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Capítulo 26

Capítulo 26

Veía a Sidney, al señor King y a Alice conversar desde la distancia, pero no podía distinguir sobre qué estaban hablando. Vi cómo Sidney empezaba a temblar y cómo, en un momento dado, empezó a alejarse a paso rápido. ¿Eso que veía en su rostro eran lágrimas? Oh, no. ¿Qué había pasado?

Sin pensármelo dos veces, la seguí. Fuera donde fuera, allá estaría si me necesitaba.

—¡Sid! —la llamé, pero o no me había escuchado o me estaba ignorando.

No iba a permitir que se quedara sola cuando la veía tan alterada. Antes muerto.

La seguí, importándome un comino si hacía frío o si quería ir a casa a descansar. Atravesé calles estrechas, multitudes y tiendas hasta que por fin se detuvo en un banco. El pequeño parque verde estaba vacío a esas horas de la noche. Nunca antes había estado en la zona, un barrio no muy bueno con pintadas aquí y allá y niños mal vestidos.

Me dejé caer junto a ella. No habló durante mucho rato. Simplemente se dedicó a mirar la fuente vacía, garabateada con palabras obscenas. Cuando por fin habló, se me rompió el corazón al verla tan desolada.

—Cuando era pequeña, me crié aquí, en un pequeño apartamento a un par de minutos. Los días que mamá traía a uno de sus ligues y me echaba de casa, venía a este parque, a este banco, y me acurrucaba para pasar la noche.

«Siempre me he preguntado si todo habría sido diferente de haber conocido a mi padre, de que él hubiese sabido que existo. ¿Habría crecido aquí? ¿Habría sido la misma que soy ahora? ¿Me habría importado el fútbol tanto?

«Cuando era una niña, soñaba con cómo sería tener un padre que me quisiera, que me llevara de excursión y que me diera besos porque sí. Imaginaba cómo sería, si tendría pecas o el pelo rojo o incluso los ojos grises. Pensaba en si su carácter se parecería al mío o si, al contrario, era más relajado.

Se detuvo. La voz se le había quebrado, las lágrimas descendiendo por sus mejillas. En un acto reflejo, la pegué contra mi pecho y dejé que descargara todo aquello que la hacía tanto mal.

—No somos igual a nuestros padres —repetí las mismas palabras que ella misma me había dicho semanas atrás.

Se separó unos centímetros de mí. Aún rodaban por sus mejillas pequeñas perlas de tristeza.

—No lo somos, pero me habría gustado haberlo conocido... antes. No así. No cuando ya soy una mujer adulta.

Arrugué el entrecejo.

—Explícate.

Se secó el rostro con el dorso de la mano, enfadada, airada, furiosa.

—Alice ha aparecido cuando menos lo he esperado y me ha soltado una bomba así, tan tranquila. Llevo años exigiéndole el nombre de mi padre y ella nunca me lo ha dado... hasta ahora.

La miré totalmente sorprendido.

—¿Te lo ha dicho? ¿Cómo?

Movió la cabeza enérgicamente.

—Está tan amargada que solo ha querido destruirme... destruirnos.

—¿Quién es?

Suspiró y, con ello, parecía que se desinflaba.

—Nuestro entrenador.

De todas las posibilidades no me esperé la bomba que me soltó. Estuve a punto de chillar de la sorpresa. ¿Cómo alguien como él podía haber caído tan bajo como para acostarse con una mujer como Alice, cruel y despiadada?

—No lo entiendo.

Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y ocultó el rostro en las palmas de las manos.

—Ni yo. Con lo bien que estaba en mi bendita ignorancia. ¿Cómo se supone que voy a actuar ahora? No espero que sea el padre cariñoso que deseaba de niña, pero no sé qué esperar.

Le recorrí la espalda con los dedos en un intento de reconfortarla.

—¿Cómo ha reaccionado él?

—Se ha quedado de piedra, como si hubiese recibido un golpe en la tripa. Pero no sé qué habrá pasado después. —Cuando volvió a mirarme, volvía a tener los ojos llenos de lágrimas—. He salido corriendo en cuanto he podido. —Se abanicó con las manos—. No estoy preparada, no estoy lista.

—Nadie lo está después de recibir una noticia así —le aseguré.

—Me encantaría borrar lo que ha pasado en las últimas veinticuatro horas.

Le levanté el mentón.

—¿Todo?

Pareció recordar lo que había ocurrido entre nosotros justo antes de que todo fuera mal, ya que se puso roja hasta la raíz.

—Bueno, lo primero no. Algo bueno tuvo que tener el día.

La apreté contra mi pecho. Su pulso latía desbocado mientras sus mejillas acaloradas eran dos luceros en la noche. ¿Cómo la vida me había sorprendido de esa manera?

