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|32| La belleza de la enseñanza es dura

Multimedia: You & I (One Direction)

Bloqueé la pantalla del celular y me quedé mirando el techo, el techo lleno de estrellas del jardín de la casa de mis papás.

Las discusiones no son lo que esperaba después de pasar más de un mes en la peor de las situaciones que yo habría imaginado: en el hogar del hombre que estuvo a punto de violarme, y que lo intentó una segunda vez. Aun dolía un poco aquellos golpes que recibí, pero no hay peor dolor que el de estar peleando con tu familia y no hallar solución mas que la distancia. ¿Eso qué decía de mí, de nosotros?

Las personas dicen que las estrellas desaparecen, pero en realidad las estrellas siempre están allí a no ser que su existencia se termine. Son constantes; la familia debería ser así, la de sangre y la que se escoge. Si no puedes tener amor del bueno, del que dan ellos, no puedes tener mucho por lo que vivir. El amor que nunca se acaba no está condicionado a tiempo, temperatura o estaciones.

Quizá mi hermano ama demasiado a alguien más como para darse cuenta de cuánto lo amo para no querer que desperdicie el tiempo de un amor de calidad por uno de imitación.

Que gracioso, echar de menos a una mujer que te dejó inválido para la vida y desechar a los que procuran tu bien, tu arranque, el tópico más alto de ti.

Es gracioso, pero es más triste que eso.

—Me dijeron que aquí venías de niña para pensar mejor, Hada.

Estuve a punto de saltar en el suelo y ponerme a la defensiva, no sabiendo bien si por la alegría o por estar enfrentada en una situación inerme.

Dije pretendiendo calma:

—Tengo una familia de entrometidos.

El rostro de Eliseo se atravesó en mi vista de las estrellas, con esa habitual sonrisa que he logrado descifrar y puedo decir con la boca muy ancha que es mía.

Arrugué la nariz.

—¿Y esa cara? ¿No te alegras de verme?

—Es que ya tengo pensamientos posesivos y eso es raro.

Elevó tenuemente sus cejas pero recompuso la expresión de hombre sobrado.

—Deben ser muy elocuentes —mencionó optando por tantear el terreno.

—No sé si elocuentes.

—Dime y veremos.

Soplé entre mis dientes y me negué a la petición.

—Por favor —dijo con tiento—. Lo peor que puede pasar es que me burle.

—Ya, con eso me has convencido.

Me dio una mirada contemplativa. Crucé las manos tras mi nuca y dije un poco nerviosa:

—Pensé... que la sonrisa que me diriges es mía.

Más rápido que decir ya tenía a Eliseo agachado a mi lado y rozando sus labios con los míos. Le abrí camino para que tomara lo que quisiera y así yo tomar lo que quiero. Se alejó concienzudo y me sonrió, con mas arruguitas en las esquinas de sus ojos; mas brillo en esos ojos, incluso se ven claros como una esmeralda, y su boca amplia.

—¿Tú estás bien?

—Lo estoy. —Es sincero el sentir.

—¿Y por qué no respondes mis llamadas o las de Presley? Ha estado un poco... histérica. La última vez que no supo de una amiga no acabó bien.

Regresé a ver el cielo, apenas entendiendo a qué se refería.

—No quería hablar con nadie. ¿No te dijeron mis papás que llevo aquí casi todo el día?

Entendí algo tarde que mi tono no fue el mejor para expresar mi tensión con la mención de una amiga de Presley que desapareció. No quiero ser el motivo de preocupación de nadie, ni que me oculten información y hay mucho de ambos pero poca colaboración.

—No. Pregunté por ti, dijeron que aquí estabas y aquí estoy.

—Y te lo agradezco, Toredo, pero no soy la mejor compañía ahora.

No lo era desde temprano y no tiene que ver con algún asunto hormonal. He bebido té, he hecho ejercicio, he vagueado y continúo razonando en la discusión de ayer, en qué se pudo hacer o decir para hacerla menos fea.

Toredo miró en dirección a la casa e hizo movimientos raros, como si bailara tap. Vi hacia abajo y se sacó los zapatos, unos suecos marrones, los pateó lejos de mi y se agachó, puso una mano para apoyarse hacia atrás y recostó su cuerpo al lado del mío.

—Pero qué haces —exclamé con una risa en la garganta a punto de salir.

—Te acompaño. No es justo que seas miserable sola.

—No soy miserable —contradigo con poca fuerza.

—Luces como alguien miserable. Yo no lo hago; hacemos un buen par.

Solté por fin mi carcajada.

—Estoy de acuerdo con la última parte, Arrow. Vienes como el ladrón que eres a robarte mis miserias e impartir tu comprensión disfrazada de justicia.

El silencio sorpresivo que vino de mis palabras lo acompañé con otra risa, fresca y franca.

—Te dije que soy mejor que tú ofreciendo piropos.

—Eso no me molesta, lo disfruto. Dime más.

Sonreí un rato más, mirando el cielo. ¿Qué hora era? No debe ser tan tarde para que dejaran que Eliseo entrara a la casa; o no saben cómo lidiar conmigo y cualquier ayuda es bien recibida.

Sí..., ayuda.

—¿Alguna novedad?

—Sobre Rebecca, aun no.

—Me sabe extraño admitirlo pero estoy preocupada por ella.

—¿Tu hermano tiene que ver? —dijo con cuidado.

—No. —negué y crucé mis manos tras mis brazos para darles calor—. Es una precaución de mi consciencia; no quiero que su hija se quede sin madre.

Eliseo se removió a mi lado y lo tuve preguntando, atónito:

—¿Tiene una hija?

—Sí —reí sin gracia—. Jamás te lo conté, pero ella y Cannon estaban prometidos, parecían amarse mucho y hacían un gran equipo, en la vida íntima y la profesional. Fue una sorpresa para todos que ella admitiera estar embarazada de un abogado de la misma firma a la que pertenecían. Cannon no quiso seguir trabajando allí, así que aceptó fingir un despedido inmerecido para que no supieran que estaba huyendo del rompimiento, del compromiso y de su corazón.

Eliseo guardó un silencio reverencial por esa situación tan fría y triste.

—Ha de haberse sentido como un idiota.

—No es muy diferente a serlo ahora.

Vino un anhelado silencio de esa declaración de lo que pienso de la actitud de Cannon para con la vida en general.

—Suenas enojada para estar bien.

—Estoy bien pero molesta, se puede estar de ambas formas.

—Puedes estar como prefieras.

—Bien.

Porque esta molestia, esta fría molestia solo podría ser contenida y destruida por Cannon Andrews, el mejor hermano mayor que te pudo tocar, pero el peor hermano mayor cuando se lo propone; ha estado proponiéndoselo hace mucho tiempo y tiene suerte de que no esté resentida con Rebecca, puesto que ella es la clara culpable.

Cannon era el sol que sale por la mañana y el que se oculta en la noche estando cerca de ella, pero al acabarse su noviazgo y su promesa de matrimonio, hubo un eclipse que fue notorio para todos, menos para él. Y si te atrevías a contárselo... Bueno, ya se sabe cómo acaba.

Y no volveré a ser quien de pie a resolverlo.

No quiero.

No lo haré.

—¿Hay algo, alguna cosa que yo pueda hacer?

La pregunta me pilló desprevenida. ¿Hacer? ¿Algo que pudiera hacer?

—No necesitas hacer nada, Eliseo.

Él no parecía estar de acuerdo conmigo. No lo veo, pero lo siento dudar de que el hacer nada es, sin duda, la peor cosa para hacer cuando me ve acostada en el césped e incomunicada. No estoy inclinada a moverme, en tal caso.

Envié mi mano a la suya y la atraje a mi pecho, manteniéndola ahí. Él la apretó.

—Haces bastante, tonto. Siempre haces demasiado; mantente tranquilo y dile a Presley que estoy aquí, no quiero hacerlo yo.

—Lo tomará como un gran insulto.

Murmuré disconforme—. Cuándo no.

***

—Caraneley.

Aparté los ojos de las páginas y veo a mi mamá, de nuevo llamándome así porque de nuevo uno de sus cuatro hijos favoritos está en malos términos con su hija favorita.

—¿Sí, señora?

Disimula magistralmente que le fastidia que le repique con sus mismas armas y dice:

—Te vinieron a ver; la muchacha menuda con una fijación por las botas que la hagan mas alta...

—Presley —le ilustro y pongo el libro sobre la cama—. Sí. Puedes decirle que pase.

Inspecciona el libro que dejé a la mitad, a mi vestimenta de pijama y moño mal ajustado y al resto de mi antigua habitación, como si buscara algo que le diera una pista.

—Se lo diré.

Asiento y espero a que llegue. Le toma poco y con todo y lo menuda que dice mamá que es, Presley parece alta solo con su actitud. Aun cuando nos estamos mirando toca a la puerta dos veces; le pido que no sea ridícula y entre. Hace un juego con sus ojos, tanto en replica como estudiando lo que la rodea. Se sienta en la esquina opuesta a la que estoy en la cama y sonríe gustosa, como si... ¿se hubiese sacado un peso de encima? Nunca ha sonreído así en mi presencia.

—¿Cómo van tus asuntos?

—¿Cuál de tantos? —pregunto.

—El más reciente o el mas antiguo; el que te angustie en mayor medida. Los que sean.

Hago una mueca disconforme.

—No estoy preparada para hablar de ninguno, por ahora.

—¿Segura?

—Sí, Presley —dije en una risa. La miré suspicazmente—. ¿Qué hay de ti?

El suspiro que vino fue como una respuesta en sí mismo.

—Vine a contarte una historia y espero que eso te ayude un poco, sea para ahora o el futuro; no importa qué, pero quiero contártela. ¿Quieres oírla?

—¿Una historia sobre qué?

Tiene en su faz una certidumbre y tranquilidad que desestabiliza mi propia paz solo por no entender de donde viene. Pero tengo curiosidad.

—Sobre la amistad, sobre la familia.

Amarro mis rodillas entre mis brazos.

—Creo que tu eres otro tipo de mamá gallina.

—Ah no —niega ofendida—. Ese título no me va, déjaselo a mi Fresita. Yo hago lo que quiero por quienes quiero, ella hace lo que no quiere por quienes quiere y no quiere... Nunca podré entenderlo porque, ¿para qué hacer algo tan desgastante, no? Ja, ja ¡Y...!

—Presley —la corto reteniendo la risa.

Aprieta sus labios y hace un manoteo gracioso alrededor de su cara.

—Sí, sí, perdona. Decía que si quieres o no oír mi historia... ¡Es más! —se yergue, señalando a mi dirección—. No deberías tener esa opción. Vine a contarte una historia y lo voy a hacer.

Me recosté entre mis almohadas nada sorprendida por esa resolución y no osé refutarle, no vaya a ser que tenga consecuencias.

—Verás, Cara linda... Monilley pasó por una fuerte decepción hace algunos años; era la mujer más feliz y completa que podías conocer pero puso mucha de su felicidad actual en una persona y esa persona la abandonó. Miguel, mi mejor amigo, la abandonó. No lo hizo por voluntad propia, pero eso la cambió, lo cambió todo. Ella se mudó, dejó atrás familia, amigos, trabajo y el futuro que tenía planeado y ninguno nos quejamos —sonríe injuriosa—. Guao, ninguno se quejó..., ni siquiera yo. Le di gusto, la mimé y fue lo peor que pude hacer por ella. No te creas, ahora no me arrepiento porque si no se iba nunca se habría casado con Leitan y los gemelos no serían quienes son para ella, pero se cobraron facturas por cada mes que no la tuve cerca. Fui una mentirosa, no quería que se fuera, que pusiera distancia al dolor, eso no la ayudó a salir de él. No le dije lo que sentía y hasta hace poco no lo sabía, porque me dije «Nada Presley, eso es nada; ella está bien», pero yo no. Caray, yo, no. —Parpadeó reubicando sus ojos a un punto fijo—. Era importante que ella se repusiera pero también eran importantes mis sentimientos. Acababa de perder a mi mejor amigo, nadie le ubicaba, y antes de entender lo que pasaba mi mejor amiga estaba haciendo lo mismo que le hicieron a ella. ¿Loco, no?

»Llegó Leitan a nuestras vidas para llenar espacios que ninguna supo que estaban vacantes. Ese hombre, él solito la enamoró y me ofreció ser amigos para siempre. Es tan cursi, a decir verdad... —Decía eso con un tono de fastidio pero por debajo, en medio y arriba, hay un verdadero amor hacia él, a su «hermano por elección», como lo llama—. Es lindo tener un amigo como él y después vinieron otros, como Michael y Melina.

»Sé que sabes quién es pero ninguno hemos querido hablar abiertamente por respeto, a su memoria y al recuerdo de Michael. Le pedí permiso para tener esta charla contigo y hablarte de ella.

»Melina fue mi socia y amiga antes de conocerte. Éramos entre las tres, mi Fresita, ella y yo, un buen equipo y la cabeza era ella, claro. Yo no puedo ser cabeza, no sirvo para eso, pero Mel lo hacía ver fácil y lo lograba con la misma facilidad porque amaba su trabajo. Un día, como cualquier día para una mujer de a pie nos comentó que buscaba tener un hijo y que llevaba un tiempo trabajando en ello. Nunca dudé que lo conseguiría, para mí consistía en esperar y eventualmente pasaría. Sin embargo, no fue así; Melina era estéril.

»Y tú dirás que ahí acaba la cosa pero yo que tú lo pensaría dos veces. ¿Ya dije que Melina trabajaba duro, que era una cabeza dura también? Se empezó a desgastar buscando una salida a la realidad de no poder darle un hijo a Michael y yo me harté, ¡estaba harta de verla aferrarse y no disfrutar de las otras cosas bellas que tenía!, me molestaba que no se sintiera suficiente... Y tal vez la empujé un poco al borde; no me des esa mirada, no estoy diciendo que soy la culpable de las acciones de nadie, pero sí me hago cargo de no ser tan empática como otras personas, como otras mujeres que sí creen que un hijo las complementa o como eso tenga que sonar cuerdo. Ese no es mi enfoque. El punto es que ella se aisló de todos, de sus amigos, de su esposo, y tuvo su consecuencia. Ella... murió en un accidente; dijeron que el impacto con el otro auto la mató al instante. Estuve varias semanas fuera de foco, no me concentraba y despertaba llorando, angustiando a Elias por lo insoportable que era el dolor. ¿Fue justo? ¿fue el destino? No sé, y no tengo respuesta, nunca la tendré, lo que sé es que tengo un Michael del que velar, y ahora una Cara.

»Borra ahora esa mirada, por favor. Estás en varios conflictos. No te cuento esto para apelar a tu lástima, lo hago porque eres mi amiga y no lo sabías y necesito que comprendas que eres importante y lo eres para tu familia. Puedes pelearte con ellos, conmigo todo lo que gustes pero no vas a poder cambiarlo. No hay en ti ni un poquito de vena vengativa, eventualmente vas a hablarle a tu hermano. ¿Y qué harás? —hizo una pausa—. ¿Qué le dirás?

»No te empeñes en desperdiciar el tiempo y las energías en lo inútil. Yo lo hice y perdí mucho, pero aprendí lo suficiente para decirte que no vale la pena.

»Hay que decir la verdad y no hay que esperar para decirla. El tiempo es engañoso y un hábil ladrón, no dejes que te engañe y robe nada.  

»Aprende, porque aprender es hermoso... aunque no nos guste mucho.

Nunca me sentí así de conmocionada. De ausente. De persistente en una sola idea y no tenía nada que ver con los consejos de Presley.

Michael había sufrido tanto, y junto a él el resto de las personas que le rodeaban. Jamás pensó en contarme esto, como si le diera vergüenza creí, una vez, pero siempre traté de entender entre líneas, de ser perspicaz sin hacer preguntas porque él no fue honesto con esa parte intrínseca de su vida, la que ha vuelto toda ella en lo que es hoy.

Porque es duro y no va a dejar de serlo.

Lo sé porque Presley dijo casi todo llorando aunque no cambió su voz, no estuvo enronquecida, ni débil, ni vacilante, ni nerviosa, ni agotada, ni breve. Fue todo lo que es: clara, emocional, con sus modismos, sus énfasis donde le gusta y sus intrigas, y fue sincera.

»¿Me oíste, Cara? —dijo esa voz.

—Te oí.

Sonrió y no he visto a mujer más hermosa, además de mi madre, con una cara llorosa, alegre y confiada, que a ella.

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