|33| Ser una perra
Multimedia: Heartbreaker (Justin Bieber)
El cielo hoy está encapotado, cubierto hasta más no poder de nubes; ni un pedacito de espacio para el azul matutino. Se supone que la predicción del clima era que habría sol desde temprano todo el día; que no habrían precipitaciones. Esto indica que ni siquiera las noticias del clima son seguras, aun cuando la mayoría de las veces están en lo correcto.
Las personas corren, no se detienen, no quieren ser mojadas. Los charcos no son profundos pero los siguen evitando, sobretodo las mujeres con tacones o sandalias; algunas son valientes y sin importar cuanto frío y humedad haya, siempre es bueno verse casuales o playeras, como si fuese verano. Los hombres en cambio no suelen correr, no les importa demasiado, solo si son vanidosos y hey, eso está bien, pero no los encontrabas. De cada diez, uno corre.
Sé todo esto porque lo estoy viendo. Al tercer día de un encierro autoimpuesto Mike me citó para desayunar con la lluvia más torrencial que ha caído en meses, meses de frío y sol a destiempos, pero no ha llovido en todo él. Me enfundé en unas botas para estas ocasiones, un impermiable tipo gabardina y un paraguas gigante. Es decir que soy una en cientos que salió preparada y que disfruta no mojarse. Me he ganado algunas miradas, sobretodo porque la gabardina y las botas son parte de una línea pequeña que sacó Monilley hace un año para estas épocas y donde vivimos eso de épocas, no cambia.
¿Por qué tanta urgencia? Si no creyera que es auténtico el sentir de vernos estaría mas inclinada a sospechar que me preparan, como a un estofado, con este clima detestable que lo poco que lo hace tolerable es que estoy bien cubierta y que voy a verlo, porque de resto... ¡de resto es odioso!
Tuve que entrar a Arcoiris con todo lo que traigo y deshacerme de los bultos con la ayuda del Host. Estoy acostumbrada a que sea el propio Michael quien me reciba si no está en la cocina o cerca de ella, como un director de orquesta, pero lo descarté como una de sus peculiaridades de hoy.
Aparté la chaqueta que me cubre y froté mis manos, dando calor en ellas con el poco vapor que produjo mi boca. Kert, el Host, sonrió.
—¿Pido que le traigan algo caliente?
Di un soplo fuerte y negué.
—Estaré bien una vez que me siente. No te preocupes, yo llego sola. Gracias, Kert.
Me deseó suerte.
Suerte.
¿A qué venía eso?
Claro que me enteré del porque. Era visible. Era obvio. Está claro en mis retinas y no sabía qué hacer con ellas mas que quedarse quietas, fijas en las manos entrelazadas; las de Mike y una joven.
Con mi presencia notada por ambos, se pusieron de pie y vi mucho mas que unas manos unidas. Vi a un hombre y a una mujer en una relación. Ella mirándome con vergüenza y el rostro rojo, pero mostrándose por completo, aun si Mike intenta cubrirla, lo que casi me hace reír. Detallé el parecer que tiene con un cupcake; un vestido corto color lila de pliegues en la falda y los brazos, apenas ajustado y de apariencia liviana. El cabello color miel en un moño alto y sobre la cima de su cabeza hay un cintillo a tres partes, de imitación de perlas con una flor azul turquesa en una esquina. Una gargantilla de un tipo de tejido blanco con un piedra en el centro, azul como la flor. Y varias pulseras, como aros, cayendo entre sus muñecas y manos.
Como no tengo idea de qué hacer o decir, me fui por la vía del humor.
—Vengo de pasar unos días infernales y tu, imbécil, no fuiste a recibirme al aeropuerto. ¿Qué tienes que decir a eso?
Ignoré las burlas maravillosas que se me ocurrieron al notar que respiraban mejor y se comportaban como gente normal, no dos desahuciados, estatuas y a punto de saltar si los pullas.
