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Capítulo 21

Capítulo 21

—¿Qué te parece este? —le pregunté a Faith enseñándole un vestido precioso de color ceniza.

Se mordió la uña, con aparente aburrimiento.

—Es muy soso. —Volví a centrar la atención en las prendas que colgaban de las perchas de aquella tiendecita de segunda mano. Mi amiga tardó un par de minutos en abrir la boca—. Explícame de nuevo por qué te ha dado de repente un arrebato de ir de compras. Tú, que eres la ahorradora máxima.

Me mordisqueé el labio inferior, insegura. Desde que me había independizado, había sido muy estricta con los gastos: jamás derrochaba ni un solo centavo y todo lo que compraba tanto para Mia como para mí de ropa era en tiendas de segunda mano. Porque había ropa de temporadas pasadas preciosa y a muy buen precio.

Me volví hacia mi mejor amiga.

—Me apetece comprarme algo mono y atrevido.

Me lanzó una mirada pícara. A unos metros de nosotras, Mia ojeaba unos lazos, centrada.

—¿Alguien a quien querer impresionar?

La imagen de un Carter sonriente me vino a la cabeza, aunque intenté ahuyentarla con todas mis fuerzas.

—¿Qué hay de malo en que quiera vestirme bonita para mí misma?

Chasqueó la lengua.

—Tú y yo sabemos que quieres ser un bombón sensual para alguien más. Desembucha, ¿quién es?

Le eché una ojeada a Mia para asegurarme de que no nos estaba escuchando. En efecto, estaba a su bola mirando los accesorios para el pelo. Tomé nota mental de comprarle alguno antes de pagar.

—Si te lo cuento, no vas a creerme.

—¿Tan malo es? Ni que fuera Carter. —Pero calló al ver lo seria que me había puesto. Se llevó una mano a los labios, sorprendida—. ¡No puede ser! ¿Es Carter? ¿El idiota? ¿El mamarracho? Creía que no podíais estar juntos en una misma habitación sin tiraros de los pelos.

La miré, muerta de la vergüenza.

—No sé cómo ha pasado, pero le he visto en tantas partes que no puedo evitar sentir lo que siento. Es muy diferente cuando estamos a solas.

—¿Qué ha pasado exactamente entre los dos y por qué siento que soy la última en enterarme?

Le narré todo, desde la primera vez que trabajamos juntos, pasando por las veces que nos acostamos, hasta los sentimientos que habían empezado a florecer en mi interior. Me asustaba que fuera tan repentino, me aterraba que quisiera darle el máximo de mí, porque así era como era yo. Lo daba todo cuando estaba con alguien.

Quería vivir mi propia historia de amor. Ser feliz. Tener pareja. Ser como los demás.

Faith pegó un grito.

—Sois tan monos.

—Conoce a Mia —confesé—. La conoció hace unas semanas, cuando se puso mala.

Juro que a mi amiga le estaba a punto de darle un paro cardiaco. Sus ojos marrones estaban abiertos de par en par y sus labios carnosos pintados de rosa en una perfecta "O".

—¡Dios! ¿Cómo es que esa granuja no me ha dicho nada? Siempre me entero de los cotilleos por ella —dijo mirándola. La pequeña, al percatarse de que la mirábamos, meneó una de sus manitas en nuestra dirección y nos regaló una de sus sonrisitas.

Reí.

—Puede que no le haya parecido relevante contártelo.

—Sea como sea, me siento muy traicionada por las Wilson. Sois malvadas por ocultarme este tipo de información. Quiero todos los detalles, señorita.

Sonreí con maldad.

—No creo que quieras saber todo lo que hemos hecho estando solos. Solo te diré que Carter sabe muy bien donde poner las manos y qué puntos de mi cuerpo tocar para que mis piernas se vuelvan de goma.

Se dio un golpe en la frente.

—¡Ahora todo tiene más sentido! Quieres ponerte pibón porque vas a ir a la fiesta de cumpleaños de Carter, ¿no es así? ¿Cómo no? Seguro que fuiste de las primeras a las que ha invitado.

—Me ha invitado por invitar.

Me señaló con el dedo índice.

—No te lo crees ni tú. Ahora entiendo toda la complicidad que se os ve en el campo. ¡Tiene sentido! ¿Cómo he estado tan ciega? Si te mira incluso cuando no te das cuenta. Babea por ti.

Vale, Faith se estaba montando su propia película romántica en la cabeza. Estaba claro que veía cosas donde no las había.

¿Segura?, me preguntó una voz en mi cabeza. Maldije por lo bajo.

—¿Podemos seguir mirando? —pregunté de muy mala gana. No tenía la paciencia necesaria como para soportar un interrogatorio sobre Carter.

—Si es lo que quieres... Pero que sepas que si ese idiota te hace llorar, removeré cielo y tierra para encontrarlo, cortarle las pelotas, hacérselas tragar y enterrarlo vivo. Nadie se mete con mis chicas.

Sonreí. Faith, con su cara de niña buena, escondía un pequeño demonio interior.

—Será mejor que le dejes las cosas claras la próxima vez que lo veas.

—¿Me estás dando permiso para amenazarle?

Sonreí con maldad.

—Permiso concedido.

Y así, entre risas, volvimos a la tarea de encontrar el vestido ideal.

El viernes Carter canceló nuestra sesión de estudio. Me envió un mensaje escueto. «Hoy no puedo quedar». Sentí que algo desagradable se removía en mi interior. ¿Qué sería más importante para el señor «tienes que estudiar» lo anulara?

Me pasé la mañana sumida en los apuntes y, por la tarde, antes de visitar a Alice, me reuní con la maestra de Mia. Pero todo se torció cuando pisé las instalaciones del hospital de rehabilitación Monroe. Ya de por sí tenía el corazón en un puño, pero al ver lo cabreada que estaba Alice, al recibir todos sus gritos e insultos, no pude quedarme callada durante más tiempo.

—No eres la única que tiene problemas —hablé con rudeza, quizás demasiada.

Los ojos verdes apagados de mi madre, los mismos que Mia había heredado, se clavaron en mí, iracundos.

—Tú eres la que me ha metido aquí —escupió con rabia—. Me muero por una copa y por un poco de speed.

—Por cosas como estas te he metido aquí. ¿Cuándo verás que es mucho más fácil cuando no te consumes en tu propia mierda? El alcohol y las drogas no son una salida ni una vía de escape.

Juntó las cejas, enfadada. Era como una niña pequeña que no se salía con la suya y tenía un berrinche.

—Eres insoportable.

—Mira quién fue a hablar, madre.

Frunció los labios.

—Yo no soy tu madre. Fuiste el mayor error de mi vida.

—Y aún así insististe en quedarte conmigo cuando, por ejemplo, podrías haberme dejado en manos de los Servicios Sociales, donde, seguramente, habría estado mucho mejor que contigo —rezumé llena de cólera.

Apretó los puños.

—No entiendes nada. Tenía todo solucionado: un buen papel en Broadway y mi carrera como actriz directa al estrellato. Pero tuve que acostarme con ese jugador de fútbol idiota y tuvimos que hacerlo a pelo, por supuesto. ¿En qué estaría pensando?

Mientras, yo la escuchaba atenta por primera vez. Nunca antes había hablado del hombre que había prestado esperma para crearme y que jugara al fútbol —o que al menos lo hubiera hecho en su juventud— era un dato muy relevante para mí.

—¿Por eso odiabas que me quedara en el patio jugando al fútbol? ¿Porque te recordaba a él?

Hizo una mueca.

—Tu padre era uno de esos chicos que iban de guays por la vida. Era atractivo, tenía carisma y una brillante carrera. No fue nada raro que cayera rendida a sus pies. —Por primera vez, vi emoción en ella. Una lágrima solitaria descendió por sus mejillas. Parpadeó. De un segundo a otro, endureció el rostro—. Lo que no esperaba era que solo bastara una noche para arruinarme la vida.

—¿Nunca lo has buscado? ¿Nunca te has preguntado que habría pasado de habérselo contado?

Puede que mi madre me hubiese hecho la vida imposible cuando era pequeña, pero entendía que debía haber sido duro haber criado a una niña pequeña ella sola, por muy mal que hubiese hecho las cosas conmigo. De haber contado con la ayuda de mi padre, quizás todo hubiese sido diferente. Quizás no sería la misma Sidney.

Me miró con una sonrisa horrorosa en los labios, tétrica.

—Él jamás te habría querido. ¿Cómo hacerlo cuando eras y eres un monstruito? Todavía no sé de quién has sacado ese color de pelo, porque de mí no.

—¿Él era pelirrojo? —quise saber.

—No, pero hasta ahí vas a saber. Dejemos de hablar de imbéciles. Mejor déjame tranquila de una vez y no vuelvas a no ser que me saques de este puto infierno.

Me coloqué el abrigo que había colgado del perchero que había en la entrada.

—Te quedarás aquí hasta que te cures.

—¿Aún no lo has entendido? No voy a curarme nunca porque no estoy enferma.

Ese era mi mayor miedo: que mi madre no viera que tenía un problema nunca.

De camino a casa me encontré a un Carter sudoroso. Vestido con un pantalón deportivo y una camiseta vieja, trotaba a paso rápido por la calle. Iba tan centrado que si no me hubiera puesto en medio de su camino, no me habría visto.

—Perdona, Chispas, estaba en mi mundo —se disculpó con voz neutra.

Vale, había pasado algo. ¿Desde cuándo volvía a ser tan seco conmigo? Pensaba que ya habíamos superado esa etapa.

—¿Estás bien? ¿Va todo bien con tu padre?

Tensó la mandíbula.

—No hablemos de ese cabrón, que me tiene hasta los huevos.

—¿Qué ha hecho? —Pero Carter se quedó callado y eso disparó todas mis alarmas. Le puse las palmas de las manos en el rostro, sus mejillas estaban húmedas por el sudor. Lo miré a los ojos para preguntarle con más ímpetu—: ¿Qué ha pasado?

