Capítulo 2
THEO
Existe una explicación al por qué a medida que vamos creciendo nuestra percepción del tiempo se altera, simulando mayor velocidad. Recordamos la época que fuimos niños con días lentos, incluso eternos y con vacaciones que sí perduraban. En cambio, cuando empiezas a envejecer los días se hacen cortos como si el tiempo se te estuviera escapando constantemente.
Este fenómeno puede esclarecerse si pensamos logarítmicamente y regresamos a las leyes que nos ha dado la historia. Cuando Gustav Fechner, padre de la psicofísica, recogió lo estudiado por su antecesor, Ernst Heinrich Weber, pretendió encontrar leyes que se hicieran cargo de la percepción subjetiva que tenemos del mundo. De este modo, mediante la experimentación se lograría establecer una relación cuantitativa entre la magnitud de un estímulo físico y cómo este es percibido plasmado en la fórmula matemática:
P= k x log(l).
Este razonamiento aclara el por qué sentimos que el tiempo transcurre de una manera diferente, ya que demuestra la correlación entre la intensidad de un estímulo y la sensación que este produce. Así, un año siempre tendrá la misma duración, pero lo que va cambiando es la percepción que tenemos de este. En un niño de ocho años ese año representará el 12,5% de lo que ha vivido, mientras que ese mismo año en un joven de dieciocho años significará un 5,55%. De manera que a medida que crecemos ese año significa menos en comparación al tiempo que hemos vivido.
Lo que comprueba dos cosas; la forma que percibimos la vida sigue la lógica de un logaritmo, y todo lo que experimentamos está regido por principios físico-químicos.
Sin embargo, la paradoja se forma ahí, donde todo adquiere una explicación todo comienza a carecer de sentido.
Tal vez por eso se quedó en mi cabeza la frase: "La tristeza es causada por la inteligencia. Cuanto más entiendes ciertas cosas, más desearías no comprenderlas". (Charles Bukowski).
El conocimiento es un camino en solitario.
Theo- ocho años.
—Bien niños, como decía, la célula es la unidad básica de la vida —habla la profesora— quiero que vean los huevos que tienen sobre sus mesas. Haremos una analogía para que quede clara la estructura de una célula.
Todos siguen las instrucciones, prestando atención a cada parte del huevo que simula hacer de célula. Los ojos los siento pesados y dormir se convierte en una gran tentación.
—¡Theo Ashford! —me regaña, provocando que despierte abruptamente— ¿Podría decirme la definición de mitosis?
Escucho risas y murmullos de mis compañeros.
—Mitosis es el proceso de división celular por el cual se forman dos células genéticamente idénticas a la original y entre sí —digo— esas copias son producto de la replicación y división de los cromosomas, o del material genético. Así cada una de las células hijas recibe una dotación similar de cromosomas.
He dado la respuesta, pero su expresión facial denota más ira que antes.
—También es una característica propia de las células eucariotas —continuo, buscando que quede satisfecha— y se encarga de que se mantenga la información genética de la especie e individuo. La multiplicación celular es indispensable para el desarrollo, crecimiento y regeneración del organismo.
Ya no hay bullicios. El silencio se vuelve abrumador. No entiendo qué he hecho mal.
—Niños saquen sus libros y vayan a la página quince, por favor —ignora por completo mi intervención.
—El proceso transcurre en cuatro fases. —No me rindo—. La interfase como etapa previa a la mitosis e independiente de ella. Aquí la cromatina está formada por ADN. La profase, dónde se condensa la cromatina para formar cromosomas. En esta la carioteca va desapareciendo, y los cromosomas se forman por la unión de dos cromátides a través de un centrómero. —Las letras toman forma en mi cabeza. Esa página la leí hace tres meses—. Luego sigue la metafase, la anafase y telofase. La metafase...
—Theo, veremos las ilustraciones del libro.
—¿Sabía que cincuenta mil es la cantidad estimada de células que nuestro cuerpo reemplaza por segundo durante el proceso de división celular?
Suena el timbre anunciando el recreo. Todos salen corriendo a jugar. Yo los imito, aunque a pasos pausados, reflexionando en la razón de por qué no le agrado a la maestra.
Y en el por qué no era la única a la que no le agradaba...
—¡¿Crees que tu apellido te salvará?! ¡Maldito presumido! ¿Quieres dejarnos a todos de idiotas, no es así? —El agarre en mi ropa es fuerte. Mis pies flotan en el aire.
—No. Esa no era mi intención —explico— en casa tomo las enciclopedias del cuarto de mi padre. La gran mayoría son sobre la naturaleza, el cuerpo humano, física, astronomía, un poco de literatura clásica, no demasiado. Mi padre es un gran científico.
A medida que hablo visualizo los estantes en mi cabeza. Los colores, el orden de cada libro, su textura y aroma.
—¡Sabemos quién es tu padre! ¡¿Por eso te crees con el derecho de alardear no es así?!
—Una vez que las leo, las palabras se forman frente a mí sin importar el lugar dónde me encuentre. Basta que alguien pregunte sobre ello, es un recorrido mental que yo...
—¡Nos tienes cansados! Tú con esa maldita voz robótica, siempre recitando cosas sin cambiar de expresión ¿Será que eres un ser humano, Theo? ¿Y si lo descubrimos?
—Sí lo soy. Estoy formado por...
—¡Cállate de una maldita vez! ¿Cuál es tu problema?
—Preguntaste si era un ser humano, entonces...
—¿No entiendes cuando alguien te habla con ironía? Solo eres capaz de tomarte las cosas tal y como te las dicen ¿no?
—Yo no comprendo...
Sujeta con más fuerza mi ropa. Planea golpearme, la inclinación de su brazo derecho adelanta su movimiento.
—¡Pues ahora entenderás! ¡No eres ningún genio Theo Ashford!
—¡Arrrrrrrrrrrrgggg! —Un niño corre enloquecido hacia nosotros. Detiene el golpe que pretendía impactar en mi rostro. En lugar de ser yo el golpeado, es mi agresor.
El arma:
Una escoba.
—¡Se atreven a tocarlo y los mataré! ¡¿Escucharon?!
Corre entre alaridos y sus amigos lo siguen. Por fin se ha acabado, mi respiración lentamente vuelve a la normalidad.
—¿Estás bien? —pregunta. Su cabello rubio está algo despeinado, se lo acomoda mientras yo observo sus ojos cafés. La luz de la ventana le da cierto brillo especial. Lo reconozco, somos compañeros.
—Lo estoy.
—Debes darte a respetar. Cuando no pones límites le estás enseñando a los demás como tratarte.
—No se me dan muy bien las interacciones... sociales. No es que no quiera hacerlo, es que no sé cómo.
—Está bien, si no sabes ponerlos entonces yo pondré los límites por ti ¿Te parece bien?
Pienso en las opciones. Él quiere que ponga límites, pero eso requerirá tiempo tanto para pensar cómo hacerlo como para aplicarlos. Si los pone por mí, entonces tendré más tiempo para navegar en las distintas enciclopedias y también para dormir.
—Trato hecho —digo. Y no me doy cuenta de cómo termino cargado en su espalda y él llevándome a la siguiente clase.
Magnus.
Theo- dieciocho años.
—¡Vamos, Theo!
El verano abre paso a las parejas que van de la mano. Sus rostros proyectan alegría. Una vez por accidente sorprendí a dos de mis compañeros besándose detrás de los casilleros. Me pregunté qué se sentirá el que te tocaran de esa manera, fue un pensamiento rápido, pero que aún recuerdo como si hubiera sido hoy.
Debe ser porque justamente delante de Magnus y de mí va una pareja como la de ese día. Son amigos de Magnus.
—¿No es... incómodo? —pregunto.
—¿Qué dices, Theo?
—Es que ahora mismo hay treinta y dos grados y... ustedes van de la mano. Pensé que sería desagradable sentir el sudor y...
—Siempre lo arruinas todo, Theo —suelta el muchacho.
—Eres muy frío, Theo —agrega su novia— a veces es como si no tuvieras sentimientos.
Siguen su camino, adelantándonos. Magnus acelera el paso, creo quiere decirles algo, mas lo llamo al revisar la notificación de mi teléfono.
—Quedé, Magnus. —Magnus inmediatamente me felicita. Luego, revisa el suyo. Parece decepcionado.
—Nada.
—Ya llegará. Al parecer hay un orden. En la mía dice que fui el primer seleccionado.
—No podía ser de otra manera, vamos.
Seguimos caminando hasta que separamos caminos. El automóvil de mi padre a la vuelta de la esquina. Vigilándome. Siempre tan presente. No por nada los rumores corrían con facilidad; que yo era su más grande invento: Un robot con corazón.
Presente.
—Son unos envidiosos —suelta Magnus. Estamos en el cuarto que me han designado.
Lo escucho, pero mi real atención está en el cubo de Rubik.
—¿De dónde lo sacaste? —pregunta.
—Estaba dentro del cajón.
—¿No te molesta? No, claro que no te molesta.
Magnus sigue enfurecido por cómo se comportaron los demás en la sala de evaluación. Ese tipo de situaciones le enojan más a él que a mí.
—Cuando los demás se enteren de mi apellido me odiarán más. Quizá no entiendo bien a las personas, pero sabía que no sería bien recibido de todas maneras.
—Bueno, tendrán que odiarte en silencio. Si llegan a decir algo se arrepentirán.
—Magnus... eres bueno también. Inténtalo.
—Vine aquí solo a protegerte. El dinero no me importa. Debo mejorar para quedar contigo en la final y retirarme.
—Magnus, es una oportunidad.
—Lo sé, pero mi prioridad es cuidarte ¿no lo entiendes? Encierra a diecinueve jóvenes de dieciocho años, todos brillantes y con tanto dinero de por medio, seguro la mayoría son unos sociópatas.
Magnus tiene buen corazón, pero suele exagerar cuando se trata de protegerme.
—Estaré bien, ganaré —digo, y al mismo tiempo resuelvo el cubo Rubik.
—Eso último lo sé. Oye, Theo... esa chica...
Por primera vez levanto la vista. Gira un poco el rostro evitando verme a los ojos. Al cruzarse de brazos se aprecia la musculatura de estos.
—¿Qué sucede con ella?
—¿Quién era?
—¿Estás enojado?
—¿Por qué lo estaría?
—Tienes el ceño fruncido.
—No lo estoy —aclara— tampoco dije nada malo. Solo es curiosidad.
Tiene razón. No ha dicho nada malo y su tono de voz es el de siempre, pero su lenguaje corporal me dice lo contrario. Esa contradicción me genera confusión.
—Ella es mi....
—¡Theo! —Cosette abre la puerta repentinamente, abalanzándose sobre mí.
Magnus de inmediato le habla.
—¿Y tú...
Cosette se separa de mí. Su melena negra azabache se desordena, pero rápidamente hace que vuelva cada cabello a su lugar, dejando ver los dos mechones delanteros que tiene teñidos en color blanco. Una vez escuché a uno de los trabajadores de mi padre decir que era imposible que alguien encontrara fea a Cosette, que debía tratarse del rostro más perfecto que existía en este planeta.
Luego de oír eso, cuando Cosette llegó a casa me fijé en sus facciones. Sus ojos eran grandes y su color era verde turquesa; según la luz variaban entre verdes y azules. Su nariz era recta y sus labios finos. Su cara tenía forma de corazón, siendo sus pómulos prominentes. Y sin duda, había demasiada simetría entre la distancia entre sus ojos y el alto de su frente, entre su labio superior y el puente de su nariz, y entre su mentón y boca.
De ese día se me hace inevitable no pensar en ello cada vez que la tengo frente a mí, como ahora.
—Hola, hola —le habla a Magnus— al fin seremos presentados como corresponde, aunque una cara más amable no estaría mal, o ya sabes, podrías caer en ser descortés con su querida hermana.
Magnus cambia su semblante por completo.
—Imposible, Theo no tiene hermanos.
—Pues repentinamente obtuvo dos en un segundo.
—Ya voy entendiendo... el matrimonio de tu padre, Theo.
Asiento con la cabeza.
—El matrimonio de mi tía... —habla Cosette— la persona que me crio.
—Lo lamento.
Cosette habla poco de su vida privada. No sé qué fue lo que les sucedió a sus padres, y de Greta, su hermana, también evita hablar. Mi padre me advirtió que era mejor no preguntarle por ello, que era tema sensible.
—Ese matrimonio nos convertiría en hermanos, pero ninguno de los dos está de acuerdo con este —sigue Cosette, evitando decir algo respecto a las condolencias—. A mí no me agrada su padre y a él no le agrada su padre.
—A mí tampoco me agrada. Ha perdido la cabeza con tanta investigación.
—Voy a salir. —Me levanto de la cama. Ambos me observan.
—Theo...
Mi nombre es lo último que oigo antes de salir a caminar. No es que me moleste que se hable mal de mi padre, pero no deja de ser un tema complicado.
El roce en mi hombro me hace olvidarme un segundo de él. Desvío sutil la vista. Es el muchacho de la evaluación, Derek. La mirada que me dedica es asesina y abrumadora, sus ojos son tan oscuros que casi no distingo la pupila.
—Derek.
—¿Así que Theo Ashford?
—Ya lo sabes.
—Un chismoso te ha reconocido, llamaste la atención al ser el mejor. Todos hablan de tu padre. No le quites la oportunidad a alguien que sí la necesita. Tú no deberías estar aquí.
—Eso lo haría más fácil para ti. Si yo no estoy, entonces seguramente tú serías el mejor.
Seguimos parados en el pasillo. Uno al lado del otro. Por algún motivo siento demasiada tensión pese a que yo no tengo ningún interés en competir con él. No de la manera que él manifestó dentro de la sala.
—Yo en tu lugar, no estaría tan confiado. Da igual si estás o no, yo ganaré.
—Ya te dije que nadie me ha ganado jamás.
—Entonces eso hará que duela más la caída. Es una guerra.
Hay tanta determinación en él.
—¿Entendiste?
Levanto los hombros, restándole importancia y continúo mi camino.
Una sola vez decido ver por encima del hombro. Él sigue fulminándome con la mirada.
Me digo a mí mismo que imitaré su expresión y se la dedicaré la próxima vez.
La practico dos veces en la noche y me gana el sueño.
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Theo (Comisión- pancito_detonao❤️️)
𝑀𝓊𝒸𝒽𝒶𝓈 𝑔𝓇𝒶𝒸𝒾𝒶𝓈 𝓅♡𝓇 𝓁𝑒𝑒𝓇
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