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Capítulo 23

Capítulo 23

—¡Tengo muchas ganas de conocer a la mamá de Carter! —exclamó Mia caminando a la par que yo, su mano entre mis dedos. Las dos trenzas brincaban a la par, los lacitos nuevos ondeando en el viento.

Su entusiasmo me contagió. Por supuesto que estaba muy nerviosa por conocer a su madre. Ni siquiera éramos pareja, ¿cómo iba a presentarme ante ella? Además, había invitado a Mia también. ¿Eso significaba algo?

Que te guste a ti no quiere decir que tú le gustes a él.

No eres suficiente. Jamás encontrarás el amor. ¿Cómo hacerlo cuando ni siquiera tu propia madre te ha querido?

Intenté frenar ese torrente de pensamientos negativos, mantenerlos cerrados bajo siete llaves. No quería que me arruinaran la tarde, con lo bien que había empezado el día. Despertarme entre los brazos de Cartee, envuelta en su propio calor, hacerle un desayuno especial e incluso pasar por el interrogatorio de sus dos mejores amigos había valido la pena. Y no hablemos de la noche de sexo. Ese morenito sabía hacer un buen cunnilingus.

Mia me llamó la atención tirando de nuestras manos unidas.

—Mami, ¿crees que le gustará mi regalo?

Sonreí con ternura. Había insistido en que quería hacerle algo ella misma.

—Por supuesto que sí, bichito. Le encantará.

—¿Y el tuyo?

Agarré con más fuerza la bolsa que llevaba colgada del brazo. Había aprovechado una de mis tardes libres para pasarme por el centro comercial y comprarle un pequeño detalle a ese chico no tan desquiciante.

—Puede que también le guste.

—Carter me cae muy bien. Me gusta que te lleves bien con él. Los chicos ya no dan tanto asco.

Le di un beso en la mejilla, feliz. Meses atrás se habría quejado y habría dicho que los niños tienen piojos, pero ya no. ¿Se debería a mi acercamiento a Carter? Podía ser. Quizás toda esa aventura repentina le habría servido de modelo.

Llegamos a la dirección que Carter me había enviado por teléfono unos minutos después. Era un adosado precioso con una fachada de ladrillo clásica, un pequeño porche y unas escaleras de piedra. Tenía un pequeño jardín delantero muy bien cuidado. Según me había contado, su madre pasaba todos los veranos en Wilmington y, por ello, tenía una casa de vacaciones allí.

—Ya hemos llegado, tesoro —le dije deteniéndome junto a la entrada, nerviosa. Había llegado el momento de la verdad, lo que más había temido. ¿Le caeríamos bien a su madre? Por cómo hablaba de ella, tenía pinta de ser una mujer muy buena, pero a saber.

—¿Tienes miedo? Yo un poco —habló la pequeña con temor.

La tomé entre mis brazos y le di un beso en la nariz. Por instinto, ocultó la cabecita en el cuello, su escondite favorito desde que era una bebé hermosa.

—No debes sentirlo. Vas a caerle bien, bichito. Carter está enamorado de ti, ¿no crees que su madre también lo hará? Eres la niñita más guapa que conozco.

Soltó una risita.

—Solo lo dices porque eres mi mami y me quieres.

Le di un beso en la coronilla, aspirando la colonia infantil que le había puesto.

—Y porque eres la cosita más adorable que conozco. —Le guiñé un ojo cuando volvió a mirarme con esos ojazos que tenía.

Nos quedamos un rato calladas, mirando la fachada con cierto nerviosismo. Su corazón latía desbocado, un reflejo del mío. Pero, aun así, tenerla así, entre mis brazos, hizo que todo fuera más llevadero.

Cuando llegué al porche, deposité a la pequeña en el suelo y me aseguré de que llevaba bien puesto el vestido por debajo del abrigo, a juego del mío, que llevaba. No era una madre obsesionada con combinar la ropa con la de su hija, pero a veces me gustaba hacerlo, en ocasiones especiales como esa. Por ello, también me había puesto un vestido y me había maquillado un poco. Quería causar una buena impresión.

—¿Llamamos? —me preguntó al ver que no lo hacía.

Me froté las manos.

—Vamos a ello. Mientras seas igual de encantadora que siempre, no habrá ningún problema.

Toqué el timbre. Mi estómago daba volteretas mientras todo en mi interior estaba vuelto del revés. Contuve la respiración durante los pocos segundos que tardó Carter en abrir la puerta. Al vernos, sus ojos resplandecieron y nos regaló una gran sonrisa.

—Pero qué guapas estáis, chicas. Mia, ¿ese lazo es nuevo? Me encanta cómo te queda. Sidney, no tengo palabras. Te has superado.

Lo miré embobada. ¿Cómo podía alterarme tanto con unas simples palabras?

Mia soltó una risita infantil y, como ya era costumbre en ella, se pegó a sus piernas.

—¡Carter!

Él la cargó entre sus brazos y ese gesto acabó con las pocas neuronas que me quedaban. Verlos juntos despertaba una parte nueva en mi interior, algo que creía que no existía. Me encanta que se llevaran tan bien, pero esperaba que la niña no se encariñara demasiado. Lo que menos quería era que sufriera si lo que sea que tuviéramos no llevaba a ninguna parte.

—Mi madre está deseando conoceros —nos dijo con los ojos puestos sobre mí, brillantes.

—Yo también estoy deseando conocerla.

Aún con Mia entre sus brazos, nos adentramos en la casa. Era hermosa, muy grande. De suelos con acabados en madera y paredes blancas, estaba llena de fotografías de una mujer preciosa y de él en sus diferentes etapas de la vida. Había varias de cuando era un bebé regordete y achuchable, otras donde un niño pequeño sonreía a cámara y otras donde se veía ya a un chico desgarbado. Y la mujer que salía a su lado no podía ser más feliz.

La vivienda era de estilo abierto. La entrada daba directamente a la sala de estar, conectada a la cocina en armonía. Todo era enorme, mucho más grande que el minúsculo apartamento que tenía. Me gustaba. Estaba llena de color, de vida.

Había una mujer sentada frente a la chimenea, de espaldas a nosotros. Cuando nos escuchó, volvió la cabeza en nuestra dirección. De grandes ojos marrones y un pelo color tierra precioso, Amelia, la madre de Carter, nos dedicó una gran sonrisa encantadora. Era preciosa, con rasgos hispanos, no tan pálida como me había esperado. Llevaba el pelo suelto en suaves ondas y un conjunto espectacular con una falda negra y una blusa blanca.

—Bienvenidas, chicas —nos saludó sin perder la sonrisa. Nos indicó con un gesto de la cabeza que nos acercáramos—. Tú debes de ser Sidney. ¡Eres preciosa! No me extraña que mi osito no deje de hablar de ti.

—¡Mamá! —se quejó este último.

Reí. Osito. Me gustaba.

Miró a Mia con dulzura, aún entre los brazos de Carter. La pequeña le dedicó su famosa sonrisa desdentada. Esa es mi chica.

—Y supongo que esta preciosidad es Mia. Pero qué niñita tan mona eres.

La cría rió, feliz.

—Encantada de conocerte —dijo muy bajito, batiendo las pestañas de manera irresistible. Si ya lo estaba viendo, de mayor me iba a traer muchos dolores de cabeza.

—Un placer conocerla, señora —murmuré con una sonrisa. Era imposible no hacerlo. La buena mujer tenía una alegría contagiosa.

Extendió las manos y las unió a las mías. Los ojos le brillaban con fuerza.

—Nada de señora. Llámame Amelia.

—Está bien.

Carter dejó a Mia en el suelo y esta, a todo correr, se refugió tras de mí. Sí, claro, como si no la conociera.

—Espero que tengáis hambre —comentó esbozando una sonrisa casi idéntica a la de su madre—. Mamá y yo hemos preparado un banquete al más puro estilo español.

—Lo que mi osito pida lo tendrá.

Me moría de ternura. Su madre me caía muy bien.

Nos quitamos los abrigos. Dentro el aire era cálido y reconfortante. Al llegar al comedor, me sentí como parte de la realeza. La mesa de cerezo era preciosa, las sillas acolchadas muy cómodas y la lámpara colgante del techo me pareció maravillosa, con pequeños cristalitos colgando en cadena. No era ostentoso, pero, aun así, daba a entender que la mujer manejaba grandes fajos de dinero.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí fuera de lugar con mi ropa de temporadas pasadas y mi pasado lleno de tristeza.

Cenamos algo que llamaron embutidos de aperitivo para después probar la deliciosa paella que habían preparado. Nunca antes había comido algo tan delicioso, lleno de sabor. Me relamí del gusto. Carter, sentado a mi lado —había ocupado ese lugar dejando a Mia en frente de mí—, me sirvió un poco más al ver lo mucho que lo estaba disfrutando. Las verduras estaban en su punto, el marisco sabroso y el arroz me fascinó.

—Os ha quedado estupendo —los alabé con una sonrisa—. ¿Es típico de España?

A Amelia le brillaron los ojos. Murmuró un «Me cae bien» que no entendí porque lo dijo en su lengua materna.

—Es un plato tradicional, sí. Espero que no te hayas llenado, porque he hecho crema catalana. Admito que no es de la provincia de donde vengo, pero es uno de mis postres favoritos. —Esbozó una sonrisa culpable.

Mia había limpiado el plato también, y eso que tenía verduras y que no era muy fan de ellas.

—¡Sí! Quiero postre, pero estoy taaaaaan llena —dijo la pequeña frotándose la tripa.

Amalia le dio un beso en la coronilla, un gesto cariñoso que también había hecho conmigo en varias ocasiones durante la velada.

—Un poquito de postre no te sentará mal. No es necesario que lo acabes, cielo —le dijo.

Mia me miró con ojos suplicantes. No solía dejarle comer muchos dulces por la noche porque luego le costaba conciliar el sueño.

—Puedes comerlo, bichito. Es una ocasión especial. —Le guiñé un ojo.

Menudo postre había preparado. Estaba delicioso. Su sabor dulce junto al caramelo de la capa superior me pareció de los mejores dulces que había probado. Se me escapó un pequeño suspiro de placer.

Por debajo de la mesa, Carter entrelazó nuestros dedos. Aquello me llamó la atención, así que le lancé una miradita interrogante. Él me guiñó con ojo con picardía y susurró en mi oído:

—Sabía que te encantaría. Le he pedido a mamá que lo haga especialmente para ti. Sé que adoras el caramelo.

Su aliento me envió un escalofrío por toda la columna vertebral.

—Necesito la receta. Creo que se ha convertido en nuestro postre favorito, ¿verdad, cariño?

Mia se lo había zampado todo y eso que decía estar llena. Hice una mueca al ver que tenía la cara manchada y, por puro instinto, me levanté, me agaché y la limpié.

—Esto está muy rico.

—Me alegra que os guste, hermosas.

Al igual que Carter, Amelia tenía la costumbre de soltar alguna que otra palabra en español. Me había ido acostumbrando con el tiempo al idioma. Me encantaba cuando lo hacía Carter, cuando en medio de una de nuestras sesiones de sexo soltaba un taco en español o me susurraba palabras guarras, porque lo poco que sabía de español eran malas palabras.

—¿Cómo llevas el nuevo libro, mami querida? —le preguntó Carter cuando acabó su crema.

Me limpié los labios con la servilleta.

—¿Eres escritora? —indagué en modo cotilla.

—¿He leído alguno de tus libros?

Amelia rió ante nuestro interés.

—No creo, preciosa. Escribo más para los adultos que para los niños. —Le pellizcó la mejilla antes de centrarse en mí. Sus ojos marrones me escrutaron, atentos—. Digamos que me dedico a ello desde hace unos años.

Carter chasqueó la lengua.

—Es una autora bestseller. Sus novelas son conocidas a nivel mundial. Títulos como Amor ardiente o En secreto han sido un boom internacional.

Hice una mueca. No era mucho de leer novelas románticas. Me iban más las policiacas y novelas negras.

—Siento que no me suene. No leo ese género.

—Bah, para gustos los colores.

La velada se me hizo corta. De repente, Mia estaba dormida sobre el sofá mientras nosotros tomábamos un café —menos Carter, quien degustaba un té— sentados a la mesa.

—Me ha dicho Carter que también eres la capitana de los Golden Scorpions —comentó Amelia como quien no quiere la cosa.

Observé al susodicho con curiosidad. ¿En serio le había dicho tantas cosas de mí?

—Compartimos liderazgo, sí. Tengo que decir que al principio éramos un desastre, pero porque no nos fiábamos el uno del otro. Ahora... es llevadero.

La mujer rió ante mi respuesta.

—¡Eh! —se quejó Carter—. Sabes perfectamente que te encanta que compartamos el papel. Juntos somos invencibles, Chispas. ¿Cómo puedo demostrártelo?

Sonreí. Estaba de muy buen humor.

—¿Querrás dedicarte al fútbol profesional?

Crucé las piernas y esbocé la que pensé que sería la sonrisa más grande de la historia.

—Ojalá pudiera jugar en un gran equipo femenino, tal y como Venus Turner lo hace. Es tan difícil que nos fichen.

—No te creas. Según me ha dicho mi niño, para la final mixta habrá varios seleccionadores. Confío en que vean lo buenos que sois juntos. He visto un par de partidos vuestros y tenéis muy buena química.

Se me encendieron las mejillas. ¿Tan evidente era?

—Eso es porque somos muy buenos líderes —habló Carter—. Nos entendemos muy bien dentro y fuera del campo y hemos aprendido a confiar en el otro.

—Sí, porque antes nos llevábamos a matar.

Amelia nos miró a uno y a otro con la ceja alzada.

—¿Ah, sí? ¿Quién lo diría? Con lo inseparables que parecéis ahora. —Miró a su hijo con amor—. Me sorprendió mucho que quisieras que tu amiga viniera, pero ahora que veo lo encantadora que es, no me extraña que te guste.

Vale, ¿podía tener la cara aún más roja? ¿Carter se había ruborizado también?

—Mamá, no estamos saliendo.

—Solo somos amigos —dije a todo correr a su vez.

Nos miró con una sonrisita que no supe descifrar. ¿Qué demonios estaría pensando? Levantó las manos en son de paz.

—Vale, sois amigos, lo pillo. Pensaba que por primera vez mi osito tenía algo más que una de esas relaciones abiertas. ¡Qué decepción!

Clavé la vista en el chico moreno. ¿Podía ser cierto que sentía por mí una décima parte de lo que yo sentía por él?

Arrugó el morro.

—¿Acaso un chico y una chica no pueden ser solo amigos?

Su madre puso los ojos en blanco.

—Sabes que no me refiero a eso. Como os veía tan compenetrados, he pensado que había algo más. Además, no sueles insistir tanto en que venga uno de tus amigos.

Se cruzó de brazos.

—A ellos ya les conoces. A Sidney no. Quería presentártela.

¿Por qué no me gustó nada la forma en la que los ojos marrones de Amelia nos escrutaron a los dos? Era como si intentara descubrir cualquier signo de mentira en nuestro lenguaje no verbal.

—Vale, vale. Me queda claro, osito.

Sí, a mí también me ha quedado muy claro, pensé.

Después del café y de la agradable charla posterior, Carter, cargado con Mia, me llevó a casa. No solo insistió en acompañarme, sino que se encargó de acostarla en su cama. Para cuando volvió a la sala de estar, había servido dos copas de vino tinto. Alcé la mía en su dirección cuando se unió a mí.

—Por el cumpleañero.

Me imitó.

—Y para que todos los cumpleaños sean igual de buenos.

Brindamos y, tras tomar un sorbo, saqué la bolsa que había llevado conmigo.

—Tengo algo para ti.

En su boca se formó una magnífica «O».

—No tenías que haberte molestado.

Sentí la cara arderme y, por puro instinto, intenté taparme con el pelo.

—Simplemente lo vi y pensé en ti.

Carter sacó el paquete y lo desenvolvió con prisas, como un niño pequeño en Navidad. Su manera de actuar me sacó una gran sonrisa.

—¿Me has comprado una taza? —Me miró arqueando una ceja.

Solté una carcajada.

—Mírala mejor.

La sacó de la caja y empezó a desternillarse conmigo.

—«Para el chico malo del campus» —leyó—. ¿Eso que veo son chuches? Me encantan las gominolas. —Cuando clavó la vista en mí, le brillaban los ojos y una sonrisa genuina bailaba en sus labios. Me sentí en la gloria por haberle sonsacado esa reacción—. Me encanta el regalo. Voy a desayunar con él todos los días.

—Puedo devolverla si quieres.

Colocó con suavidad los dedos bajo mi barbilla, sus ojos conectados con los míos.

—No hace falta. Me gusta. —Me dio un beso en la punta de la nariz para, acto seguido, sacar una chuche y metérmela en la boca—. Uf, no ha sido buena idea. Solo de verte así hace que se me ponga dura y no pienso hacer nada estando Mia en la habitación de al lado.

Vale, que fuera tan considerado ganó aún muchos más puntos conmigo.

—Podemos hacer otras cosas que no sean tan... ruidosas.

Esbozó una sonrisa lobuna. Dejó todo sobre la mesa de cristal, me agarró de las caderas y me sentó sobre él, a horcajadas.

—Creo que te prefiero a ti como regalo. Como anoche. Envuelta en ese vestidito, no pude apartar los ojos de ti, Chispas.

Apoyó las manos en mis caderas y las frotó con el pulgar, enviándome oleadas placenteras a cada célula de mi cuerpo.

Hmmm, quería estar guapa.

Me perfiló los labios con los dedos.

—Lo estabas. —Me dio un beso en la comisura—. ¿No te diste cuenta que no podía apartar la vista de ti? Eres una diosa del pecado.

Sonreí. Le pasé las manos por el pecho.

—Estoy segura de que eso se lo dirás a todos tus ligues.

Volvió a besarme, esa vez sobre los labios, suave. Directo.

—Tú eres la única que me conoce tan bien. Me encanta cómo me tocas, cómo me hechizas con solo una miradita y las ganas inmensas que me dan de bajarte la Luna si hace falta con tal de ver esa sonrisa que tanto me atrae.

Me recosté contra su cuerpo.

—Y pensar que hace tan solo unos pocos meses no podíamos ni soportarnos.

Me acarició el pelo con los dedos y me apretó contra sí mismo.

—Menudos tontos éramos. Aunque confieso que me gusta hacerte rabiar. Me pone mucho —susurró eso último con la voz ronca.

Tragué saliva.

—No seas malo. ¿Podemos fingir que todo está perfecto entre nosotros? Solo quiero respirar.

—Cada vez que sientas que te ahogas, búscame. Pase lo que pase, intentaré sonsacarte una sonrisa.

Dejé un pequeño beso allí donde su corazón bombeaba enérgico.

—¿Lo prometes?

Me apretó aún más contra él.

—¿Cuándo he roto yo una promesa?

Allí, entre sus brazos, creía que nada ni nadie podría destruirme. Poco sabía lo que se avecinaba.

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Nota de autora:

¡Feliz miércoles, Moni Lovers!

¿Qué tal estáis? Yo ando un poco mala de lo mío. Nada grave, solo me duelen las articulaciones, un efecto secundario de lo que tengo.

¿Qué os ha parecido el capítulo? De todos este es uno de mis favoritos. Repasemos:

1. Mia y Sidney conocen a la madre de Carter.

2. Ambas están nerviosas.

3. La cena.

4. Amelia es un encanto y las trata muy bien.

5. El interrogatorio de tercer grado de Amelia. Ella ya los ha pillado.

6. Carter acompaña a Sidney y a Mia a casa.

7. El regalo de Sidney.

8. ¡Carter, deja de pensar en desnudar a Sidney cada vez que la ves!

9. Hay amor en el aire.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes con el último capítulo del año! Os quiero. Un besazo.

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