Capítulo 1
Capítulo 1
Todavía sentía su mirada decepcionada.
Daba igual cuánto tiempo pasara, esa sensación seguía ahí, arraigada en mi ser.
Abrasaba.
Por mucho que me esforzara en que las cosas fueran bien, una parte de mí seguía pensando que no era suficiente, que jamás lo sería.
Por el bien de mi salud mental, ignoré esa sensación fría y viscosa y me centré en lo que de verdad me importaba: mi trabajo.
Pero no era uno cualquiera. Me encantaba jugar al fútbol y, además, me pagaban una buena suma de dinero por hacerlo. Cuando salía al campo, dejaba todos esos miedos y preocupaciones atrás y simplemente era yo misma.
Ni siquiera me importaba que lloviera a raudales ni que fuésemos perdiendo por un mísero gol. Amaba sentir la adrenalina en mi piel.
—¡Pásamela! ¡Estoy sola! —le grité a una de mis compañeras haciéndole al mismo tiempo señas.
Así hizo y gracias a eso pude correr más rápido que Flash y meter un gol en un visto y no visto.
Otra vez, esa energía que me llenaba por dentro.
Lo festejé a lo grande, gritando y abrazando a mis compañeras.
—¡Buen trabajo, capitana!
No habían transcurrido ni dos años desde que me mudara a Wilmington y ya a comienzos de mi último año de Máster me habían nombrado capitana. ¡Era una locura! Venus Turner-Price, mi antecesora, había dejado el listón bien alto en su reinado de dos años y ahora me tocaba a mí ser la líder de ese grupo de chicas increíblemente buenas.
Otra vez sentí esa horrible opresión en el pecho.
Cerré los ojos.
Eres buena, eres grande, eres una buena líder, me dije a mí misma en un intento de darme ánimos mentales. No debía dejar que mi mente retorcida me jugara malas pasadas, no otra vez. Había madurado, no era la misma Sidney de antes.
Busqué por inercia un rostro particular entre las gradas y, al instante, una gran sonrisa se apoderó de mí. Esos ojitos verdes bambú me devolvieron la mirada y en su boca se dibujó una mueca desdentada.
Fue todo lo que necesité para volver a la carga.
Por ella lucharía contra viento y marea.
Habíamos empatado y, al final, todo se decidió en los penaltis. A duras penas conseguimos ganar en el último segundo, con ese gol casi imposible que logré marcar de milagro. Ya en el vestuario, mis compañeras de equipo me felicitaron por mi gran trabajo como cabecilla. Estaba satisfecha. Otra vez me había demostrado a mí misma que podía con todo y le había dado una patada a esa emoción negativa y asfixiante.
Estábamos conversando animadamente cuando nuestra entrenadora, Diana Martin, entró en los vestuarios. Su pelo rubio recogido en una coleta larga se ondeaba al son de sus pasos fuertes y seguros.
—No ha estado mal, chicas —nos habló en cuanto captó nuestra atención. Formamos en torno a ella una medialuna para escucharla mejor. Hizo una mueca—. El inicio ha sido un poco flojo, pero me ha gustado cómo habéis remontado. Buenas paradas, Ashley. Buen gol inicial, Georgia. Buenos pases, Candance. ¡Gran pelea, chicas! Pero quiero más. Quiero que las chicas del equipo rival suden la gota gorda cuando os vean; quiero que dejéis vuestra alma en cada partido.
—¡Sí, entrenadora!
Diana me hizo una seña con la mano.
—Sidney, necesito hablar contigo.
Me acerqué a ella a paso rápido. Ya me había duchado y guardado el equipo de fútbol en la bolsa. Me ajusté mejor la goma con la que me sujetaba la coleta.
—¿Ocurre algo?
Mochila en mano, me guió fuera de las instalaciones deportivas, lejos de miradas indiscretas. Sabía cuán importante era para mí mi vida privada, que no me gustaba que nadie cuchicheara de más sobre mí ni metiera las narices donde no debían. Odiaba a los curiosos.
—Te he notado distante durante el partido. ¿Va todo bien en casa?
Tensé la mandíbula.
—Todo va fenomenal.
Tomó mis manos entre las suyas en un gesto agradable. Porque la entrenadora podía ser todo un hueso de roer, pero le importaba cada jugadora del equipo y se desvivía por nosotras.
—Sé que tienes que lidiar con muchas cosas, pero sabes que no estás sola en esto. Si necesitas que alguien se haga cargo de Mia, puedo pasarte el contacto de una amiga que...
—No hace falta —la corté—. La he dejado en buenas manos.
No me gustaba que los demás sintieran lástima por mí, por la pobre chica que había tenido que sacarse las castañas el fuego desde que era bien pequeña. Por eso era tan reservada, por eso no me gustaba hablar con nadie sobre mí misma.
La entrenadora había sido de las pocas personas en las que me había visto obligada a confiar. Se implicaba tanto que fue imposible que no se enterara de mi pésimo historial, de la historia de la niña infeliz que había sido de pequeña, de mi mala actitud en clase, de mis bajas notas escolares y de lo importante que era el fútbol para mí.
Se había enterado de todo.
Diana chasqueó la lengua.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad? No me gusta que una jovencita como tú esté derrochando sus años de juventud solo porque las cartas que le han tocado en la vida son una mierda. Mereces ser feliz.
—Y lo soy.
Pero, ¿lo era en realidad? ¿Esa era la vida que quería para mí? Dejaba el alma en cada entrenamiento; apenas tenía vida social, solo en un par de contadas ocasiones en las que Faith, la única persona en la que confiaba plenamente, se hacía cargo de Mia; estudiaba por las noches...
En ocasiones me habría gustado ser una chica normal, sin problemas, sin responsabilidades. Solo preocuparme por lo que de verdad me importaba.
Los ojo inquisidores de Diana me escrutaron.
—¿Segura que esto es lo que quieres? ¿Cuándo fue la última vez que has salido de fiesta con tus compañeras? ¿Cuándo ha sido la última vez que has pensado solo en ti misma? ¿Que te has mimado, que has tirado la casa por la ventana?
Apreté los puños sintiendo esa desagradable quemazón en los ojos. Tenía razón, llevaba mucho tiempo priorizando otros aspectos de mi vida y dejándome de lado a mí misma.
Me crucé de brazos en un intento de poner distancia entre las dos. Me estaba sintiendo atacada.
—Si esta es tu forma de criticarme para hacerme sentir peor, enhorabuena, lo estás consiguiendo.
Suspiró por lo bajo.
—Lo que quiero es que vivas, que seas feliz y que puedas pensar en esta etapa como una de las más emocionantes de tu vida.
—Yo solo quiero estabilidad, vivir tranquila —repliqué.
Porque ya había tenido suficiente emoción, solo deseaba un poco de respiro.
—¡Sid! ¡Sid! ¡Sid!
Un torbellino rubio se pegó a mis piernas en cuanto me vio salir de los vestuarios. Pese a que aún seguía dándole vueltas a la conversación que había mantenido con la entrenadora Martin, no pude evitar que una gran sonrisa se extendiera por todo mi ser al ver al amor de mi vida.
Mia tenía cinco años, pero no os dejéis engañar por su carita de niña buena, porque me había metido en más de un aprietos gracias a sus travesuras. Con esas dos coletitas que le había hecho esa misma tarde antes de salir de casa y los dos mini escorpiones dibujados en las mejillas, estaba adorable, como toda niña de su edad.
Sin poder evitarlo, la cargué entre mis brazos. Ella, al instante, me enterró la nariz en el cuello, un gesto que había hecho desde bebé.
—Bichito, ¿qué te ha parecido el partido? ¿No crees que he estado impresionante?
Soltó una risita infantil y salió de su escondite.
—Eres mi jugadora favorita, mami.
En realidad Mia no era mi hija, era mi medio hermana. Lo que pasa es que cuando tu madre es una alcohólica y adicta a las drogas, alguien tiene que hacer el papel de adulto y ese alguien era yo. Me había encargado de criar a esa pequeña como si fuera mía, aunque así lo sentía. Mia era más una hija que una hermana.
—¿Podemos ir a por un polo de mango?
Se me escapó una carcajada. Mia era adicta a esos polos.
—¿Con la que está cayendo? No, señorita. Además, creo que la señora Everleigh me había dicho que has estado molestando a tu compañero de pupitre.
Infló los mofletes.
—¡Pero porque Michael siempre está tirándome del pelo! Es muy pesado.
—Me da igual. No deberías portarte mal. Yo no te estoy educando así —la regañé.
—Eres mala.
Puse los ojos en blanco.
—No pienso cambiar de opinión, mocosa. Vamos a ir a casa, vamos a darte un buen baño y a terminar los deberes antes de cenar.
—¡Qué rollo!
Le di un beso en la mejilla.
—Es lo que hay. No eres la única que tiene deberes.
Uno de los retos a los que me enfrentaba siendo madre soltera era el hacer malabares para cuidarla, llevarla a clase, no descuidar mis estudios y entrenar. Había días en los que debía faltar a clase para quedarme en casa cuidándola —sobre todo cuando había huelga de profesores o en los que la pequeña se enfermaba— y solo la dejaba a cargo de un tercero cuando la situación lo requería. No me gustaba dejarla sola.
Tuvimos que tomar dos autobuses para llegar a nuestro pequeño apartamento, situado en un barrio sencillo de la ciudad. La lluvia no nos había dado tregua y a duras penas logramos llegar a casa sin mojarnos. El frío me calaba los huesos y la humedad me había ondulado el pelo.
El edificio en el que vivíamos no era para nada lujoso, solo un bloque de ladrillos destartalados y sucios. No tenía ascensor, un lujo para nada asequible. Subimos los dos pisos a paso rápido. Estaba deseando acostar a Mia para poder darme un baño caliente y largo, pero antes que nada debía encargarme de cubrir sus necesidades para que me regalara más de sus sonrisas infantiles.
Nada más llegar, llené la bañera mientras la ayudaba a desvestirse y, entre juegos infantiles, acabé medio empapada. No importaba. Reía a carcajada limpia mientras la pequeña jugaba con su patito de goma. Después, la sequé, le puse un pijama calentito y le sequé el pelo con mimo.
En un momento dado, sus pequeños dedos se enredaron en uno de mis mechones. Me miraba a través del espejo.
—Me gusta tu pelo. ¿Por qué yo no lo tengo igual?
Le pasé las manos por el cuello y le sonreí a su reflejo.
—Pero, ¿qué dices? Si tienes un color precioso. Y mira que ojos.
—A mí me gustan más los tuyos.
—Eres guapa tal cual eres, mi niña. No dejes que nadie diga lo contrario.
Terminé de hacer un trabajo para la universidad mientras la ayudaba con sus deberes escolares. Estaba aprendiendo a escribir y cada vez estaba más interesada por la lectura. Todas las noches le leía un cuento y desde hacía un par de meses ella se unía a mí. Esa noche no fue la excepción: tras la cena, me recosté a su lado en la cama y empecé como siempre a leer. Pronto, su voz se me unió hasta que al final acabó leyendo sola más de una página.
Para cuando se quedó dormida, yo estaba agotada. No veía la hora de apagar las luces e irme a la cama, pero aún no podía. Tal y como me prometí, me di un baño relajante y, después, estudié para el parcial que tendría esa misma semana.
No me malinterpretéis, amaba a Mia con toda mi alma, pero había días en los que necesitaba unas vacaciones. Quería ser una chica normal con una vida normal, sin tener que preocuparme por llegar a final de mes. Quería poder llevar a los chicos a casa, que mi madre me echara la bronca por ser una irresponsable y solo preocuparme por mí misma.
Sin embargo, no podía ser. A unos les tocaban cosas buenas y a otros, malas. Así de caprichosa era la vida y a mí me habían tocado unas cartas muy malas. ¿Quién me iba a decir que pronto descubriría que no son las cartas que te tocan sino el saber jugarlas bien, con cabeza, lo que de verdad importaba?
Mi yo de aquel entonces no se esperaba todo lo que pasaría en unos pocos meses.
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Nota de autora:
¡Feliz sábado, Moni Lovers!
¿Qué tal estáis? ¡Le tengo muchas ganas a esta historia! Como bien os he dicho, empezaré a actualizar de manera regular el lunes, 18 de octubre. Ya no queda nada para que podáis leer esta nueva novela y que podamos fangirlear en conjunto. ¿Quién más está igual de emocionado?
¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:
1. Sidney en modo capitana.
2. La conversación con su entrenadora.
3. Mia.
4. El rol de Sidney con respecto a Mia.
Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos en poco más de una semana! Os quiero. Un beso gigante.
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