
Capítulo 9
Capítulo 9
Fuera llovía a mares. El cielo se iluminaba de vez en cuando y los truenos estallaban con violencia. Apreté con más fuerza a Mimi, mi muñeca sucia y despeinada, contra el pecho. Estaba helada, pero si me quejaba mamá se enfadaría mucho y me gritaría.
Me acurruqué contra un rincón de la vieja y húmeda habitación que compartíamos mamá y yo. Ella roncaba suavemente en la cama llena de muelles, con una botella vacía de lo que fuera que bebiera y la hiciera comportarse así de mal conmigo a sus pies. Quería gritar de miedo. Me asustaban las tormentas. Solo quería que mi mamá me abrazara y me dijera que todo iba salir bien, pero no era como las mamis de los demás niños del cole. No era cariñosa ni me daba besos mágicos cuando me caía ni me decía que me quería. Siempre me gritaba y me echaba en cara que me odiaba..
Miré a Mimi. Su vestido deshilachado y roto era una muestra clara de lo vieja que era, al igual que el ojo medio descosido y la sonrisa perturbadora. Aun así, ella era mi única amiga, la única que me consolaba por las noches cuando lloraba en silencio.
—Vamos a portarnos bien —le susurré mientras le desenredaba el pelo con los dedos—. No queremos que mamá se despierte y se enfade con nosotras.
Pese a lo pequeña que era, sabía muy bien cuáles eran las consecuencias de despertarla en medio de una resaca. No era la primera vez que me ponía la mano encima, ni sería la última.
Balanceé mi pequeño cuerpo hacia delante y hacia atrás, murmurando una nana que había aprendido en el colegio. Un trueno retumbó por las cuatro paredes. Sollocé.
De repente, unos golpes resonaron en la puerta y, por instinto, me hice más pequeña. Ahí estaba ese hombre malo de nuevo.
—¡Abre la puerta, zorrita!
Mamá soltó una maldición. Estrelló la botella contra la pared, muy cerca de donde me encontraba, provocando así que se me escapara un grito.
—¿Quieres cerrar el pico, monstruito? —vociferó con los ojos inyectados en sangre.
—¿Qué quiere ese señor, mamá? —le pregunté con un hilillo de voz.
—Nada que te importe.
Otra vez se escucharon esos golpes, más toscos que antes.
—¡Me debes trescientos dólares! —gritó—. ¡Como no tengas el puto dinero pienso echaros a ti y a esa mocosa!
Se echó el pelo rubio hacia atrás, se acuclilló a mi altura y me zarandeó.
—Deja de llorar. Solo los bebés lloran y ya no eres uno.
—Tengo miedo.
Ya no me importaba que mis mejillas estuvieran llenas de lágrimas ni que hipara. Me llevé las manos a la cara para que no me viera llorar.
Resopló.
—Eres un estorbo. Ojalá no haberte tenido. Me has arruinado la vida.
Ya estaba acostumbrada a que me dijera ese tipo de cosas, pero, aun así, lastimaban como la peor de las heridas.
Cuando la puerta sonó por tercera vez, volvió a zarandearme e instó a levantarme.
—Ven. Vas a salir fuera y estarte quietecita, ¿entiendes?
Aún asustada, me puse en pie y la seguí. Abrió la puerta y, mientras le hacía pasar al hombre, me echó a la calle. A la lluvia. Al frío. A la oscuridad.
—Más te vale no volver por aquí.
El señor me miró con una sonrisa lasciva. Fue lo último que vi antes de que la puerta se cerrara y las sombras lo bañaran todo.
Desperté con un sobresalto en medio de la noche. Fuera llovía y el viento ululaba. Tenía el corazón desbocado. Me toqué el pelo que se me había pegado a la cara por el sudor.
Genial, lo que me faltaba. Hacía más de un mes que no tenía una pesadilla. Más bien un recuerdo en forma de pesadilla.
Miré la hora en el reloj despertador que tenía en la mesita de noche. Las cinco de la madrugada. Bufé.
