|30| Sueños
Multimedia: Lover Remix (Taylor Switf Feat. Shawn Mendes)
Nota: Está cursi pero amo esta canción y lo amerita. Disfruten :)
Doy impulso a mi cuerpo en su parte baja y aprovecho el desconcierto para tomar las muñecas de Emule e intercambiar papeles. Muevo mi cuerpo cual culebra sobre el suyo de modo que le haga tener sus brazos por detrás, dando un firme estirón que le saca un quejido, con mi rodilla sobre su espalda, porque lo conozco y en sus ojos vi el odio pasando por mi cara, la fuerza que está ejerciendo para que lo suelte. Me niego a dejarlo ir, aun cuando me hablan y dicen que todo está bien.
Pero nada está bien, hombre. Nada.
Necesito pensar un minuto.
—Cara.
No le presté atención a quien habla. Estaba mas concentrada en no abandonar mi posición y en la sarta de groserías que oigo de la boca de Emule Videlmard. Tiene un largo repertorio y los testículos bien llenos para decir que soy una cualquiera y que siempre supo que...
No me había dado cuenta de que tiene vena de comediante.
—Puede soltarlo.
Rugí—: No.
—Le juro que puede soltarlo.
Fruncí mis cejas y elevé el mentón para ver atrás de mí.
Y pude soltar (recordar que puedo) mis manos y salir de la cama, manteniendo mi postura y reconociendo rostros, rostros que no conozco pero vinieron a mi auxilio con Riveira incluído. Necesité limpiar mis manos pasando las palmas por mis caderas y ver de nuevo abajo, donde sostenían a quien yo sostenía. Que no perdía ojo de mí como yo de él.
Conté a ocho. Dos mujeres, seis hombres. Algunos de los mismos grupos de seguridad que ya conocía y otros que recorrían esta casa de arriba a abajo; izquierda a derecha. Nunca nos hablamos, no se podía y Riveira hizo casi de relaciones públicas entre ellos, él mismo y los que están al corriente de nuestra ubicación y propósito. No existían planes bien hechos. No somos un equipo consumado y bien unido en que nos sabemos hasta el número de identificación, pero no importó.
Vinieron justo a tiempo.
Oí el forcejeo, el cómo están entre tres agarrando a Emule y lo llevaron fuera; su retahíla de insultos se iban y su desagradable presencia también. La cama y sus colchas están arrugadas y los almohadones desperdigados, otros en el suelo.
Le di una inspección a Riveira y con nada de esfuerzo y sí con muchísima necesidad, le pedí:
—¿Me abrazas? Olvida el estúpido vestido, por favor.
No sé cómo se oyó para él esa demanda. Para mí era difícil pero era más importante tener a qué sostenerme que caer de rodillas tan, pero tan abatida. Dos personas serias y reservadas no sirven en el consuelo y sin en cambio mi desespero tenía que verse ahora; no lo estoy ocultando. No oculto mis reproches dirigidos a mí; ni el miedo, bien controlado pero miedo al fin. No oculto las casi cuatro semanas de perpetuo silencio que me están golpeando porque al fin puedo gritar.
Riveira dio pasos cortos y mudos hasta abrazarme de frente. Apoyé mi barbilla en su hombro y respiré hondo de seis a diez veces, encontrando en ello paz.
—Gracias, gracias —susurré y fui quien nos separó.
Me sonrió con franqueza y ofreció su brazo que no dudé en tomar.
—A usted. Podemos irnos cuando quiera.
—Lo sé, Riveira. Siempre lo he sabido.
Me habría detenido a cerciorarme de que el resto de los invitados viera cómo sacaban a Emule como lo que siempre ha sido: un abusivo, un fracasado, un delincuente disfrazado de hombre viril con ínfulas de grandeza que jamás ha tenido pero sí, sí que ha tenido gente que le a proporcionado cierto poder y eso agranda el miembro, ¿no? Como a él.
Sin embargo Riveira, el bastón que me sostiene se dio una prisa sorprendente con los tacones que traigo y nos tuvo en un auto, yendo directamente al aeropuerto. Habían personas bien vestidas afuera, demandando que les dejaran ir, siendo rodeadas para que no llegaran a sus vehículos.
—¿Es la policía? —pregunté al pasar al lado de dos patrullas. Miré a Riveira con aprehensión.
—Es la policía de aquí y aunque usted no lo crea, cumplen su trabajo.
—¿De qué tipo? —instigué irónica.
—El real. Van a llevarse a Emule detenido, nadie va a sacarlo, no después de todo lo que oyeron y vieron. En cuanto a Alponte...
—¿Rebecca está bien?
—Sí, no se preocupe. —Eleva sus cejas y sonríe mofándose—. Aunque viéndolo bien pedirle eso es como pedirle a ese vestido que sea menos revelador.
