Cuento dos: Mira y no toques.
Caminaba con seguridad por la pasarela. Claro que lo hacía. Había pisado esa alformbra roja miles de veces, el terciopelo ya lo conocía y él conocía cada uno de los hilos carmesí. Con tacos, plataformas, zapatillas o zapatos de vestir, cualquier pisada que daba era motivo de un halago, exaltación o aplauso.
Era alto, marcado y con facciones muy bonitas. Todos le llamaban. Lo solicitaban de cualquier parte del mundo. Cualquier diseñador querría vestirlo con sus mejores prendas, guardándolo para el final para que la gente esperara por él en sus lugares, ansiosos.
Fuera un estilo elegante, urbano, suelto, apretado, de gala o de entre casa, cualquier cosa le quedaba pintado. Cualquier cosa hacía resaltar sus brazos tatuados, sus muslos bien formados y su rostro lleno de pequeños lunares.
Y del otro lado de la pasarela, estaba Park Jimin, uno de los cuantos amantes, el favorito de Jeon Jeongguk. Miraba como se deslizaba para un lado al otro, comiéndolo con la mirada y teniéndolo en la punta de la lengua. Estaba dispuesto a gritar su nombre en cualquier momento que este haga una pose deslumbrante que lo dejara con el corazón latiendo. Era encantador. Asombrado por la belleza, la perfección indescriptible que este demostraba sin pudor alguno.
Un taco luego de otro, sonando al ritmo de un corazón tosco, que al encontrar a su amado, sonríe como loco. Que va de palabra en palabra, de baldosa en baldosa, puede que se lastime, pero nunca que se rompa. Se averia y él sale en su búsqueda, con un par de mimos y caricias guardados en la maleta, que teme dejar en cualquier parte, teme que le vean. Que le vean llevando repuestos para el alma y accesorios para la sonrisa, la calma. Le asusta que le encuentren y que no lo suelten.
Que al no seguir a su amado, este termine herido en cuento sin olvido.
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