—Lo siento—dijo Mike y ahí hay más que un lo siento por el embarque—, pero esperaba que desayunar juntos lo arreglara.
—Depende —dije, dejando en presente que esto está lejos de conformarme—. Si hay buena comida y compañía, lo pensaré.
Él sonrió chulo y me abrió una de las cuatro sillas de la mesa. Después se la abrió a la señorita Orquídea e hizo una señal para que nos sirvieran.
—Mucho gusto en conocerte finalmente —habló ella, capturando mis ojos. Los suyos son marrones y su voz es ronca pero aterciopelada, como un buen vino—. Soy Luliana, pero me dicen Lu.
—¿Luliana?
Rueda sus ojos y apoya la barbilla en su mano.
—Lo sé, mis padres no han podido ponerme un nombre más extraño.
—No hay nada peor que Caraneley —refuto.
—Pues... —murmuró Michael, divertido.
—¿Y tú que vas a decir? Tienes uno de los nombres mas trillados existentes en este y otros países.
—No he dicho... ¿Por qué me estás atacando?
—Oh, ¿crees que te ataco? —toco mi pecho y pongo cara de circunstancia—. ¿Te parece que mi trato es brusco?
Michael aprieta su quijada y asiente, aceptando recibir todo lo que estoy dispuesta a echarle.
—Es justo.
—Sí. Y no es por ti, Luliana, es por él que estoy un poquito, poquitito molesta.
—Dijo que lo estarías —mencionó comprensiva—, y que iba a sentirlo por siempre, pero tiene sus motivos, Cara, y yo tuve que ver con la mayoría. No lo acepté en mi vida hasta hace poco y aun a ambos nos costaba acostumbrarnos a la idea de una vida en pareja. Yo retrasé este encuentro, yo también te debo una disculpa.
—El que me las debe es el que se autodenomina mi mejor amigo, en cuestión. —Encojo mis hombros—. Que se haga cargo de sus asuntos.
—Me hago cargo, Cara mía —dice firme—. Lu y yo nos conocimos hace unos meses. No lo estuve ocultando, porque no lo creí importante y fue un error, me he equivocado de maneras que no me enorgullezco de admitir, pero que tienen su justificación: estaba muy asustado de lo que pasaría si tomaba una decisión respecto a nosotros; es imposible ocultarte cómo me siento y que no seas partícipe. Quiero que formes parte, que oigas su historia, y la mía, juntas. Que te imagines lo que quieras, como mi amiga, como la mejor. No puedo pedirte que me perdones por mi estupidez pero sí perdona que no me adelantara a los acontecimientos.
Sentí un retorcijón en el pecho inaguantable. No lo pude dejar marchar para tranquilizar a mi corazón, emocionado y en shock.
No he sido entusiasta respecto al estilo de vida que Mike decidió para sí. Acepté que él pensaba que de eso se trata vivir la vida, vivirla bien. Porque no era una mejor amiga al prohibirle tener sus entretenimientos ni al compartirlos. Es su vida para maniobrar en ella como mejor se pueda.
Si existieran los alquimistas de una vida llena en todo, estaría de primera en la fila para que me la solucionaran. Y estoy segura de que Michael también.
Pero que conociera a una persona, a una mujer capaz de tirar todos sus esquemas, fórmulas y procedimientos de allanamiento de un terreno, devastación de lo que estorbe y colonización, me provocaba, me urgía a querer reír y tal vez llorar por lo que nunca creí que pasaría. Lo admito: lo di por perdido.
—Cara mía, dime algo aunque sea...
—Estoy en shock, déjame pensar.
Sonrió con un enigma en la frente y se alejó de su... ¿novia?
Esto es tan raro.
—Pero me quieres, ¿no es así?
—En eso también tengo que pensar.
Su sonrisa brilló como farol de estadio y me sepultó en su pecho en un abrazo.
—Claro que me quieres.
—Demasiado —aclaró Lu.