Me sorprendió tanto la broma que la risa me ahogó un poco y estuve más tosiendo que riendo.
—Eso le queda a Toredo, no a mí.
—Si usted dice —me responde en tono monocorde y regrese a su gesto serio—. Rebecca no vino a esta celebración.
—Tampoco Alponte —agrego—. Muchos invitados pero el invitado especial no fue, ¿eso quiere decir que mis sospechas eran ciertas?
—Es probable. Pero lo que siga ya no depende de usted.
—No me digas eso. ¿Qué va a ser de Rebecca?
—Yo me quedaré —dijo, para mi consternación—. Y como le dije antes, ella no ha estado sola. Desde que aceptó ayudarnos ha estado plenamente segura.
Me froté la cien y asentí, arrepentida del cómo sonó a reproche mis palabras.
—Sí... Dios, perdona Riveira, sé que la han cuidado y me quita un peso de encima que te quedes. Por casualidad... —apreté mis labios y casi suelto un exabrupto—. ¿Tendrás un cambio para mí?
—¿Un cambio? —arrugó su entrecejo y me dio una ojeada rápida—. Pero si le sienta.
—Si tanto te gusta podemos cambiar; yo uso tus pantalones y tu mi vestido. —Sonrío con frialdad—. ¿Qué me dices? Saldrás ganando.
Hizo que me ignoraba rotando su cuello a la ventana de su lado.
—Lo voy a pensar.
Lo imaginé con el vestido puesto y la displicencia junto al cómodo silencio entre nosotros fue un buen compañero hasta el aeropuerto.
El zángano de Rivenira traía mis cosas escondidas en el maletero. Por suerte pude echarlo y al chófer para cambiarme. Un pantalón de jean negro, un sueter cuello tortuga del tono de las zanahorias y tuve que ponerme a cubierto incluso del clima, que de noche bajaba estrepitosamente, con una chaqueta gris de tiro alto y ajustada a la cintura por una cita de la misma. Y me quedé con los tacones, ya eso era lo de menos.
—Mantendré a Elias informado —fue su «Se ve bien vestida, nos vemos luego».
—Sé que así será —fue mi «Gracias por todo».
Entregó en mis manos mi bolso y lo puse de modo que lo arrastrara por sus ruedas.
A cualquier hora, todos tienen prisa en entrar como si no hubiesen de dos a cuatro horas de espera y la espera que supone estar sentado por otras horas en el aire.
No me importó ser como ellos; quería ir a casa y me di prisa por entrar, también.
Era la madrugada de un jueves cuando llegué a una de las ciudades con mas personas, ajetreo y tránsito en todo el país, y me topé enseguida con las noticias. Aunque deseara eludirlas con las cascos en mi cabeza a un volumen ensordecedor, tengo la habilidad fuertemente cultivada de leer con rapidez, así que supe de qué trataban.
Ronda que el nuevo gobernador no asistió a su propia celebración. Que por motivos desconocidos habían patrullas frente de su casa y que a todo al que se le preguntó decía lo mismo: nadie sabe, nadie vio, nadie oyó; inocentes por doquier.
Soplé entre mis dedos helados por el frío y por los mentirosos, sosteniendo con fuerza mi bolso.
¿Por qué las personas mienten y caminan tan lento cuando tienes prisa? ¡Dios! Casi grito.
No consideré el ascensor para nada. Fui como un rayo —lentamente— a las escaleras mecánicas, uniéndome con los que pensaron lo mismo. No esperaba tener un recibimiento, por ello mi prisa; mientras más rápido tomaba un taxi, más rápido estaría cerca de los míos y mas rápido me pondría confortable para tomar un chocolate caliente que apagara este frío por un rato.
Mi impresión al ir a mitad de las escaleras y tener a casi todo mundo, el mundo que conozco y que forma parte enjundiosa de mi vida, supongo que no tuvo precio por sus carcajadas. Me costó caminar al final y mirarles. A mis padres, mis hermanos —los que viven aquí, Cannon y Charly—, mi cuñada preciosa, a mis amigos con sus parejas que también son mis amigos...
... Y Eliseo.
Sentí el ataque a mis sentidos, en mi cabeza, de los recuerdos y de todos estos días. El ataque de la afonía perpetua, rodeada de bulla. Mis brazos se aflojaron, inútiles, pero mis pies siguieron adelante.
—Espero que después vayamos a comer porque muero de hambre.
Rieron y Eliana fue quien se apartó del grupo y me dio un abrazo con lágrimas incluidas.
—Di-dios Ellie... Es-estaba tan pre-preocupada por ti —dijo sobre mi oído, medio hipando. Acaricié su cabello, no queriendo que llore.
—Tu te preocupas hasta por el pasto que pisas.
—Cállate y recibe cariño, mija.
