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|3| Orden

Multimedia: Catch My Breath (Kelly Clarkson)

Me siento rara.

¿Qué es esto que traigo puesto? Y, ¿por qué permití que me lo colocaran? Ah, porque estoy segura que no fui quien lo hizo; lo recordaría.

Mentira.

Claro que lo recuerdo y fue voluntario el acceso a mi cuerpo. Lo tuve que hacer por amor a mis amigas y por amor a lo que representa el evento al que asistiremos. Alisaron mi cabellera y recogieron parte de la que compondría mi flequillo sin el corte adecuado para uno, en un cintillo sujetado tras el resto de la melena. El vestido es corto, de una agradable falda que simula pétalos de tulipanes invertidos, todo bañado en un perlado difícil de ignorar; se me hace difícil. Zapatillas rosas, un bolso de mano mas pequeño que mi mano en que solo caben mis llaves; maquillaje tenue, lo que quede bien con lo que traigo y no me haga irreconocible.

Estoy incómoda, pero esto es como llevar un tampón: en algún punto te lo quitarás.

—¿Podrías dejar de ver tu teléfono? —pregunta Presley con hastío a Monilley, que no deja ir un segundo su móvil cuando este vuelve a sonar; lo recoge y es un círculo inevitable.

—Si tuvieses un Leitan de esposo no reclamaras.

—Tiene un Elias de novio, ¿qué es peor que eso? —digo, sabiendo cómo va a reaccionar.

Presley ríe y está de acuerdo, con sus pequeñas diferencias que son abismales.

—Gracias —dice luego de su gran explicación de porque es diferente.

Estamos a buena hora. Debo verla desde el reloj de pared que tengo en la sala porque no cabe un alfiler en el bolso quisquilloso. No llevaré mi celular gracias a ello, ¿y quién contradice a Presley? No es recomendable.

—¿Por qué? —le miro confusa.

—Por verte así hoy —responde Monilley—. Es tan importante, como no tienes una... —hace una pausa para tragar y termina—, una idea —sonríe, pero saca un pañuelo de su bolso con espacio extra, secando las esquinas de sus párpados.

Asentí, sentida por su tristeza. Quisiera que ésta no fuese, pero hago lo que considero mi mejor esfuerzo para apoyarlas.

Esta noche se iniciará una sociedad mas bien de modo público entre Mopresme, como decidieron bautizar a la unión de la primera sílaba del nombre de Monilley, Presley y Melina, con MiBebé, asociación que pretende fomentar a las mujeres frustradas por no poder concebir, que si esto no se puede revertir aun puedes ser una mujer plena y feliz. Con el enfoque también de dedicarle a Melina esto que fue una idea venida antes y solo se inició tras su descenso. Un homenaje solo para ella.

—No vamos a llorar, Fresita —le reprende Presley tocando sus hombros. Es tan bajita que se ayuda con aquellos zancos que nunca suelta.

—No, no vamos a llorar —respira profundo y se ven, entendiéndose como suelen hacerlo.

—No me hagan encelar —digo apropósito.

Presley llega a mí en una velocidad pasmosa y cruza su brazo con el mío. Aun en esos zancos, me llega a la barbilla. Y cómo disfruto burlarme.

—¿Qué eres, un hobbit o un pitufo?

—Tiene cara de pitufo —dice Monilley, para infortunio de Pres—. Los hobbits no son muy atractivos.

Así, entre bromas de su altura o falta de ella, nos vamos yendo y como la única entre nosotras que no tiene vehículo propio, usamos el que Leitan rentó para su esposa con los debidos escoltas que no la dejan ni a sol ni a sombra. A ambos los conozco y saludo, intercambiando comentarios vagos del trabajo y de mi envidia hacia ellos.

Sigo de baja "involuntaria". No sé cuándo va a terminar y lo cierto es que es desesperante para alguien que siempre ha trabajado, no hacerlo. Esta era de las pocas oportunidades que tengo de distraerme.

Las muchas veces que he tratado de indagar en qué fue lo que sucedió con Melina Rain, todos guardaban silencio. Era un secreto del cual se seguían sus rastros en Internet, sin embargo no soy lo bastante curiosa o chismosa para averiguar de esa manera; se siente traicionero. Lo poco que conozco solo lo une los sentimientos, las tristezas, lo inconcluso y ahora esta noche. Tal vez la noche en que lo logre entender.

El edificio Manriqueña jamás ha sido de mi gusto. Simula parecer un tablero de ajedrez y cambian sus dos únicos colores a cada hora, como un juego de memoria. Los personajes que componen el interior se clasifican en desagradable, ambicioso, sagaz, pomposo, mal tercio e inteligentes. En su mayor porcentaje, son todas; en menor, ambiciosos e inteligentes. Las recepcionistas y asistentes se ganan el premio como lo más pomposo y mal tercio que existe. El presidente, Leitan Manriqueña, es el más inteligente puesto que logró combinar esas facetas, normalmente repudiables algunas, y tener éxito. Para él, son solo piezas que mover.

Tampoco gusto del ajedrez, pero entiendo lo básico y sé lo que se siente ser un peón, o un caballo; al final no eres tú mismo quien se mueve.

Pero entre lo exagerado y elegante de las servilletas, las copas, los meseros deshaciéndose por ser más gentiles de lo acostumbrado, de lo perfectos que parecemos embellecidos y cada uno cumpliendo un rol, encuentro emotivo escuchar la historia de cómo Monilley y Presley crearon la marca Mopresme, reconocida por saber llevar el estilo casual con el elegante para una mujer común, trabajadora y con mínimo tiempo a su alcance. Tardaron poco en lograrlo y eso no hubiese sido posible sin Melina Rain, su difunta amiga y socia.

—¿Me extrañaste?

Doy un giro y muerdo el interior de mi labio inferior para no sonreír.

—Te ves hermoso —le elogio consiguiendo que ría, y lo digo muy en serio—. ¿A qué se debe? —pregunto curiosa.

—A ti, eso está claro.

Me acerco a acomodarle el cuello de la camisa, de un azul oscuro y brillante que resalta su piel canela. Lleva un saco rosa encima de ella, pantalones negros de buen agarre y mocasines casuales de piel gamuzada y gris.

—Que charlatán eres, Mike.

Y no es solo porque esté coqueteando, estoy acostumbrada. Es un charlatán porque miente, a todos, con su actitud.

—¿Cómo me llamaste? —arquea su ceja izquierda y toma mis manos que seguían en su cuello. Besa mis nudillos y se queda con ellas—. No eres agradecida.

—Ya he oído eso antes —digo para mí misma.

—Disculpen.

Una muchacha de cara regordeta, pálida y sonrosada, ojos pequeños y azules, cabello corto y liso y en un traje de falta y bleiser azul cobalto. Es baja, pero usa un calzado capaz de hacerla llegar a la altura de mis pechos. Tiene un grabador en mano y su teléfono en otra.

—¿Sí? —dice la parte de mi acompañante agradada con que una chica le dé atención. Sonríe y lo admito, derretiría a cualquiera.

Ella hace bien en enrojecer el doble que antes y muestra con firmeza sus implementos, un teléfono celular y una grabadora.

—¿Sería tan amable de responder unas preguntas?

Cruza sus brazos, obteniendo con esa gesto simplón que la americana se cierne en sus brazos anchos y que el pecho sobresalga. La señorita se prepara. No parece una pose que vaya a decir que sí.

—¿Yo qué obtengo a cambio?

Arrugo mi frente. ¿Cómo le dice algo así a una profesional?

—¿Qué quiere? —dice ella resolutiva, pese a que no pronostiqué que diría algo semejante.

Él sonríe, bajando los brazos y ofreciendo su mano.

—Responderé a lo que gustes. Mucho gusto, soy Michael Rain.

Acepta su mano y toman asiento en la mesa que comparto con él, las chicas y sus parejas. Mantengo un ojo montado en esa chica, de nombre Erin Colina, una recién graduada periodista a la que le dieron un trabajo difícil pero que Mike le hizo fácil: saber de la vida de un joven, guapo y económicamente bien plantado, viudo.

Ha colocado ambos aparatos en la mesa, los enciende y habla.

—Dígame, señor. ¿Cómo se encuentra estos días?

—Muy bien —dice en control; seguro de ello—. No tengo quejas ni reproches, salvo que el tiempo pasa aprisa; no tengo suficiente de él.

—Quiere decir que lo está aprovechando al máximo, ¿me equivoco?

—No se equivoca.

—Me alegra escucharlo de su boca. No sé si lo sabe, pero estábamos preocupados porque no pudiese seguir con su vida después de haber perdido a su esposa. Usted la llamaba Su Luz, ¿no es así?

Michael pierde unos segundos para ser rápido en responder. Segundos preciosos.

—Lo hacía —habla al fin, no abandonando la sonrisa—. ¿Otra pregunta?

—¿Cómo se siente con este homenaje en su honor? ¿preparado para los siguientes que vayan a invadirle a preguntas no tan amables como las mías?

—¿Amables? —pregunta alzando sus cejas y ríe, afincando los codos en la mesa—. Yo podría hablarle de amabilidad y no es lo que usted hace, pero ese no es el caso hoy, ¿no? El caso es que quiere conocer los mórbidos pasos de mi vida desde que mi esposa murió y no es ningún secreto el que he salido con varias mujeres, que no tengo intención de volver a casarme y que odio las entrevistas pero se la concedí a una mujer que creí que no me preguntaría lo que no quiero responder; no estoy ocultando lo que hago, no soy un adolescente con una doble vida, la que muestra a sus padres y la que muestra fuera de casa. Soy un hombre, no encubro mis deseos y está tan claro como esta entrevista que está a punto de terminar. —Se puso en pie y repitió el gesto cuando se presentaron—. Tenga buena noche, señorita Colina.

Es pronta en recoger sus pertenencias y nos desea lo mismo antes de irse. Michael cae en la silla y corro a abrazarlo desde atrás, sintiéndolo rígido y respirando agitado.

—Estás hermosa tu también —decide decir.

Le apreté con más fuerza, permaneciendo así por un rato. En cuanto vi a un mesero repartir vasos, le señalé y nos dejó cuatro copas. Levanté una mano de Michael y apreté entre sus dedos una copa, mirando a su rostro.

—Voy a estar aquí hasta que lo bebas y coquetees, ¿escuchaste? No voy a ningún sitio.

—Yo quiero irme.

—Tampoco te vas, no sin mí —le demandé, insistiendo con el trago—. Es importante. No sé cómo te sientes, no sé cómo se siente nadie pero entiendo la pérdida y entiendo querer huir, pero no lo hagas. Por favor, no lo hagas.

Solté su mano. Él agarró la copa, acercando el líquido a sus labios y respirando en él causando un vaho en la copa antes de beberlo. Lo imité, mas tranquila y rogando que el tiempo sí pase rápido. Solo una vez vi a Mike así de decaído y temo no poder lidiarlo sola.

—¿Beben sin nosotros?

Alzo la cabeza y Presley acaba de hablar sobre un podio junto a Mony. Los invitados y demás están en frente, de pie, como un pequeño público. No está refiriéndose a nosotros, pero el solo eco de su voz en los parlantes me alarmó lo suficiente para verificar si Michael sigue entero.

—Seré breve, no se preocupen. No los culpamos, también queremos festejar junto a ustedes este paso adelante. No pudimos hacerlo antes y creemos que nunca iba a existir un momento adecuado, lo que había que hacer solo se podía..., haciéndolo. Gracias por venir y acompañarnos; disfruten, seguro que Lina lo habría celebrado.

Los invitados aplaudieron al mismo tiempo en que Michael me miró suplicante. Di con mi bolso en la mesa para llevarme el molesto recordatorio de haber dejado mi teléfono en casa confiando en que me dejarían en ella, pero ese no sería el caso; no podía dejarle solo.

—Vámonos.

—No, Cara...

—No te estoy preguntando.

Le tomé del brazo y lo impulsé fuera de la silla. Con el jaleo por saber más de las diseñadoras prácticamente tuvimos el campo abierto para salir sin impedimento. Intenté dar con Leitan o Elias en el camino al estacionamiento pero ninguno se atravesó en mi camino o alguno de los guardaespaldas pudo darme razón de ellos. Seguro se encuentran con sus chicas y de aquí a que llegase a ellos Michael se desharía de mí; me limitaría a una tarea por vez.

Busqué en los bolsillos de la americana de Mike las llaves de su deportivo y celular, aceptando los comentarios de la mercancía que se toca sin pagar no recibe descuento. Nos dividimos en el estacionamiento al salir del ascensor, le esperaría a que fuese por su vehículo y llamaría a Elias.

¿Mike? ¿qué pasa? —responde.

—Soy Andrews, nos vamos.

¿Por qué...? —Hubo una pausa y un suspiro largo—. Dios, lo olvidé. Por favor, cuídalo.

—¡Por eso nos fuimos! ¿quién fue el inteligente que creyó que era fácil digerir algo como...?

Sentí un toque en la espalda y me di vuelta, consiguiendo a un sujeto fornido y de negro, venido de nada y silencioso que invadió mi espacio de pronto, irradiando en sí mismo algo raro que me dio mala espina.

—Aléjese —le dije.

—Vengo a darle un recado.

Di un paso atrás y él otro delante. Ya veía que esto no era opcional.

—Pues delo o puede que lo golpee.

Se rió en mi cara, expandiendo un olor a menta e su boca.

—Dice así: más te valía haber guardado silencio, ahora ya no.

¿Guardado silencio? ¿De qué diantres está hablando?

—¿Y quién lo manda? —pregunto, elevado mi mentón.

—Solo era eso. —Por fin da un paso, hasta dos, apartándose. Tengo el propósito de no dejarlo ir así, con tamaña incertidumbre, pero sale corriendo y no le hallo sentido a seguirlo.

¿Qué fue aquello, mi vida se convirtió en una película de suspenso?

—Date prisa —escucho atrás y me vuelvo, bajando mi cabeza hasta Mike dentro de su auto. Volteo a ver de reojo por donde se fue el sujeto extraño—. ¿Quieres que haga sonar el claxon?

—No hay porque ser grosero —murmuro caminando de frente a su deportivo y subiendo como mejor puedo con las zapatos del demonio. Aprovecho de sacarlos y estirar mis deditos adoloridos—. Vamos a mi casa.

—¿Estás haciendo algún ofrecimiento?

—Fue una orden, más bien.

Se echó a reír y no osó refutarme, porque sabe lo que ocurrirá.

Yo soy la que manda en esta relación. 

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