Le miré y por fin pude salir del estupor para sonreírle. Es bonita, agradable, mucho mas que agradable, y hace que Michael se replantee ciertos asuntos de su vida, como el permanecer perennemente en la soltería que él se inventó. No puedo mas que agradecer al cielo porque ella exista.
—Mucho gusto, Lu.
***
Habrá un juicio.
Ya lo sabía, pero no hace mucho que estaba en el espantoso vestido, recibiendo golpes y repitiéndome a mí misma «tu puedes. Tu puedes».
No tengo que estar en él si no quiero y no iba a estarlo, pero saber que era seguro que el juicio se inclinara a nuestro favor... aun no se siente real del todo y es lo que me hace reordenar mi mente, qué es lo que ella prioriza, a qué se debe mi falta de interés por ver a Emule refundirse en la cárcel. Qué es.
¿Quizá, porque estoy tan cansada que no me importaba?, ¿porque estar allí no hace diferencia? ¿La insensibilidad es una consecuencia del rutinario pensamiento «esa no soy yo», que supuse no tenía pero, sí, tenía?
Llevé mis manos al grifo y dejé que el agua helada tocara mi piel, la enfriara, suponiendo que haya un camino desde mis terminaciones a mi cerebro y que éste se enfríe con la misma rapidez.
Pero ja, Cara. JÁ.
Las sequé con el secador a un lado del lavabo, mirando mis claros ojos, el cabello rubio, los labios fruncidos y los hombros rígidos.
Pegué un brinco apenas notable al abrirse la puerta del baño y Luliana cerró, dándome una significativa mirada. Llena de comprensión. Me puse a la defensiva antes de que abriera la boca, aunque hice bien en mantener la mía cerrada.
—Ehm, disculpa que venga así... Sé que no nos conocemos nada y que esto puede sonarte entrometido pero no pude evitar notarte diferente cuando revisaste tu teléfono. ¿Quisieras... tal vez, compartirlo conmigo? ¡Oh también!, también, ja, ja, puedo hablar de mí para que te distraigas...
Hice una mueca que pretendía ser sonrisa.
—No, tranquila. No estoy molesta. Es... —chasqueé mis dientes—. Son... cosas con las que tengo que lidiar, pero te aseguro que voy a estar bien.
Agita sus cabeza levemente, como si no me creyera del todo. Reí con eso, esa muestra de apoyo.
—¿Cómo fue que esto pasó? —pregunté sin poder contenerlo—. No digo que no sea el hombre que ambas conocemos que es, que siempre supe que estaba escondiendo, pero nunca se lo mostraba a nadie, solo a sus amigos y de vez en cuando. ¿No te habló de romperte el alma antes de dedicarse a una mujer? ¿de preferir morirse a estar con una sola?
—Con imágenes gráficas.
—Dios mío... —golpeé mi frente y la miré con vergüenza ajena—. Puede ser un gran imbécil.
—Es un gran imbécil —confirma—, pero uno que tiene más valor del que cree. Ser inocente en ese sentido es una de sus virtudes.
—Y se arrastró, ¿no?
—Mucho. ¡Exageradamente! —puso cara de espanto—. Y no es tan lindo como suena, más bien agotador. Me cansó, me llevó a hartarme de él.
—Así es como te convence de hacerse parte de tu vida —convine con ella—. ¿Y te contó...?
—Sí.
Nos dimos vistas comprensivas y cada una respectivamente lanzó un suspiro y una risa.
—Eres linda —la elogié.
—Gracias. —Una minea reverencia—. Tu eres justo como te describió.
—Oh, ¿Mike me describió? —Soné justo como estoy: sorprendida y frustrada de que hablen de mí en los términos que sean—. No quiero saber qué cosas feas de mí ha dicho, prefiero labrarme mi propia personalidad.
Ella y sus mejillas se tiñeron de rosado, pero no perdió mis ojos.
—Es difícil saber si estarás de acuerdo con él, no todos nos vemos del mismo modo en que nos ven.
