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|40| Lo Haremos

Aviso de precaución por contenido explícito que no deberías, si eres menor, de leer.
De: Liana
Para: ti, menor de edad.

Multimedia: Aunque Sea Poco (Vos Veis)

No era una cosa buena.

¿Empezar una relación y luego irte por medio año? No era lo que imaginé cuando accedí a tener citas y, no, no es bueno. Pero, ¿es importante la preocupación? ¿qué puedo hacer con ella? ¿Haces de la preocupación tu mejor amiga o tu peor enemiga? Hacerla tu enemiga nunca acaba bien.

Eliana es de mis personas favoritas. En su independiente mente tener guardaespaldas significa que te restrinjan y con la vida que ha tenido desde joven, no solo la que decidió tener al ser actriz, la vida que le ofrecieron sus padres de una sobreprotección que no veías pero sentías, una o varias personas siguiendo sus pasos es como tener nuevos padres. Asimismo, pedirle a Elias que yo fuese su guardaespaldas por estos meses que grabará una serie, era una temeridad. Aunque se trate de mí.

No quise tener una conversación con ella sobre sus remordimientos.

No quise explicarle que ella es familia y que jamás me pide nada, ¿cómo voy a decirle que no a Eliana? ¿quién es capaz?

No quise dar la charla de que hacer esto no la implica solo a ella; se trata de mí y de que algún día volvería a mi trabajo, tarde o temprano.

Y al final, las dos lo disfrutamos a nuestra manera y lo detestamos, a nuestra manera.

Nunca se me zafará de la memoria la elocución en los rasgos de Eliseo. Sobretodo el despedirnos.

Hojeo una revista, suspirando por el recuerdo doloroso.

—Me gustó este papel —dijo Eliana—. De hecho interpreté a alguien alejado totalmente de mi forma de ser y ver la vida. Creo que tener esa habilidad es un poder que se posee con respeto y espero que ningún niño vea esta serie. —Se oyeron las risas de fondo.

—Los primeros episodios te muestran como nunca te vimos, Eliana —mencionó Bill, el entrevistador—. Y te amamos.

La llena de alegría y se refleja en su sonrisa.

—Yo también los amo.

—¿Podemos saber qué haces ahora mismo?

Eli me miró sentada frente a ella, hojeando una revista y regresó a la cámara.

—Voy camino a mi casa. Lamento no haber estado en persona con el resto del elenco, pero en la próxima temporada prometo estar.

Hubo algarabía, gritos claros y exclamaciones, del público y del propio entrevistador.

—¡¿Nos estás diciendo que habrá una segunda temporada?!

—Puede ser —pone cara de pilluela.

Él rió con fuertes carcajadas. Parece ser gran fan.

—¡Señoras y señores, Eliana Figuera, La Perenne Bruja en Imperios y Traiciones! Gracias por compartirnos de tu tiempo.

—A ti por la invitación. ¡Hasta pronto!

Cerró la laptop y tomó un trago del agua que nos trajeron hace una hora. Sigo hojeando la revista de negocios, como si eso me dará ideas para uno.

—Amigos por encargo, Lluvia Torrencial... Ahora Imperios y Traiciones. ¿No pueden tener nombres normales?

—Yo no se los pongo, escojo los papeles solamente. ¿Te gustó el primer episodio?

—Te ves diabólica. —Eleva sus cejas a la expectativa y agrego, para su vanagloria—. ¿A quién no le encanta eso?

—Lo sabía. Aposté con Eliseo que te encantaría mas que a él este papel.

—Ya va —Tomé la revista y la enrollé, dándole un golpe en el brazo—. ¿Cómo es posible?

—¿El golpe fue por qué? —dice sonriente, sobando su brazo, dramatizando.

—Por apostar con él sobre mí; se los prohíbo.

—Como quieras —murmuró en español, aunque seguía sonriendo—. No le gusta porque no me reconoce.

Surgió una sonrisa que llegó de la parte de mi alma que gusta de fastidiar.

—No imagino cómo se pondrá cuando vea mi corte.

El primer trimestre Eliana fue al estilista. Su personaje usa una peluca morada, pero ella deseaba volver a su negro azabache que la ha caracterizado toda su carrera. El estilista, encantando, le cumplió. A mí me miró a los ojos, mi piel, de nuevo mis ojos y dijo claro y preciso «Te hace falta un corte». Él habló de puntas, yo de cortar la mita de mi cabello y dejarlo estilo Niña Bonita —un corte a los hombros que se popularizó en Venezuela por una novela, llamada igual, cuya protagonista principal tenía ese estilo—, con su respectivo respiro nutritivo. Y lo he mantenido en ese corte desde entonces.

—Estará feliz. Pasamos diciembre lejos de todos. ¿Molestarse porque te cortaste el pelo? Es lo que menos hará cuando te vea.

—Eli... A ti no quiero mentirte.

Ella se deslizó en el asiento de manera ascendente y asintió.

—Lo extraño.

Sonrió inflando sus tersas mejillas y repitió el gesto anterior.

—Es obvio. ¿Te cuento un pensamiento?

—Igual vas a compartirlo —dije con cariño, guiñando un ojo.

—Creo que este tiempo separados les ha hecho bien. Que es un presagio, de lo que pueden tolerar en el futuro. Ambos son personas ocupadas y esto les demostrará qué están dispuestos a ofrecer por el otro.

—Caramba —sonreí y le di una palmada a su rodilla—. Te hiciste sabia.

Eliana rió y desplegó su vista a la ventana a su lado, mostrando el panorama nocturno.

Habríamos esperado para viajar de día, pero si queríamos llegar como tal en la claridad el único modo era viajando de noche.

—Cuando te cases, recordarás mis palabras.

Sus palabras se fusionaron con mi razonamiento; lo que se dice y lo que parece que se dijo. Mi perspicacia y suspicacia, juntas, elocubrando.

—Eres tú. ¡Eres tú, Eliana!

—¡¿Yo qué?!

—¡Sabes la fecha de Eliseo! Por favor... —froté mi frente y Eliana seguía fingiendo sorpresa y bruma—. Lo peor es que eres una actriz genial pero no sabes ocultar nada importante.

Necesité ignorar el hecho de que hablamos de casarnos días antes de que me asignaran con Eliana fuera de territorio nacional, por nuestro bien. ¿A quién le sirve concentrarse en su trabajo mientras habla de matrimonio con el sujeto con el que quiere casarse, en otro país? A mí no me sirve mas que para atraer la presión. Ni siquiera quisimos traerlo a colación, aunque sí que prometimos que esa charla se daría; uno o el otro va a propiciarla.

Sin embargo... Que sepa mi cuñada la fecha tentativa que Eliseo desea es un tanto alarmante y esa presión de la que huí, viene rápido.

—No se lo diré a nadie —dice y la decepción en su voz me golpea peor que la presión.

—No, no Eli... Sé que no vas a decirle a nadie, pero no creí que tú fueses la que lo supiera. ¿Por qué no decirle a Elias?

—No soy confiable —asume con una duda.

—¡Claro que eres confiable! Eres mi cuñada favorita, por los siglos de los siglos.

—Rebecca era tu cuñada y mira, podría ser tu nemesis.

Frunzo el ceño por la comparación absurda y ofensiva.

Y Eliana se ríe, como una lunática. Atrae el vaso de agua en la mesa que divide nuestros asientos y toma un trago, aunque lo medio escupe con la risa atolondrada.

—Rayos..., ¿qué pasa contigo? —Pero sonrío por su inconsciencia.

—Te asusté, ¿no? —Menea sus negras cejas—. Eso te pasa por subestimar mis capacidades actorales.

Rodé mis ojos y le pedí a la asistente de vuelo que me diera algo para dormir o estrangularía a mi única compañía en este inmenso avión. Por supuesto, no me concedió mi petición.

Algunas veces he querido estrangularla como ella ha deseado hacerme dormir unas horas; la convivencia es dura, pero vale el esfuerzo. Eliana es una mujer dedicada, tanto en su carrera como con su gente y le encanta el contacto, a cambio de mí que no suelo extrañarlo con su misma constancia. Jamás habíamos estado por tanto tiempo en el mismo lugar, pero nos hemos unido y conocido lados de la otra que solo el vivir juntas puede dar.

Sé cuánto extraña a Charly. Él también tenía sus propios proyectos y se vieron tal vez tres veces. Pero sus trabajos son así, aceptaron casarse con todas las consecuencias y claro, los motivos.

—¿Y tú a quién le dijiste la fecha? —preguntó sin poder resistirse.

Me moví para reclinar el asiento.

—Guarda un secreto por vez. Buenas noches.

No dormí ni tres horas.

El capitán anunció nuestra llegada y por una vez agradecí al cielo darme una cuñada con cierto poder adquisitivo que usó éste -y su recién estrenado trabajo- para llegar de manera privada a primera hora de la mañana. No hubo alboroto, ni fotógrafos o fans enloquecidos. Muchas personas como es habitual, pero no el encierro entre personas que suele acompañar a Eliana. Habría tiempo para atender al mundo que adora, pero este es el tiempo de la familia y ella lo toma en serio.

Con una mirada de añoranza humorística esperamos mientras el taxista de su lado y el del mío colocan el equipaje en los maleteros.

—Por fin me deshago de ti —dije quejumbrosa.

—Que llorona.

Pero no soy yo quien llora.

—Ay, Eli... —Me acerqué y le limpié las lágrimas corridas—. ¿Me dices cómo es que te ves tan linda incluso cuando lloras?

Rió y secó su nariz con un pañuelo dentro de su bolso de mano combinando, claro, con el resto de su conjunto para viajar de mono y chaqueta de algodón violeta.

—Ya, ya —sobé su brazo y sonreí, empezando a emocionarme también—. Que la lloradera es como una enfermedad contagiosa.

La recibo en un abrazo corto y espero a que se vaya para hacer mi propio camino al taxi.

En el transcurso de las calles saco mi mano por la ventana y disfruto del clima, aunque esté frío que cala en los huesos. Nos estamos aproximando a mi edificio, que ni he tenido tiempo de estrenar y una duda viene a mi mente: ¿acaso quiero estar sola? Sí, estoy cansada, pero no, no quiero estar sola.

—Le pagaré cincuenta si cambia de dirección y llegamos lo más pronto posible.

El taxista no aguanta dos pedidas. Aprovecho que el nuevo trayecto tomará un rato y alcanzo mi teléfono.

Una voz soñolienta me responde el llamado.

¿Qué es esta maravillosa forma de despertar en la mañana?

—Mi persona y tres maletas muy pesadas van hacia tu apartamento, ¿podrías recibirme en la entrada?

Me extraño pero sonrío por los ruidos desconocidos de fondo y una maldición de Eliseo que rara vez maldice; al cabo de medio minuto dice, con su voz forzosa:

Voy.

Justo a tiempo. En lo que el taxi estacionó y le di las gracias al señor por ayudarme a bajar las maletas, Eliseo salió de la entrada principal de su edificio y antes de que se marchara, le extendió un billete.

—Por traérmela —aclaró, ya que no lo cogía.

El taxista hizo que se lo devolvía pero la insistencia de Eliseo es una de esas cositas con las que no quieres lidiar y te ves obligado a hacerlo. Por fin, después de su discusión de «¿me aprovecho de un hombre atolondrado o no?», aceptó el regalo de una triple paga en un mismo viaje y se fue.

Tomé dos de las maletas por su asa, acercándome a mi novio. Él dejó de ver al taxi y en un rápido movimiento apretó mi rostro y me besó, logrando que soltara mis cosas y lo abrazara, queriendo tenerlo cerca pero siendo esto imposible; porque lo quiero, lo quiero tanto que la idea de que podemos estar más cerca que esto se hace presente, constante y no la voy a dejar irse.

Ladeo el rostro y lo beso con mas urgencia, con la exigencia que aporta extrañar de la manera en la que lo hice y ser correspondida de la forma en la que fui extrañada, sin jamás ser defrauda.

Me separo para hablar pero de nuevo lo tengo consumiendo mis labios con el delirio que me agujera el pecho y los sentidos. Debo amarrar mis dedos en su cabello y darle un pequeño jalón para que atienda, sin embargo...

—Me pueden robar las maletas —digo rápido y otro beso llega. Interpongo mi mano—. Hay que pensar con lógica, ¿ok? Lógica. —Mi respiración está ruda y Eliseo no va mejor, apretando mi cintura y descansando su frente en la mía—. Si subimos rápido podremos...

No he terminado de hablar y ya carga con dos de la valijas. Me río entre dientes yendo por la restante y le sigo el paso. La procesión de algunos vecinos bajando del ascensor, saludando a Eliseo a su paso y mirando con atención mis maletas también me hace gracia. Hasta parece que me mudo.

—Estás muy lejos —dice, ya que las maletas son nuestra muralla divisoria.

—Estoy al lado —digo apenas disimulando mi diversión.

—Al lado es a mi costado no al otro lado del ascensor.

Extendí mi mano a la suya en una de las asas.

El ascensor llegó al piso y vino el caos. Él corrió y yo le seguí, muerta de risa. Abrió la puerta, adentró las maletas y se volteó por la que llevaba para dejarlas a un costado, cerrar la puerta, con seguro y regresar a besarme.

Solo se separó un segundo para decir—. Cortaste tu cabello.

Creo que oí un celular por ahí, pero no estaba consciente de lo que me rodeaba. Los besos se tornaban perezosos en unos instantes, como si quisiéramos que no se acabaran y luego abrazaba la cintura de Eliseo, él sujetaba mi rostro y me mareaba con lo subyugante de un beso con lengua y dientes incluidos, pidiendo más y nunca siendo suficiente.

Nos movimos porque él así lo quiso y le imité en movimientos, yendo hacia atrás a ciegas. Para cuando abrí los ojos y vi una sala totalmente amoblada, Eliseo se sentó en un sofá y me atrajo, sentada, con mis rodillas a los costados de sus caderas.

Mi gabán fue lo primero de lo que me desprendí, siguiendo con la blusa y el sujetador. Costaba tener orden con tanta reprensión, ni siquiera me importaba que continuábamos besándonos, casi sin despegarnos para aventurarnos a otras ideas. Eliseo mismo se quitó la franela con mangas que llevaba y fue allí que me despegué de su boca y fui a su pectoral, dando besos y lamiendo el contorno del centro de su pecho.

—Cara... —jadeó.

—¿Hmm?

—Quítate los pantalones —dijo suspirando cuando mordí zona sensible.

—Si te quitas los tuyos -respondo, sonriendo.

Antes de ser echada a un lado para lograr nuestros objetivos, me bajé de encima suyo, quité las zapatillas y deslicé los pantalones junto a las pantis fuera de mí. Le iba a sugerir que siguiéramos en su cuarto antes de que se desvistiera para buscar la protección, pero él era mucho mas avispado que yo. Lo traía consigo.

Tal vez por eso estaba maldiciendo.

Como fui más aprisa con la ropa, toqué mis senos queriendo calmar un poco al enardecimiento que me recorre mientras veo que se desviste bastante lento. Desajusta el cordón del mono y apenas, en una candente acción de sus dedos se abre la pretina y deja que caiga la prenda, saliendo totalmente por su pies de una patada.

No hace otro movimiento para quitarse el resto. Lo que hace, ahora, es tirar de mí y volvemos a la posición de antes, siendo yo quien está mas expuesta: abierta y con los pechos en su cara.

—Las extrañé —musita.

Logro tener chance de confundirme con nuestros torsos a nada de estar adheridos.

—¿A quiénes?

—A ti... Y a ellas.

Un gemido sale de mi boca cuando sin esperarlo sus labios aprietan uno de mis pezones y el otro se cubre con una de sus manos, atrapando todo el pecho. Me sostengo de sus brazos y me yergo, disfrutando de la sensación de su lengua y el tirón de sus dientes. Sale uno de su boca y entra el otro, repitiendo los chupones, agitando mi cabeza que está extasiada y no alcanza a tener de qué agarrarse porque cree que hay más por alcanzar.

Le levanto la barbilla antes de que repita y sonrío para besar su mejilla, su barbilla, bajo al cuello y lamo mis labios para seguir repartiendo besos por doquier en esa área que supe, alegremente, que es una de sus debilidades.

Mis manos le quieren cerca. Las paso sobre su pecho, caderas y llego a la pretina del bóxer. Él se levanta lo justo para sacarlo y que pueda tocarlo.

—Yo también te extrañé —murmuro en su oído, tocando y apretando con contundencia.

Ríe y nos desliza un poco, casi recostado en el sofá y abre los brazos, confiado pero nada relajado.

Eso me trae recuerdos y la vista que me acoge de él dice lo suficiente sobre compartir el mismo.

Le doy un beso con todo lo que tengo.

Espero a que se prepare y ralentizo la intrusión lo mas posible, sintiendo en mi interior y jadeando, ambos jadeando, ajustándonos de nuevo después de seis meses.

Seis largos meses.

Los dos estamos en ello. No solo nos movemos para disfrutar del otro, también es para sentirnos de verdad y no en una vídeo llamada. En un mensaje de voz. Sentir que la carne se une pero también el corazón. Que no hay nada que se le compare.

Lo miro, ojos verdes oscurecidos. Lo beso, labios sensibles y perceptivos. Lo toco, brazos y manos fuertes que me sostienen y tocan correspondiéndome. Se aleja y lo recibo, me alejo y lo recibo. Resollamos, uno mas fuerte que el otro, acompañado con suspiros suyos por mis besos bajo su lóbulo o en él, mordiendo si quiero o sacando mi lengua a jugar con él. Mis quejidos por sus manos acogiendo mis nalgas y espoleando para ir más deprisa. Mas, y mas rápido.

Escondí mi rostro en el hueco de su cuello y hombro, recibiendo mi liberación pero sin dejar de moverme. Sentí que Eliseo se contraía y apretaba, acercándose a mí, chocando nuestros torsos y soltando un grave pero suave sonido satisfecho cerca de mi cuello. Fui bajando la intensidad, aun conservando la deliciosa sensación conmigo.

Recuperé el aliento y me uní al abrazo que ya ejercía en su cuello.

—Fue la mejor decisión que he tomado.

—¿Qué? —declaró—. ¿Cuál decisión?

—La de decidir a último minuto venir. Iba camino a mi casa, a dormir.

Separé mi cara de su cuello y le vi a los ojos. Sonreía con ese aire humorista que le da recibir un piropo, o no recibirlo. Su expresión de siempre. Pero la intercambió por la de solemnidad.

—¿Quieres dormir?

Me encogí con culpabilidad y lo tuve fuera de mí, recogiendo nuestro desastre y ofreciendo una de sus franelas después de la ducha, al instante. No sé cómo podía moverse así.

Peiné mi cabello húmedo con mis dedos y vi en el reflejo del espejo del baño a Eliseo secar el suyo, ya ambos vestidos para dormir, él con la ropa de dormir con la que me recibió y yo con uno de mis pijamas de short y franela manga larga.

—Decoraste —manifiesto, fisgona. Todavía peinando mi cabello, unos milímetros más largo por la ducha.

Agita la cabeza y mueve su cabello hacia atrás con las manos. Deja la toalla húmeda y doblada en una cesta y se pone a mi lado, dando la espalda al espejo y cruzando los brazos.

—Tenía que hacer algo mientras no estabas.

—¿Y el ejercicio?

—También hice. Y me atraganté de trabajo, Cara, para no extrañarte. ¿Quieren que supervise? Lo hago. ¿Ir a otro estado? Ahí me tendrán. ¿Hacer planes de boda? Soy tu hombre.

Le miré enternecida.

—Pero ni así —anexó, afónico. Tragué fuerte cuando sus ojos se aclararon—. Ni así —reiteró.

Asentí. Lo entendía. Lo viví, en mi propia piel.

—Y sé que no vas a dejar tu trabajo —reanuda—. No te estoy insinuando que renuncies, pero no quiere decir que sea menos difícil que te extrañe como un loco. Veo películas como loco y como como un loco, pensando en que no las ves conmigo.

—Veremos las películas que quieras.

—Sí —ríe con dolor y me agrieta el corazón. Aprieta su quijada, cierra los ojos, deja su propio escudo para verme y decir, determinado—. Las veremos y haremos todo lo que no hicimos; mis padres se encuentran en la ciudad y quiero que conozcan a los tuyos, si tú quieres.

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