|42| Excelente compañía
Mutimedia: Sugar (Maroon 5)
Di dos golpes seguidos al saco. Otros dos y una patada lateral. Un gancho izquierdo; uno derecho; tres seguidos; rodillazo, dos seguidos. Respiraba con fuerza entre las hebras de mi cabello que se sueltan, no importa cuántas veces lo sostenga. No estoy trabajando o tendría el moño prensado como tantos beneficios me ha traído.
Me autoricé unos segundos para bajar los brazos y acercarme a la cuerda de saltar. Por su largura debo enrollar las puntas a mis manos, para que queden a la altura que necesito. Dejo caer el resto hasta mi pie, la piso y hago resistencia, midiendo. Perfecto. Empiezo a saltar.
—Hola.
Veinticinco, veintiséis, veintisiete...
—¿Entrenas sola?
Treinta. Suelto la cuerda y giro el cuello, sonriendo por la grata sorpresa.
—Sí, ¿por qué? —indago, chancera—. ¿Quieres acompañarme?
—En realidad no.
Reí; igual no va vestido para entrenar, por lo que no entiendo cómo lo dejaron pasar.
—Vine como espía declarado para curiosear qué quisieras de regalo de bodas y de despedida de soltera. Ya sé que tus amigas van a querer darse el crédito, pero yo soy tu mejor amigo. Lo fui desde antes de que las conocieras.
—¿Dónde dejas a Eliana? —digo divertida, dirigiéndome a la sección de máquinas de musculación.
—Es tu cuñada, ya tiene un título.
Rodeo la prensa de piernas y me recuesto, contrayendo las piernas para colocar los pies en la plataforma y prepararme para empujar.
—Mike, ¿estás seguro de querer planear mi despedida?
—¿Quién te conoce mejor que yo, además de las obvias excepciones? —No respondo. La respuesta es obvia y eso lo alienta a proseguir—. ¿Y bueno? Regalo de bodas.
Respiré profundo, recibiendo la fuerza ejercida en los femorales, glúteos, aductores y cuádriceps.
—Normalmente regalas cosas para el hogar, ¿no?
—No si no las necesitas.
Le miré de reojo porque eso no me ayuda. Detengo los movimientos, salgo de la postura que te obliga a optar la máquina para sentarme de lado y bajar de ella. Michael me seguía a otra sección, con la máquina de remo incluida. Me quedo frente a ella, con las manos en mi cintura, evaluando ambas posibilidades.
—Creo que no quiero nada, Mike.
Él sonríe escéptico.
—No puedes no querer nada.
—Sí puedo —asiento, porque sí puedo—. Mi obsequio es nada. ¿Ya te vas?
Bufó y me quedé alucinada cuando se subió a la máquina, en ropa casual.
—¡Michael! —Miré a los lados y por suerte es la hora del almuerzo y no hay mucha gente—. ¡Puede venir el supervisor!
—No me bajo hasta que me digas qué quieres.
—Te dije qué es lo que quiero. ¡Bájate ya!
—¡No!
Una risa traicionera salió de mí y solo me senté en el suelo, a ver a Mike hacer tonterías.
—¿Por qué te es tan complicado entender que no quiero nada porque ya tengo lo que quiero?—-pregunto, afirmando mis manos detrás, en el suelo.
—Porque eres mujer.
—Oh, que brillante deducción, ¿De dónde la sacaste? ¿de tu manga o bolsillo?.
Gruñe y toma la parte de los remos.
—No vayas a usarlo —le aconsejo.
—¿Me dirás lo que quieres? —presiona cual saca corchos.
—¡Te lo acabo de decir, imbécil! ¡NADA! No entiendes algo simple como esto, como la... simplicidad misma. Y está bien, ¿sí? —aprieto mis labios en un gesto de rendición—. Te juro que está bien. Ahora, lárgate.
Suelta los remos y me concede una vista aguda. Le sonrío, empujándolo para que se quite y me deje hacer mi rutina. A regañadientes va cediendo y, con todo y sudor, me da un beso en la frente, prometiendo que mi despedida será la mejor; le creí. Si alguien no hace algo a medias es Michael Rain.
Me relajé por otra media hora en el gimnasio y aproveché de invitar a Francis a mi boda. Su complicidad con el asunto me interesó, pero no tanto como para indagar. Le advertí que odio la impuntualidad y que lo de llegar tarde por tradición se me hace mal educado. La novia será puntual y quiero que lo sean mis invitados.
Para el momento en que llegué a mi apartamento y encontrar mis pertenencias empaquetadas, embaladas y guardadas en valijas me dio una congoja tremenda.
No lo disfruté siquiera un año. No compré alguna planta real. En realidad en un año pasó de todo y lo último que me importó fue mi independencia, lo fácil que es ir y venir a mi antojo.
Eliseo me ofrece una vida en completa compañía, una vida de comprensión y de lucha por lo que podemos obtener juntos, ya que solos no es posible. No porque no seamos capaces sino porque decidimos que con el otro es mucho mejor. Si tienes una abundancia de bondades como esta no la rechazas, te sumerges en ella porque sabes que en el fondo conseguirás lo que amas.
Encuentro mi celular y hago una llamada.
—Hola. Sí, Engreído, antes de que te pongas meloso y me obligues a hacer lo mismo ya están mis cosas, ¿irán a tu apartamento o tu casa?
—Apartamento.
—¿En dónde? No hay espacio.
—Hay otra habitación.
Me detengo a registrar entre mis imágenes mentales de su apartamento de soltero que tiene el tamaño de un apartamento de soltero.
—Claro que no.
—Sí la hay, Hada. ¿No recuerdas que dormiste en ella?
—Esa es tu habitación, Arrow... ¿o no? ¿Cuándo dormí...? Me estás confundiendo.
Rió en el momento oportuno.
—Tráelas y ven por favooooor, antes de que enloquezcaaaaaaaaa...
—Bien, bien.
Aborté la llamada y fui a cambiarme, depositando mi ropa de ejercicio en una bolsa y luego en una de las maletas. Esperé pacientemente a que vinieran los chicos de la mudanza que contraté para mover todo y llamar anunciando que he desalojado el apartamento.
Dos hombres solícitos y amables cargaron diligentemente mis pocas cosas. En las viviendas que he tenido el mobiliario no ha sido un asunto al que ponerle cuidado y lo que poseo se centra en ropa, zapatos, accesorios varios como guantes de box, ligas, pesas, collares, pulseras y zarcillos. Libros, dos juegos de sábanas y algunas fotografías.
Les tenía con los brazos cargados con bolsos grandes y cajas. Escurrí entre mis dedos el juego de llaves y abrí la puerta.
Frené de golpe.
¿Qué era esto?
—Disculpen chicos —dije presurosa y extendí la puerta por completo—. Pasen y dejen en la cocina. No importa donde, no se preocupen.
No sabía qué hacer.
Toda la condenada sala está repleta de cajas con contenido desconocido. Jarrones. Cajas envueltas, embaladas como las mías. Bolsas, bolsas, ¡y más bolsas!
En cuanto estuve sola porque faltaban dos viajes con el resto, grité:
—¡Eliseo!
Lo vi saliendo de una puerta al fondo de la sala y estigmaticé nuestros alrededor.
—¿Qué es esto?
Contesta como quien presume saber mas de lo que sabe—. Cosas de la boda.
—Cosas de la boda —repetí. Como si puedo entenderlo todo con esa frase corta—. ¿Y por qué están cosas de la boda en mi nuevo apartamento cuando mi prometido me dijo que viniera sin problemas, mmm?
Ahí viene. La sonrisa con la que se quiere salir con la suya.
—No. No, no, Eliseo. Tengo a dos personas trabajando por una paga y trabajo que ya fue establecido y ponerlos a sufrir por imprevistos que no son su asunto no está bien. Debiste decirme y así no llegaba como una desconocida. ¿Dónde irán mis muchas cajas?
—En tu habitación, que sí existe. No te enojes más y ven.
Extendió su mano y claro, la tomé y vi esa famosa habitación que por su amplitud y armario supe que era la principal. Eliseo decidió estar en la otra pero no lo noté antes, acepté sin mas que el apartamento cumplía con la función de tener una habitación. No he venido tantas veces como él cree.
Con dificultad por el campo minado de artilugios, los muchachos trajeron el resto hasta la habitación y se fueron más que satisfechos con la paga. Mi satisfacción los superaba.
—Estarán aquí hasta mañana —dijo Eliseo, sirviendo una taza de té negro para él—. El lugar que alquilé no está listo y antes que pedirle a Elias preferí tener un poco de incomodidad.
—Estoy siendo tentada a ayudarte. ¿Será una boda grande?
Abrió su boca, mostrando la lengua encajada entre las muelas. Sobrado.
—Dijiste que no querías saber, tendrás que soportar mi silencio.
Bebí de mi agua, otorgándole la razón.
—¿Dónde está tu actitud enloquecida? Salvo por el espacio, lo llevas sobre ruedas.
—No te pedí que vinieras por la boda. En una buena parte de mi tiempo desocupado, te extraño y en la que resta, también. —Endereza su espalda, impresionado—. ¡Oh Dios! ¡¿Qué clase de brujería es esa?! ¡Necesito tu cariño!
Me carcajeé y si en algún punto de esta mudanza tuve dudas, ellas se disiparon.
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Tan solo falta el Epílogo jijiji
Liana
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