Estaría inclinada a darle la razón si no fuera porque capturé ese matiz curioso en su voz.
—Acabamos de conocernos, Luliana. Dame tiempo, buenas comidas y te diré lo que pienso.
Liberó una carcajada que floreció su rostro adorable y me llevó a sonreír. Me recordó un tanto a Eliseo, lo contagioso que es sonreír a su alrededor. No sé porque conozco a personas así y se hacen mis gentes favoritas.
—¿Te molestaría que tengamos más compañía?
—Mas es mejor —responde.
Las dos nos vimos realmente quietas y soltamos una larga carcajada, o dividida en varias carcajadas.
—¡Mike diría algo así! —dijimos al unísono.
Con la diversión del momento, se disculpó para regresar a la mesa y yo hice una llamada que fue respondida con la rapidez que esperaba.
Eliseo no tardó en llegar.
Y su cara, la única muestra en ella de que está pasmado es el sutil mover de su ceja izquierda, arqueada, y el vistazo hacia mí, para confirmar o negar si ve una ilusión. Le confirmé y afirmé representando mi mortificación por esta mujer, a la que hay que beatificar pronto.
Toredo le dió la mano a Michael y lo felicitó por tomar una buena decisión en su vida, y saludó a Lu con un abrazo, agradeciendo que esté en este mundo y que naciera en este siglo.
—No hice nada por eso, el mérito es de mi padre —dijo ella con una sonrisa guasona, un antítesis interesante con ese rostro tan dulce—. ¿Lo llamamos y lo felicitas?
Le dijo a Mike, actuando una confidencia:
—Es tu alma gemela.
Sonreí. Él sí que me entiende.
***
Miré a Cannon a los ojos, un color similar a mío y le urgí:
—Habla de una buena vez y vete.
¿A quién le importaba los buenos modales y las formas adecuadas de tratar a una persona? A mí, no.
—Cara...
Sentí rechinar mis dientes sin pretenderlo, odiando el tono condescendiente, como si me hace un favor al hablarme. Orgulloso. Siempre ha sido un orgulloso.
—No quiero compartir una comida contigo, date prisa antes de que lleguen.
Todavía sigo habitando la casa de mis padres hasta que regrese Eliana de sus grabaciones y vayamos, sí o sí a buscar un lugar para mí. Deshice mi contrato en el apartamento anterior y ya está hediendo lo arrimada a mi alrededor.
Necesito que Cannon se vaya. Tenerlo de frente enciende mi temperamento y hoy solo quería tener una cena pacífica con mis padres, ¿eso es mucho, mucho pedir?
Ni siquiera sé porque se molesta. Esto es de esta manera: peleamos, tenemos un tiempo de descanso cada quien en la esquina del cuadrilátero y nos lanzamos a matarnos cuando suena la campana. La que da ese primer impulso es esta servidora.
No estoy molesta por ser quien empieza, me cosquillea en la nuca que el tiempo pasa y Cannon no acaba de superar. Estás con una mujer y ella te captura sin ser tu captor; no ha de saber que él existe, tiene cosas más importantes de las que ocuparse, como el declarar en contra de Leonardo Alponte como para, además, tener que hacerse cargo de la consciencia y los sentimientos de un Andrews. Incluso yo puedo entender que basta y sobra con soportar mi presencia y llamadas para conocer su estado de salud pese a que Riveira fue conciso y franco en ello.
Pero yo debía estar segura. Era imperativo estar segura de que no pasó a mayores ese viaje y menos con todo lo que supe de él.
—Nunca te pones en mis zapatos.
Me quedé quieta un segundo.
Y acabé rascando una ceja.
—¿Que nunca me pongo en tus zapatos? —pregunté para cerciorarme de oír bien.
—Nunca estás de mi parte —dice duro, opresor—. Eres un juez y te encanta serlo, te crees que sabes cómo vivir mejor que yo y actúas como una perra, Cara. Seguido.
—No me habías llamado así jamás —murmuré para mí, perpleja y laxa.
—¿Te gustaría que te rompieran el corazón? ¿cómo crees que eso se siente? No lo has vivido, no puedes solo sentarte y señalar, aparentando ser una psicóloga y un gurú de cómo has de vivir la vida después de un rompimiento, como si fueses experta; no lo eres. Te hice —hace una pausa—, una, pregunta: dónde y cómo está Rebecca, y eres tan insensible que al darte cuenta de lo que sigo sintiendo te mofaste de mí. ¡¿Qué clase de hermana eres tu, ah?!
Aparentemente le hablé a la pared y aun estoy digiriendo sus insultos, por lo que dije:
—La única que tienes. —Ácido. En mi boca solo hay ácido—. Mala suerte.
—No he renegado de ti.
—¡Acabas de renegar, Cannon! —clamé.
—¡Porque eres malvada! ¡Jesucristo, solo eres malvada conmigo! Me sigues señalando con tu dedo acusador, justo en la yaga, haciendo menos lo que siento, ¡lo que sienten los demás! Pragmática pero insensible. ¡No te importa lo que sienten los demás!
Y de pronto, sentí tanto frío e insensibilidad dentro de mí. Mis brazos se quedaron a mis costados. No tienen fuerzas para cruzarse, para cubrir mi cara de la pena y abandono, o para mover mi pelo y simular que no me afecta. Mis piernas hacen un mejor trabajo, eso sí. Se esfuerzan por sostenerme de pie, como siempre lo han hecho y casi les doy unas palmaditas reconfortantes por hacer un buen trabajo.
Porque no tengo nada que perder. No había qué perder, sin embargo... Dije, en un tono bajo y carente de emoción—. Ella está muy bien, en un hotel llamado Galápagos. Ve y haz lo que quieras. Como siempre haz hecho y siempre harás.
Mudó su rostro determinado a insultarme y dejar claro su punto, por uno de horror. De verdadero y crudo espanto. Intentó avanzar hacia mí, cruzando la estancia, pero algo lo detuvo a mitad de camino.
—No pretendía... Yo no... no quise... —Dio dos zancadas y me sostuvo el rostro, buscando oro, quizá, en mis ojos—. Cara... —suplicó.
—¿Sí?
—Cara, lo siento.
—Está bien.
—No —aprieta sus párpados—. No está bien, Caraneley.
—Ve a buscarla —conmino, girando mi cabeza hacia la puerta—. Seguro te ha de estar esperando.
Si percibió mi sarcasmo, no lo hizo ver. Y está bien, también.
Cada quien toma las decisiones que más le convienen.
—No dejemos las cosas así —encareció, contristo.
Sonreí y creo que eso lo asustó más que todo lo anterior, porque me zarandeó y ni eso lo sentía.
—Lo dejo, Cannon —le avisé—. Dejo de intentarlo. Eli dice que la familia es para siempre, que todo se puede superar, que... —reí, aletargada—. Es una soñadora, la pobre; no sabe de lo que habla.
—¿Estás volviendo a terminar conmigo? —dice añadiendo humor, pero no cuela. No respondí y él se alejó, como si le acabo de dar un puñetazo—. No estás hablando en serio. ¡No puedes hablar en serio!
Suspiré y fue conveniente para terminar de rendirme.
Cannon quitó sus manos. Entre nosotros se constriñó la espaciosidad y controlé a mi cuerpo y sus temblores.
No seré una perra y además una perra llorona.
—¿Le dices a papá y mamá que vendré luego? —musitó.
Tragué fuerte, con dolor.
—No.
Lo rodeé para ir a la cocina y subir al piso de arriba por las escaleras hacia el garaje.
A solas, me pregunté porque si no sé lo que es tener un corazón roto acababan de romper el mío.
_________
Lo sé, son unos dramáticos.
Cada vez falta menos para el final jijiji :')
Liana
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro