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I

BENJAMIN CLARCK

Comienzo de semana, odio los lunes. Ni siquiera es por las materias o por el inicio de la rutina; odio todos los días de la semana y mi maldita existencia en este colegio. Es el último año, lo único que me reconforta pensar es que solo quedan meses para culminar esta tortura.

Es posible que las personas crean que finalizar el colegio es grandioso, ya saben, fiestas, salidas con amigos, el baile de graduación y todas esas cosas que no van acorde a mi vida en este preciso momento.

Siempre, y quizás estos últimos años en demasía, mis compañeros se han burlado de mí. La razón de tanto odio la desconozco, el problema soy yo, simplemente yo.

Me gusta bailar, creo que soy muy bueno haciéndolo y me esfuerzo por mejorar. Tomo clases particulares con una chica llamada Rachel, ella es creativa y maravillosa al momento de preparar las coreografías. Cada vez que llego al estudio me recibe con una sonrisa y nuestra práctica comienza. En varias ocasiones ha mencionado que puedo llegar lejos y, claro, soy su alumno, debe motivarme de alguna manera; pero eso mis compañeros no pueden entenderlo.

Nunca consideré que podía ser algo malo; no obstante, alguien vio mi práctica con Rachel y se burló, aludiendo a que el baile me hacía ver afeminado. El rumor se esparció por toda la escuela. Benjamín Clarck, el raro, ahora también se creía bailarín y con una sexualidad dudosa.

Las burlas se incrementaron a diario, sin embargo, no me importó, no permití que algo como eso me afectara. Además, amo bailar, es valioso para mí. Lo cierto es que eso podría considerarse una de las razones, mis buenas calificaciones el motivo principal.

Soy buen alumno, debo reconocer que no he hecho nada más que estudiar en todo este tiempo, tanto, que gané una beca y vivo solo en un complejo de departamentos estudiantiles. Allí viven chicos que llegan de intercambio o que son de ciudades alejadas. En mi caso soy de Berkeley, venir a vivir a California por la beca fue un paso importante, a nivel personal, porque en cuanto a lo económico no hacía falta.

Mis padres son dueños de una importante cadena de restaurantes que muy pronto va a expandirse a Asia. El dinero nunca ha sido primordial en mi vida, al contrario, quise abrir mi propio camino sin que mis padres intervinieran y ellos estuvieron de acuerdo. Estaban orgullosos por mi beca y casi independización al permitirme vivir solo; por supuesto, en contacto con mi tutor a cargo cada semana.

Cuando llegué a California tenía en mente hacer muchos amigos, quizás encontrar a alguien con las mismas aspiraciones o intereses; como bailar, rapear, porque también es otro de mis grandes talentos, o simplemente alguien con quien compartir un rato. No sucedió.

No pude o, más bien, no quise regresar a casa cabizbajo aludiendo ser un fracaso a nivel social, entonces decidí resistir y éste es mi último año.

Al llegar al salón me ubico en mi pupitre y la clase comienza. El profesor de Matemática hace una ecuación en la pizarra y pregunta si alguien sabe la respuesta, mas nadie levanta la mano.

—¿Benjamín? ¿Sabes la respuesta? —Me pregunta directo.

—Sí, profesor Jones —asiento—. Es 64.

—¡Excelente, Clarck! Eres de los mejores de esta clase

Y aquí vamos de nuevo con las burlas, los susurros por lo bajo que aún siguen siendo audibles, pero lo peor está por venir, el día recién empieza.


Voy hacia mi casillero y es en este preciso momento, con la multitud de estudiantes desplazándose por el pasillo, la perfecta excusa para empujarme repetidas veces contra el locker.

Uno de mis libros cae al suelo y es pateado por un grupo de idiotas de mi clase. Los mismos de siempre: Nathan Foster, Alex Ross y Travis Kelly.

Me agacho con el fin de recogerlo, mas es alejado otra vez. Puedo escuchar las burlas de estos llamando la atención de mis compañeros que hacen oídos sordos y solo disfrutan del espectáculo.

—Ya dejémoslo, parece que va a llorar. —Se burla Alex—. Toma tu maldito libro, Clarck—dice pisándolo con el objetivo de condecorar el momento.

Lo recojo resignado; no me gusta hablar cuando soy consciente de que puedo provocar un mayor conflicto. De repente, unas manos me estampan con violencia.

—¿Qué te pasa, eres mudo? —expresa Travis.

—¡Vamos, responde! —reclama Nathan—¿Crees que por quedarte callado no te haremos daño?

—Ya déjenme en paz, por favor.

Otra vez el metal del locker impactando contra mi espalda. Nadie hace nada, nadie intervendría por amor al prójimo, claro que no. Llevarse mal con tres bravucones no sería un negocio, no obstante, a veces desearía que se compadecieran.

Se cansan de molestarme, pero al fin se retiran, no sin antes dar vuelta mi mochila y que todas las cosas se esparzan por el pasillo.

—No deberías dejar que te traten así, podrías defenderte, ¿no? —pregunta un chico de pelo negro que, por su aspecto, aparenta ser menor que yo.

—Sería en vano, hay cosas que no van a cambiar a estas alturas —expreso en tanto recojo mis útiles.

—Toma. —Me alcanza un libro—. Soy Glen. Glen Baker.

—Gracias. Soy Benjamín Clarck.

—Ah... Tú eres el chico... Que baila —titubea.

—Sí, soy yo. Si quieres puedes burlarte, no importa.

Cierro el casillero y camino hacia biblioteca. Nunca almuerzo en la cafetería, no tendría sentido estar solo en una mesa siendo observado como bicho raro en exposición.

—No —musita caminando a mi lado—. Yo creo que es genial, también bailo —susurra—. Estudié danza urbana en Los Ángeles.

—¿De verdad? —Sonrío—. Es un excelente estilo.

—Lo es —Asiente con su cabeza de arriba abajo—. Bueno, tengo que irme, nos vemos.

Al parecer es un buen chico, no tuvo intenciones de burlarse de mí, una novedad en este colegio de prepotentes.

Mi lugar se encuentra disponible. A diario escojo la mesa del final, aquí nadie puede molestarme. Los bravucones y las bibliotecas se llevan pésimo, los parlanchines encargados de esparcir rumores tampoco podrían estar tanto tiempo en silencio, ni hablar de los populares en sus reuniones rodeados de amigos, no tendrían motivos para venir. En definitiva, es el lugar menos frecuentado por el resto, pero mi lugar de tranquilidad, el único donde me encuentro seguro.

No puedo comer aquí, aunque a veces lo hago. Es poco habitual que las personas ocupen su momento de recreación en esconderse entre libros, pese a ello, es mi excusa. Nadie va a delatarme.

Ser solitario es una rutina para mí, he aprendido muchas cosas. Tengo comunicación conmigo mismo. Sí, suena un poco raro, pero no lo es. Me he replanteado acerca de mi vida y de lo quiero, he definido mis propósitos, sé muy bien quien soy y cuanto valgo, a pesar de que otros no puedan verlo. No obstante, no tengo comunicación con los demás y eso logra quebrarme a veces.

El timbre alerta que mis horas de paz han concluido y debo regresar al salón. Me espera una clase de Historia por más de dos horas.

Tan solo entrar al aula un pie se interpone en mi camino y caigo afirmando las manos antes que mi cara, lo único que agradezco, tener los mínimos reflejos. Intento levantarme, pero alguien me lo impide.

—A ver, rata, ¿a dónde crees que vas?

—¿Qué quieres, Nathan? —pregunto y me reincorporo.

—¿Cuánto dinero traes? ¡Dámelo! —Exige.

—No traigo dinero.

—Me lo das por las buenas o puedo quitártelo por las malas, Benjamín. Si no colaboras con nosotros después no te quejes cuando las cosas se pongan pesadas.

Mi cuerpo se tensa. Cuando las cosas se pongan pesadas... ¿Acaso se puede más pesado de lo que ya me tratan?

—Solo tengo 10$

—Por ahora los aceptaré —espeta quitándomelo de las manos—. Hazte a un lado, rata.

Siento un fuerte dolor en la espalda, fueron dos golpes bruscos el día de hoy.

Mis manos se encuentran sucias por la caída y las sacudo un poco limpiándolas contra mi pantalón de vestir. Sé que más de uno me está mirando, tal vez riendo interiormente o agradeciendo no ser ellos quienes ocupen mi lugar, nunca podré saberlo.

El profesor llega al salón alejando esas ojeadas frívolas sobre mí. Voy a estar bien, debo concentrarme en tomar apuntes y olvidar lo sucedido.


Ingreso al elevador acompañado de una chica que carga una enorme valija, seguro llega de intercambio. Es rubia, ojos claros, tez blanca; toda una belleza.

—¡Hola! —Saluda y sonríe mostrando sus dientes.

¿Me está hablando a mí? ¿Realmente esta chica está saludándome?

—hmm ¿hola? —Repite—. Hablas inglés, ¿no?

—Hola, sí, lo siento.

—¿A qué piso vas? Yo al 5.

—También al 5.

—Entonces seremos vecinos —Bromea.

—Vivo en el 5A. —Me atrevo a decir.

—Mi departamento es el 5B, estaremos muy cerca. Soy Emma Santana, mucho gusto.

—Soy Benjamín Clarck.

—Benjamín...Que lindo nombre. ¿Eres el menor de tus hermanos? —Sonríe.

—Soy hijo único.

—Eso lo vuelve aún más especial.

No sé qué intenta decirme, estoy tan nervioso que no me animo a responderle.

El elevador se detiene abriendo sus puertas, entonces le dejo el pase para que salga primero y luego lo hago yo manteniendo una distancia prudente. Se despide de mí en el pasillo adentrándose a su nuevo hogar.

Maldigo en mi interior el no poder encarar una conversación con alguien sin pensar en las posibilidades de que se dé cuenta de que soy un completo raro como todos dicen. Tal vez lo soy, puede que tenga gustos peculiares por el baile, el rap, por la escritura y la lectura, pero no creo que sea justo recibir un trato diferente por eso.

Me quito el uniforme para ponerme algo más cómodo antes de prepararme una taza de té y comenzar a estudiar. Tengo que hacer los apuntes del día de hoy, quizás pasarlos a computadora, no lo sé; el tiempo me sobra cuando no tengo otra obligación de por medio.

Minutos más tarde alguien llama a la puerta y demoro en reaccionar. Nadie viene a verme, y mi tutor tampoco me ha informado que lo haría. Al abrir, es ella, la chica del ascensor.

—Hola, yo de nuevo. Me preguntaba si quizás...—Parece nerviosa—. ¿Podrías acompañarme a comprar? No conozco California y tengo hambre.

¡Que tierna!

—Sí, pasa un momento, iré por una chaqueta a mi habitación y nos vamos, ¿de acuerdo?

Me apresuro en buscar un abrigo antes de salir directo hacia el supermercado más cercano. Me gustaría preguntarle muchas cosas, mas no me animo. Estoy nervioso, nunca he caminado con una chica a mi lado.

—¿De dónde eres? —Inquiere rompiendo el silencio—. Pregunto por lo que te quedas en un edificio lleno de estudiantes de intercambio.

—Vengo de Berkeley, obtuve una beca.

—¡Qué bueno! Entonces eres muy inteligente.

—No tanto, hago mi mayor esfuerzo. —Menciono cabizbajo.

—¡Vamos! Una beca no es poca cosa, debes sentirte orgulloso, seguro tus padres lo están.

—Sí, ellos lo están —Sonrío porque es lo único que me motiva a seguir aquí, el no decepcionarlos—. ¿Tú de dónde vienes?

—Soy de España. Vengo por un intercambio. Vale, creo que es obvio.

—Hablas muy bien inglés.

—Sí, ¿verdad? También me siento orgullosa de eso. Hablo inglés, coreano y francés. —Los enumera con los dedos—. Mis padres me mandaron a diferentes institutos. Al principio me quejé por tener que estudiarlos, pero ahora me siento afortunada porque podré viajar por el mundo en cuanto termine mis estudios y sea millonaria —Ironiza y rio junto a ella.

—Yo hablo japones y chino, aunque este último muy poco; debo practicar más.

—¿Te encuentras en el último año? ¿Qué edad tienes?

—Sí, tengo 17. ¿Tú?

—Tengo 17, cumplo 18 en 1 mes —Enfatiza—. Alcanzaré la mayoría de edad y no estaré en mi país para festejarlo, ¿puedes creerlo?

—Igual te ves pequeñita —Bromeo y me tenso al instante al pensar que puede tomarlo a mal.

—¡Oye, el pequeñito eres tú! Vas a cumplir 18 después que yo —resopla.

Baja su mirada quedando pensativa, de un segundo a otro el silencio se interpone entre nosotros. ¿Hice algo mal?

—¿Qué pasa?

—¡Soy más vieja que tú!

Carcajeo por su expresión, no he podido evitarlo, estoy preocupándome por cosas tontas. Ella se relaja imitando mi acto.

—¿De qué te ríes, Benjamín? Que burlesco eres.

—Perdón, tengo que respetar a los mayores. Te diré Senpai como en las series animé. —Propongo conteniendo la risa.

—No me digas así. —Me empuja suave—. ¿En qué momento pasé de ser una pequeñita a Senpai?

—¡Desde el momento que analizaste la situación! Ya, ya... solo mantén tu efecto jovial.

—Soy joven y bella —Juega con su pelo.

Es muy linda y su sonrisa es contagiosa, un sonido digno de escuchar. La miro de reojo en tanto caminamos. Sus pestañas son largas, no parece llevar maquillaje; tiene una nariz muy bonita y el surco de sus labios se ve suave y delicado. No deja de hablar, de expresarse con los movimientos de sus manos, en confianza, como si fuéramos amigos de toda la vida y se sintiera cómoda conmigo. Me agrada, me gusta ser tratado de esta forma porque hace mucho tiempo que no comparto un diálogo tan fluido con alguien, menos con una chica de mi edad.

—Ya te he aburrido, ¿verdad? Lo siento, Benjamín, hablo mucho. —Menciona avergonzada.

—¡No, Emma! —Sonrío— ¡Me encanta! Es decir... escucharte; lo que me cuentas es muy bueno.

—Si te harto, solo dímelo, no voy a tomarlo a mal.

—Nunca lo harías.

Una vez dentro del supermercado ella realiza sus compras. Aprovecho que estoy aquí y hago lo mismo, en definitiva, tendré que volver en unos días y esto me ahorrará algo de tiempo.

—¿Quieres que cenemos juntos hoy? —Interroga a mis espaldas.

—Sí, iré por helado.

¿Cómo hice para responderle con naturalidad? Por dentro estoy hiperventilando a punto de desmayarme de los nervios. ¿Ella lo notará? ¿Qué sabor de helado debo comprar?

—¡Benjamín!

— ¿Sí? —Giro inquieto ante su voz.

—¿Puedes elegir el de frutilla? Por favor—Hace puchero.

—Está bien, ese será.

¡Respira, maldita sea! Todo va a estar bien. 


Estamos en mi departamento, preparé carne al horno. Emma se encuentra fascinada, como si me hubiese esmerado en un plato gourmet, yo solo río ante sus comentarios halagadores. Agradezco a mi madre haberme enseñado a cocinar a temprana edad, siempre supe que me serviría.

—¡Cocinaste muy bien! La próxima lo haré yo, prepararé un plato tradicional de España. ¿Qué te parece?

—Lo estaré esperando, pequeña senpai. —Me burlo para escucharla reír.

—Que tonto. Me caes muy bien, Benjamín, eres divertido.

—Tú también me caes muy bien. ¿A qué escuela tienes que ir? Nunca te pregunté.

—¡Oh, cierto! ¡Mañana hay escuela, tenemos que dormir temprano! Toma —Me entrega un papel que saca del bolsillo de su pantalón—. Esta es la dirección y el nombre del establecimiento al que me transfirieron.

—Es cerca de mi colegio, podemos ir juntos; un poco más temprano para que pueda acompañarte y permitirme llegar a tiempo. ¿Te parece? Así no te pierdes el primer día.

—¡Gracias! Eres como mi superhéroe desde que llegué. —Confirma—. Me iré a dormir. Mañana bien tempranito me tienes aquí, golpeando tu puerta y con mis ojos hinchados.

—No te preocupes por nada, si tú no vienes te iré a buscar. Emma, recuerda que será más temprano solo por el ser el primer día.

—Hasta mañana, Benjamín, que descanses.

Senpai... el helado —rio.

—¿Mañana podemos comerlo juntos? Estoy llena.

—Mañana será. —Acepto entusiasmado—. Que descanses.

Se retira al 5B dejándome anonadado. No puedo creer que una chica tan linda como ella haya pasado toda la tarde, e incluso cenado, conmigo.

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