Capítulo 16
Capítulo 16
Los entrenamientos estaban yendo viento en popa. No solo los chicos estábamos arrasando, sino que el equipo mixto cada vez se llevaba mejor. Las chicas y los chicos habíamos logrado congeniar.
Aunque todavía, de vez en cuando, Sidney y yo teníamos nuestras peleas.
—¿Puedes dejar de jugar conmigo y pasarme de una vez el balón?
¿Qué iba a decir? Me encantaba sacarla de quicio. Nunca me cansaría de ver sus labios apretados, apetecibles, sus cejas casi juntas y las mejillas coloreadas de rojo. Y esas pecas que me moría por contar durante una de nuestras aventuras.
Reí mientras alejaba de ella la pelota. Estábamos en uno de los descansos. Tonteaba con el objeto con mis pies, pero pronto Sidney se unió a mí. Masculló algo sobre que nos vendría bien hacer un ejercicio de confianza y lo siguiente que sé es que estaba molestándola solo por puro placer personal.
Era puro fuego y yo ardería con ella.
—¿Por qué no intentas quitármelo? Demuéstrame cómo de buena eres —la reté, travieso.
Con una velocidad asombrosa, comenzó a perseguirme por el campo. Divertido con la situación, hice cada truco para evitar que me robara el balón. Estuvo a punto de quitármelo una vez, pero justo cuando iba a hacerlo una oleada de tos la invadió. Todavía no se había recuperado del todo y, pese a que el lunes le había insistido en que se quedara en casa, no me había hecho ni caso. Ya sabéis lo cabezota que era.
Aproveché cada oportunidad para que no tocara la pelota y continué burlándome de ella.
—Vaya, Chispas, y yo que creía que eras buena. Si ni siquiera te has acercado tanto.
—¡No es justo! Juegas con ventaja y lo sabes. Si estuviera a mi cien por cien, otro gallo cantaría.
No lo dudaba. Sidney era una de las mejores jugadoras de fútbol que conocía. Incluso superaba a varios de mis compañeros. No solo era capaz de meter goles imposibles ni de hacer pases exactos, tenía una capacidad de liderazgo innata. Antes de cada partido siempre daba un pequeño discurso alentador y si el juego no era tan bueno como esperábamos, nos daba una charla estimulante.
Al final, me acerqué a ella y le hice un pase.
—¿Dónde has aprendido a jugar así?
Se encogió de hombros. Hizo un par de toques.
—Ya sabes, empecé a jugar en el colegio y todo lo que sé, o casi todo, lo he aprendido gracias a los vídeos en YouTube o porque mis compañeros me lo enseñaron en el colegio. No tuve una formación profesional hasta los diez años.
—¿Cuándo descubriste que querías dedicarte al fútbol?
Se tomó un tiempo para sopesar la respuesta. Mientras, seguía dándole golpes muy centrada.
—Cuando estaba en la escuela me gustaba mucho jugar con mis compañeros. Fui una niña inquieta. Amaba la sensación de poder que me otorgaba. Cuando estoy en el campo, no pienso en los problemas que tengo ni en Alice. Soy solo yo.
»La primera vez que jugué un partido supe que quería seguir haciéndolo, ganara o perdiera. Nadie podía decirme que no era buena; ya me encargaba yo de demostrarlo. El fútbol ha sido mi salvación, mi soporte cuando creía que no podría más. Mi terapia personal. No sabes la de veces que he descargado contra el balón toda la frustración y rabia que siento.
—Te entiendo —concordé, meneando la cabeza arriba y abajo—. Me pasa exactamente lo mismo. Mi padre ha sido un verdadero cabrón conmigo. No sé por qué los demás lo idolatran. Si de verdad vieran de qué pasta está hecho...
—No somos iguales a nuestros padres. No sé lo duro que debe de ser ser la sombra de un jugador como lo fue tu padre, pero tú no eres él. Tienes otra técnica, otros conocimientos. No piensas igual.
Sidney era la primera persona que me decía algo así. La gran mayoría se pensaba que por ser hijo del gran Jacob Evans lo tenía más fácil. Pero nadie se había parado a pensar en mis sentimientos, en cómo me sentía al respecto. Desde pequeño había tenido esa presión sobre mis hombros, de ganar, de ser bueno, de ser como mi padre.
Pero no era él. Era Carter Evans e iba a demostrarles que podía destacar a mi manera.
—¿Sabes? Eres la única que piensa así. Los demás solo ven la parte romántica, no ven lo que hay detrás.
Esbozó una amplia sonrisa.
—Por suerte para ti, no soy como el resto.
—Se me olvidaba que eres más auténtica.
—¿Eso es un cumplido, badboy?
Debo admitir que me había acostumbrado a que me llamara así y, pese a que al principio lo había hecho con intención de molestarme, ahora sabía que solo se trataba de un apodo cariñoso. Así como llamaba «bichito» a su hija, a mí me llamaba «badboy».
—Puede.
Me pasó el balón y yo a ella. Así estuvimos el resto del descanso, hablando, conociéndonos. Cada vez me sentía más cómodo con ella.
—¡Vamos, Golden Scorpions! —exclamaban los espectadores.
—¡Machacadlos!
El partido estaba muy reñido. Los Shadow Cats era un equipo fuerte. Cada integrante estaba compenetrado con los demás y no temían nuestras jugadas. Suerte que nosotros también hubiésemos mejorado.
Le pasé el balón a Sidney, quien, desde el otro lado del campo, me hacía señas. Volví a recibirlo cuando al menos cuatro contrincantes la atacaron. En un tiro con efecto, intenté marcar gol, pero el portero, un chico alto y fortachón, la paró sin pestañear.
Dios, menudo desastre. No era la primera vez que me ocurría durante el partido. Mi padre no iba a estar contento conmigo cuando se enterara.
—¡Venga! ¡Que no decaiga el ánimo! —bramó Sidney llegando a mi lado, su pelo rojo atado en una coleta alta. Me dio unas palmaditas en el hombro—. Eres bueno, demuéstrales cuánto.
Una de las facetas que más me atraían de Sidney era su determinación, que pese a todo lo malo fuera capaz de sacarle el lado bueno. Nunca dejaba que te hundieras.
Resollé por el esfuerzo. Troté a su lado por el campo.
—Tenemos que ganar.
—Vamos a hacerlo —dictaminó muy segura de sí misma—. Para algo tenemos en el equipo al gran Carter Evans.
Me sacó una sonrisa.
—Y a Sidney Wilson, que no se te olvide. Juntos llevaremos al equipo al estrellato.
Sus labios se curvaron hacia arriba.
El juego volvió a ponerse intenso y, para cuando acabó, tenía la camiseta empapada en sudor. Pero todo había merecido la pena, pues habíamos ganado. Y no lo hubiésemos conseguido sin Sidney, quien no nos había dado tregua en ningún momento y quien nos había motivado cuando tenía oportunidad.
—Buen partido, chicos —nos felicitaron los entrenadores al salir del campo—. El trabajo en equipo logra la victoria. No lo olvidéis nunca. No hay un «yo», somos un «nosotros».
—Sí, entrenadores.
—El lunes entrenamiento a primera hora del día. Ninguno tenéis clase. Os queremos en el campo a las ocho de la mañana —nos exigió el señor King después de que saliésemos de los vestuarios tras habernos duchado.
Automáticamente miré a Sidney. Parecía que en su cabeza se había desatado una guerra descomunal. Me acerqué a ella.
—No puedo dejar a Mia sola. Tampoco tiene colegio —murmuró aún con el semblante serio.
—Hallarás la forma de poder entrenar.
Me miró.
—Tiene cinco años, Carter. No puedo dejarla sola.
—¿No podrías llevarla a los entrenamientos? —le sugerí.
—No quiero desatenderla durante tantas horas y, además, conociéndome no me centraría al cien por cien. Me gusta echarle un ojo de vez en cuando.
—¿Qué hay de Faith? —Me había contado que solía hacerle de canguro cuando lo necesitaba—. ¿No podría encargarse ella de Mia?
Sidney negó con la cabeza.
—Ha quedado con un chico. Tampoco quiero arruinar sus planes, ¿sabes?
—¿Y contratar un canguro?
Su rostro se enrojeció por la vergüenza.
—No puedo permitírmelo. A duras penas logro llegar a fin de mes.
Sidney era una mujer mucho más fuerte de lo que había pensado al principio. No solo tuvo una infancia de mierda, donde estoy seguro de que sufrió abuso, sino que tuvo que madurar antes que los demás para hacerse cargo de su hermana y asumir el rol de madre cuando aún era una adolescente.
Le froté los hombros en un intento por calmarla.
—Nunca te sientas avergonzada por ello. Nadie sabe lo que hay detrás de esa sonrisa radiante que siempre muestras. Que les den.
—Habló aquí el que se ha burlado de mí desde que nos conocimos.
Culpable. Pero es que aquel día había discutido con mi padre y estaba tan cabreado que la tomé con la primera persona que tuve delante y, por suerte o desgracia, fue Sidney. Desde entonces, desde que no se quedó callada y me rebatió con esa lengua mordaz, me había sentido impulsado a hacerlo a diario solo por el placer de ver cada reacción.
Hice una mueca.
—Como si te importara lo que te decía.
—Un poquito sí. Mi madre me había destruido el autoestima y me había costado años aceptarme tal cual soy para que vinieras tú y empezaras a menospreciarme. Pues no, mi ciela.
No sabía lo duro que debía ser para ella que la mujer que se suponía que más amor debía darte la hubiese rechazado. Sentía tanta rabia. Nadie se merecía un trato así, ni siquiera mi mayor rival.
—Algo que admiro de ti es que, a pesar de todos los golpes que te ha dado la vida, nunca has dejado de sonreír. Por mucho que discutamos o te pongan la zancadilla, sigues adelante, y me gusta.
—A mí también me gusta este Carter que veo, el que me anima e intenta que le vea el lado bueno a las cosas.
No supe qué responder. Ni ella tampoco. Mejor. A veces, el silencio es la mejor de las respuestas.
La fiesta pos victoria se había organizado en casa de Ashley, Georgia y Candace. No estaba mal: había bebida gratis, comida por doquier y buena música. Liam, Logan y yo nos perdimos por ese mar de gente, bailamos en la improvisada pista de baile e incluso despertamos el interés de más de una chica.
Pero yo solo tenía ojos para una. Con disimulo, busqué una cabellera roja entre la multitud, pero no la encontré. ¿Se habría quedado en casa con su hija? Por lo que me había contado, Sidney había tenido que hacer muchos sacrificios para poder criar a Mia y entre ellos estaba el acudir a fiestas. No tenía una vida social muy activa, pero, pese a ello, estaba seguro de que sus amigos eran verdaderos.
No como la gran mayoría de los que se me acercaba.
Salvo Liam y Logan, con quienes me junté en el colegio, el resto quería que les hiciera caso solo por ser hijo de quien era.
Hipócritas.
A Chispas tampoco parecía importarle en lo más mínimo.
Mejor.
No había ido. Me sentí vacío, me faltaba algo. ¡O alguien!, gritó esa vocecita desquiciante.
Gruñí por lo bajo. No me estaba gustando el curso que estaban siguiendo mis pensamientos.
La fiesta fue una maravilla... hasta que la vi. Estaba en una esquina. Vestida con unos pantalones ajustados y una blusa blanca, estaba preciosa. Ese mar de fuego le caía en cascada por la espalda, salvaje. Sus labios pintados de un rojo intenso estaban sellados en una línea recta. Robert estaba a su lado. Se inclinaba sobre ella para susurrarle unas palabras. Al instante se me revolvió el estómago.
Ese tío me caía fatal. No me podía creer que Sidney estuviera hablando con él, aunque, por la postura rígida de su espalda, parecía más bien que estuviera incómoda. Aunque, quién sabe. Ella podía hacer lo que quisiera con quien deseara que yo haría lo mismo.
Una chica de la facultad de Medicina se me acercó. Sonreía, pícara, traviesa. Le devolví el gesto. Justo lo que necesitaba: una distracción.
Pero por mucho que lo intentara, por mucho que me liara con otras, no podía dejar de sentir esa sensación de vacío en el pecho. Y me daba mucha rabia. Porque la única vez que me había sentido completo había sido al acostarme con Chispas.
¿Por qué entre todas había tenido que elegir a mi enemiga?
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Nota de autora:
¡Feliz viernes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? En España hemos tenido unos días de fiesta y yo he aprovechado para escribir mucho y pensar en la continuación de esta serie. ¡Ya sé quiénes serán los protagonistas!
¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. Sidney y Carter cada vez se llevan mejor.
2. A Carter le encanta sacar de sus casillas a Sidney.
3. El tonteo.
4. El partido.
5. Sidney en modo capitana.
6. Sidney y Carter se empiezan a conocer mejor.
7. La noticia que dan los entrenadores.
8. Sidney no sabe con quién dejar a Mia.
9. La fiesta.
10. ¡Carter solo se siente vivo cuando está con Sidney!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes con mucho más! Os quiero. Un beso enorme.
Mis redes:
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