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|6| Profundo

Multimedia: Solo (Clean Bandit; feat. Demi Lovato)

Las citas de domingo son lo peor.

No hay otra opción. Son lo peor.

—¿A qué te dedicas?

Fue tan básico. Qué básica la forma en que cayó en picada toda su carcasa bonita y bien aceitada. La disfruté en un principio; el tipo era una linda vista en medio de mis inseguridades sobre qué ropa ponerme para el comienzo de día de un domingo. Bella, para olvidar el insulto implícito de no concordar una cena y preferir desayunar. ¿Estaba tan nervioso como para olvidar la descripción de mi perfil o no lo leyó?

Si es lo segundo...

—Soy custodio —respondí por cortesía.

—Ah —murmuró y el encanto se convirtió en desencanto. Bebió de su café y dio una buena mordida a su rodaja de pan untada con mantequilla y mermelada de ciruelas—. ¿Y te gustan las rosas?

No interrumpí mi mueca, por cortesía hacia mí.

—Una amiga es alérgica y no es de mis flores predilectas; de hecho, las flores no me inspiran más que a la decadencia.

—¿Decadencia? —instiga difuso.

—Sí. Acabarán en la basura al marchitarse; no son imperecederas.

Él no dijo nada con la rapidez que supone quien te presta atención y eso, junto al no darse cuenta de que le mandé una indirecta sobre esta cita de lo peor, fue suficiente para tomar una decisión. Seguramente beneficiosa para los dos.

Ya que era quien interrumpía, me ofrecí a pagar la cuenta. Paul abrió su boca para rebatir pero no lo dejé; es lo suficiente bochornoso sin necesitar discutirlo.

No volveremos a intentarlo. No hay nada que intentar y la razón no es totalmente de Paul, un hombre de treinta y seis años, de estatura mediana —es decir, más bajo que yo—, un estilo entre casual y desaliñado que combina con el cabello en un moicano pronunciado y rubio; ojos marrones y vivarachos, lindos. Esto más bien tiene que ver conmigo y con que no quiero estar con alguien que no está interesado en mí. Que no quiere algo serio.

Pagué gustosa puesto que tomé una decisión que me hace sentir bien y eso es lo que vale.

No lo pensé dos veces y fui a Arcoiris, uno de los restaurantes de Michael. Lo encontraría ahí ya que todos los domingos ofrece almuerzos dedicados a las legumbres y carnes, remembrando sus almuerzos con Melina. No estoy lejos y estando a unos metros, voy por un callejón al costado del edificio prefiriendo la salida lateral. Recibo un saludo sudoroso y agitado de los que trabajan en la cocina, tratando de no estorbar. Sin duda si no está el dueño por acá, está al frente, como maniático viendo que se estén dando lar órdenes como las pide el cliente.

Divisé las mesas llenas, las bandejas llenas y el ambiente lleno de buena música ochentera. Aguardo a que Mike me vea entre el mostrador que da y recibe pedidos. Al hacerlo se baja de un taburete y se acerca, tomando mis manos y llevándome con él hasta una mesa para dos muy cerca de donde estaba antes.

—No dejas trabajar a tus empleados —le reproché, pese a no ser en serio.

—Hay suficiente espacio para la creatividad y la disciplina, juntas.

Recibimos un vaso de jugo de toronja para mí y una soda para él, con mucho hielo. Doy un sorbo y paso parte de mi cabello sobre el hombro.

—Pero no viniste para sermonear, ¿verdad? —dice, agregando un golpe bajo—. Fue un desastre de cita.

—Así es.

—¿Lo vas a seguir intentando? —cuestiona agraviado, y no sé porque. Le asentí—. ¿No te puedo presentar a unos amigos? Ellos no son como yo, no te apures.

—¿Me estás rechazando? —dije burlista y él bufó, pero sonrió al final.

—No, pero no te puedo dar lo que precisas y quiero que tengas lo que desees, Cara mía. Esta es tu sexta cita —me recuerda. Atraviesa su mano en la mesa y toma una de las mías, apretando—. No quiero verte desgastada.

Fruncí el entrecejo.

—¿Como Melina?

Le estudié y a sus facciones, lo poco que noto en ellas si éstas cambian. Tensó su agarre y noté las venas de su cuello, como si resistiera un grito, como si tragara la semilla de un mango. Sin embargo lo que me impresiona es que esta vez su cabeza me dice que sí, que se refiere a ella. Sostuve su mano en respuesta.

No tiene que decir nada más.

—Puedo dejar que hagas lo que gustes o acortarte el camino. —Jugueteó con su pajilla. Así lucía como un muchacho.

—Paso.

Dio un bufido mezclado con mueca dispareja.

—No seas necia.

—¡Ja! Mira quién fue a hablar. ¿O me dirás esa estupidez de que no tienes citas reales porque eso acorta tu camino de un bar a una cama como lo sería de un bar a un corazón? ¿Quién es más necio de los dos?

Sonrió desenfadado y se acercó.

—¿Quieres una respuesta o una demostración? —Percibí la cadencia en esa insinuación.

Me picaron las mejillas y tuve que dar un sorbo largo que apagara la sensación. Él ya estaba sintiéndose victorioso aun sin haber conseguido nada de mí.

—Resiste lo que gustes. —Echó sus manos tras su nuca, enlazadas, mostrando sin querer pero queriendo parte del abdomen bajo. En mi mirar a lo que muestra su expresión se tornó presuntuoso—. Al final, caerás.

—¿Y así caen? —digo disonante a causa de la risa reprimida—. Te creía mas creativo, Mikie.

—Lo soy.

Me ahorré el comentario y preferí disfrutar la comida como no pude disfrutar el desayuno. Así entendí que una de las formas en que Michael conquista a una mujer es por el estómago, porque tiene un amplio menú de donde escoger, tanto si eres alguien que disfruta todo tipo de comida y no tiene límites, como si eres de los que se restringen y cuida un poco más. Creo que fue un genio al tener una idea semejante. Pidió mi platillo favorito, pasta carbonara con una extensión de ensalada de rúbula acompañada con agua gasificada. Si quisiera agasajarme con tal de obtener algo de mí, ya tendría medio camino recorrido.

—Te entiendo —digo de pronto, sacándolo de su atención a la comida y a sus empleados cumpliendo su trabajo como a él le gusta.

—¿Con respecto...?

—A las relaciones amorosas. Te sientes cómodo con lo que tienes y para mí no tiene sentido pero no lo entiendo menos por no practicarlo. Si tal vez creyese lo que tú, seguro preferiría lo free, lo que no tiene esencia.

Lo veo retener un suspiro y dejar los cubiertos en la mesa, limpiando sus labios con la servilleta en una actitud parsimoniosa.

—Así suena a que sientes lástima por mí.

Abrí los ojos de más y los rodé.

—No la siento pero, ¿no me dirás que hay algo más profundo que lo que tu haces?

Con cierta vanidad, empezó a decir—. Pues...

—¡No seas imbécil, por favor!

Sonrió y aquello relajó el ambiente de forma automática.

—Lo que he decido para vivir me acomoda, Cara. Es lo que quiero.

Chasqueé mis dientes y una vez más me ahorré lo que pienso, cómo lo pienso y dónde lo pienso. No pretendo que Michael cambie, tan solo deseo una vida más plena de la que él se empeña que tiene.

—Mejor dame ideas para mis siguientes citas. 

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