Capítulo 24
Capítulo 24
—¡He sacado un sobresaliente! ¡Mira! ¡Chúpate esa, empollón! —exclamó una muy feliz Sidney llegando a mi altura tras salir de clase. Faith la seguía muy de cerca.
—¿Estás intentando sustituirme? Porque el gran Carter Evans es insustituible.
Me dio un golpecito en el hombro.
—Te aguantas. Aprendo rápido.
Alcé una ceja.
—Ya veo. —Le lancé un guiño mientras la agarraba de las caderas para acercarla a mí—. Estoy muy orgulloso de ti. Sabía que lo lograrías.
Hizo una mueca.
—Yo no las tenía todas conmigo.
—No entiendo por qué, si eres la chica más lista que conozco.
Se puso de puntillas para susurrarme al oído:
—Eso lo dices para que no me cierre de piernas.
Se me escapó una gran risotada. De todas sus posibles respuestas, no esperaba esa. Sidney jamás dejaría de sorprenderme. Decidí seguirle el juego.
—Vaya, me has pillado. Con las ganas que tengo de tenerte solo para mí. Desnuda.
Me relamí del gusto al verla tragar saliva, junto al ligero rubor que se apoderó de sus pómulos. Dios, era preciosa y yo estaba perdido, lo había estado desde el comienzo. Qué ciego había sido. Ahora que lo veía en retrospectiva, yo no había caído bajo su encanto, no, yo me había lanzado, directo, sin paracaídas.
Cuando me despeinó con las manos, volví de nuevo a la realidad.
—¡Eres un cerdo! —Pero, pese a que intentó parecer enfadada, supe que bromeaba por el amago de sonrisa que luchaba por asomarse.
Faith se aclaró la garganta.
—Sois tan empalagosos que voy a vomitar arcoíris de un momento a otro.
—No seas cabrona —le dijo Sidney. Le lanzó una mirada fulminante, cargada de chispas.
La aludida rió a su costa.
—Solo de veros me sube el azúcar. ¿Seguro que no hay nada entre vosotros? —la interrogó con un movimiento sugerente de cejas.
Observé a Chispas con curiosidad. ¿Le habría contado algo sobre lo nuestro, fuera lo que fuera, a su mejor amiga?
No eres más tonto porque no te entrenas, escuché a esa voz racional en mi cabeza. ¡Por supuesto que se lo habrá dicho! Son uña y carne. ¿Acaso tú no se lo dijiste a Logan y a Liam?
—Faith, sabes perfectamente que solo somos amigos.
Hice una mueca. Ahora mismo lo que menos quería era estar en la friendzone. Por primera vez en mi vida, lo quería todo: los besos, las caricias, la exclusividad de una relación... Estaba harto de las relaciones abiertas y de los rollos pasajeros.
Lo quería dar todo con esa pelirrojita, fuera como fuera y tuviera los problemas que tuviera. La quería a ella. Era un hecho.
—Los amigos no actúan así —puntualizó Faith y eso me llamó la atención de nuevo. Volví a centrarme en ella. Sus ojos marrones observaban a Sidney con atención, mientras gesticulaba con las manos para darle más énfasis a las palabras.
—Así, ¿cómo?
Me lanzó una miradita indiscreta antes de acercarse a Chispas y susurrarle algo al oído, tan bajito que no pude escucharlo. Sidney se puso colorada.
—¡Faith, eres una mala persona!
La susodicha empezó a reírse de ella con maldad. Me pregunté que sería lo que le habría dicho.
No tuve mucho tiempo para comerme la cabeza, ya que, de un momento a otro, intercepté a mis mejores amigos en el pasillo. Nos saludaron con un choque de puños y un «¿Qué hay?» de lo más desenfadado. Señalé a la chica de ojos plateados.
—Me quiere quitar mi puesto de chico listo.
Ambos se rieron de mí al mismo tiempo que las chicas esbozaban una amplia sonrisa.
—¿Eso que huelo es miedo? —me picó con altanería.
Me crucé de brazos y saqué pecho.
—¿Miedo? Jamás. Es imposible que logres superarme.
Soltó una risita. Mientras, nuestros amigos nos miraban de uno a otro, como en un partido de tenis. Primero tenía la pelota Sidney en su campo para, después, pasármela con mucho impulso. Poco sabía que iba a devolverle el golpe con el mismo ímpetu.
