raya el tono irritante que sabía que Malfoy odiaba. No era el momento para eso—. Yo activé en el ministerio un hechizo para rastrear la magia de Harry y cuando el accidente ocurrió, se activó la alarma por la conexión entre vuestros núcleos mágicos.

—Supusimos que llegarías allí antes que nosotros, así que mantuvimos en silencio todo y nos aparecimos tan cerca como pudimos rastrearte —continuó George, haciéndose notar al lado de Draco. Era él quien había estado acariciando su espalda—. Cuando llegamos ya habías matado al mago que atacó a Harry, así que solo nos quedaba hacer contención de daños. Por eso llevamos a Luna, sabíamos que ella era de confianza.

—Entiendo —farfulló Draco sin moverse, solo entonces consciente de que su mano izquierda estaba envuelta en la de su padre, que permanecía sentado a su lado. ¿Había estado allí todo el tiempo?

—Esto es tuyo, la dejaste allá olvidada —comentó Hermione, acercándose y entregándole su varita. Ella era quien le había desarmado. Ya sin temblores, Draco la tomó de su mano.

—¿Cuándo vendrán a buscarme los aurores? —preguntó finalmente, queriendo saber si tendría tiempo de ver a Harry vivo, de decirle cuánto lo amaba y despedirse.

—No lo harán —afirmó Hermione sin vacilación, logrando que Draco mostrara emoción por primera vez en horas. Sus miradas se encontraron, confusión gris enfrentando determinación marrón—. Escondí la evidencia al Ministerio de Magia, nos deshicimos de todo. En lo que al mundo respecta, Harry Potter está en la Mansión Malfoy con ustedes  disfrutando de una cena y preparando su futuro babyshower.

—¿Por qué? —susurró Draco con desconcierto, temeroso de que aquello fuera una trampa.

—Porque estábamos equivocados —intervino Ron, hablando por primera vez desde que Draco lo había visto al lado del cuerpo inconsciente de Harry—. Y Harry merece tener a su lado a alguien que mate y viva solo por él. Tú eres ese alguien, Malfoy, y Harry es mi hermano. Defenderé su felicidad y espero no sea tarde para pedir perdón.

—Qué bonito, los amigos de nuevo unidos —comentó Luna con suave alegría, ganándose la atención de todos en un despliegue de diferentes emociones—. ¿Qué? Estoy segura de que Harry estará bien, Draco, no estoy preocupada.

Draco quiso soltar algún comentario mordaz, pero lo que vivía era surrealista y había una inocente certeza en el azul de la mirada de Luna que él no se vio capaz de romperla. En cambio, se aferró a eso, hizo que su alma de anclara a la mirada de la chica y no la apartó en ningún momento, necesitando de su seguridad para respirar.

Cuando los medimagos salieron para hablar con ellos, Draco enlazó la mano que no era sostenida por su padre con la de Luna, necesitando de su firmeza para respirar. Y a ella fue a la primera que abrazó cuando le dieron la noticia de que Harry y su bebé estaban bien y podía pasar a verlos porque, aun con tanta ayuda, había sido la inusual chica quien alivió la carga en su mente. Así que no fue extraño verlo sonreír, aunque nadie escuchó el motivo.

—Si es niña, ponle mi nombre.

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Opción 2: Accidente durante el embarazo.

Bueno, primero Draco y ahora Harry, ni modo, no los dejan ser felices.

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