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Capítulo 18

Capítulo 18

Había estado a punto de besarla.

No tenía pensado pasar todo el día fuera, pero al ver a la cría tan feliz, al sentirme tan bien recibido en su casa, una parte quería devolverle el favor a ese pequeño ángel de luz que Sidney tenía por hija. Y lo sucedido la tarde anterior, verla en modo madre cariñosa, había despertado en mí un hormigueo cálido, una fuerte vibración que no pude callar por mucho que lo hubiese intentado.

La había deseado, había querido besarla por lo menos dos veces. Aunque a lo largo de la mañana me había salido con la mía y le había robado una caricia aquí y un roce allá, un beso en el cuello...

¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué de repente no podía quitarme esos ojos plateados, esa melena escarlata y esas pequeñas pecas de la cabeza? ¿Por qué no podía dejar de sonreír ante la idea de tenerla de nuevo a solas y cumplir todas las fantasías que despertaba en mí?

Porque no solo te atrae. Estás empezando a sentir cosas por Sidney.

No podía ser, ¿o sí? Quizás el pasar tanto tiempo a su lado me había hecho conocerla más sin esperarlo y me había ido dando cuenta poco a poco de lo buena chica que era.

Reí con amargura.

¿Quién iba a decirlo? Al gran Carter Evans le gustaban las niñas buenas. Y yo que me jactaba que solo me iban las mujeres rebeldes.

¿Qué me estás haciendo, Chispas?

Había caído bajo su embrujo, hechizado por todo lo que la rodeaba. La admiraba, admiraba su fuerza, sus ganas de pelear desde niña, que no se hubiera rendido por muchos golpes que le hubiese dado la vida. Me gustaba que jamás dejara de sonreír, que siempre le encontrara el lado bueno a todo.

Me hacía querer ser mejor persona. Me hacía ser buen hombre.

Porque ya estaba cansado del numerito de badboy. Ya estaba harto de ser quien no era. Quería salir a la calle y poder actuar como me diera la gana sin que los demás opinaran de mí. Quería dejar de ser el «hijo de».

Parecía que nadie veía a la persona que había detrás.

Nadie salvo Chispas.

Apenas pegué ojo esa noche. No podía dejar de pensar en todo lo que había pasado en tan poco tiempo, cómo nuestros mundos habían colisionado estrepitosamente de la noche a la mañana. Sin esperarlo, no solo habíamos acabado siendo co-capitanes de los Golden Scorpions, también debíamos estudiar juntos e incluso nos habíamos empezado a llevar medianamente bien. ¡Quién lo diría a principios de año, cuando ni siquiera podíamos estar en una misma habitación sin tirarnos de los pelos!

No sé cómo pude afrontar la sesión intensa de entrenamiento matutino. El entrenador King y la entrenadora Martin nos machacaron. Corrimos varios kilómetros, practicamos la técnica durante al menos dos horas y, al final de la mañana, nos dividieron en cuatro equipos para que jugáramos los unos contra los otros. Cuando me tocó jugar contra el grupo al que lideraba Sidney, estaba reventado.

La miré. Se veía fresca como una lechuga. En su salsa. Aunque, en un momento dado, centró la vista en un punto en concreto y, al seguirla, se me escapó una sonrisa. Al final había llevado a mini Chispas al entrenamiento. Estaba sentada en las gradas, muy cerca de ambos entrenadores. Observaba el campo con gran concentración, sin soltar el oso de peluche de color rosa. En cuanto me vio, me regaló una de sus sonrisas dulces.

No sé exactamente qué me pasó, pero ese simple gesto, junto a la imagen de mi pelirrojita favorita, me dieron tal chute de energía que podría haber seguido jugando durante horas.

Nuestro entrenador tocó el silbato.

—¡Ronda final! Quiero que lo deis todo, que acabéis sudando la gota gorda. No queremos mediocres en el equipo. Wilson, Evans, al centro. ¿Quién de los dos llevará a su grupo a la victoria?

Sidney me lanzó una miradita de suficiencia. Le brillaban los ojos y, durante unos segundos, me quedé perdido en ese mar de plata.

Me acerqué a ella.

—Suerte.

—No la necesito. Soy una campeona.

—Me gusta tu confianza, Chispas, pero ya sabemos que yo soy el mejor.

—En tus sueños, badboy.

—Sí, en los mismos que apareces tú —le dije con la voz ronca.

Me relamí del gusto al ver cómo sus ya sonrojadas mejillas adquirían un tono rubí.

—¡Eres un cerdo! —me acusó achicando los ojos.

Le guiñé un ojo.

—Es parte de mi encanto, Caperucita.

—¿Otra vez andas con esas?

—Pero esta vez no voy a decir que el lobo puede comerte, porque ya lo ha hecho, preciosa. Y planea devorarte muchas veces más.

Vale, ¿qué me estaba pasando? No era un tío que coqueteara. Es más, eran las mujeres las que se esforzaban para que les prestara atención, no al revés. ¿Por qué no podía controlarme? ¿Por qué sentía que debía hacer lo que fuera para llamar su atención?

—¿Te has planteado si Caperucita quiere que el lobo feroz la coma?

Le lancé una miradita llena de deseo. Pese a llevar la indumentaria pegada al cuerpo, tener el rostro bañado en sudor y respirar agitadamente por el esfuerzo, me seguía poniendo a mil. Me habría encantado llevarla a los vestuarios, besarla y follarla tan fuerte que acabara gritando mi nombre. No había nada más erótico que escuchar mi nombre en sus labios.

—Estoy seguro de que Caperucita está más ansiosa que yo —la piqué.

No sé cómo habíamos acabado hablando de un tema tan íntimo, solo sé que como siguiera por ese camino tendría un ligero problema en mis partes nobles. Lo que menos deseaba era una erección justo en medio del entrenamiento.

Por suerte, la entrenadora Martin cortó el momento incómodo.

—No quiero nada de peleas en el campo. A la mínima os saco del juego, ¿entendido?

Tragué saliva. Aquella mujer menuda me imponía mucho más de lo que habría admitido.

—Sí, entrenadora —murmuramos al unísono.

El partido estuvo muy reñido. Sidney lideró como la campeona que era y no me pareció nada raro que ganara a mi propio equipo. Más que nada porque en más de una ocasión me la quedaba mirando, embobado. Era una jugadora nata, no le voy a quitar el mérito, pero no me sentía al cien por cien. Estaba distraído.

Ahora repítetelo hasta que te lo creas, susurró una voz en mi cabeza.

Tras la parada del almuerzo, tuve una sesión intensa en el gimnasio. Levanté pesas, hice un poco de cardio... Fue una sesión dura, pero necesaria. Me gustaba entrenar, aunque no lo hacía para después fardar de cuerpo de Adonis, no. Disfrutaba de mantenerme en forma. Había estado muy unido al deporte desde que era un niño y las costumbres eran muy difíciles de cambiar.

Ya en el spa, relajándome tras horas de trabajo, pude dejar por fin la mente en blanco, o eso pensé. Sin comerlo ni beberlo, vi cómo una Sidney ataviada en un bikini sexy entraba en la piscina de hidromasaje y, como un niño pequeño, la seguí. Ya era bastante tarde y las instalaciones estaban vacías salvo nosotros dos.

—¿Baño de última hora? —pregunté para romper el hielo.

Me miró con esos ojazos que tenía y, durante unos segundos, juré quedarme sin aire en los pulmones.

—Algo así, sí. Necesito despejarme un poco.

Sonreí. La entendía tan bien.

—¿Dónde está Mia? —pregunté. No la había visto en toda la tarde.

—Una vecina la está cuidando. Lo hace a veces, cuando puede. No quiero abusar de su amabilidad.

—Al final la has traído al entrenamiento.

Se encogió de hombros. El agua la cubría por completo. Su pelo chorreaba agua. Me uní a ella de un salto y, al instante, el calor me relajó los músculos.

—No me ha quedado más remedio. Por suerte, el señor King y la señora Martin han sido muy amables y le han echado un ojo. Ha sido una medida desesperada.

—Sabes que no hay nada malo con que la lleves a los entrenamientos, ¿verdad? Nadie va a juzgarte y quien lo haga se merece una buena paliza.

Hizo una mueca.

—Cuando eres joven y tienes una niña pequeña que te llama «mamá» es fácil juzgar. No es la primera vez que oigo a las otras madres murmurar a mis espaldas o susurrar «Pobrecita» o «Se lo merece por ser tan zorra». Si ellas supieran los sacrificios que he de hacer... Porque hay semanas duras, Carter, semanas en las que debo hacer malabares para poder pagar el alquiler, la comida y la ropa. Mia crece a pasos agigantados y a veces he de comprar prendas de segunda mano porque el sueldo no me da.

No sabía lo duro que debía ser tener tantas responsabilidades siendo tan joven y con tan pocos recursos. Yo lo había tenido todo: una madre que me quería y apoyaba en todo, una buena educación, un grupo de amigos y una buena situación económica. En esos momentos habría dado lo que fuera por que la tormenta que se desataba en sus pupilas amainara y que los rayos de sol brillaran de nuevo.

Me rompía ver a Sidney así.

—Eres la mujer más fuerte e increíble que conozco.

Resopló, alejándose de mí al mismo tiempo. No iba a dejar que se aislara. ¡Ja! Antes muerto.

—Solo lo dices para que deje de llorar.

Nadé de nuevo hasta ponerme a su altura, mis brazos pegados a ambos lados del bordillo, aprisionándola. No iba a dejar que se alejara de mí, no cuando se encontraba tan triste.

—Te equivocas. De todas las chicas con las que he estado eres a la que más me he abierto. Eres la única que sabe cómo me siento respecto a mi padre, la que ha sabido ver lo que hay debajo de esta fachada. La que me conoce de verdad. Nunca te menosprecies, Chispas. No dejes que tu madre gane.

—Hace mucho que dejé de ver a Alice como una madre —escupió.

—Y sin haber tenido una figura materna eres la mejor madre que Mia podría tener. Nunca serás como ella.

—¿Tú crees? Por mucho que me esfuerce, tengo miedo de caerme.

—Si te caes, te levantas —dije con obviedad—. Nunca pierdes la sonrisa, las ganas de vivir. Haces que quiera comerme el mundo a tu lado, Chispas. ¿No ves lo que transmites? Eres pura vida.

Se enjugó las lágrimas.

—¿Por qué justo ahora me dices estas cosas tan bonitas? ¿Dónde se ha quedado el chico gilipollas al que tanto odiaba?

Le tomé la barbilla entre las manos y la obligué a mirarme.

—Puede que nunca haya existido, que solo fuera el reflejo de lo que yo quisiera que vieras.

—Somos enemigos. ¡Rivales hasta el final!

—¿Hasta qué punto lo somos?

Me acerqué lentamente a ella, su aliento entremezclándose con el mío. No podía parar. No quería detenerme.

—¿Qué estás haciendo? —susurró muy cerca de mis labios. Vi cómo se pasaba la lengua por ellos. Una dulce tortura.

—Me muero por darte un beso.

No dijo nada, no esperaba que lo hiciera. Sin poder controlarme, acorté la poca distancia que nos separaba y la besé como llevaba días deseando. La pegué a mi cuerpo, dejé que rodeara con brazos y piernas y que esa boca pecadora hiciera con la mía lo que le diera la gana. Estaba a su merced. No podía detenerme. Su tacto, su aroma, su sabor... Todo me tenía hechizado.

Le acaricié las caderas con las yemas de los dedos. Gruñí cuando sus dientes me dieron pequeños mordisquitos en el labio inferior. Jadeé en su boca cuando me tiró de los mechones húmedos.

De no haber estado en un lugar público, la habría desnudado y le habría mostrado con caricias el fuego que ardía en mi interior cuando estábamos juntos. Porque era explosivo. Adictivo. Pecador.

—Eres jodidamente irresistible —murmuré muy cerca de su boca.

—No me sueltes —musitó con urgencia.

—Jamás.

En esas aguas llenas de chorros, la besé, la besé hasta saciarme. Aún no entendía qué era lo que provocaba en mí, solo una sensación cálida, como pasar un día entero junto al fuego tomando una taza de chocolate con nubes.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Qué tal estáis? Yo estoy muy enganchada a la historia de este par. Me tienen muy enamorada. ¿No os pasa? Repasemos:

1. ¡Carter iba a besarla! No, amigo, no haberte contenido.

2. ¡Carter está enamorado de Chispas! Es un hecho irrevocable.

3. El entrenamiento: al final Sidney hay llevado a Mia.

4. Carter se distrae con Sidney.

5. El momento en el spa.

6. La sesión de besos.

7. ¡Estos dos van a provocar un incendio en Wattpad!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes! Os quiero. Un beso.

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