Capítulo 29
¿A qué sabe un cerebro?
Una vez leí que tenía sabor a carne de cerdo.
«Luciérnagas», escarabajos que abundaban en esa zona. «Capturarlos, analizarlos». La obsesión empezó en aquellas tardes en la biblioteca, lugar dónde pasaría tardes enteras almacenando conocimiento, gracias a haber aprendido a leer más temprano de lo habitual. Llegar a esta significaba alejarse de «Villa pradera», pero no era un problema. Mamá trabajaba cerca de la biblioteca pública, me permitía pasar tiempo ahí, «un niño inteligente y culto» sentía tanto orgullo por mí. Las cenas al volver eran todas iguales; la carne el platillo principal sin importar su origen. Gastaba el poco dinero que tenía en conseguirla, así como en esa ropa blanca y pulcra.
Disfrutaba los instantes de soledad. Apartado de ella y de mi padre, podía nutrirme de todas esas enciclopedias. Absorber información de la única manera que podía conseguirla.
Las luciérnagas una y otra vez terminaban capturando mi interés y atención; las hembras Photuris que imitaban el código de luces de las hembras Photinus, para de esa forma atraer a los machos Photinus y finalmente devorarlos.
Un truco. Una de las tantas maneras en que el egoísmo podía apreciarse incluso en la naturaleza, en todos los seres vivos. Fue el inicio. El inicio de un prolongado y exhaustivo análisis que fui desarrollando con el pasar de los años: Los comportamientos entre especies. La fascinación que causaba exterminar a otros, una forma de entretención. Empecé de a poco. Curiosidad de querer ver en vivo los órganos de animales. Papá nunca pudo entender la naturalidad de ello, de la minuciosidad de aquel trabajo, la vida como concepto puesta en jaque, pero a la vez al descubierto de su forma más completa y perfecta.
«¿Cuál es el origen de la vida?» «¿Qué es la vida?» «¿Cuál es nuestro propósito?»
Las respuestas con el tiempo se han ido distorsionando en palabrería carente de sustancia. Me molesta. Ahora con veinte años y con más consciencia de ello me saca de mis casillas que se haya perdido el sentido de la vida, que nadie sea capaz de comprender la verdadera naturaleza y potencial en nuestros genes.
Tomo la botella y relleno ambos vasos, el suyo y el mío. El hielo aún intacto en el líquido amarillento.
—¿En qué piensas? —me pregunta mi compañía.
Su atención se va al movimiento de mi mano, meciendo el vaso lentamente.
—Solo pienso en que... una vez que se disuelva el hielo, aunque quisiéramos ya mismo regresarlo a su estado anterior no podríamos hacerlo. Lo que termina sucediendo es lo más probable que ocurra. No obstante, cuando hablamos de nuestra evolución, esta es el resultado del constante desafío a la entropía. Lo más probable no ocurre.
Curiosidad desbordan sus ojos verdes turquesa. Es aún más hermosa que en fotos. Sus facciones son lo más cercano a la perfección que he visto.
—¿Y al morir? —pregunta. Intenta mantener una conversación interesante. Tal vez lo planeó con tiempo en caso de que decidiera que la tome—. ¿No sería ahí cuando se acaba esa incertidumbre?
—Sería una forma simple de verlo —le respondo—. Nacemos... crecemos, procreamos, morimos.
—Y ese es el fin —vuelve a hablar.
Niego con la cabeza. Ella comienza a servirse el caviar. Todo fue hecho específicamente para dejarla deslumbrada.
—No lo es. Tenemos la necesidad de sobrevivir, mantenernos. Aunque... a pesar de tener consciencia, de tener poder decisión de con quién aparearnos, no somos más que instrumentos utilizados por algo más.
Sylvie deja de comer.
—¿Utilizados por quién?
—El gen. Los genes nos utilizan, somos máquinas. Perduramos a través de multiplicarnos, así como perpetuamos por medio de las ideas.
—¿Máquinas?
El camarero se acerca a preguntarnos si todo está en orden. Asiento, y continúo una vez que se pierde de nuestra vista.
—Sí, máquinas desechables, somos utilizados por ellos. Nuestra única función es preservar la información genética. Los genes nos moldean, nos convierten en lo necesario para continuar, es un gradual perfeccionamiento.
Perfección. Tan sublime, la cúspide de cualquier organismo.
—Pero... es una manera algo fría de ver la vida. ¿Qué quiere decir? ¿En verdad mi existencia es tan insignificante?
—Lo es —aseguro—. La tuya, la mía, la de todos. —Juego con el cubierto—. Por decirlo de alguna forma, somos robots, y son nuestros genes los que evolucionan, creando las condiciones para futuros seres.
—Es interesante...
—Muy interesante, porque a fin de cuentas, significa que todos provenimos de un ancestro común, únicamente que nuestros genes fueron más capaces de mutar y convertirnos en lo que somos hoy en día para subsistir. Morimos, sí, pero los genes son inmortales.
Está pensativa, reflexionando en la idea, demostrándome que es más que una cara bonita.
—Pero... si ese es el único sentido de nuestras vidas... ¿Para qué molestarse en crear tantas normas? ¿En velar por el bien de la sociedad...? ¿Acaso no ha sido esa la forma de sobrevivir? Colaborar, ayudarnos entre todos.
Alzo una ceja. Ha capturado mi interés.
—¿Hablas de la moralidad? La moralidad como tal no existe, nuestros genes son esencialmente egoístas. Cuando actuamos de forma altruista es únicamente porque de una u otra manera nos beneficiamos de ello. La vida es un juego, nos sometemos una y otra vez al dilema del prisionero, y entre egoísmo y altruismo el gen tendrá la tendencia a inclinarse por el egoísmo con el objetivo de perpetuarse.