—¿Quieres que esta noche me quede a dormir? No quiero dejarte sola.

Hizo un ruidito muy mono con la boca.

—No quiero abusar de lo bueno que estás siendo conmigo. Además, lo único que quiero es meterme bajo las sábanas y desaparecer. Menudo día de mierda.

—Piensa que tras la tormenta siempre sale el sol. Por muy mal que vayan las cosas, al final todo se soluciona. Ya lo verás. Ahora lo que necesitas es dormir y reflexionar al respecto. Sí, menuda noticia ha soltado tu madre, pero, ¿y qué? ¡Que le den!

—Si ahora mismo tuviera una copa, brindaría con ese lema —soltó en un tono que intentó que fuera jocoso.

Le di un beso en la frente.

—Vamos a hacer esto: te voy a llevar a casa, vas a darte un baño relajante y vas a achuchar a esa niñita adorable que me tiene loco. Mañana será otro día y podremos solucionar esto. Porque tus problemas ahora también son los míos.

—¿Lo dices en en serio?

—Nunca he estado más seguro en mi vida.

Sidney no fue ella misma durante el entrenamiento del día siguiente. Estaba nerviosa, crispada, alerta a lo que pudiera pasar. Puede que por eso no interceptara uno de mis pases y que fallara uno de sus intentos a gol. No era ella misma.

La escuché maldecir por lo bajo, más cuando no se fijó en que un compañero tenía el balón y que venía hacia ella. Tremendo golpe se dio.

—Lo siento, hoy no es mi día —se lamentó al mismo tiempo que se frotaba el hombro haciendo una mueca de dolor.

Fui plenamente consciente de cómo le lanzó una ojeada al entrenador, quien a su vez no apartaba los ojos de ella. Su semblante era serio, rígido. Parecía que le habían metido un palo por el culo.

—Eh, ¿estás bien? —pregunté mientras la ayudaba a levantarse.

Hizo un mohín.

—Me acabo de enterar de que mi padre es nuestro entrenador, no he dormido nada porque mi cabeza no ha dejado de darle vueltas y, por si fuera poco, mi madre se ha presentado en la puerta de casa esta misma mañana. ¿Cómo crees que me encuentro, eh? —casi me gritó con rabia.

Le agarré por las muñecas y la saqué del campo. Me daba absolutamente igual que estuviéramos a apenas dos semanas de la final. Sidney no estaba bien. Su salud mental era lo primero. No quería que hiciera una tontería.

—¿Qué haces? Nos van a echar la bronca.

Estaba muy cabreada y la estaba tomando conmigo. Mejor. Lo preferiría a que se metiera en un buen lío.

—No estás bien. Necesitas hablar, despejarte.

—Lo que quiero es que nos quedemos después del partido y me folles como nunca en los vestuarios.

Chasqueé la lengua.

—No creo que necesites ese tipo de desfogue, Chispas. Lo que te hace falta es dar unos buenos golpes en el gimnasio. Me pone mucho verte así de enfadada, no lo voy a negar, pero, por tu bien, será mejor que bajes ese hervidero de emociones antes de que veas a Mia.

Fue como si hubiese pulsado un botón de stop. De pronto, una expresión de culpabilidad se apoderó de cada una de sus facciones. Se cubrió con las manos, avergonzada.

—Le he gritado esta mañana —admitió— y no tenía la culpa de nada. Estaba tan estresada con todo que, sin quererlo, le he echado la bronca. Me odio a mí misma por haber reaccionado como Alice. —Hipó—. No quiero ser como ella.

Le levanté el mentón con los dedos. Sus ojos enrojecidos me rompieron por dentro. Odiaba verla así de rota. Devastada. No quería que se rindiera, que dejara de luchar. Era una guerrera.

—No eres como tu madre y jamás vas a serlo. Estás pasando por una mala racha, eso es todo. Ya verás cómo pronto todo se solucionará. Ten fe, pelirrojita.

—Creo que la he perdido.

Sonreí.

—No pasa nada, porque yo tengo suficiente para los dos. —Le di un beso corto en los labios antes de juntar nuestras frentes—. Es hora de demostrarles a todos de qué pasta estás hecha.

Y, tras esas palabras, la llevé de vuelta al campo y me aseguré de demostrarle que no todo era tan malo.

Un par de días después, me presenté a primera hora en la puerta de su casa. Ya no hacía apenas frío y el clima era hasta agradable. Había faltado al último entrenamiento. Estaba preocupado, preocupado de verdad. Sidney no solía ser tan irresponsable.

—Eres un acosador —me había dicho nada más abrirme la puerta.