Volqué mis ojos y nos di gusto.
—Me hace feliz verlos —dije aprovechando el emotivo momento y que Eli me soltara de una vez, aunque mantenía un brazo por mi cintura bien cerquita.
—Y a nosotros —habló papá con su rostro amable y emocionado.
—Sí, felices —dijo la voz de mi mamá alzándose encima del escándalo del aeropuerto para ser claramente escuchada—. Y molestos porque hicieras todo esto por nada. O no, me equivoco, lo hiciste para que viniera tu jefe al que apenas conocemos a decirnos que ahora eras el custodio del hombre mas despreciable que he tenido el infortunio de conocer y conocí porque casi te desgracia la vida, ¿y qué creías que pasaría, ah, Caraneley? ¡Nos moríamos de la angustia imaginando lo peor! Y no —sonó como si iba a interrumpir a quien la interrumpiera—, no es importante que nos lo explicaras, Elias. Que lo sepas bien.
—Loreanne, estamos mas felices que molestos —le rememora su esposo y como la tiene abrazada, la aleja de nosotros con sus merecidas palabras de tranquilidad.
Si soy sincera incluso eso es de extrañar.
—Bueno, te vamos a abrazar todos —manifiesta Presley y es la siguiente en hacer acción sus palabras—, y luego te irás con quien más te extrañó y se preocupó, además de tus padres.
—No sé a quién estás mencionando, castaña —rebate Charly suspicaz.
—¿No es obvio?
Me atravieso entre ellos, siendo una mezcla aterradora en cuanto a discusiones se refiere.
—¿Y mis abrazos, dónde están?
Le mandé un guiño a Presley y en cuanto los abrazos y los besos fueron repartidos para mí, ella se encargó de entretener a Cannon y Elias con un asunto legal que no era asunto mío y Eliana, como buena esposa y buena en todo lo que quiere conseguir, se llevó a Charly con facilidad y celeridad. Quedaron Leitan y Monilley, pero ambos hallaron su camino a la salida, como el resto.
Solo quedamos dos.
Los pocos recuerdos a los que recurría en los puntos críticos, fueron los que tuve antes de llegar tan lejos. Y en todos estaba él, como un execrable pero lindo regalo, que es mío, que fue una sorpresa que estuviese justo ahí, donde me dijeron que estaría: cerca. Me dio frescura y tranquilidad, la confianza puesta en mí . Y que me esperara, como yo lo esperé.
—Falta mi abrazo.
Me salió la risa del diafragma, con estos tacones pude alzarme y besar su frente mientras le rodeada el cuello con mis brazos. Colé mi cabeza en su hombro y recibí su abrazo.
—Debiste ir por mí —reprendo, jugando con él, escondiendo mi rostro en su hombro y cuello, pegándolo más a mí.
—Me obligaron a quedarme, sino habría ido.
—Lo sé, fue mejor que te quedaras. Me gustó la sorpresa.
Apretujó cerca suyo y me respiró. Eso casi me derrite.
—Lo oí todo —concedió.
Cerré mis ojos, lamentando oír eso.
Él agregó:
—Y haré todo lo que esté en mis manos para que pague, esta vez de verdad por lo que pasaste y pudiste pasar.
—No lo dudo, Arrow.
Era inaudito y cautivador sentir su sorpresa solo por tenerlo cerca y por el silencio cauto que siguió a mi mote.
—Suena bien. —Nos agitó lado a lado y se sintió agradable—. Debo buscarte uno pronto.
—Que no sea Black Widow. Esa mujer merece respeto.
Y después de la reprimenda que me dio Presley por no tomármelo en serio, nunca volvería a ofender a nadie más.
—Tienes toda la razón —susurró con una risa ahí—. ¿Qué tal Hada?
Me puse rígida y Eliseo acarició mi espalda. Es cierto; escuchó todo.
—¿Por qué?
—Porque tuviste razón al decir que las hadas hacen felices a los demás y les cumplen deseos. Yo deseaba estar contigo, ser feliz, pero descubrí que lo que más quería era hacerte feliz y cumplir tus sueños si estaba en mi mano lograrlo. —Ceñó mi cuello entre sus dedos con gentileza y me tuvo mirándole como una tonta soñadora. Y él me miraba igual—. ¿Lo hago bien?
No había querido llorar, aun con la llorona de Eliana que tiene el poder de provocar lágrimas a quien la vea.
Pero está bien.
Es Eliseo.
—Lo estás haciendo muy bien—dije con mi voz enronquecida y el agua cayendo en mis mejillas—. ¿Quieres una estrella por sobresaliente?
Su complexión se tornó extraña y un tanto charlatana. Me preparé para el disparate que diría.
—Quiero ver el horroroso vestido.
¡En sus sueños! Pero no en los míos.
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