|Capítulo especial 2| Ajá
—Esto —dijo Elias—, es Bárbados.
—Es un club nocturno.
—No. No es un club nocturno —imitó mi supuesto desprecio por lo poco que veo—. Es uno de los escasos lugares que he encontrado en esta gran ciudad que merecen la pena.
Di un paso adelante cuando otras tres personas entraron, siguiendo la fila a un costado de ''Bárbados''.
—Espero no te moleste que te presente unos amigos.
—Ay, no, Toredo. No quiero pasar por lo de siempre.
Se carcajea sin que haga mención del asunto, como tal. Porque a mí se me hace bochornoso, aunque bien sé que el sentido del humor de Elias y el mío no están en la misma página respecto a nosotros.
No entiendo qué tenemos alrededor nuestro, pero no pasan cinco minutos cuando se asume que tenemos una relación extra laboral. Y si vamos a conocer a un grupo grande, no quiero que vuelva a suceder.
—Eso no va a ocurrir —asegura, dando un paso al frente junto conmigo.
—¿Cómo estás seguro?
—Porque ya fui perdonado. Así que está bien.
Mi sorpresa era doble.
—¿Fuiste perdonado? ¿Por la enana con tacones? —le negué con mi dedo índice—. No te creo; yo no lo hubiera hecho.
Todavía no le perdonaba del todo que yo acabara en medio de él y su novia, una muchacha realmente menuda con una cabellera lisa y color bronce y siempre, siempre, con calzados que la hagan verse estilizada, sin que le haga falta. Nuestra primera y única charla fue hace varias semanas, incluso pasa del mes. Lo menos que habría esperado con el carácter que se carga es que le diese el visto bueno a un novio sutilmente psicópata.
Elias me sorprendió por tercera vez con un suspiro lastimero. Creí que estaba bailando en un pie hace un minuto.
—En verdad te necesito aquí. Si le tuviese confianza a tus hermanos también les habría pedido venir, toda ayuda es buena.
—¿Les hace falta guardaespaldas? —Incluso al soltar la pregunta me sonó discordante.
—Hacen falta amigos.
Por los siguientes quince minutos que tardamos en entrar, escuché una historia triste, amarga y muy reciente. Uno de sus amigos acaba de perder a su esposa. No fue detallista es cómo sucedió y no pregunté.
—Pero... —fue inevitable que dijera—, ¿quién querría venir de fiesta en pleno luto?
La sonrisa sátira me dijo mucho de que esa persona sí lo querría.
Cambiamos de tema y entre que nos sumergíamos en el interior de Bárbados, Elias me lo mostraba cual turista en su primera vez.
El club ha visto de todo. No hay ocasión que se le escape.
Ha presenciado pedidas de mano, cumpleaños, despedidas de solteras y solteros, celebraciones como el haber culminado un doctorado, graduaciones, presentaciones de grupos de baile, músicos, cantantes; cositas mas íntimas, más placenteras, de forma pública o privada. ¿Qué no vieron sus ojos? Y todos son aceptados con los brazos abiertos, de él y de su dueño. O dueños. Elias no está seguro.
Como introductorio y para que fuese esta mi bienvenida, me guió a la barra principal, donde muchos se congregan pero pocos se quedan sentados, como debería ser en un buen club. Me inspiró confianza y me senté en medio, dejando que Elias pidiera por mí.
—Te dejo para que te ambientes, vendré por ti mas tarde. ¿Te parece?
—Siento que me abandonas para ir por tu enana —le saco el cara, aunque no estoy molesta. Su rostro culpable pero no arrepentido me hizo rodar los ojos—. Vamos, lárgate.
Dio un beso en mi frente y le hizo unas señas al bartender quien le devolvió otras. A ver, que era lenguajes de señas y yo no soy bilingüe.
El bartender de turno usa camisetas y jeans, además de unas líneas fosforescentes pintadas en sus brazos. Se inclinó ante mí, mostrando muy adrede sus pectorales bien definidos.
—Te doy la bienvenida. Soy Henry, ¿gustas una bebida en especial o te abres a una recomendación?
Dios mío. ¿Por qué todo lo que escuché tiene en mi cabeza un doble sentido?
Aclaré—. Acabo de pedir, pero si quieres sugerir... ¿por qué no?
Sonrió satisfecho con mi respuesta y yo satisfecha con su sonrisa. Entendí por sus movimientos que debe moverse, así que me preparé para ignorarlo hasta tener mi primer pedido cuando le habló al hombre a mi lado derecho.
—¿Le sirvo otra?
—No. Está bien.
Aun tiene su vaso lleno.
La mirada de Henry era de auténtica lástima, pero no dijo nada y atendió a los otros clientes.
—Esta debe ser tu primera vez.
Giré hacia el hombre suponiendo que habla conmigo y le tengo demasiado cerca para lo estrictamente necesario, por lo que me aparto un poco.
—Sí, es mi primera vez.
—Aquí está tu cóctel —me dicen al frente. Lo deslizo hacia mí y el muchacho, Henry, sigue ahí.
—¿Necesitas algo?
—Quiero ver tu reacción.
Apreté mis labios aguantando la monserga y asentí. Iba a concederle su deseo.
Di un trago corto y pronto le di uno más largo. Guao, esa cosa llamada cóctel de fresas no sabe a fresa pero tiene un dulzor cercano al de una chuchería que creo haber comida de niña, junto con el alcohol que si bien es amargo lo compensa con el dulce, y el final, cuando acabas de tragar, hay otro sabor que no sé describir.
—Me haré adicta —dije sin pensar.
Henry rió.
—Excelente. Te hice clienta y no puedes echarte atrás.
—Estaré aquí todo lo seguido que pueda. Gracias.
Hizo un gesto y continuó con su trabajo.
—¿Cuál es tu nombre?
Me volqué por completo hacia el hombre a mi lado—. ¿Por qué quieres saber?
—Porque estar sentado al lado de una mujer hermosa y no preguntar su nombre no es algo que yo haga.
La risa me salió del estómago, porque sí que fue gracioso aunque él pretendía ser halagador.
¿Era eso, no? Halagar mi belleza en este sitio con bastante luz al menos te refuerza que no es una mentira completa y no es lo suficientemente profundo como para engancharte en el halago, pero sí incidir en el coqueteo.
Inclino mi cabeza, de modo que cae mi cabello suelto a un lado y tuerzo en mechón entre uno de mis dedos.
—¿Así que te parezco hermosa?
—La mas hermosa de todo el lugar.
Casi me dan arcadas. Que zalamero.
—Tienes razón; soy la más hermosa. ¿Y ahora qué?
—Ahora me darás tu número o yo te daré uno de habitación.
Probé el cóctel, interesada en a dónde irá esta conversación si la dejo avanzar y hasta dónde quiero que avance.
—Ninguno de los dos, pero te daré los siguientes minutos de mi vida; sé afortunado.
Rió y con un golpe de cabeza, acabó su propio trago.
—Un gusto entonces. Michael Rain.
—Cara Andrews. —Tragué y la sensación de la bebida empieza a relajarme aun estando plenamente lúcida—. ¿Este es tu modo operandi? No veo porque una mujer caería con algo así.
—No siempre tiene que ver con lo que dices, si no el momento en que lo haces.
Ahí está. Cambió el tono al de un camarada y eso me agradó, lo que bien podría significar que Michael Rain está usando aquello, el confort para que estés tan confortable que apenas notes cuando se meta en tu mente, o ropa interior. Lo que dejes primero.
—Eres peligroso —le alabo y reprendo—. Te digo una cosa: los tipos como tú tienen muchos atributos y un inmenso defecto.
—¿Uno solo? —Su presunción es enfermiza.
No me amilano y le respondo—. La vida es un juego de azar, eso no es bueno para ninguna chica y no lo es para ti.
—No, Dios. —Ríe burlesco y frunciendo el ceño—. Eres demasiado seria.
—Es uno de mis defectos pero puedo vivir con ello. ¿Tú puedes vivir con el azar hasta tu muerte? —Ahora fui yo quien se burló y sonreí unos segundos con calumnia—. No lo creo.
Sonrió, saliendo de su asiento junto al mío y atrayendo su rostro que casi podía contar sus oscuras pestañas.
—Te voy a hacer cambiar de opinión.
—Ajá —me volteé, le despedí con mi mano y seguí bebiendo de mi rico cóctel.
Pero descubrí que sí, que cambié de opinión.
No porque él fuese, oh Dios, tan encantador. Fue porque lo conocí de ese modo, haciendo de mí una de sus futuras conquistas y todo se transtornó al ver a Elias dirigirse a nosotros y presentarnos.
No se disculpó conmigo y no era necesario, estoy segura de que no se arrepiente, pero entendí que Michael era alguien que necesito en mi vida y que él me necesita en la suya. Solo que aún no lo sabe.
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