—Jo, menuda bienvenida que me das.

Resopló y, con ello, uno de sus mechones desordenados bailó en el aire.

—Quiero estar sola.

Me froté las manos.

—Para eso estoy aquí. Voy a encargarme de Mia para que tú puedas descansar y relajarte. Llevas unos días de un humor...

—¡Eso es porque no sé cómo sentirme, capullo!

Sonreí con malicia.

—No digas malas palabras. Cierta preciosidad podría escucharte.

Puso los ojos en blanco.

—Ya me da igual todo. Paso. Me bajo de la vida, que es una zorra.

Reí. Solo a Sidney se le habría ocurrido un comentario así.

Tiré de ella, cerré la puerta con el pie y me puse a curiosear. Debía haber madrugado, por el desastre que había ahí montado: ropa por doquier, la tabla de planchar, la plancha misma...

Achiné los ojos. No me gustaba lo que veía.

—¿Dónde está la cría?

Chispas me lanzaba su ya famosa mirada fulminante, cruzada de brazos y en una postura defensiva. ¿Temía que fuera a atacarla?

—Durmiendo. Es sábado y no tiene colegio, tonto.

Cierto, debí haberlo supuesto.

—¿Por qué no descansas mientras yo me encargo de todo? Digamos que hoy va a ser tu día especial. Nada de ir a entrenar ni de tareas.

—Los entrenadores nos matarán.

Me encogí de hombros.

—Nunca he faltado. No creo que importe. La que de verdad me importa eres tú.

Hizo un ruidito con los labios que me pareció lo más celestial que había escuchado en mi vida. Como no se alejara de mí, iba a comérmela a besos allí mismo.

—Venga —la insté. Le señalé el pasillo con el índice—, ve a darte un buen baño relajante y si te portas bien, te daré un masaje después.

Hmmm, suena muy tentador.

Le di un beso suave en los labios y me puse manos a la obra. No sé en qué momento exacto, solo sé que había encontrado un delantal y me lo había puesto para estar más cómodo. Así, planché la ropa y la guardé en la cesta que Sidney había dejado encima del sofá, fregué los cacharros de la noche anterior y me puse a hacer el desayuno. En ello estaba cuando una Mia medio adormilada se unió a mí. Se frotaba los ojos con la mano mientras que, con la otra, apretaba contra su pecho su osito de peluche favorito. Al verme, se detuvo y dibujó una amplia sonrisa.

—¡Carter!

Y en un visto y no visto se pegó a mí como siempre hacía. La cargué entre mis brazos y le di un montón de besos.

—¡Enana! —exclamé con su mismo entusiasmo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en cuanto la deposité sobre el suelo.

—He venido a ver qué tal está tu mamá y a cuidar de ti.

La niña se sentó en una de las sillas que había alrededor de la mesa en la cocina. Mientras, seguí preparando el desayuno.

—Está muy triste y enfadada. No sé si he hecho algo mal. Me ha reñido, y aún no entiendo por qué. No me gusta verla así.

—A mí tampoco. Tenemos que hacer algo, ¿no crees?

Sonrió. Se le había debido de caer un diente ayer por la noche, pues tenía un hueco nuevo en esa sonrisa.

—Sí. Quiero mucho a mi mamá y no me gusta que esté tan mal. ¿Qué podemos hacer?

Terminé de realizar la masa de las tortitas y la vertí en la sartén.

—¿Qué te parece si la dejamos descansar mientras tú y yo hacemos algo divertido? Tu mamá necesita un día para ella.

La pequeña se dio una serie de golpecitos en el mentón con el dedo.

—No sé si le gustará que me vaya contigo. Dice que no puedo irme con extraños.

—¿Ahora me he vuelto un extraño?

Soltó una carcajada infantil.

—No, pero...

—Yo me encargo de que nos dé permiso para pasarlo bien. —Le guiñé un ojo con complicidad.

Para cuando fui a buscar a Sidney, la encontré envuelta entre las sábanas. No estaba dormida, pero se veía tan a gusto que me daba miedo irritarla.

Toqué el marco de la puerta.

—Toc-toc. ¿Molesto?

Abrió los ojos y, en cuanto me vio, esbozó una pequeña sonrisa. Se había puesto ropa para estar por casa, y, por la humedad de su pelo, había seguido mi consejo de darse un buen baño relajante.

—Carter —murmuró—. ¿Qué tal con el bichito? La he escuchado hace poco gritar tu nombre.

Sonreí sin poder evitarlo. Mia se había ganado mi corazón sin hacer ningún esfuerzo.

—Es un cielo. Ya sabes que la adoro. —Me estiré para darle un beso en la mejilla—. Ya está listo el desayuno, por si quieres unirte.

Sonrió.

—Solo porque me lo pides tú.

Durante el mismo, le comenté los planes que tenía para entretener a Mia. Me dio el visto bueno. Dijo algo sobre que le vendría bien aprovechar para hacer unas compras con Faith y pasar un día de chicas. Me pareció fenomenal. No era la clase de tío que necesitara estar veinticuatro horas del día y los siete días de la semana pegada a su pareja cual lapa.

Así, llevé a Mia a dar un paseo. La pequeña se portó muy bien. Apenas se despegó de mí, ni siquiera cuando la llevé a un parque de juegos. Le tomé varias fotografías y ella me sacó en otras, y nos hice varias selfies que después compartí con Sidney.

La llevé a un restaurante de comida rápida infantil y, por la tarde, acabamos sentados en el césped del parque Battleship, con vistas a la ría. Ella comía un polo de mango mientras yo saboreaba un cucurucho de helado de fresa y vainilla.

—Mamá me ha dicho que eres su novio —habló tan repentinamente la niña.

Me quedé a medio camino del helado. Sus ojos estaban muy puestos en mí, atentos a cualquier reacción. Se me escapó una pequeña sonrisa. Era igualita a Sidney: me había tendido una emboscada.

—¿Y?

—Yo no tengo un papá. Mis amigas dicen todo el rato lo buenos que son sus papis con ellas, pero yo nunca puedo decir nada.

—Pero tienes una mamá que te quiere por los dos. ¿No ves cómo te mira siempre? No debes sentirte triste por no tener un padre. Piensa en la suerte que tienes de tener una madre tan buena.

La niña asintió. Siguió devorando su polo con una expresión de concentración muy parecida a la de Sidney. Si es que eran tal para cual.

—Me gustaría tener un papá —habló unos minutos después, quizás más para sí misma que para mí. Clavó las pupilas en mí—. Mami se merece ser feliz y darse besitos con él. ¿Os dais besitos?

Sí, en definitiva me había tendido una emboscada. Estaba atrapado y si no jugaba bien mis cartas, no saldría ileso.

—Bueno, eso es lo que hacen los novios, sí.

—¿La quieres? No quiero que la lastimen más. Por mucho que intente esconderlo, sé que le han hecho daño. No quiero que le duela el corazón.

Atrapé a Mia entre mis brazos y la observé largo y tendido. Quería encontrar las palabras adecuadas para explicar cómo me sentía con respecto a esa pelirrojita.

—Lo que siento por ella es más profundo y puro que el amor. No solo la quiero, necesito verla feliz, bien, sonriente. No quiero que sufra más.

—Contigo es feliz. Sonríe más. Te mira de una manera especial.

¿Lo hacía?

¡Por supuesto que sí, idiota! Siente lo mismo que tú sientes por ella.

—Yo no seré tu padre de verdad —hablé tras pasar segundos en silencio—, pero sí que te quiero mucho. Eres una niñita preciosa. —Le pellizqué la nariz von cariño, lo que provocó que la pequeña se riera.

—¿Quieres ser mi papi del corazón?

¿Cómo resistirme a esa sonrisita esperanzada?

—Seré quien tú quieras que sea, hermosa. ¿Quieres que sea tu papá del corazón? Lo seré. Porque te quiero mucho.

Abrió los ojos de par en par.

—¿Me quieres?

Le di un beso en la coronilla.

—Claro que sí. Eres encantadora.

—Creía que solo estabas conmigo para impresionar a mamá.

—Te equivocas. Las dos sois únicas para mí. Os adoro.

Mia se me pegó al cuerpo.

—Yo también te quiero. Gracias por querer ser mi papá del corazón.

Mia no lo supo hasta mucho después, pero no había tomado la decisión así como así. Llevaba ya unas semanas pensándolo. Si quería estar con Sidney, Mia también formaría parte de mi vida y eso, por raro que me hubiese parecido al principio, no me asustaba para nada.

Asumir el papel de padre no me daba miedo.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Qué tal estáis? Este capítulo me hace muy feliz, porque tenemos la escena más tierna que he escrito: Carter y Mia son una ternura juntos. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:

1. Sidney sale corriendo.

2. Carter la persigue.

3. Conocemos un poco más del pasado de Sidney.

4. Sidney le cuenta lo ocurrido a Carter.

5. Carter la consuela.

6. Los entrenamientos se vuelven incómodos.

7. Sidney no puede más.

8. Sidney falta a los entrenamientos.

9. La visita de Carter.

10. ¡Carter cuida a Mia!

11. ¡Mia le pide a Carter que sea su papi del corazón y él acepta!

12. ¡No puedo de la emoción!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos! Os quiero. Un besito.

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