—Puede que en los estudios no, porque, iugh, no quiero que me tachen de nerd, pero en el campo soy mil veces mejor. ¿No lo he demostrado ya?
No iba a negar que la tía se defendía muy bien con el balón. Tenía un don para dominarlo, para liderar y que todos, absolutamente todos, siguieran sus órdenes. Era muy buena estratega, tenía carisma, pasión y dejaba su alma en cada partido. Nunca antes había tenido el honor de jugar con alguien así.
Pero, claro, no iba a darle el gusto.
Meneé la cabeza de un lado a otro, en señal de negación.
—No eres mejor que yo, Chispas. ¡Si soy un as!
—¿Eso quién lo dice? ¿Tú? Menudo chiste más bueno.
Tenía tantas ganas de acortar la distancia que nos separaba y callarla con un beso que hasta dolía no poder hacerlo. Mis dedos chisporrotearon. Anhelaba el tacto de su piel, su sabor.
Me moría por saber si sentía lo mismo que yo.
Parecía que el mal tiempo nos había dado una pequeña tregua. Pese al frío que aún hacía, el sol brillaba con fuerza. Se notaba en los entrenamientos, cada vez más estrictos ahora que habíamos pasado a la final mixta. Ya no acabábamos calados, sudados y en peligro de pillar una buena pulmonía; los más valientes se atrevían a llevar la indumentaria de verano incluso.
Sidney incluida.
Puede que fuera lo pillado que estaba por ella, pero en esos momentos, vestida con la camiseta de manga corta y los pantalones cortos, con sus largas piernas al aire salvo por las medias que llevaba de color dorado, me pareció la mujer más guapa que había visto en mi vida. Y puede que por esa misma razón Robert, ese chico tan insoportable, consiguiera alcanzarme y robarme el balón.
—La próxima vez, céntrate en el juego y no en lo grandes que tienen la tetas las compañeras.
Mascullé una maldición. Como si hubiese estado pensando esas cosas. No. Solo me había distraído con Sidney porque me gustaba, me gustaba de verdad. Por primera vez, suspiraba por una chica y me planteaba ser algo más que compañeros de cama, porque quería serlo todo para ella también. Y quería formar parte de la vida de Mia, esa pequeñaja que me había robado el corazón.
Perseguí a Robert por todo el campo y, al final, logré hacerme con la pelota, pero el muy capullo se tiró al suelo.
—¡Eh, eso es falta! —gritó indignado como un niño pequeño que no se salía con la suya.
Dejé de hacer lo que estaba haciendo para acercarme a él.
—Pero, ¿qué dices? Si te has tirado tú solo al suelo.
—¡Eres un tramposo! —me acusó.
Genial. Lo que tenía que oír.
—¿Qué pasa? ¿Te ha sentado mal que te haya hecho un ataque sorpresa y me haya llevado el balón? Madura de una vez, Robert. Es solo un entrenamiento.
El aludido empezó a ponerse rojo de furia. Achinó los ojos y me lanzó una mirada llena de láseres mortales. Arrancó un puñado de hierba del campo y me la echó en la cara.
—No eres más que un niño mimado, un niño rico que lo tiene todo. Menuda lástima que tu padre te haya comprado el puesto en el equipo, porque no lo mereces. ¡Estoy hasta los cojones de aguantarte!
Para darle una pizca más de amenaza a sus palabras, se puso en pie, sacó pecho y me encaró. Apreté la mandíbula.
—Primero —señalé—, no juzgues algo que no conoces. No necesito que nadie me compre un puesto, porque soy lo suficientemente bueno como para merecérmelo. Segundo, ¿quieres dejar de comportarte como un gilipollas? Tercero, gracias por mostrar tu verdadera fachada. Sospechaba que estabas celoso de mí, pero no hasta este punto.
Robert soltó una risotada.
—¿Yo? ¿Celoso de ti? Más quisieras. Soy mucho mejor jugador que tú.
Me crucé de brazos. Estaba perdiendo la poca paciencia que me quedaba.
—Entonces, ¿por qué no eres el capitán? ¿Por qué no me has sustituido ya a estas alturas del partido? —lo reté.
Apretó los puños con tanta intensidad que los nudillos se le quedaron blancos.
—Todos sabemos que papá Evans lo ha comprado.
Di un paso al frente.
—¿En serio crees que el gran Jacob Evans haría eso? Y yo que pensaba que era tu ídolo.
Ese rubiales iba fanfarroneando por ahí que adoraba a mi padre. Es más, era uno de los que cada vez que se me acercaba era para sacar provecho de mi supuesta estatus dentro del mundillo del fútbol. Lo que no sabía nadie era que yo tenía las mismas oportunidades que los demás.
—Y lo es, pero solo estoy diciendo algo que tiene mucha lógica. Si no fueras su hijo, estoy seguro de que yo sería el capitán de los Golden Scorpions.
Ahora fui yo quien no pudo evitar reírse en su cara.
—Siento decirte esto, pero mi padre no tiene nada que ver. Es más, la Federación tiene prohibido hacer este tipo de chanchullos. ¿Qué sentido tendría si luego el equipo es malo? Piensa un poco, Robert, que a veces me preocupa tu falta de neuronas.
El muy capullo me dio un empujón, rojo de furia, y yo estuve a punto de pegarle un buen puñetazo para borrarle del todo esa suficiencia que desprendía.
—¡Eres un gilipollas!
—Y tú un niño pequeño en medio de un berrinche —contraataqué dispuesto a descargar contra él todos esos años que me había estado reprimiendo.
Pero no pude hacer nada porque, de la nada, una Sidney ceñuda se interpuso entre los dos.
Justo a tiempo.
—Eh, chicos, no sé qué os pasa, pero parad ahora mismo. Lo que menos quiero es que haya malos rollos cuando estamos a tan poco de jugar la final mixta.
Robert me lanzó una miradita que no supe descifrar para, después, empezar a montar todo un drama. Me señaló con un dedo poniendo su mejor cara de «chico bueno».
—Ha empezado él, Sidney. Ya sabes cómo es. Es un capullo. Como le he quitado el balón, me ha puesto la zancadilla.
—¡Eres un mentiroso de mierda!
—Sí, claro. Todos sabemos que te gusta destacar y que como yo era el que estaba teniendo mi oportunidad de brillar, has decidido hacer trampas.
—¡Que yo no he hecho trampas!
Iba a darle una buena paliza, me estaban entrando ganas se partirle la boca, pero Sidney evitó que la pelea llegara a más.
—Mirad, no sé quién habrá empezado, pero o dejáis de pelear o yo misma me encargaré de haceros llorar a los dos. Ya sé que no os aguantáis y, si esto sirve de algo, que cada uno se vaya por su lado y punto. No hace falta que seáis los mejores amigos del mundo.
Me agarró del brazo y tiró de mí para alejarme de ese imbécil. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, se detuvo. Me miró largo y tendido, con tanta intensidad que ya no pude soportarlo más:
—No he sido yo —me defendí.
—Ya lo sé —se limitó a decir.
La observé totalmente sorprendido. ¿Me creía?
—¿Cómo?
Suspiró.
—Tengo un don para calar bien a la gente. —Se encogió de hombros—. No me digas por qué, pero esa sonrisa de bueno nunca me ha dado buena espina. Además, siempre intenta caerle bien a todo el mundo y eso es imposible. Me da repelús. —Fingió un escalofrío.
Recordé, entonces, la vez en la que ese energúmeno había acorralado a Sidney en aquella fiesta que celebraron Georgia, Ashley y Candace en su casa, lo tensa e incómoda que se veía. Lo había calado bien hondo. Por eso no se encontraba a gusto. Y pensar que me había sentido terriblemente mal por verlos juntos cuando en realidad no buscaba liarse con él.
—Me cae fatal. Va de goodboy cuando es un badboy enmascarado.
Sidney sonrió.
—Vaya, se te está pegando mi forma de hablar.
Le toqueteé un mechón de pelo que se le había salido de las dos trenzas en las que se había recogido el pelo.
—¿Qué se le va a hacer? Si me paso el día contigo. No puedo evitarlo.
Puede que el idiota de Robert me haya sacado de mis casillas, pero estar con mi pelirrojita favorita había mejorado mi buen humor. No sé qué tenía, pero cuando estaba con ella todo era mejor, más radiante.
—Pensaba que le partirías la cabeza. ¿He hecho mal en intervenir? No quiero que los entrenadores te sancionen por su culpa.
Le levanté el mentón y me perdí en ese surco suave de pecas.
—Gracias a ti podré seguir jugando. Con la suerte que tengo, se habría puesto en modo víctima y me habrían mandado al banquillo para la final.
—No creo que el señor King y la señora Martin hubieran hecho eso. Saben que sin ti no podríamos ganar.
Esbocé una amplia sonrisa.
—Es bueno saber que piensas así sobre mí, Chispas. —Le guiñé un ojo con picardía.
Resopló.
—Argh, eres insoportable.
—Dirás, insoportablemente irresistible.
—Lo que tu digas.
Le di un beso en la mejilla.
—¿Te apetece que hagamos algo después? Podrías invitarme a cenar.
Arqueó una ceja mientras se cruzaba de brazos.
—¿Invitarte a cenar?
—Claro, para que así la siguiente vez que lo hagamos pueda invitarte yo. Sé que te gusta que seamos equitativos.
Me regaló una de sus sonrisas resplandecientes.
—Eres un bobo...
Volví a guiñarle un ojo.
—Es parte de mi encanto. ¿Qué me dices? Sé de un restaurante que tiene un buen menú y que no es nada caro. Di que sí, ¿por favor? —Intenté poner mi mejor cara de chico dulce y bueno. Incluso batí las pestañas. Haría lo que fuera con tal de que aceptara.
—Uf, se nota que estás pasando mucho tiempo con Mia. Se te está pegando su forma de intentar chantajearme. —Sonrió—. Por suerte para ti, me apetece mucho esa cena de la que hablas. Espero que la carta esté a la altura. —Se señaló el cuerpo y, durante unos segundos, fantaseé con la idea de pegarla a mi pecho y acariciarle cada centímetro de piel—. Este cuerpo serrano necesita combustible para seguir en marcha.
Se me escapó una carcajada.
—Eres única.
Ahora fue ella la que me guiñó un ojo.
—Admite que te gusta que tenga personalidad propia.
Abrí la boca para responder, pero el entrenador King se me adelantó desde el otro lado del campo.
—¡Eh, vosotros dos! ¡Como no mováis el culo ahora mismo, pienso mandaros de una patada a la Luna! —amenazó.
Señalé a Sidney con el dedo mientras me alejaba.
—Tú y yo, tras el entrenamiento. Te espero en el parking.
Ya era de noche cuando la divisé entre nuestros compañeros. Georgia iba con ella. Ambas charlaban muy animadamente sobre vete-a-saber-qué-cosas. Ya no llevaba la ropa de deporte. Su cuerpo estaba cubierto por un pantalón vaquero gris oscuro, un jersey oculto bajo el abrigo color burdeos y unos botines bajos que tenían pinta de ser muy calentitos.
Estaba preciosa, como siempre. Cuando se detuvo a mi altura, me di cuenta de que se había maquillado. ¿Se habría arreglado así por mí?
Las chicas no necesitan ninguna excusa para ponerse guapas, me recordó una voz en mi interior.
—Nos vemos mañana, Gia —se despidió con una sonrisa.
La rubia nos miró a ambos con curiosidad, pero, al final, se alejó sin decir nada. Mejor. No habría sabido qué decir de haber preguntado al respecto.
Nos quedamos un par de minutos observándonos en silencio. El viento ondeaba su pelo, sus mejillas coloreadas por el frío. Me fijé en su rostro, en lo guapa que era, en lo que acentuaba sus rasgos el maquillaje. Sus labios rosados me invitaban a besarla, pero me contuve, porque una vez que comenzara sabía que sería incapaz de parar.
Señalé el coche.
—Será mejor que pongamos rumbo al restaurante si no queremos coger una buena pulmonía.
—Cierto. Lo que menos quiero es quedarme en casa el día de la final. ¡Quiero machar a esos tontos!
Reí. Me encantaba cuando sacaba su lado más competitivo.
Hicimos el trayecto sumidos en una charla amena, donde ella me picaba a mí yo me burlaba de ella. Para cuando llegamos, el ambiente estaba cargado de alegría y buena vibra. Sidney reía y yo estaba perdido en su risa.
—Las damas primero —dije, dejándola pasar primero, mi mano colocada en la parte baja de su espalda. Habíamos dejado las mochilas con la ropa del entrenamiento en el maletero del coche.
—¡Qué caballero!
Le pellizqué el culo.
—Solo cuando quiero, Chispas.
Sidney no dijo nada, aunque puede que fuera porque se había quedado de piedra al ver el interior del restaurante. Adornado como un pequeño jardín de descanso, las paredes estaban cubiertas de falsas enredaderas y había un par de fuentes aquí y allá. El suelo de guijarro, la iluminación e incluso la música de fondo daban la sensación de que uno estaba en medio de la vegetación en vez de dentro de un restaurante.
—Wow, es precioso —musitó con voz estrangulada.
—Lo mejor para la mejor.
Un camarero nos atendió y, de un momento a otro, estábamos sentados en una mesa junto a una fuente de piedra con una estatua que imitaba a la que había en Copenhague de La sirenita.
—¡Dios mío! Todo tiene muy buena pinta.
Sonreí al verla así de contenta. Me pregunté cuántas veces en su infancia había podido ir a un restaurante. Muy pocas o incluso ninguna. Según me había dicho, su madre no solía gastar dinero en ella.
La comida estuvo deliciosa e incluso en los postres hice el tonto y le di de comer un trozo de coulant de chocolate a lo que ella respondió dándome un buen pedazo de su sorpresa de cookies.
De vuelta en el coche, ya aparcados frente a su portal, ninguno parecía querer moverse. Sus ojos estaban clavados en los míos mientras que mis pupilas oscilaban entre los suyos y su boca. Me moría por darle un buen beso.
—Gracias por la cena, aunque técnicamente he pagado yo.
Sonreí.
—Ya te invitaré yo la próxima vez.
—¿Cómo estás tan seguro de que habrá próxima vez?
—Porque eres incapaz de resistirte a mis encantos, preciosa.
—¿No será al revés? Te recuerdo que has sido tú quien ha insistido tanto.
Culpable.
Hizo amago de irse, pero la retuve del brazo.
—Espera, necesito decirte algo. Puede que te suene raro o que no me creas, pero te juro que voy a ser cien por cien sincero.
Unas pequeñas arrugas se le formaron en la frente.
—Me estás asustando, osito.
Resoplé.
—Yo aquí poniéndome serio y tú intentando burlarte de mí. Qué mala eres, Chispas. Vas a acabar conmigo.
Rió.
—Sí, claro.
Le tomé las manos para que me mirara. Yo hice lo mismo. Estaba muy nervioso y tenía el corazón en la boca. Temía lo que pudiera pasar cuando las dichosas palabras salieran de mi boca, pero es que no me aguantaba más.
—¿Qué pasa? Si es por la intervención de antes, no era mi inten...
Pero no pude soportarlo más y la callé con un beso. ¿Quería saber lo que me ocurría? Eso ocurría. Me gustaba de una manera que me aterraba, necesitaba tocarla, sentirla, mimarla. Deseaba escuchar su risa y discutir de vez en cuando. Quería despertarme a su lado, quizás con Mia entre nosotros.
La besé e intenté transmitirle cómo me sentía con ese beso. Quería hacerla sentir una milésima parte de lo que sentía yo. Un volcán de emociones bullía en mi interior: nervios, temor, preocupación... pero, sobre todo, amor.
Cuando me separé de ella, nunca antes me había sentido tan a la intemperie. Solo. Asustado. Por supuesto que me encantaría escuchar de sus labios que también le pasaba lo mismo conmigo, pero la habría entendido a la perfección si me hubiese dicho todo lo contrario.
—Me preguntas que qué me pasa y esto... —La besé—... es lo que me pasa. Tú. Me vuelves loco de una manera que no entiendo. Este carácter que tienes me pone mucho, lo dulce que eres con Mia me atrae y lo espontánea que actúas hace que quiera besarte hasta la eternidad.
«Me gustas mucho. No, me encantas. ¿Es normal que acabemos de tener una cita (porque sí lo ha sido aunque lo niegues, Chispas) y que quiera volver a tener otra? ¿Es normal sentirme como un patoso cuando quiero impresionarte?
«Eres la primera mujer que me gusta de verdad, con la que no solo quiero estar a rollos. Lo quiero todo de ti, Sid.
Un silencio siguió a mis palabras y yo quise morirme allí mismo. Era un puto imbécil. No debería haber abierto la boca. ¡Con lo bien que habíamos estado!
Pero, de nuevo, Sidney me sorprendió.
Parpadeó, como si con eso volviera al mundo real.
—¿Te gusto?
—Mucho más de lo que piensas.
—Creía que no buscabas relaciones serias.
—Y no lo hacía. —Tomé su rostro ovalado entre mis manos y le di un beso en la punta de la nariz—. Hasta que te conocí y caí en tus redes.
Se puso colorada e intentó desviar la vista, pero no se lo permití.
—Creo que te has intoxicado con el vino.
—¿Puedes dejar de hacer eso?
—¿El qué?
—Ser tan mona. Me entran ganas de llevarte a mi casa y hacer cosas muy sucias.
Pese a que intentó mostrarse seria, aprecié cómo en sus labios se fue formando una pequeña sonrisa. Lo que haría para que jamás se le borrara.
—También me gustas mucho —admitió muy bajito, en apenas un hilito de voz—. He estado muy confundida con tu forma de actuar estos días. Que si con los demás eres un chico guay y malo, que si conmigo te comportabas como un demonio, que si luego en privado eras todo lo contrario... Se me derrite el corazón cada vez que te veo con mi bichito. Y, no sé, me gusta este Carter, el que veo, el verdadero. Me encanta que te preocupes por mí, que pueda hablar contigo de ciertas cosas personales sin que me dé miedo que después se lo vayas diciendo a los demás, porque ya me has demostrado un millón de veces que puedo confiar en ti.
«Pero, al mismo tiempo, me asusta entregarte mi corazón y que me lo destruyas. Yo... —Sus mejillas se tiñeron aún más de escarlata— ...nunca había pensado que alguien podría llegar a quererme.
Le acaricié con todo el cariño del mundo la mejilla caliente y borré con el pulgar esas lágrimas que descendían por ellas. Odiaba verla llorar, así de triste.
—Eres suficiente. Que tu madre fuera tan cruel contigo no significa que yo vaya a ser igual. Ahora que te conozco, que me encantas, voy a hacer todo lo que esté en mis manos para demostrarte lo importante que te has vuelto para mí, empezando por besarte ahora mismo porque no puedo contenerme, porque ahora que sé que sentimos lo mismo pienso hacerlo cuando me dé la gana, donde sea. Lo quiero todo de ti, Chispas.
Y con esas palabras, acorté la poca distancia que nos separaba y le di el que catalogué como el mejor beso que me habían dado. Sus manos colgadas de mi cuello, sus dedos enredados en un par de mechones. Mis manos aún en su mejilla, mi boca sobre la suya. Su aroma hipnotizándome, su sabor dulce recorriendo cada rincón de mi sistema.
Nos besamos, nos dijimos con besos lo que el otro llevaba guardado en su interior. Gruñí cuando me dio pequeños mordisquitos con los dientes en el labio inferior y estuve a segundos de sentarla a horcajadas sobre mí.
De no haber sonado su teléfono.
Nos separamos con la respiración irregular, pero eso no impidió que le dejara un reguero de besos en el cuello mientras atendía. Estaba en una nube de felicidad y algodón de azúcar.
Aunque pronto volví de nuevo a la realidad, en cuanto sus ojos plateados se llenaron de lágrimas.
—¡¿Que ha hecho qué?! —preguntó con un deje de pánico en la voz.
La miré, totalmente interesado en lo que fuera que le estuvieran diciendo.
—Está bien. Voy a llamar a la policía ahora mismo.
Vale, Sidney parecía muy asustada. Sin saber muy bien qué hacer, le pasé una mano como pude por los hombros para mostrarle que podía contar conmigo para lo que fuera.
Colgó la llamada y me miró envuelta en un mar de lágrimas.
—¿Qué ha pasado?
Hipó.
De todas las posibilidades, no me esperaba la que salió de su boca.
—Es Alice. Se ha escapado del hospital de rehabilitación y creen que viene a por mí.
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Nota de autora:
¡Feliz viernes, Moni Lovers! ¡Feliz último día del año!
¿Qué tal estáis? A mí este capítulo me tiene muy enamorada. ¿No os pasa? Repasemos:
1. Sidney saca muy buenas notas.
2. El coquteo.
3. El entrenamiento.
4. Robert siendo un imbécil.
5. Sidney defiende a Carter y le cree.
6. La cita.
7. ¡Confesiones muy fuertes!
8. La sesión de besos.
9. La llamada.
10. ¿Qué hará Alice?
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el año que viene! Os quiero. Un besazo.
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