Me apartó los dedos y los entrelazó con los suyos. Con suavidad, tiró de mí en dirección a la pequeña plaza que había a unos metros. Nos sentamos en un banco, de cara a la fuente de un señor montado en un corcel blanco.

—¿Podemos quedarnos aquí un momento los dos solos? Necesito un poco de paz.

—Lo que quieras. Ya sabes que me tienes para lo que sea.

Me miró y yo hice lo mismo. Sus ojos azules brillaban bajo la luz de las farolas, el fino manto de la noche sobre nosotros. El universo pareció detenerse, nos sumió en el aquí y el ahora. No podía moverme. No quería hacerlo. Una fuerza más grande me atraía hacia él, no me permitía alejarme de su lado.

Carter habló un par de minutos después, rompiendo el contacto.

—Está siendo un completo gilipollas.

—Lo siento.

Volvió a clavar la vista en mí, meneando la cabeza a modo de negación.

—No lo entiendes, Sidney. Está loco. Cree que soy un vago, que no trabajo lo suficiente, que nunca llegaré lejos. Quiere que siga sus pasos, pero estoy cansado de todo, de ser su sombra. Soy Carter Evans, no Jacob. Puta vida.

Coloqué las palmas de las manos en sus mejillas y, con dulzura, le deposité un beso en la frente.

—Creo que todo el mundo sabe que no eres él. ¡Menos mal! Menudo capullo está hecho. Y machista.

—Solo le interesa ganar, que sea el mejor. Le asusta que tú puedas superarme.

Lo miré de hito en hito.

—¿Yo?

Sus labios se posaron en las palmas de mis manos, un gesto estremecedor.

—No te hagas la sorprendida, Chispas. Eres la mejor jugadora de los Golden Scorpions con creces. Menudos goles metes, cabrona. Ya quisiera yo ser tan ágil.

—Pero juntos somos invencibles —rebatí, porque sin él no habríamos ganado el último partido.

Sonrió.

—También lo has notado, ¿eh?

El tonito que empleó me calentó las mejillas de tal manera que intenté ocultar el rubor con los mechones largos de mi pelo.

—No soy mejor que tú. Nadie es mejor que nadie en un equipo. Todos hacemos que la maquinaria funciones, bien engrasada. Sin nosotros, por ejemplo, no habría líderes. Sin ti no habría buena estrategia.

—Sin ti el fútbol no tendría sentido.

Uf, vale, me había quedado sin palabras.

No tuve que decir nada. Su teléfono móvil empezó a sonar y, con una miradita culpable, descolgó. No entendí gran parte de lo que dijo, pues lo hacía en un castellano fluido, casi sin acento. Para cuando colgó, creí atisbar un ligero rubor en sus mejillas.

—Perdona, era mi madre. Vendrá de visita la semana que viene por mi cumpleaños y quería saber si quería un menú especial.

—A ver si adivino. ¿Habrá noche de tacos?

A Carter se le escapó una gran carcajada.

—Ay, Chispas, qué poco sabes de mi cultura. Los tacos son mexicanos y mi madre es de origen español.

—¿Lo siento?

Me pasó el brazo por los hombros y me pegó a él. Su calor corporal enseguida me calentó el corazón.

—Tienes que probar la paella que hace. Es magnífica. ¿Por qué no venís ese día a cenar? Estoy seguro de que estará encantada de que seamos más.

Me dio un brinco el corazón.

—¿Mia y yo?

Asintió enérgicamente.

—Por supuesto. Sois un pack, eso me ha quedado muy claro. Además, a mi madre le encantan los niños pequeños. Estoy convencido de que Mia la conquistará, tal y como ha hecho conmigo. Es imposible resistirse a sus encantos.

Sonreí. Tenía razón.

—¿Me prometes que no seremos ningún estorbo? —supliqué.

Con sus dedos, me giró la cabeza para que quedáramos cara a cara.

—Quiero que vengáis. Las dos. Quiero presentarte a mi madre. Sinceramente, lleva ya un tiempo preguntando por qué me ve tan feliz y quiero que por fin te conozca.

—¿Te hago feliz?

Me dio un beso en la mejilla.

—No sabes cuánto.

Apoyé la cabeza en su hombro. Pese a la noche fría que se había quedado, pese a la mierda de tarde que había sido, estar así, entre sus brazos, hizo que todo valiera la pena.

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Nota de autora:

¡Feliz Navidad, Moni Lovers!

¿Qué tal estáis? Espero que hoy hayáis tenido muchos regalitos. Santa Klaus me ha dicho que habéis sido muy buenos y, por eso, me ha suplicado que os diera un capítulo extra.

¿Qué os ha parecido la sorpresa? Repasemos:

1. Sidney se va de compras.

2. Sidney quiere sorprender a Carter.

3. ¡Por fin Sidney le cuenta a Faith lo de Carter!

4. La conversación con Alice.

5. Sidney consigue una pista de su padre biológico.

6. El encuentro con Carter.

7. ¡Confesiones muy fuertes!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes! Os quiero. ¡Pasad una muy buena feliz Navidad! Un beso.

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