Capítulo 11
Capítulo 11
El lunes por la mañana no fui capaz de mirarle a los ojos. Todavía me sentía muy avergonzada de lo que la Sidney borracha había hecho. ¿Cómo se me ocurría acostarme con Carter Evans, el badboy de los badboys. Apreté los labios. Dios, seguro que estaba regodeándose de lo ocurrido.
Una y no más, me prometí.
—No me has contado qué tal la fiesta del sábado —dijo Faith dejándose caer a mi lado tras volver del baño.
Solo de recordar lo ocurrido una parte en mi interior se revolvía. ¿Cómo había caído tan bajo? Si era Carter, el mujeriego por excelencia de la NCU. A saber con cuántas chicas se habría acostado. Odiaba ser un número más en su asquerosa lista. Sidney no podía caer tan bajo, no podía aumentar más el ego de ese idiota.
—Fenomenal. Había buen ambiente, muy buena música y bebidas por doquier —dije, evitando contarle mi pequeño desliz. Prefería guardármelo para mí.
Porque lo que más rabia me daba era que, en parte, había disfrutado del sexo como nadie. Había sido tan placentero y satisfactorio... Hacía mucho tiempo que nadie me hacía sentir tan bien con tan solo una caricia. ¿Por qué entre todos los tíos del campus había tenido que ser mi enemigo número uno por excelencia?
—Pasaste la noche fuera.
No me gustó la miradita que me lanzó, con los labios apretados en una mueca pícara.
—Ya te dije que se me hizo tarde. No quería despertar a Mia en medio de la noche y que me viera borracha. Ya sabes que odio que me vea en ese estado.
Si algo cumplía a rajatabla era el no seguir los pasos de mi madre. Desde que era pequeña la había visto beber y consumir droga. No quería que Mia pasara por lo mismo. Nadie se merecía ver cómo la persona que se supone que más debe amarte te menosprecia.
—¿En casa de quién me dijiste que te quedaste?
Oh, oh. Era una pregunta a pillar. Veamos, ¿con quién le dije que me quedé?
—Ashley. Nos invitó a Georgia y a mí e hicimos una pijamada improvisada.
—Sí, eso me dijiste. —Pero Faith no parecía muy convencida.
—No he visto tus llamadas porque me he dejado el teléfono en su casa —mentí a medias. Maldito sea el momento en el que salí corriendo de casa de Carter sin mirar siquiera si tenía el móvil conmigo—. Llevo todo el fin de semana incomunicada.
—Eso te pasa por torpe.
Me daba tanta rabia. Y encima el capullo de Carter no dejaba de mirar en nuestra dirección y eso me estaba poniendo de los nervios. Lo último que quería era levantar sospechas, que alguien pensara que entre nosotros había pasado algo. Antes muerta a que los demás se enterasen. Solo esperaba que el idiota mantuviera la boca cerrada, porque si no se la cerraría yo de un solo golpe.
Cinco minutos antes de que se reanudaran las clases, se nos acercó. Faith lo miró como si le hubiese salido una segunda cabeza y yo intenté que no se me notara nada lo nerviosa que me sentía. Haciendo acopio de todo el valor posible, me aclaré la garganta.
—¿Se te ha perdido algo a parte de la dignidad?
Carter hizo una mueca.
—Solo venía a decirte que tenemos que acordar un horario para las clases particulares. No creo que los viernes sean suficientes si quieres sacar adelante la media requerida por la federación.
Inflé los mofletes. Sabía que tenía razón. Por mucho empeño que pusiera, era imposible que solo con unas horas pudiera mejorar mis historial académico.
—Los viernes son mis únicos días libres.
—¿Qué hay de los domingos?
Los tenía reservados para mi niña preciosa, pero, claro, no era algo que fuera a contarle así como así.
—No puedo. Tengo cosas que hacer.
Enarcó una ceja.
—¿Más importantes que el fútbol?
—Pues sí. —Ese torbellino rubio al que cuidaba era lo mejor que me había pasado. Lo único que lamentaba era no poder pasar más tiempo junto a ella. No me gustaba tener que acudir a Faith, pero era lo que debía hacer si quería jugar y dedicarme al fútbol. Me exigía demasiado tiempo.
—Mmmm.... ¿Y si nos vemos después de comer? Podríamos almorzar juntos si quieres y, después, reservar una sala de trabajo en la biblioteca.
—Tampoco puedo.
Carter apretó la mandíbula. Sabía por experiencia que cada vez que lo hacía significaba que estaba a punto de perder la paciencia.
—Eres insufrible. Lo estoy intentando, ¿vale? Se supone que tengo que ayudarte. ¿Podrías poner de tu parte, por favor? Así no vamos a llegar a ningún sitio. Necesitas mejorar en clase y yo no quiero problemas con los profesores.
Me encogí de hombros.
—No entiendo el problema.
El tonito que empleó en su siguiente frase, como si estuviese hablando con una niña pequeña, me sacó de quicio.
—Si tus notas no mejoran, parte de la culpa será mía y nuestra tutora no estará contenta. Lamento que te importen una mierda los estudios, pero a mí no. No quiero malas notas en mi expediente.
—Y no las tendrás.
Pero había algo más y enseguida supe el qué.
—No quieres rendirte por cuestión de orgullo. Cómo no, eres tan básico. Tienes esa estúpida necesidad de demostrarles a todos que puedes ayudar a la pobre y tonta Sidney —solté con rabia—.¿Sabes una cosa? —Di un paso adelante—. No necesito la ayuda de nadie. Puedo valerme por mí misma.
Carter soltó una carcajada amarga.
