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Capítulo 29

Capítulo 29

—Estoy muy orgullosa de ti.

—¿Lo estás? —preguntó—. ¿No crees que voy a cometer una locura?

Me enternecía ver lo indeciso y vulnerable que se veía Carter. Me había sorprendido la videollamada entrante que había recibido pasadas las diez de la noche, más que nada porque me había dejado en la puerta de casa una hora atrás, pero al comentarme lo sucedido, el encuentro inesperado con su padre y cómo había luchado por aquello en lo que creía, me sentí tan feliz que necesitaba decírselo.

—Has seguido a tu corazón y no has dejado que el idiota de tu padre dirija tu vida. Odio ver cómo te trata. Ya era hora de que aterrizara en el mundo real.

—Más bien, se ha estampado contra la realidad. —Sonrió con tristeza—. Me da miedo equivocarme. ¿Y si lo dejo todo y no valgo?

—¿Quién dice que no valgas? He visto lo bien que se te dan los niños. Serás un gran entrenador, lo sé. Sabes muchísimo y tienes mucha experiencia liderando partidos. Podrás con ello y, si no, siempre puedes volver a los partidos. Sé que te gusta el fútbol.

—Pero ya no me apasiona como antes —objetó.

—También lo sé, osito.

Hizo una mueca.

—Odio el día en que mamá te dio el poder de meterte conmigo eternamente.

Reí.

—Ya era hora de que encontrara un apodo que te sacara de quicio, ¿no crees? —Le guiñé un ojo, pícara.

—¡No seas mala!

Ambos reímos. Podría pasarme así toda la noche que al día siguiente me sentiría fresca como una lechuga.

—¿Estás nerviosa por lo de mañana?

Al día siguiente era la final de la liga mixta. ¿Cuándo había transcurrido tan rápido el tiempo? Si parecía que fuera ayer cuando los entrenadores nos informaban sobre la unión de los Golden Scorpions.

—Un poquito. Me asusta meter la pata a última hora y que por mi culpa perdamos.

—No vamos a a perder, Chispas. ¿Sabes por qué?

Negué con la cabeza.

—No.

—Porque juntos somos invencibles. Pienso darlo todo en mi último partido.

Me moría del estrés. Fuera, todos los espectadores bramaban el nombre de su equipo favorito. El ambiente era propio de una lucha de titanes: querían sangre. No recordaba haber tenido tanto público en la vida y eso, en parte, me alteraba más. No quería hacer el ridículo delante de tantas personas. Además, por lo que habían dicho los entrenadores durante las últimas semanas, habría varios seleccionadores. Debía jugar mi mejor partido.

Por eso, minutos antes de salir de los vestuarios me había alejado de mis compañeras para hacer mi pequeño ritual de concentración. Me había tumbado en el suelo con las piernas elevadas, sobre un banco vacío, y me dedicaba a recrear todas las posibles jugadas que pudiera hacer durante el juego.

Eres fuerte. Eres buena. Eres suficiente, repetí por milésima vez aquel mantra.

El sonido estridente del silbato me llevó de nuevo a la realidad. Me puse en pie y me acerqué a la entrenadora.

—Muy bien, chicas, es la hora de la final. Cuando salgamos ahí fuera quiero veros muy unidas a los chicos, ¿entendido? —Todas asentimos con un movimiento de cabeza. Me señaló—. Wilson, quiero que hagas el partido de tu vida. Necesito que marques uno de tus goles imposibles.

Sonreí, orgullosa.

—Lo haré.

Nos reunimos con los chicos en el exterior, pero antes de que pudiera reunirme con ellos, mi padre, el entrenador King, me puso una mano en el hombro.

—Pase lo que pase hoy —susurró con los ojos puestos en mí y una pequeña sonrisa en los labios—, quiero que sepas que ya estoy muy orgulloso de ti. Diviértete en el campo y dales una paliza al puro estilo King.

Su buen humor me sacó también una gran sonrisa.

—Lo haré, papá... digo, entrenador.

Me dio un apretón cariñoso en el hombro y un golpecito en la nariz.

—Machácalos, reina.

Tras el calentamiento, volvimos a reunirnos en torno a los entrenadores. Marcamos la estrategia y nos dieron un discurso alentador.

—Hemos trabajado muy duro para estar aquí. Todos os merecéis esta oportunidad, la de salir fuera y demostrarles lo buenos que sois. No sois mediocres; sois la élite de la NCU, los mejores jugadores que hemos podido entrenar. ¡Salid ahí fuera y hacednos sentir orgullosos, Golden Scorpions! —gritó la entrenadora Martin.

—Cada uno es necesario. Recordad que no hay un «yo» en el equipo; somos un «nosotros». No os voy a mentir: os va a tocar pelear muy duro en la batalla que se va a desatar, pero sé, sabemos, que sois los mejores, que no va a haber nada que pueda pararos. ¡Es hora de que corra la sangre de nuestros rivales! —bramó mi padre. Puso las manos en el centro—. ¡A la de tres! Uno, dos, ¡tres! ¡Golden Scorpions!

Todos gritamos el nombre del equipo.

Me ajusté mejor la camiseta con mi número de la suerte, el ocho. Había tenido la suerte de haber jugado esos dos años con él, un tiempo en el que mi vida había cambiado de manera radical. Había pasado de no tener nada, de no ser nadie, a haber encontrado el amor de la forma menos esperada, con quien creía que jamás podría llevarme bien; había descubierto que no estaba sola, que ser débil de vez en cuando estaba bien, que podíamos tener nuestros momentos de bajón; había encontrado un padre que me quería por cómo era y que quería conocerme.

Me había encontrado a mí misma.

—¡Mini King, Evans, llevad al equipo a la victoria!

Carter y yo chocamos puños y nos dispersamos por el campo.

Había llegado la hora. Sentí la adrenalina recorriéndome las venas. Miré al público y busqué entre la multitud a mi amuleto de la suerte. Allí estaba, sentada entre las piernas de Faith en las primeras gradas. Me dedicó una sonrisa desdentada. Me acerqué a ellas a paso rápido.

—Suerte, mami. Vas a ser la mejor.

—La enana tiene razón. Quiero que sufran.

Les dediqué una gran sonrisa y, sin poder contenerme, le di un beso en la coronilla a mi pequeña antes de marcharme de nuevo al campo. Allí ya nos esperaban nuestros rivales, el equipo de los Ghosts Hunters. Eran muy buenos. Los había visto jugar en sus respectivas rondas y debía admitir que no nos lo iban a poner nada fácil.

Carter se me acercó a mí.

—En cuanto uno de los dos tenga el balón, que el otro no lo pierda de vista. Tenemos que jugar muy bien nuestras cartas si queremos ganar.

—Confiar en el otro —concordé.

El árbitro tocó el silbato. La muchedumbre se volvió loca.

—¡Jugadores, a sus lugares!

—¿Quieres ser tú quien haga el primer saque? —propuso Carter.

Sonreí.

—Me encantaría.

Con mucha confianza en mí misma y con mi mantra en modo repetición en la cabeza, fui al centro del campo. Allí, el co-capitán del equipo me esperaba, mostrándome los dientes. Puse los ojos en blanco. ¡Qué innecesario y menuda pérdida de tiempo!

Chasqué los nudillos segundos antes de que el árbitro tirara el balón. El idiota de mi contrincante me dio un empujón para que no pudiera ni acercarme a la pelota. Maldije por lo bajo, pero no me rendí. Fui tras él y, en cuanto pude, se lo robé con aires de chulería.

—¡Vamos, Wilson! ¡Haz tu magia! —gritaban desde las gradas.

Corrí lo más rápido que pude. Atravesé el campo, aunque en cuanto varios jugadores me rodearon, se la pasé a Carter, quien me esperaba en el otro lado. El balón rebotó en su pecho para, segundos después, acercarse a la portería e intentar marcar gol.

Pero no pudo ser. El portero la paró sin apenas despeinarse.

El primer tiempo estuvo muy reñido y ningún equipo fue capaz de marcar. Para cuando empezó el tiempo muerto, notaba los músculos adoloridos, nada nuevo en mi día a día como jugadora. Bebí media botella de una sentada.

—Estoy muy contento con el trabajo que está haciendo la defensa. Habéis impedido dos intentos de gol y, Logan, eres una máquina. Ashley, prepárate, porque vas a salir al campo a sustituir a Logan. Quiero que el equipo sude como nunca.

—Sí, entrenador.

—En cuanto a los mediocampistas, ¡buen desempeño! Liam, sales a jugar, y Robert también. Mini King, Evans, buen trabajo. Quiero que sigáis acojonándolos. Jamás había visto a su entrenador gritar tanto.

—Ni sudar —dijo la entrenadora Martin haciendo una mueca de asco. Y es que, en efecto, aquel hombre mayor se estaba quitando el sudor con una toalla que llevaba al cuello. Y eso que él no era el que había estado haciendo ejercicio precisamente.

—Solo necesitamos un gol para ganar —nos habló mi padre clavando la mirada en cada uno—. Sé que lo estáis dando todo y estoy muy orgulloso de vosotros, pero necesitamos meterle un maldito gol en su puñetera portería si queremos irnos con la victoria a casa. ¡Salid ahí fuera y dadles la paliza de su vida!

Comenzó el segundo tiempo. En un visto y no visto habíamos empatado a uno. Georgia tenía el balón y corría a toda pastilla en busca de un receptor. Cuando la abordaron, fue capaz de pasársela a Candace. Mientras, Carter y yo seguíamos el plan que habíamos establecido de mantenernos en lo alto del campo. Cuando vi que Candace tenía un buen ángulo, le hice señas. Chutó y recibí el balón a la perfección.

—¡Id a por ella! —gritaron los hinchas del equipo rival.

Solo me hizo falta mirar a Carter para saber que estaba listo. Antes de que me lo impidieran, le lancé el balón en el ángulo correcto y él pudo marcar gol.

Nos volvimos locos. Carter me alzó en volandas. Gritaba, eufórico. Habíamos conseguido la ventaja que tanto deseábamos, pero no teníamos que bajar la guardia. No era el momento.

Los últimos minutos fueron los más intensos. Nuestros contrincantes no nos dieron tregua e intentaban marcar un gol a toda costa, pero no contaban con Ashley y ese don de parar goles. No dejó que la pelota tocara la red.

Para cuando quedaba un minuto, me había hecho con el balón. Carter me dedicó una sonrisa y, con un guiño, me alentó que hiciera mi jugada maestra. Así que jugando con aquel objeto entre mis piernas, sorteé a cada contrincante y, cuando ya no pude más, chuté con todas mis fuerzas hacia la portería desde ese ángulo casi imposible.

Entró. La pelota entró en la maldita red.

¡Habíamos ganado! Tres a uno.

Chillé de la emoción. Corrí hacia las gradas, señalé a mi pequeña y le dediqué el gol. La niña me lanzó esa sonrisa llena de orgullo que tanto me llenaba por dentro.

Cuando nos retiramos, recibí un par de palmaditas por parte de mis compañeros.

—¡Buen trabajo, equipo! ¡Sabíamos que lo lograríais! —exclamaron los entrenadores.

Estaba radiante de felicidad. No podía creérmelo.

Pero las sorpresas vinieron después. Estaba saliendo de los vestuarios, comentando con varias compañeras lo sucedido, cuando se me acercó una mujer.

—Disculpe, ¿es usted Sidney Wilson?

La miré con detenimiento. No tendría más de cuarenta años, de pelo rubio y facciones muy marcadas. Llevaba un traje elegante y caro de color azul marino y un maquillaje sutil. Sus ojos marrones no se apartaban de los míos, analíticos.

Me erguí.

—Sí, soy yo. —Les hice un gesto a mis amigas para que siguieran avanzando—. ¿Ocurre algo?

La mujer me dedicó una sonrisa cálida.

—Es un placer conocerla por fin. Soy Nathaly Sounds...

—¿La entrenadora de las Chicago Red Stars? —La miré de hito en hito—. Es mi equipo de fútbol favorito por excelencia.

Parecía encantada con lo que le decía.

—Me alegra escuchar eso. Quisiera que se uniera a nosotras cuando termine los estudios de su máster. Los gastos del viaje correrían a cuenta nuestra, por supuesto, y yo misma la ayudaría a encontrar una vivienda adecuada para usted y su hija.

No me pareció nada extraño que supiera de la existencia de Mia. Los seleccionados eran muy meticulosos con su trabajo de investigación.

—Es una oferta muy tentadora.

Me tendió una tarjeta.

—No tiene por qué decirme nada ahora. Solo piénselo.

Aquella no fue la única oferta que recibí. Para cuando cenaba en casa de mi padre y de Diana Martin —sí, la mujer de ese grandullón era mi entrenadora de fútbol. ¿Quién lo iba a decir?—, les comenté todas las propuestas que me habían dado.

Papá se reclinó en la silla y me miró orgulloso. Un hormigueo cálido me recorrió el cuerpo.

—¿Me estás diciendo que no solo has recibido una, sino tres ofertas? —preguntó para salir de dudas.

Sonreí con timidez.

—Puede.

—Mami es mi superheroína favorita. De mayor quiero ser como ella.

Le di un beso en la mejilla a Mia.

Diana me apuntó con el dedo.

—No esperaba menos de ti, Sidney. Por algo te elegí capitana de las Golden Scorpions. Por cierto, menudo gol de última hora. Me ha gustado. Arriesgado, pero efectivo. Muy propio de ti.

—Gracias. No me creo todo lo que está pasando.

—Créetelo de una vez, porque es real —dijo mi padre sin apartar los ojos de mí—. Vas a jugar en las grandes ligas. ¿No era ese tu sueño?

Por supuesto que lo era, lo había sido desde que descubrí que el fútbol era mucho más que una afición. Ahora que se iba a cumplir esa meta que me había propuesto cuando era una cría, me sentía tan feliz y entusiasmada que no veía la hora de empezar en la nueva aventura que me tenía deparada la vida.

Sí que era suficiente. Era buena. Era fuerte. Mi madre ya no mandaría más sobre mí, ya no le daría ese poder. Podría con todo lo que se interpusiese en mi camino porque tenía a personas que me querían por como era.

Y eso me hacía muy feliz.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Qué tal estáis? Yo cada vez mejor. ¡Ya solo nos queda uno y el epílogo! Esta semana habrá capítulo también el miércoles, siento que os lo debo tras estar tanto tiempo desaparecida.

En fin, ¿qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:

1. Sidney está muy orgullosa de la decisión que ha tomado Carter.

2. Sidney apoya a Carter.

3. El partido.

4. Sidney siendo una diosa.

5. Carter siendo un dios del balón.

6. La complicidad del equipo.

7. ¿No os pasa que Mini King ?

8. La cena.

9. ¡Las ofertas que recibe Sidney!

10. ¡Diana Martin, la entrenadora de las Golden Scorpions, es la mujer de Kendall King! ¿Os lo esperabais?

11. Sidney se siente más feliz que nunca.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el miércoles! Os quiero. Un beso grande.

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