Capítulo 8
Capítulo 8
—No me ha gustado nada el rendimiento que has tenido en el último partido —me echó en cara mi padre por teléfono, porque, claro, él nunca tenía tiempo para venir a visitarme.
—Pero hemos ganado igualmente —musité en apenas un susurro desganado.
—Me da igual. Ha sido de chiripa. Como sigas haciendo el vago, ningún equipo va quererte.
Como si me importara. Cada vez tenía más claro que no quería dedicarme al fútbol profesional. No porque no se me diera bien ni porque no disfrutara de cada entrenamiento; lo que odiaba era esa constante presión que el gran Jacob Evans ponía sobre mis hombros. «O eres el mejor o no eres nadie», siempre me decía desde que era un crío.
Ya no quería seguir sus pasos. Estaba hasta los huevos de seguir siendo su sombra.
—Lo sé, lo sé. Me lo has repetido como unas treinta veces en lo que llevamos de llamada —rebatí.
Miré el techo blanco de mi habitación. Odiaba que mi padre fuese tan capullo conmigo, porque nunca me había dado un par de palmaditas en el hombro al perder un partido ni me había llevado a por un batido en compensación por haber perdido. Él no aceptaba perdedores.
Desde el otro lado de la línea, escuché cómo soltó una maldición por lo bajo.
—Explícame lo del equipo de fútbol mixto. ¿Desde cuándo los chicos tienen que caer tan bajo y jugar con las chicas?
Oh, así que la verdadera razón de que me hubiera llamado era ni más ni menos que el equipo mixto. Me preguntaba cómo se habría enterado si yo no le había contado nada y hacía años que mamá y él no intercambiaban ni una triste palabra. Seguro que había sido uno de sus tantos colegas.
Miré por la ventana aún con el auricular en la oreja.
—Los entrenadores creen que va a ser enriquecedor para ambos equipos. Es una nueva modalidad. El equipo femenino es muy bueno.
—No tanto como el masculino. Los hombres siempre son mejores que las mujeres. Es un hecho.
Chasqueé la lengua.
—De igual forma, no está en mis manos.
—Dime que al menos te han elegido como el capitán.
Torcí el morro. No iba a sentarle bien que compartiera el liderazgo con una mujer (en vista a lo que opinaba sobre ellas), pero, de todos modos, fui sincero con él. Total, tarde o temprano se enteraría.
—Soy co-capitán. Los entrenadores nos han elegido como líderes a ambos capitanes de cada grupo. Me gusta la idea de trabajar en equipo.
Y era cierto, aunque jamás lo expresaría en voz alta.
Pero, claro, mi padre no estaba de acuerdo. Lo escuché gruñir.
—¡¿Estás de broma?! —bramó y, por instinto, bajé el volumen para no quedarme sordo—. ¿Cómo coño se les ocurre hacer algo así? Hoy mismo llamaré a esa universidad de mierda y les diré que...
—No hace falta —lo corté. Debía usar toda la paciencia del mundo para tratar con él, que, irónicamente, parecía el más inmaduro de los dos—. Me siento muy cómodo con los compañeros. Sinceramente, rendimos mucho mejor ahora.
Pero, claro, para Jacob Evans, el jugador más deseado de su época, no era suficiente. Quería que su único hijo destacara más. Si tan solo supiera que con esa actitud solo estaba consiguiendo que odiara cada vez más el fútbol...
—No es suficiente. Seguro que esa chica va a usar tus dotes en el campo para llamar la atención de los seleccionadores. Como sigas haciendo el tonto, nadie va a quererte.
Era frustrante tener a mi propio enemigo dentro de mi familia. Desde que era pequeño me había presionado para destacar en el fútbol, me había obligado a jugar y, ahora que estaba a las puertas de que me seleccionaran (porque había muchos rumores de que varios seleccionadores me tenían en el punto de mira) me ponía aún más presión sobre los hombros.
Jamás le importó lo mucho que me gustaba aprender y enseñar, ni que quisiera participar en los concursos de ciencias. Solo le importaba el maldito fútbol y qué tan bueno era. No había otro tema de conversación en casa y creo que, por eso, en parte, mi madre se separó de él.
—Soy bueno en el campo. Lo sé yo, lo saben los demás y en el otro lado del mundo —objeté con aire soberbio. Debía agrandarme si no quería ser su saco de boxeo.
—No tan bueno. Jamás superarás al maestro.
Puse los ojos en blanco. Ya estábamos de nuevo. Ese tipo de comentarios hacían que cada día disfrutara menos de lo que en teoría más feliz debería hacerme. No quería que nadie me comparase con mi padre, ni siquiera él mismo. ¿Por qué no podía ser simplemente yo, sin ser el hijo de nunca más?
Pero cuando todos admiran a alguien como Jacob Evans es muy difícil destacar. Por mucho que me esforzaba, jamás llegaría a su nivel sin dar, por lo menos, el doble. Puede que por eso me comportara como una capullo con los demás, porque era la única forma que veía para destacar. Hacerme el guay me había hecho popular, sobresalir entre todos mis compañeros. Sí, me había ganado una mala fama de badboy y mujeriego, pero, ¿a quién le importaba? Lo importante es tener claro quiénes somos.
—Siento decir esto, pero tengo cosas que hacer —mentí porque A) me tenía cansado su actitud tóxica para conmigo y B) odiaba que empezara a hablar de sí mismo, porque cuando le daban cuerda no había quién lo callara.
—Está bien. Más te vale no descuidar la media. Un solo error y podrían echarte del equipo.
Arrugué el morro. Sí, claro, como si eso fuera posible con el historial tan impecable que tenía.
—Está bien papá... digo, entrenador.
Tuve entrenamiento esa misma tarde. Como era de esperar, las chicas y los chicos éramos un desastre. No trabajábamos juntos, nos robábamos el balón si podíamos e incluso nos poníamos trabas. No era la primera vez que le quitaba la pelota a Sidney solo por hacerla rabiar y ver esas mejillas a juego con su color de pelo.
—¡Esto es un desastre! —bramó el entrenador King—. Como sigáis comportándoos como niños pequeños, os juro que os hecho a todos del equipo y formo uno nuevo. Sois reemplazables, no lo olvidéis nunca.
Resoplé. Habían parado el juego tras ver la catástrofe de partido que estábamos jugando.
—Trabajo en equipo, ¿sabéis lo que es? —La entrenadora Martin estaba cabreada. Las manos en jarras, la arruga de expresión en el ceño y la mandíbula apretada daban cuenta de ello—. ¿Cómo es posible que por separado ambos grupos seáis buenos pero que al unirse no consigáis entenderos? ¿Acaso las chicas y los chicos no pueden jugar juntos? ¿Ese es el mensaje que queréis darles a las demás generaciones?
Por supuesto que no. Si bien no iba gritándolo a los cuatro vientos, sabía que las mujeres también podían ser buenas en el deporte y que las Golden Scorpion lo eran. Si habían ganado la Liga femenina y todo.
—Queremos que trabajéis juntos, que seáis una máquina bien engrasada. Sé que es difícil, que la situación es artificial ahora que estáis empezando, pero no es imposible. ¡Demostrarnos que merecéis estar donde estáis, joder! —gritó el entrenador.
Vale, estaba más que cabreado si había soltado un taco. Más nos valía ponernos las pilas si no queríamos acabar escaldados.
Me acerqué a Sidney. Estaba junto a un par de compañeras. Por la manera en la que gesticulaba, les estaba diciendo algo importante. Durante unos segundos me perdí en el brillo de uno de sus mechones de pelo rojo fuego, que se había salido de una de las dos trenzas en las que lo llevaba recogido.
Las chicas dejaron de hablar en cuanto me vieron, a tan solo unos pasos de ellas. Me aclaré la garganta.
—¿Os importa si os robo a vuestra capitana? Tengo algo muy importante que decirle.
Ellas nos lanzaron un par de miraditas curiosas y le susurraron algo a esa mujer que me dejó tan intrigado durante nuestra sesión de estudio. ¿Quién era la pequeña que aparecía en las fotografías que había desperdigadas por la sala? Porque Sidney no era. El pelo rojizo de Chispas era imposible que fuera artificial. Sus ojos, además, no eran grises.
La mujer de iris plateados me siguió hasta que nos apartamos del resto. En cuanto estuvimos lo suficientemente alejados, se paró y se cruzó de brazos, encarándome.
—¿Y bien? ¿Qué quieres, badboy?
Su manera de llamarme me sacó una sonrisa. Si en realidad supiera...
—Vaya, Chispas, no sabía que te alegrarías tanto de que nos quedáramos a solas —hablé con sarcasmo.
Elevó una ceja.
—¿Qué quieres? —repitió.
—Tan encantadora como siempre.
—Carter, ve al grano, ¿quieres? No está la situación como para que perdamos tiempo a lo tonto.
Tenía razón, pero es que me gustaba tanto sacarla de quicio, ver cómo apretaba los labios y se le teñían las mejillas de rosa. Y luego estaban esas pecas esparcidas por sus pómulos y la nariz.
Me froté las manos, en un intento por alejar el rumbo de mis pensamientos.
—Tienes razón. —Hice una breve pausa antes de seguir—. Mira, esto no está funcionando. Que tú y yo nos desautoricemos está provocando todo este desastre.
—¿No me digas, genio?
—Lo que quiero decir —continué sin hacerle caso— es que como co-capitanes debemos dar ejemplo. Si nosotros nos peleamos, ¿por qué no nuestros compañeros?
Sidney meneó un pie, impaciente.
—¿A dónde quieres llegar?
Emití un leve suspiro. Me tragué buena dosis de orgullo. Le tendí una mano.
—Quiero que hagamos una tregua.
Miró mis dedos extendidos como si estuvieran recubiertos de veneno.
—¿Tregua? —se carcajeó—. ¿Conoces siquiera el significado de la palabra?
Esbocé una sonrisita canalla.
—¿He de recordarte que tengo una media casi impecable?
Hizo una mueca.
—Olvidaba que bajo esta fachada de tipo duro se esconde un empollón.
Le di un puñetazo suave en el hombro.
—No seas mala conmigo, Chispas.
—Jamás dejarás de llamarme así, ¿verdad?
Sonreí como un niño que ha hecho una travesura.
—No hasta que admitas que te gusta. Vamos, si te pega mucho.
Sopló para apartarse un mechón de la cara.
—No entiendo el porqué del mote.
¿No era obvio? Le señalé el pelo.
—Eres pelirroja y tienes mucho carácter.
—¡Qué original!
Me encogí de hombros.
—Cuando te defiendes, tus ojos relucen, como si saltaran chispas. Que tengas las agallas para devolverme el golpe me gusta. ¿Por qué crees que lo hago? Nunca nadie, menos una chica, me ha tratado como lo haces tú.
—Wow, menudo cumplido.
—Lo creas o no, lo es. No me perdonas ni una.
—Porque eres un capullo conmigo y no voy a dejar que te salgas con la tuya.
Y eso era lo que más me gustaba.
—Hagamos una pequeña tregua. Por nosotros, por nuestros compañeros. Necesitamos ganar y demostrarles a los entrenadores que se equivocan, que sí podemos trabajar unidos. —Le tendí la mano de muevo—. ¿Qué me dices? ¿Estamos juntos en esto?
Me miró largo y tendido, quizás buscando en mi rostro cualquier signo de burla o vacilación. Pero aquello iba más que en serio. Quería demostrarles a todos que un equipo mixto era igual de bueno que uno conformado por solo mujeres u hombres. ¿Hablaba el orgullo por mí? Puede ser.
La observé a su vez. Estaba medio despeinada, acalorada y sudada. La indumentaria se le legaba al cuerpo debido a las gotas de sudor que le cubrían el cuerpo, dándole un brillo a su ya de por sí piel blanca. Llevaba pantalones largos de chándal, como yo (solo un idiota se pondría los cortos con el frío que hacía), pero hacía ya más de media hora que se había quitado la sudadera.
Cuando sus ojos se posaron en los míos, brillantes y llenos de vida, me embargó una emoción que no supe identificar. El tacto de su piel suave en la mía me llevó de nuevo a la realidad, junto a esa voz melodiosa y aterciopelada que tenía.
—Está bien. Haremos una tregua. Pero como me la juegues, pienso hacerte la vida imposible —me amenazó.
Estaba seguro que cumpliría su promesa, pero, aun así, no me dejé amedrentar. Saqué pecho. Destilando determinación y fiereza en cada uno de mis poros, dicté:
—¡Uniremos fuerzas, lucharemos juntos y llevaremos al equipo a la victoria!
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Nota de autora:
¡Feliz martes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? ¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. El capullo del padre de Carter.
2. Conocemos la personalidad de Carter.
3. Los entrenamientos.
4. La tregua.
5. ¡Se vienen cosas grandes!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en el siguiente! Os quiero. Un besote.
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