Como sabía que ya no volvería a quedarme dormida, me levanté, me di una ducha larga sin tener que estar atenta a lo que Mia pudiera tramar. Era una de las pocas veces que podía tomarme un tiempo para mí, y lo necesitaba.
Odiaba que los recuerdos, esos que tanto me había molestado en enterrar en lo más hondo de mi ser, me atacaran cuando menos me lo esperaba. Había tenido una infancia difícil: de entrada, mi madre me había tenido sin desearlo; el idiota que le había prestado el esperma para crearme se había largado al enterarse y la mujer que me había dado la vida (hacía mucho que ya no la llamaba mamá) tampoco es que se acordara de él; la misma se había encargado de recordarme constantemente de que le había arruinado su carrera como actriz...
Me apoyé en la pared, el agua corriendo por mi cuerpo.
Eres fuerte. Eres buena. Eres suficiente, pensé. Quería alejar de mis pensamientos esa horrible opresión que me comprimía la garganta como una mano invisible.
Eres suficiente.
Lo era. Ya lo había demostrado en más de una ocasión.
Con un largo suspiro, cerré el grifo, salí y me envolví en una toalla. Me chorreaba el pelo. Ya vestida y aún con el pelo húmedo, fui a la sala de estar para estudiar. Sí, apenas eran las seis de la mañana, pero ya que no podía dormir mejor hacer algo productivo. ¿No me iba mal en la universidad? Pues mejor aprovechar cada segundo libre que tenía.
A eso de las siete y media empecé a hacer el desayuno y, a la ocho, desayuné. No levanté a Mia hasta las ocho y media, hora en la que Faith justo había tocado el portero para cuidarla mientras entrenaba.
—No me digas, ¿pesadilla? —preguntó mi mejor amiga al ver las ojeras que me rodeaban los ojos.
Faith era la única a la que le había contado lo de mis pesadillas.
—Ajá.
Pero no pudo añadir nada, pues una media adormilada Mia salió de su habitación.
—¡Faith!
—¡Enana! —exclamó ella con el mismo entusiasmo tomándola en brazos y llenándole la cara de besos—. Espero que estés lista para pasártelo pipa, porque he preparado unos juegos para pasar el rato que son tronchantes.
Verlas a las dos juntas, tan unidas, me derritió el corazón. Había tenido una gran suerte de contar con el apoyo de esa morena.
Por primera vez en el rato que llevaba en casa, reparé en la mochila que cargaba a sus espaldas. Mia hizo lo mismo y, en ese preciso instante, sus ojos relucieron con fuerza.
—¿Qué llevas ahí? ¡Quiero verlo!
Le di golpecitos cariñosos en la nariz.
—No, no, no —canturreé—. Primero, señorita, tienes que desayunar. Cuando acabes, Faith te enseñará todo lo que ha traído.
—¡Jo! Eso no vale.
Le di un beso en la frente.
—La vida no siempre es justa, pequeña.
Tras estar de nuevo con los pies sobre la tierra, le puse el desayuno. Poco después, me calcé, me coloqué el abrigo y me dispuse a empezar mi jornada laboral. Me despedí de la cría con un gran beso en la mejilla y de mi amiga con un fuerte abrazo.
—Si ocurre cualquier cosa...
—Lo sé, te llamaré. Mia está en buenas manos.
De eso no me cabía duda. Era la mejor niñera que había podido encontrar.
El primer partido de la liga mixta fue, para mi sorpresa, mucho mejor de lo que esperaba. Si bien aún no éramos una máquina bien engrasada, conseguimos defendernos y pasar a la segunda ronda. La pequeña tregua que Carter y yo habíamos hecho hacía tan solo un par de días atrás había sido una de las razones de la victoria, junto al desempeño individual de cada jugador. Entre Ashley y Logan, los porteros titulares, habían impedido más de un gol. Carter había marcado un par y yo otro que creía imposible. Los defensas habían protegido la portería con maestría y los centrocampistas habían jugado muy bien su papel.
Estaba muy orgullosa del desempeño, pues esa pequeña victoria era un gran paso para los nuevos e inmejorables Golden Scorpions, y así se los hice ver:
—¡Buen trabajo, equipo! Si seguimos trabajando juntos, podremos ganar la final.
—No solo eso —se me unió Carter, quien se había colocado a mi altura llegados a la separación entre el vestuario de los chicos y las chicas—. Seremos el ejemplo de que un equipo mixto es igual de bueno que uno solo de chicos o chicas. Cada jugador complementa a los demás.
—Somos la maquinaria perfecta, solo hace falta trabajar más. No existe el "yo" en el fútbol, somos un grupo y da igual de quien esté compuesto. Somos grandes, fuertes, y no va a haber nada que nos pare en cuanto pulamos los últimos detalles —concluí.
Cada uno de los componentes nos felicitó por igual a Carter y a mí. Aquello era una fantasía, un sueño hecho realidad: los chicos habían empezado a respetar a las chicas y viceversa.
Tras darme una buena ducha para quitarme el sudor, salí de los vestuarios rodeada de un par de compañeras. De repente, Carter, Logan y Liam, uno de los delanteros de reserva, se nos acercaron.
—Ha sido una pasada de partido —dijo en voz muy alta este último.
Sí que lo había sido. Habíamos tenido más público de lo esperado, la gente nos había aplaudido más de lo normal y me lo había pasado en grande.
—Los hemos machacado —le di la razón.
—No sé por qué me da que un par de los jugadores se han ido a casa llorando —añadió con un brillo malvado Andrea, defensa.
Carter la apuntó con un dedo.
—Me gusta cómo piensas, Cuevas. —Y, acto seguido, se dirigió a mí—. Vamos a celebrar una fiesta en nuestra casa para celebrarlo. Habrá alcohol, aperitivos y buena música. Pasaos.
Me llevé la mano a la boca con un dramatismo exagerado.
—¡Oh, Dios mío! ¿El gran Carter Evans nos está invitando a una fiesta en su casa?
Los tres se desternillaron.
—Sois parte de la victoria. Es lo mínimo que puedo hacer. ¿Qué me dices, Chispas? ¿O acaso eres de esas chicas aburridas a las que no les va hacer locuras?
Oh, ¿me estaba retando?
—¿No será que tus fiestas son aburridas y por eso no va ni un alma? —rebatí.
Juntó las cejas.
—Soy un chico popular. Todos se mueren por venir a mis fiestas.
—Sí, claro.
Se encogió de hombros.
—Lo dicho. Si queréis venir, estáis invitadas.
Las chicas siguieron su camino, lo mismo que ellos, dejándome sola con mis pensamientos. No me malinterpretéis: claro que me gustaría ir, pero cuando en casa me esperaba una niña pequeña, mis noches de fiesta se basaban a ver una película para niños mientras cenábamos una pizza. Por supuesto que me gustaban las fiestas, pero no era el momento.
O eso creía.
—No me jodas, Sidney. Tienes que ir.
Le di un golpe en el brazo al mismo tiempo que le lanzaba una mirada amenazadora. Por suerte, Mia estaba muy centrada en el dibujo que estaba creando con pintura acrílica para niños.
—Cuidado con lo que dices. Mía podría escucharte y repetirlo. Está en esa edad en la que es como un loro.
Una sonrisa sabelotodo se apoderó de sus labios.
—Lo sé, no tienes que decírmelo. —Hizo una breve pausa antes de seguir insistiendo—. Carter te ha invitado. Tienes que ir.
Me crucé de brazos.
—No puedo. Mia necesita que la cuide y...
—Yo me encargo.
—No puedo pedirte semejante favor. Ve tú por mí.
Hizo un gesto con la mano para restarle importancia a la situación.
—Bah, paso. No tengo el cuerpo para mucho baile, pero, por lo que veo, tú si. ¿Por qué no te pones mona, mueves el esqueleto y te diviertes de una vez? Vida solo hay una y la estás malgastando.
Me mordí el labio inferior. Me apetecía tanto, pero, al mismo tiempo, no quería que mi mejor amiga se comiera semejante marrón.
—No es justo para ti.
Se levantó de un salto de la cama de Mia. La pequeña estaba sentada en la mini mesa de lapiceros que tenía en la zona de juegos acondicionada específicamente para ella.
—¿Sabes qué? Que lo decida ese bichejo. —Y, sin más dilación, se acercó a la mesa y se puso a su altura. Yo también hice lo mismo. La cría, al vernos, dejó a un lado las pinturas y nos miró a una y a otra, curiosa—. Mia, bebé, tengo que hacerte una pregunta muy seria. A mamá la han invitado a una fiesta, pero ella no quiere ir. ¿A qué se lo pasará bien?
Los ojitos verdes de mi angelito se posaron en los míos. Su sonrisa desdentada me derritió por dentro.
—¡Sí! Faith y yo podemos hacer una fiesta de pijamas. ¿Podrá pintarme las uñas? ¿Y hacerme trencitas?
Reí. Me encanta el entusiasmo que destilaba.
Ahora fue el turno de esa morenita de hablar.
—¿Ves? Está todo controlado. Mia y yo nos lo pasaremos bien y tú podrás divertirte para variar. Te llamaré si hay una emergencia y me encargaré de que Mia duerma sus horas de rigor, te lo prometo.
—¿Estás segura? —pregunté aún no muy convencida del todo.
Suspiró.
—Que sí, pesada. Vamos a ponerte guapa para que seas el bombón más sexy de la fiesta.
Hacía una buena noche: el cielo estaba estrellado y no se veía ni una sola nube a la vista. Había quedado con Ashley y Georgia de camino, así que para cuando las tres llegamos a la casa de Carter digamos que la fiesta estaba en su punto clímax. Carter, Logan y Liam vivían en una casa independiente preciosa. La fachada, iluminada con cientos de lucecitas, era perfecta, con su acceso para el garaje, grandes ventanales y un diseño exquisito de piedra blanca y marrón. Solo con ver el exterior supe que aquella vivienda le daba mil vueltas al pequeño apartamento que compartía con Mia.
Pese al frío, la gente bailaba en el exterior al son de una música suave proveniente del interior. Todas las luces estaban dadas y el ambiente invitaba a uno a quedarse.
Ashley se frotó las manos.
—Esto pinta bien.
—Pero que muy bien —concordó Georgia.
La puerta estaba entreabierta y, en cuanto nos adentramos en el mar de jóvenes desinhibizados, el calor de dentro sustituyó al frío del exterior. Me quité la chaqueta que llevaba por encima del vestido azul. De todos los que tenía era el que me había parecido más adecuado para la ocasión.
Georgia, ataviada en unos pantalones vaqueros que se le ajustaban al cuerpo, una blusa blanca y unos tacones de aguja, señaló un lugar en concreto.
—¡Tienen barra libre!
No era muy partidaria de beber, pero una parte en mi interior quería aprovechar la oportunidad de relajarse al completo. Quién sabe cuándo podría hacerlo de nuevo.
Tomé la primera copa con mucha alegría, saboreando el contenido. Hacía meses que no bebía y, si bien no era una alcohólica descontrolada, me gustaba tomarlo con moderación. Sin quererlo, un nubarrón de recuerdos luchó por salir a la superficie, pero, por suerte, logré mantenerlos bajo control.
Tan pronto estábamos en la barra como en el centro de la pista de baile. Bailé con mis compañeras, reí y lo di todo. Durante unos instantes, dejé de ser la mujer responsable que me obligaba a ser para convertirme en una estudiante más, sin problemas ajenos salvo estudiar y sacar la carrera. No me tenía que hacer cargo de una niña pequeña ni pagar las facturas ni asegurarme de que no nos faltara de nada.
Solo era Sidney.
En un momento dado, un par de chicos se nos acercaron y me encontré bailando agarrada a uno de ellos. Me lo estaba pasando fenomenal, no quería que la noche se acabara.
Un par de horas después, fui en busca del baño. Como encontré a una pareja en pleno acto en el de la planta de abajo, fui al que había en el primer piso. Tras retocarme el maquillaje y el peinado, salí, pero, en vez de bajar de nuevo a la fiesta, me distraje. Y es que una de las habitaciones tenía la puerta entreabierta y, como la curiosa que era, me adentré en territorio desconocido.
Era un dormitorio grande, el doble que el mío. Las láminas de madera del suelo eras preciosas mientras que las paredes de color gris claro llena de pósteres de futbolistas le daban a la estancia luminosidad. La cama de matrimonio era monstruosa y, aun así, no ocupaba ni un cuarto del espacio. Un escritorio de madera con su silla acolchada quedaba enfrente de la misma y, aun lado, el gran armario empotrado. Pero, lo mejor de todo fue esa pequeña zona relax que tenía en un rincón, muy cerca del espacio que el chico —porque tenía claro que era un hombre el dueño de aquel espacio— usaba para entrenar. Tenía hasta una librería y todo, y butacas, y una mesita.
Ni en mis mejores fantasías lograba tener un cuarto así.
Estaba en ese mismo rincón, sentada en la butaca y ojeando uno de los libros cuando el dueño volvió. Yo estaba tan absorta en la lectura que hasta que no habló no fui consciente de aquella presencia varonil.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Levanté la vista de la hoja y la clavé en él.
Mierda, ¿por qué de entre todas las posibilidades había tenido que dar justo con la menos indicada?
Carter se encontraba de pie, a unos metros de distancia. La camisa lisa de color azul y los vaqueros oscuros le sentaban como un guante. Esos ojos azules refulgían con fuerza y no se apartaban de los míos. Un escalofrío me recorrió desde la punta de los pies hasta la última hebra del cabello. Se veía tan tentador y guapo.
Lástima que no fuera mi tipo.
Ambas sabemos que lo es. ¿Por qué no dejas ya se reprimirte?, habló una vocecita en mi interior.
Maldita sea, puede que sí hubiese tomado más alcohol del que había pensado en un principio.
Me levanté de un salto y lo encaré.
—Si no quieres que ningún intruso entre a curiosear en tu habitación, cierra la puerta la próxima vez. No sabes qué clase de persona podría colarse.
Vale, ¿por qué estaba sonriendo con coquetería? ¿A qué habían venido esas palabras? Cuerpo, contrólate.
No me perdí el escaneo visual que hizo ni la sonrisita que se le dibujó en esa boca tentadora al hacerlo. Dios, solo quería borrársela.
Borrársela con tus labios, querida.
Argh, maldita mente.
—No me gusta que cualquiera entre en mi espacio personal.
Di un paso hacia él. Levanté la barbilla, altiva. No iba a amedrentarme ante él. ¡Ja! Lo tenía claro.
—Suerte que yo no soy una cualquiera.
Bajó durante unos segundos la mirada hacia mi pecho para después subirla poco a poco hasta mi cara, tomándose su tiempo en la boca. Tragué saliva. Como siguiera mirándome así, Sidney borracha iba a hacer una locura y no podía permitírmelo.
Carter se cruzó de brazos.
—¿Ah, no?
Lo imité, incluyendo un alzamiento de ceja.
—¿Me estás retando?
Acortó la ya poca distancia que nos separaba y, con sus dedos juguetones, me dio ligeros golpecitos en la barbilla.
—Sidney, Sidney, Sidney. No sabes a qué juego estás jugando.
Esbocé una sonrisa coqueta.
—¿Ya no soy Chispas? —Hice un puchero.
Algo que no supe descifrar resplandeció en esos zafiros.
—Oh, créeme, para mí siempre serás Chispas. —Y ahora cambió el tono por uno más juguetón—. ¿Admites por fin que te encanta que te llame así?
Saqué pecho.
—Ni en sueños, badboy.
Acercó el rostro hasta dejarlo a tan solo unos centímetros del mío. Estábamos tan cerca que su aliento y el mío se entremezclaban en uno solo. Si su boca se uniera a la mía, no lo detendría. No quería. No podía. Cada poro de mi cuerpo gritaba que lo tocara. Necesitaba el calor de su contacto para sentirme viva.
—No juegues con fuego, porque acabarás quemándote.
—¿Quién no te dice que ya esté ardiendo?
Carter masculló unas palabras en castellano y, antes de que pudiera reaccionar, me pegó a él y unió nuestras bocas. Fue un beso fiero, hambriento, cargado de deseo y lujuria. Sus labios me llevaron al éxtasis con tan solo un roce y, pronto, nuestras lenguas se unían en una danza frenética.
Perdí el poco control del cuerpo. Le rodeé el cuello con las manos, enredé los dedos en ese pelo que secretamente me moría por acariciar y, por un vez en mucho tiempo, me dejé llevar. Dejé que me besara, que lamiera y me mordiera los labios. Se me escapó un gemido cuando, agarrándome del culo, me impulsó y me guió hacia su cama.
Caí de espaldas, sin separar la boca de la suya, rodeándole con las piernas y apretándole contra mí. Necesitaba sentirle, quería sentirme amada, deseada. Quería vivir.
Con mano experta, deslizó la cremallera hacia abajo y, en menos de lo que canta un gallo, me quedé vestida únicamente en bragas y sujetador. Menos mal que Faith había insistido en que me pusiera ese conjunto de lencería.
—Solo por si acaso —me había dicho con los ojos brillantes.
Bendita fuera.
Le quité la camisa, impaciente, y pronto los pantalones corrieron la misma suerte. Acaricié con los dedos ese cuerpo esculpido que tenía. Recorrí los pectorales duros, los abdominales e, incluso, pillándole de imprevisto, me coloqué encima de él y lamí cada trozo de piel. Lo escuché maldecir y soltar un «Chispas» por lo bajo. Sonreí victoriosa. Solo yo podía provocarle semejante reacción.
Y vaya qué reacción. Me sentó sobre tu tremenda erección. Estaba duro como una roca, igual de deseoso que yo. Quería tantas cosas de él que no sabía por dónde empezar.
Carter me colocó las palmas de las manos en el trasero. Volví a su boca, creando al mismo tiempo fricción entre nuestros sexos. Uf, estaba tan caliente y húmeda...
—Seguro que si te toco, estarás muy resbaladiza —dijo con la voz ronca.
Lo miré con una falsa inocencia.
—¿Qué se le va a hacer cuando tengo delante de mí a un dios del sexo?
Porque había oído todos los rumores que había sobre él: que si era increíble en la cama, que si hacía un sexo oral estratosférico, que si sus dedos eran maravillosos... Hmmmm, me pregunté si podría llevarme al mismísimo orgasmo con la lengua.
—Dios, eres ferviente.
Me devoró, me hizo gemir y, por si no fuera suficiente tortura, me acarició y pellizcó los pechos con tanta rudeza que grité, grité de placer. Estaba tan cachonda que solo quería...
Sin ningún pudor, metí una mano dentro de la tela de los calzoncillos y lo acaricié. Estaba hinchado, ansioso por mí. Y yo estaba ansiosa por él. No me dejó hacerle una mamada, aunque no la necesitaba. Cuando se deshizo de esa prenda —porque no sé en qué momento me había quitado las bragas y el sujetador—, comprobé lo grande y grueso que era, con un par de venitas palpitantes muy cerca del glande.
Delicioso.
Me dio un ligero beso en los labios.
—Hoy solo quiero sentirte, estar dentro de ti —me explicó al ver lo decepcionada que estaba de no probarlo. Aunque él sí que aprovechó un segundo de distracción para meterme un dedo dentro en mi hendidura—. Hmmm, húmeda y chorreante, como me gustan.
Se me escapó un jadeo de placer al sentirlo en mi interior e, instintivamente, meneé las caderas en torno a su magnífico dedo.
—Sabes que no es justo que puedas tocarme y probarme, pero yo no pueda hacer lo mismo por ti.
No sé qué hizo con el dedo que me dejó respirando entrecortadamente, solo quería que volviera a repetirlo.
—Ya habrá más ocasiones.
Puse los ojos en blanco.
—Sí, claro, como que dejaré que vuelvas a tocarme.
Frotó con el pulsar el clítoris hinchado. Mierda, era delicioso.
—Ahora me dirás que no estás disfrutando, Chispas.
Gemí. Jadeé. Y volví a repetir el proceso.
—Dios, como sigas haciendo eso voy a...
Algo maligno refulgió en sus pupilas. Aceleró el ritmo del pulgar. Joder.
—¿Vas a qué?
Me mordí el labio, en un intento de frenar todo lo que me estaba haciendo sentir con solo sus dedos. Pero no pude detenerlo. Con una fuerza brutal, grité su nombre mientras mi cuerpo se convulsionaba alrededor de esos dedo maravillosos. Me aferré a sus brazos musculosos para no caerme.
Lo mejor de todo fue ver cómo se llevaba uno de ellos a la boca y lo saboreaba.
—Tan sabrosa como me esperaba.
Cuando me hube recuperado, le agarré la polla con una mano y volví a masturbársela: desde arriba hasta abajo, a un ritmo lento. Carter emitió un gruñido tosco poco después, para apartarme la mano pasados unos segundos.
—No es que no me guste, quiero follarte bien duro.
—Pues hazlo —supliqué.
Volvió a cambiar las tornas. Aprovechó ese movimiento para sacar un condón del cajón de la mesita de noche y colocárselo. Acto seguido, se situó entre mis piernas de nuevo y se introdujo despacio.
—Joder —musité al abarcarlo entero—. Tienes una polla mágica.
Carter enredó un mechón de pelo en sus dedos y tiró de él.
—Es bueno saberlo, Chispas.
Empezó a moverse, primero en un suave bamboleo, pero, pronto, sus movimientos fueron rudos, fuertes. Mientras jadeaba y gemía sin poder evitarlo, él seguía dándome placer con ese pedazo de miembro que tenía. Benditos fueran los dioses por habérselo otorgado.
Mucho antes de lo que esperaba, alcancé mi segundo orgasmo de la noche, derrumbándome y haciéndome añicos en el interior. Un par de embestidas más adelante, Carter se me unió a mí.
Cayó a mi lado, resollante. Aunque viendo que su miembro seguía igual de erecto jamás pensaría que acababa de darme el mejor polvo de mi vida.
Me mordisqueó él hombro y yo giré la cabeza para verlo.
—Vaya, quién diría que la dulce Sidney ocultara a una fiera del sexo en su interior.
Le di un golpe en el pecho desnudo.
—Eso te pasa por juzgar antes de conocer.
—Me lo tengo ganado. —Se colocó una mano sobre el rostro—. Joder, te volvería a follar ahora mismo.
Con una sonrisa llena de lujuria, escalé sobre su cuerpo y rocé con mi sexo el suyo.
—Hazlo. Tenemos toda la noche por delante.
Y allí, en esas cuatro paredes, Carter me dio el mejor sexo de mi vida y, sin quererlo, me hizo volver a sentirme viva.
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Nota de autora:
¡Feliz martes, Moni Lovers!
¿Cómo estáis? ¿Qué os ha parecido esta mini maratón? Ayer no actualicé porque fue mi cumpleaños y entre unas cosas y otras se me fue el santo al cielo. Pero, bueno, aquí tenéis doble capítulo.
¿Soy yo o Sidney y Carter han incendiado Wattpad? Si es que había tanta atracción que era fácil que pronto les estallara en la cara. Repasemos:
1. La pesadilla.
2. Conocemos el pasado de Sidney.
3. Lo que le afecta su pasado.
4. Sidney en modo mamá.
5. El partido.
6. Poco a poco ambos co-capitanes se van compenetrando.
7. La fiesta.
8. El beso y lo que acaba provocando.
9. ¡Sidney se siente más viva que nunca!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes con más y mejor! Os quiero. Un besazo enorme.
Mis redes:
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