—Ya veo lo mucho que te ha servido esa cabezonería que tienes.
Resoplé.
—Tengamos la fiesta en paz. Tú por tu lado y yo por el mío.
Carter suspiró por lo bajo.
—¿Eso es lo que quieres? Vale.
Cuando por fin se marchó a su sitio, pude volver a respirar tranquila. ¿Por qué me sacaba tanto de mis casillas?
—Creo que te estás equivocando. Necesitas la ayuda de Carter y lo sabes. Por mucho que te llene de rabia, es el chico más listo de clase.
Porque Carter Evans no era como los badboys que nos vendían en las novelas. Podía salir mucho de fiesta, beber, desfasarse y ser un jugador estrella, pero sus notas eran impecables. Era un idiota, imbécil y gilipollas, pero cuando habíamos estado solos por primera vez se había mostrado dulce.
Carter Evans era una paradoja andante.
Debí haber supuesto que no se rendiría tan fácilmente. A la salida de clase, apoyado contra la pared de brazos cruzados y una pose de chulo, me miró largo y tendido. Sus ojos zafiro enviaron un escalofrío por todo mi cuerpo.
—Ya veo que sobro —habló Faith alternando la mirada entre los dos. Se volvió hacia mí y me dio un beso en la mejilla—. Nos vemos luego, ¿vale? Estaré en tu casa a la hora de siempre.
—Gracias.
—No tienes que dármelas. Ya sabes que lo hago encantada.
Para cuando se fue, se había instalado un silencio incómodo entre ese morenito atolondrado y yo. Balanceé las piernas, incómoda.
—No sé qué es lo que quieres, pero la respuesta es no.
Se enderezó y dio un par de pasos en mi dirección.
—Ahora sí que vamos a hablar tú y yo.
—No tengo tiempo.
—¿Puedes dejar de comportarte como una niña pequeña? Me tienes harto.
Resoplé.
—Eres un cansino. —Sin embargo, en vez de alejarme de él, lo seguí hacia un aula vacía. Cuando cerró la puerta tras de sí, me crucé de brazos y lo encaré—. ¿Qué quieres?
Me miró largo y tendido. Apoyado contra una de las mesas, con los brazos cruzados y esa pose chulesca, parecía ese badboy del que tanto se jactaba ser. Solo que conmigo esa fachada no funcionaba. Se había arremangado la camisa hasta los codos, mostrando así unos brazos musculosos, los mismos que me rodearon aquella noche. Esos dedos largos, los cuales me llevaron al éxtasis, repiqueteaban sobre la superficie de madera.
Se aclaró la garganta.
—¿Por qué no quieres que te ayude?
—¿Estás de broma? ¿Quizás porque no nos caemos bien?
Se pasó las manos por el pelo.
—Pensaba que habíamos hecho una tregua.
—En el campo —puntualicé.
Hizo una mueca.
—Eres insoportable.
—Mira quién fue a hablar, mamarracho.
—Será tozuda —masculló por lo bajo en español.
—¿Puedes dejar de hacer eso?
Le brillaron los ojos.
—Lo siento, monina, pero es parte de mi cultura. Te aguantas.
Hice ademán de irme, pero el muy capullo me retuvo del codo.
—Déjame en paz. Solo haces que pierda el tiempo.
—No lo perderías si escucharas.
Inflé los mofletes, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.
—Di lo que tengas que decir —di mi brazo a torcer a regañadientes.
—Mira, tú no me aguantas ni yo a ti. Bien, puedo trabajar con eso. Pero tienes que sacar adelante la media. Que a mí me la suda, pero creo que a ti no. Lo quieras o no, soy el único que puede ayudarte.
—Ya lo haces.
—La sesión de los viernes no es suficiente. ¿Por qué no aprovechamos los domingos, que es nuestro día libre, para estudiar? No me vendrá mal para repasar.
Lo miré. No sé qué buscaba en sus ojos, quizás un rastro de broma o burla, lo que fuera, pero no había nada, solo una total sinceridad. ¿Desde cuándo Carter había pasado de ser un chico malo inaguantable a un goodboy de libro? Su forma de actuar me confundía.
—Los domingos no puedo —murmuré en un hilillo de voz. Por mucho que quisiera estudiar, debía cuidar a Mia y no quería abusar de la amabilidad de Faith, que la pobre suficiente tenía que aguantar ya.
Carter suspiró.
—Hagamos una cosa: quedamos este viernes a la misma hora y lo vamos viendo, ¿te parece? No voy a obligarte a nada, pero algo me dice que eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de que necesitas que te echen un cable.
Lo sabía, pero, aun así, no quería darle el gusto.
—Está bien —cedí—. Este viernes en mi casa, a la misma hora. Como se te ocurra ser un capullo...
—...Te cortaré los huevos. Sí, sí. —Puso los ojos en blanco al mismo tiempo que terminaba la frase. Se enderezó—. Te veo luego en el entrenamiento.
Cuando Carter se fue, no pude dejar de darle vueltas a lo diferente que era cuando no estaba de cara al público. Me gustaba el Carter amable que se preocupaba por mí.
...................................................................................................................................
Nota de autora:
¡Feliz viernes, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? ¿Qué tal se está portando la semana con vosotros? La mía está siendo muy buena.
¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. Sidney lamenta la noche de sexo con Carter.
2. El interrogatorio.
3. La propuesta de Carter.
4. La pelea.
5. Carter insistiendo.
6. Carter habla en castellano.
7. ¡Sidney se está enganchando a Carter!
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos este lunes! Os quiero. Un besito.
Mis redes:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro