Capítulo 30
Capítulo 30
Tomé una gran bocanada de aire. Era ahora o nunca. El pulso me latía desbocado.
No tienes que preocuparte por nada. No va a morderte, me dije a mí mismo en un intento por calmar los nervios que me carcomían por dentro.
Di un paso al frente y toqué la puerta del despacho del entrenador King. Fuera, los chicos ya se habían marchado a casa después del último entrenamiento de la temporada, pero a mí me quedaba una conversación pendiente.
—Adelante —dijo con voz profunda y seria.
Tragué saliva.
Tú puedes, me di ánimos mentalmente.
El despacho del señor King era un espacio sorprendentemente amplio y ordenado. Estaba sentado tras el gran escrito de madera clara, tomando unos apuntes sobre vete-a-saber-qué-cosas. Detrás de él, en la pared, había una cantidad enorme de diplomas y fotografías de los integrantes de los Golden Scorpions anteriores a nosotros. Se me escapó una sonrisa al ver una imagen de Sidney sobre la mesa.
Y es que Kendall King podía parecer un hueso duro de roer, pero se había implicado de lleno con mi pelirrojita favorita. La había aceptado en su vida y, por lo que veía, la quería de verdad. Se le llenaban los ojos de puro amor al verla y, cuando podía, se mostraba muy afectuoso con ella. Y mi chica parecía encantada con la situación. Adoraba verla tan contenta.
Me acerqué con paso lento hacia el interior y me senté frente a él. Al instante, clavó la vista en mí.
—Carter Evans, ¿qué te ha hecho venir a visitarme a mi cueva? —bromeó. Podía ser serio, pero siempre aprovechaba la oportunidad de bromear.
Me crucé de piernas y entrelacé las manos para que no viera que me temblaban. Quería aparentar una pose tranquila y relajada.
—Necesito hablar con usted, entrenador. Es sobre mi futuro como profesional.
Centró toda su atención sobre mí.
—Te escucho.
Me senté más erguido. El tema del que quería hablar con él era muy importante para mí. Quería que me aconsejara, tal y como había hecho a lo largo de esos años. Para mí, había sido más que un simple entrenador.
—Verá, espero que no se lo tome a mal, señor, pero esta última temporada me he dado cuenta de que el fútbol no es lo mío. No ha sido por su culpa. Ha sido un entrenador insuperable. Siento que la llama que repiqueteaba en mi interior ya no se enciende cuando juego.
—¿Vas a dejarlo? —No me pareció una acusación.
Tragué saliva y, durante unos segundos, deseé empequeñecer.
—No quiero dejarlo del todo, pero sí que no me veo jugando a nivel profesional. Ya no me gusta tanto.
—¿Qué pretendes hacer? ¿Cuál va a ser tu plan B?
Me pasé una mano por el pelo, nervioso. Temía la reacción que pudiera tener.
—Quiero entrenar a otros chicos o chicas. Me gusta enseñar. Quiero mezclar mis dos pasiones: el fútbol y la enseñanza. Sé que es difícil, que no tengo experiencia, que...
—Podría echarte un cable, muchacho —me cortó él, pero, claro, yo seguía dándole la tabarra con el discurso que había ensayado desde la tarde anterior.
—... pero también sé que valgo. Como capitán, les he aportado mucho a mis compañeros y he sabido liderarlos hacia la victoria.
—No me cabe duda, Evans. Eres muy bueno y, en parte, siento que todo esto viene por toda la presión que te pone tu padre sobre los hombros. No me ha gustado que te haya humillado de esa manera tan mala los últimos días. —Se levantó de donde estaba y se sentó en la silla que había junto a mí. Me dio una serie de palmaditas en el hombro—. Mira, me gusta que hayas sido sincero conmigo. Lo que menos quiero es mediocridad y jugadores desmotivados. Va en serio lo que te he dicho antes: puedo ayudarte. Sé de varios equipos que están buscando entrenadores de manera desesperada.
Sentí una opresión en el pecho. ¿Iba a ayudarme? ¿No se iba a cabrear como lo había hecho mi padre?
—¿Va a echarme una mano? —pregunté, estupefacto. No cabía en mi asombro.
Me dedicó una sonrisa amable.
—Por supuesto que sí. Es mi deber guiarte. Prefiero que seas un entrenador apasionado como yo que un jugador amargado. Yo también tomé la decisión de dejarlo, chico. Había muchas personas en contra, pero en aquella época sentía que el fútbol ya no me llenaba. Quería hacer otras cosas y descubrí de casualidad que me encantaba estar con los futuros futbolistas profesionales. Para muchos, soy un fracasado, un idiota que lo ha dejado todo por un sueño tonto. Pero, ¿sabes?, soy muy feliz así y no habría conocido a mi mujer de haber seguido siendo un amargado.
Estaba sin palabras. El entrenador nunca nos había hablado de por qué había decidido dejar el fútbol profesional para dedicarse a la enseñanza, pero ahora que lo sabía tenía más claro que quería seguir sus pasos. Me encantaría formar a las futuras generaciones.
—Tu historia es muy bonita e inspiradora. Quiero ser como tú, enseñar, guiar a los críos. No me importa si estoy en un equipo de niños, chavales o a las puertas del mundillo profesional; no me importa el género ni la raza. Solo ver cómo crecen, cómo dan lo mejor de sí mismos.
—Eres una buena persona, Evans, aunque andes actuando por ahí de chico malo. Porque sí, me entero de todo.
Kendall se puso en pie y yo lo imité. Me acompañó a la puerta y, justo cuando la abrió, vi a Sidney allí plantada. Arrugué el ceño. ¿Qué estaba haciendo? Y yo que pensaba que ya se había marchado a casa a descansar.
—Chispas, no te esperaba.
Sonrió, culpable.
—Logan y Liam me han dicho que ibas a hablar con el entrenador y he pensado que podría quedarme.
Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla.
—Eres adorable...
—¡Evans, a diez metros de Mini King! —bramó el entrenador a nuestras espaldas.
Me alejé de su hija con una sonrisa canalla.
—¡Papá! —se quejó Sidney apretando los labios de manera adorable—. Ya tengo edad suficiente para salir con quien quiera. Tienes suerte de que sea con él y no con otro.
—No me lo recuerdes. —Me señaló con el dedo—. Más te vale cuidarla, que como me entere que la has hecho llorar, recorreré el mismísimo infierno si hace falta para encontrarte y castrarte.
Tragué saliva. No dudaba de que fuera en serio. Desde que se habían reencontrado, Sidney era su ojito derecho.
—No se me ocurriría nunca, señor. Es muy especial.
Me dio un apretón demasiado fuerte en el hombro.
—Me alegra escuchar eso, muchacho. —Bajó la voz hasta que solo fue un susurro, lo suficiente entendido alto para que solo yo lo escuchara—. Como me diga que le has hecho algo, te las verás conmigo. —Y, volviendo a alzar la voz, esbozó una sonrisa cálida—. He de marcharme a casa. Diana ha invitado a unos amigos y no quiero retrasarme. ¿Estás segura que no quieres venir, cielo?
Sidney negó con la cabeza.
—Me quedo.
—Como quieras. Piensa en lo que hemos hablado, chaval. No importa lo que lo demás digan; haz lo que a ti realmente te haga sentir completo.
Cuando se fue, Chispas me miró con miles de interrogantes en la cabeza. La pegué a mí y le di un beso suave en los labios.
—Ven conmigo —dije mientras la arrastraba hasta las gradas de uno de los campos de fútbol.
Nos sentamos muy pegados el uno al otro, las rodillas en contacto. Sin poder evitarlo, entrelacé nuestros dedos. Necesitaba sentirla cerca antes de contarle la decisión que había tomado. Para mí era fundamental contar con su apoyo.
—¿Soy yo o estás muy nervioso? Jamás creí que vería al gran Carter Evans tan alterado —intentó picarme.
Le di un golpecito en el hombro, jugetón.
—Es que me da miedo que pienses que voy a hacer una tontería.
Sus dedos me recorrieron la mejilla. Pequeñas descargas eléctricas me recorrieron la piel allá donde las yemas hicieron contacto conmigo.
—No lo es. Si es importante para ti, también lo será para mí. Somos un equipo. Peleamos juntos contra todo. Ya no estamos solos, esa es la lección más valiosa que me has dado.
No pude evitar que mis ojos se clavaran en ella. ¿En serio tenía esa sensación de mí? ¿Le había aportado tanto sin esperarlo, sin planearlo?
—No quiero cagarla —admití.
Me quitó un mechón de la cara y me obligó a mirarla. En sus ojos brillaba el más puro amor. Me derretía verla así y, en cualquier otra situación, me la habría comido a besos.
—No lo harás. Confío en ti. ¿No te lo he demostrado ya, badboy?
Me sacó una gran sonrisa. Solo Sidney tenía ese poder en mí.
—Quiero dejar el fútbol —confesé en apenas un hilo de voz.
—Eso ya lo sabía.
—No, no. Quiero decir... He tomado la decisión de dejarlo definitivamente. Quiero ser entrenador. No me gusta la presión que pone mi padre sobre mí, no quiero seguir sus pasos y ser un amargado. Me gusta enseñar, quiero motivar a otros jugadores. Ese es mi sueño.
Esa pelirrojita se pegó aún más a mí. Me pasó los brazos por la espalda y me pegó a su cuerpo en un abrazo fuerte y reconfortante. Apoyé la cabeza en lo alto de la suya y me dejé querer. ¿Cuándo habíamos pasado de odiarnos a no poder vivir sin el otro? Era una tremenda locura.
—Estoy muy orgullosa de ti —repitió las mismas palabras que había dicho la vez en la que le había contado que había enfrentado a mi padre—. Cuentas con todo mi apoyo. ¿Has empezado a hacer currículums? Podría ayudarte. Sé de varias aplicaciones y programas muy buenos para diseñarlos.
Me separé unos segundos de ella y me perdí en el mar de plata de sus ojos y en río de pecas que brillaban como estrellas en su piel. Era lo más maravilloso que me había pasado en la vida, lo más alucinante e increíble.
—Gracias por ser tú, por no dejarme ser un capullo contigo. —Junté nuestras frentes sin perder la conexión—. Te quiero. Te quiero desde el primer maldito día que te vi y no he sabido descifrarlo hasta ahora.
La besé, la besé como quería y ella me devolvió el beso con las mismas ganas. Era preciosa, el ser más puro que había conocido. Cuando nos separamos, volví a juntar nuestras frentes. Una gran sonrisa iluminaba sus rasgos, un reflejo de la mía.
—Yo también te quiero. No sé desde cuándo, pero solo sé que ahora mismo estoy loca por ti.
La apreté contra mi cuerpo.
—¿Quieres vivir mil aventuras conmigo?
Me dio un beso en la punta de la nariz.
—Solo si prometes no irte nunca.
Vaya que si iba a cumplirlo. Lo que había empezado como una relación de rivales había detonado en una física. Mi yo del pasado jamás habría pensado que podría liarme con mi enemiga ni mucho menos llegar a sentir algo por ella. Ni enamorarme. No estaba en mis planes, pero así es el amor. Inesperado, explosivo, arrollador.
Sidney era radiante y no iba a dejar que su luz dejara de brillar.
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Nota de autora:
¡Feliz miércoles, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? Yo mucho mejor. A ver si me mandan ya a casa mañana y puedo descansar tranquila. ¿Qué os ha parecido el capítulo final? Os recuerdo que nos queda el epílogo. Repasemos:
1. La conversación de Kendall King y Carter.
2. ¡Su entrenador le apoya!
3. El entrenador en modo papá.
4. Sidney y Carter se apoyan mutuamente.
5. El final.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes en el epílogo y los agradecimientos! Os quiero. Un beso enorme.
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