—Pero... —De pronto se ve horrorizada—. ¿Entonces no tenemos alternativa? ¿Y el libre albedrío?
—Sí y no —agrego con diversión.
—No lo comprendo, y me da algo de miedo pensar en la opción de que no... De un mundo dominado por egoístas.
Dibujo una ligera sonrisa en el rostro.
—Eso sería muy interesante —difiero—. Sin embargo, mi ambigüedad se debe a que tanto en la naturaleza como en el ser humano se pueden apreciar actos altruistas. Podemos encontrar animales que ante el peligro luchan, pero no con la intención de matar a otro animal por ejemplo. No obstante, ese "no asesinar" —hago énfasis— igualmente puede tener un trasfondo egoísta.
—No has hecho más que confirmar mi miedo. ¿En ese caso qué terminará pasando en el mundo? ¿En un mundo dónde solo sobreviven... seres así?
—Ah, claro que terminarían destruyéndose los unos a los otros, aunque esa teoría me gustaría comprobarla. —Se me escapa una risa—. Pero... por lo mismo es que los más débiles no han desaparecido. Aunque, viéndolo de otra manera, el hecho que no desaparezcan dice mucho. A fin de cuentas, si el altruismo no desaparece es porque en su base se encuentra el egoísmo. Se coopera para asegurar la supervivencia.
La comida ha quedado en el olvido. Incluso la compañía a nuestro alrededor pareciera no existir.
—Entonces... por lo que dices... ¿Ni los animales se quedarían fuera de esa regla?
—Pues... evidentemente que no. ¿Crees que un ave que alimenta a su crías es "buena madre"? —Está atenta a cada palabra que sale de mi boca—. No lo es. Los sonidos que emiten las crías pueden atraer a un depredador, y es por ello que el ave es rápida en darles alimento. Y en ese caso, tampoco es velando por el bien de la especie en sí, sino que el temor es por sus genes, el peligro de que estos no puedan propagarse. Estamos hechos de esta manera. No velamos por la especie, sino por nuestro bien propio. Nuestra programación está hecha para hacer subsistir a los genes egoístas que contenemos dentro, cualquier copia que asegure las condiciones para multiplicarse será preservada. Somos simples vehículos a merced de ellos.
—¿Y de eso se trata, Laurent Ashford? —pregunta empezando a comprender—. ¿Multiplicarse todas las veces necesarias hasta engendrar un hijo perfecto? —bromea.
No rio, pienso bien mis palabras.
—Me tomé unas largas vacaciones solamente para encontrarte. Te buscaba.
—Soy una simple modelo.
Esa afirmación no es más que una mentira.
—¿Así se le llama ahora?
La vergüenza se hace presente en el color de sus mejillas.
—No quería decir nada malo con eso, no tengo problema la verdad...
—Tengo pareja.
—Tampoco es un problema para mí.
—¿Y ese anillo de compromiso? —Sus ojos se detienen en el anillo de oro, en el dedo en el cual está.
—Serás recompensada.
Le doy unos segundos para que medite en la posibilidad. Saco del maletín los papeles correspondientes deslizándolos en la mesa. Ella los hojea, aunque sin mayor detención, pareciera ser que lo que le causa incomodidad no tiene que ver con miedos de la veracidad de mi promesa.
—Ya que sabes todo de mí... Entenderás que es un problema el hecho de embarazarme, no es compatible con mi trabajo...
—No tendrás que pasar por eso. El procedimiento es indoloro, y por el dinero no tendrás que preocuparte. Solo quiero tus óvulos.
—Es más que eso... Una crianza difiere mucho de ello. Distinto sería que tú te hicieras cargo...
—Deben crecer en diferentes ambientes —respondo rápido.
Ella repara nerviosamente en todos los papeles, la letra chica.
—¿Qué quieres probar realmente, Laurent? Debes tener un muy buen concepto de ti mismo si...
—Vine de más abajo que tú, y mira todo lo que he logrado —interrumpo—. Desde niño sentí que era diferente, que esa inteligencia debía ser por algo. Tardé en comprender por completo su sentido, era difícil. Reece, mi padre, se encargaba de ensuciar la pulcritud de mi curiosidad, aun así no dejé que me alejara de mi propósito... En cualquier caso, son tus decisiones —agrego luego—. No soy ningún tirano. Sin embargo, debes preguntarte... ¿Ya te conformaste con la vida que has tenido? ¿Teniendo la opción de trascender, de formar parte de algo grande, optarías por seguir con una vida corriente hasta el último de tus días?
Sylvie no lo desea, quiere que su nombre sea mencionado incluso luego de morir, quiere formar parte de algo que termine de darle sentido a su vida.
—Entro. Haré lo que pidas.
—Bien, no hay nada más qué decir.
Antes de levantarnos Sylvie agrega un último comentario que aunque gracioso, no despierta nada en mí.
—De cierta forma... es como crear tu propia familia —dice con dulzura.
Camino por el pasillo inmaculado que conecta con la sala principal.
«Luciérnagas». El brillo de una luciérnaga la tentación de ganar dinero fácil. Atrae, ciega. La codicia los convierte en víctimas, siendo devoradas por caer en el juego.
«Perfección» el fin último. La cúspide de cualquier organismo.
Tomo asiento. Los monitores, el sonido de las teclas. Cada trabajador enfocado en lo suyo.
—Cambia la pantalla, Morgan —pido.
Tomo la carpeta correspondiente para agregar las observaciones: Experimento 151.
Sujeto de prueba N°1: Theo Ashford.
𖣠━━━━━━━➊➎➊━━━━━━━𖣠
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro