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|4| Online

Multimedia: Look At Her Now (Selena Gomez)

¿Qué estás haciendo, Cara?

Ya pasé esa etapa, en la que me recrimino porqué tomé la opción de sitios de citas en línea o aplicaciones en el teléfono para encontrar lo que todos buscan. Porque quiero a un compañero, alguien con quien compartir todo lo que soy y que lo comparta todo conmigo. También siento; amo mi trabajo, me percibo bien sola, no tengo una imperiosa necesidad por cubrir un vacío, solo creo estar lista para dar otro paso adelante, como una hermosa meta por cumplir y no se puede estando solo.

También ya pasé por el proceso de hablarme a mí misma con la típica voz de compasión «No necesitas esto. ¿Quién hoy día usa citas online si puede conocer a alguien en un bar? Tu, claro, no». Pero ese no es mi caso, lo he dado por perdido por ahora. Y hay miles de personas que lo hacen, lo dicen las estadísticas.

Tenía que verlas para no sentirme tan idiota.

Además en algo se tiene que aprovechar el tiempo cuando estás desempleada. ¿Qué mejor que encontrando el amor? Eso, si es que estos anuncios tienen credibilidad.

—Pareces desesperada —dicen a mis espaldas.

Le hago un gesto de poca importancia a Michael y sigo tecleando, averiguando qué tan factible es solterosempedernidos.com.

—Ve aquí —señalo, colocando mis lentes protectores. Mike reticente y arrastrando los pies, se agacha a mi lado—. Ahí dice que tengo un 60% de probabilidades de tener una cita exitosa, un 25 de conseguir un buen amigo y un 15 de buen sexo, eh. Eh.

—¿Por qué la última es tan baja?

—Porque la gente quiere enamorarse y eso no necesariamente te lleva a hacerlo.

—Yo difiero.

Pongo los lentes como una diadema en mi coronilla y apoyo un brazo tras la silla, mirándole con cierta lástima.

—¿Qué? —reacciona y se endereza—. Los porcentajes no cambian la vida real.

—En mi vida real sufro jaqueca cuando conozco a un hombre y sí, soy exigente, ¡no me avergüenza admitirlo!

—¿Y qué del que conociste en Bárbados? No era desagradable.

—Desapareció.

Michael sonríe y arquea sus cejas como en un «por algo ha de ser».

—¡No hice nada! —digo indignada. Él no dice nada y me indigno más—. Estuve esperando, Mike. Esperé que se comunicara y cuando no lo hizo yo lo hice, y no respondió; no necesité más señales para hacer como si no nos vimos.

—¿Hace cuánto de esto?

—Dos semanas. —Giré hacia el computador y moví el cursor, viendo perfiles interesantes en verdad—. No más esperar.

Le oí bufar y recostarse en mi sofá con ropa de cama, es decir un mono gris cómodo y franela blanca. Ha estado en ello parte de la mañana y después del almuerzo no le he visto animado para ir a trabajar. Hace unos años tuvo una gran y próspera empresa inmobiliaria, pero cuando le conocí acababa de venderla, comprarse el deportivo que tiene hoy día, un par de meses en relaciones intermitentes y la decisión irreversible de tener su propia sucursal de restaurantes. Lo increíble es lo bien que le ha ido en solo veintiséis meses. Tiene uno en esta ciudad, otro en San Francisco, Atlanta y pretende seguirse expandiendo.

Aun no le digo lo que sucedió antes de que me recogiera y viniésemos a mi casa.

Aun no me aseguro de que sea importante, puesto que no entendí. Nada tiene sentido para mí pero acabaría descubriendo lo que sucede y porque me amenazaron.

—¿En qué piensas? ¿en mis imponentes abdominales?

No me resistí al ruedo de ojos y le di la cara a la pantalla.

Aceptaría una cita y veremos qué pasa.

—Siempre pienso en ellos —respondo.

Su risa me acompañó en el momento en que le dije que sí a Jim, un neurocirujano de casi cuarenta años que tiene poco tiempo, le gustan los perritos pero no tiene ninguno, quiere conocer a quien pueda entender su trabajo y que tenga largas conversaciones con él. Sin embargo una cosa es lo que ves en Internet y otra con la que te encuentres en persona.

—Tu has tenido muchas —menciono y le oigo gruñir en un «ajá, y eso qué» irritante—, ¿cómo crees que va a irme?

—Con tus ideales, mal. Ese porcentaje es una mentira, al menos la mitad busca sexo. Y los que no lo hacen lo intentan.

—Para eso existen otros medios.

—¿Como el que tu usas? —rebatió. No me molesté en contestarle—. Sí, es lo que pensé —dijo por mí. Pero no tardó en añadir—: ¿por qué lo haces? Y no me valen tus excusas, de esperar o no, de ser exigente; te conozco, Cara mía, y creo que estás cansada.

No quería contestar eso.

—¿Qué sitio para ver a alguien por primera vez sugieres?

Michael, como yo, tampoco contestó.

***

Algo sucede con mi reloj interno en las mañanas. No puedo recordar cuántas veces he desayunado de manera desordenada así que dejé de hacerlo y me apañé a lo que viniera, salvo por el almuerzo y la cena, sobretodo la cena; no sirvo para cenar lo que sea, mi estómago no lo resiste y estoy bien con ello. Comería burritos con salsa dulce y limonada, ¿qué importaba?

Limpiaba mi boca con una servilleta y le daba un buen sorbo a mi bebida, cuando recibo una llamada. Acabo de tragar con fuerza, haciendo doler mi garganta y desplacé el pulgar por la pantalla.

—¿Jim?

—Necesito que adelantemos la cita.

Tosí sin querer y recurrí a la limonada para apaciguar el ardor, pero esto se multiplicó y el ataque de tos me envolvió tanto que no me lograba controlar; daba palmadas en la mesa, comenzando a ver borroso y sentir que saldrían las lágrimas.

—¿Cara? ¡Cara! ¿Estás bien?

Golpearon mi espalda, pero no tengo nada atorado lo que necesito es agua. Respiré hondo y miré que se acercaban tendiéndome un vaso que agarré con desespero y bebí.

—¿Está bien, puede hablar? —Era una mujer y creo que soba mi espalda. Me conforto en ello y en que fue un susto.

—Sí, sí —dije aprisa, dando un sorbo de agua—. Estoy bien, gracias.

—Ha hecho un escándalo. —Parece recriminarme. Le arqueé mis cejas y más se ofendió, en una pose tocando su pecho—. Debería tener más cuidado.

—Porque entre mis planes está el ahogarme en un restaurante —digo sarcástica—. No, gracias.

Soltó un gritito agudo y se marchó, agitando unos glúteos prominente. Si yo moría ahogada, ella de calor al llevar un abrigo de invierno en marzo.

Revisé mi celular y como esperé, la llamada terminó, como mi cita para almorzar. Bravísimo.

—No sé qué te extraña, Cara linda —dijo Presley una horas después, abanicando su rostro. Cambié de restaurante a uno más cercano a su trabajo y lejos de mío; no es momento para depresiones añadidas—. Nada te asegura que no vayas a tener imprevistos y que estos no tengan que ver contigo.

—Se supone que sea más fácil —rebato, segurísima. Y molesta. ¿No puedo ahogarme porque me cancelan? Que egoísta.

—Ay mujer, ¿qué es eso de más fácil? ¡No estás yendo a escoger una pintura esmaltada! Hasta yo me tardo.

—No me gusta hablar de mis decisiones contigo, Aguilera, tiendes a ponerte del lado del hombre; te pones del lado de Leitan, de Elias, de mis hermanos y de quienes los componen como género.

—¿Hago eso? —pregunta con una sonrisa que no pretende que responda—. ¿Quieres que me ponga de tu lado?

—Para variar —refuto fingiendo dolencia.

Rió pero aceptó con una gesticulación.

—Quieres una relación, estable según parece. Optaste por las citas en línea porque de la forma cotidiana que es toparte con alguien, derramarle el café encima, tenerlo como tu persona para cuidar, conocerlo en el trabajo, en tus días de trote, en tu clase de defensa personal de los sábados o yendo por tus desayunos desastrosos, ¿no es posible? —arruga su nariz al fruncir los labios—. Es así, ¿no?

Repasando mis lengua en mis labios, digo—. Mas o menos.

—Entonces lo que buscas es una varita mágica no a un hombre, me vas a disculpar.

—Ahí vas otra vez, ¡a defenderlos a todos!

—¡Pero si no les estás dando oportunidad, tu no te das la oportunidad! —Se acerca al medio de la mesa, y toma la sal y la pimienta—. ¿Te parece justo que las personas que sí tienen verdaderos conflictos usen sitios como esos y fracasen pero tu que lo tienes más accesible, no tratas un poco más? ¿por qué te estás dando por vencida? Tu eres la sal y ellos la pimienta, la sal se usa en casi cualquier comida y la pimienta escasas veces. Si quieres saber de estadísticas, está comprobado que encontrar a la persona con la que vas a pasar tus días en tu círculo, ¡cualquier círculo en que seas parte!, tiene más efectividad que en una App. ¡Ve a salar el mundo! —de golpe, deja ambos envases en el mismo lugar y de un manotazo lleva parte de su cabello tras su hombro—. ¿Tienes alguna crisis de útero?

—Eh..., ¿qué?

—La crisis donde te apresuras a tener hijos no vaya a ser que caduques o alguna de esas sandeces que menciona la abuela de Elias; como sea. ¡¿La tienes?!

—¡No!

—Cara —sonríe, más emocionada que al comprar zapatos nuevos—. No es solo una oportunidad, son varias las que te das a ti misma. Siento que al tomar esa opción te rindes y no suena nada a ti, ¿no estás de acuerdo conmigo?

Podía ser. ¿Quién sabe? No negaba que lo desesperado que simula ser el que esté decidiendo tener citas en línea lo sea. No busco aprobación, solo un ok de aceptación.

—Quiero sentar cabeza, ¿eso es tan raro?

Presley aprieta los labios y me mira de reojo, prefiriendo el perfil izquierdo y justando sus manos bajo la barbilla.

—Dime, ¿cómo te está resultando?

—Me plantaron —digo naturalmente. Ella abre su boca y le sigo relatando—. Mientras me hablaba para cambiar la hora me atraganté y luego recibí un mensaje diciendo que mejor no. Sueno a un mal plan cuando estoy muriendo ahogada.

—¿Y no le dijiste nada? —prorrumpió enajenada—. Yo mínimo... —la interrumpí.

—No sabes cómo es esto de las citas así, ¿verdad? Es como un test, y no me molesta el plantón; avisó que no saldría conmigo, lo puntearé con una nota baja y es probable que le cueste mucho conseguir otra cita. Él no supo lo que hizo.

Me frunció el ceño y volvió a abrir su boca, solo que ahora la cerró y abrió varias veces antes de tener algo para decir.

—Cristo. ¿Tu te escuchas? ¡Estás hablando de un sitio por Internet!

—En realidad es una app —la corrijo y mi estómago me recuerda que sigo teniendo hambre desde que llegamos, por lo que tomo la carta y le hago señas a un mesero—. ¿Qué pedimos?

—Cordura bañada en seriedad, por favor —responde Pres—. Y de bebida un vaso de agua fría, para regresar a la realidad.

—Llevo un par de días, no puedes dudar de la veracidad de un asunto porque no resultó a la primera. No me he dado por vencida.

—¿Han decidido? —preguntó el mesero llegando a la mesa, mirando de una.

Asentí, pero Presley me cedió la batuta. Pedí por ambas y le di un trago al agua que sirvieron, esperando que salga de la contrariedad y lo absurdo que todo de lo que le he dicho le parece. Y no tarda mucho.

—Haz lo que gustes y luego me cuentas cómo salió. Si entonces sale mal, voy a presentarte a algunos conocidos. Lo siento pero mis mejores amigos están casados. —Ahí iba a afincarme en eso pero se me adelantó—. Sí, sí, como sea. ¡Lo haré!

Puedo vivir con eso.

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