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|29| BUM

Multimedia: Poker Face (Lady Gaga)

Bum...

Bum...

Bum...

Mi corazón está sosegado. Está cumpliendo sus funciones correctamente, esperando por lo que sea que vendrá. Está preparándose para lanzarse al mar y que éste lo lleve a donde tenga que ir.

Pero yo soy el mar y esa es mi ventaja: nadie va a apropiarse de mi ser; no lo permitiré ni dejaré que le suceda a nadie más.

Sigo respirando, una prueba suficiente de que si sigues aquí tiene que haber una razón.

Mi hermano menor Christopher ha decidido hacer con su vida uno de los deportes extremos mas peligrosos que existen. Para él no existe una línea divisoria entre la tranquilidad y la histeria, ellas siempre van juntas aunque sea difícil de creer. Y yo le creo solo porque lo entiendo. El único modo en que puedes hacer tuyo un dominio en viviendo a través de él o bien fingiendo que estás en tu ambiente, pero lo segundo difícilmente perdure; soy la prueba de ello, también.

No me sirvió de nada fingir que Eliseo no existía y gestar un mundo aparte que no lo incluyera; él constantemente acudía a mi mundo y llegó un punto en que no quise sacarlo. Necesité ser honesta para tomar esa arrojo.

Bum. Bum. Bum. ¡Bumbumbumbumbumbum!

—¿Qué te apetece?

Emule estaba formulando una pregunta y decidí hacer algo riesgoso.

—Lo que tu quieras estará bien.

Así sucesivamente ha transcurrido el día. Recibiendo, recibiendo; diciendo «gracias»; «no tenías porque»; mirando la sonrisa, mirando el placer, mirando la petulancia. ¿Estoy haciéndolo bien? Ni de cerca, pero era un precio módico que pagar para la obtención final.

Hoy es un día importante, después de todo.

Nunca he estado tan cerca de unas elecciones salvo para votar en ellas y si soy sincera lo evitaba todo lo posible. No me tragaba las mentiras y los que eran sinceros acababan defraudando al pueblo, y menos interesaba si no se trataba de mi estado o región. Cannon es quien sabe y servía de soplón por quien votar. No es una actitud que me enorgullezca, sin embargo confiaba en su criterio; terminaba teniendo razón en que su opción era la mejor entre las peorcitas.

El hotel en que nos hospedamos está a una esquina de la cede en que se va a celebrar la inminente victoria, solo se espera a que se anuncie. Ya las gentes en las calles, los que pertenecen al mismo partido y los que no igualmente, protagonizan de primera mano la espera al anuncio. Unos lo gritan, otros lo susurran: A de Alponte, tu mayor recurso en la palma, ganará.

Eran demasiadas personas para que sea casual... No creo en la fanaticada desmedida por un hombre que hace promesas. Si fuese por eso, por creer en promesas escritas en arena estaríamos todos muertos. Pero lo que salta a la vista es que sí hay personas que siguen a ciertos partidos y prontos gobernantes por sus bien elaboradas y bien sonadas campañas. La campaña de Alponte fue dirigida a Nueva Jersey inclinado al partido demócrata y a su vez él se ha pronunciado seguidor de muchas de las iniciativas y creencias a futuro de algunos de los presidentes anteriores del mismo partido. Muchos de ellos consideraban que no tenía sentido aumentar los impuestos y contribuir a que la pobreza crezca y los ricos, indirectamente, se enriquezcan; que se podía ser equitativos sin quitar ni dar de más, pero eso es muy idealista, aunque bueno para venderse. Y tiene que estar haciendo un buen trabajo porque se nota.

Y por si eso no es suficiente, según una pequeña entrevista de Leonardo, él se llama a sí mismo un nuevo demócrata moderado de cierto modo, dependiendo de su beneficio, más inclinado a lo conservador o a lo liberal, pero ahora mismo está en un sector neutro. Lo que esto hace es dejarlo en imparcialidad para tomar decisiones futuras. Los demócratas moderados intentan moderar las posiciones de liberales y conservadores, y tomar medidas intermedias entre las propuestas de unos y de otros. A su vez hacen un balance (o lo intentan) entre los derechos y deberes de la clase alta y media, esto también ayudando a los que son mantenidos por el estado para que puedan tener trabajos y alcanzar metas posibles y cercanas, ya que el desempleo y la tranquilidad que te ofrece el estado al sostenerte económicamente obligaba a recurrir al aumento de impuestos y deuda pública.

—Tal vez debas cambiarte de ropa —dijo Emule, interesado en cosas distintas a las que pienso. Le noto realmente cerca.

—¿Por qué?

—Porque hoy serás mi acompañante.

El esfuerzo que me costó sonreír no era tanto como el que suponía dejar que mi cuerpo se inclinara hacia el suyo.

—¿Y qué se supone que use? Lo que hay en mi maleta son trajes.

Pero no tardé en advertir, mientras miraba por la ventana de la habitación, que Emule aprovechó para dejar algunas cajas y un vestido que de lejos, sin ampliarlo a mi vista o colocarlo en mi cuerpo, era escotado en muchas partes que yo habría cubierto. De un verde esmeralda precioso y con pedrería salpicado en zonas que también hubiera cubierto.

Me puse cerca de él, imaginando si podré correr o moverme libremente cuando lo use...

—Te verás espectacular.

—No hay mas seguridad —le recuerdo.

Se coloca al lado de la cama, así lo veo de costado ya que yo estoy frente a ella. Cruza sus brazos y señala al vestido con un gesto, sonriendo.

—Tu póntelo y no pienses en mí; se trata de ti.

«¿Se trata de mí, Emule? ¿o de ti?».

—Muy bien.

Para mi sorpresa me dio espacio y salió del cuarto, asumiendo que voy a tardar y que a él no le importa esperar.

En serio no quiero ser una paranoica pero sentí un mensaje allí.

Y lo que sentía además era a mi propio instinto de supervivencia susurrándome al oído; por una vez tengo que hacerle caso. Sobretodo si se complota con las advertencias de que este puede ser el mejor episodio que tengo, como el capítulo final, el más anhelado y aclamado de una gran serie.

Bueno, bueno. Si voy a lanzarlo todo por la borda lo haré adecuadamente.

Pedí que me comunicaran con un salón —no me costó nada; era la invitada del Sr. Videlmard— y me mandasen a un estilista que arreglara mi cabello, mis uñas y me maquillara. Si es verdad que el tiempo me pertenece, lo haría servir.

Los jalones y los siseos de «no se mueva, por favor», dieron sus merecidos frutos. Estéticamente hablando. Habían alisado mi cabello y su largo se rozaba con el hueso sacro, echado atrás y mas brillante de lo que alguna vez lo ha sido. El vestido acostado se ve con mas tela de la que posee, en realidad solo cubre las partes que no hacen que luzca desnuda, como un bikini aguamarina. De red, a dos tiras, ocupando la simplicidad de las redes con pedrería entre dorada, plateada y verde tanto en el abdomen, la espalda baja en un arco, piernas y sus restos. Dos cut out a los laterales, en la curva de las caderas. Un escote en zigzag comenzando en la parte media del esternón y llega al final de éste. Ajustado tal cual una segunda piel, con una abertura en la pierna izquierda. Si doy un paso, la luz capta el brillo y lo hace encandecer. Conjugado con unos tacones plateados y sencillos, con un par de piedras en forma de diamante en la correa que rodea mi tobillo. Nada de pulseras o collares, salvo por unas argollas con un topacio colgando.

Avanzaba por el pasillo a los ascensores, siguiendo al séquito que me embelleció y capté a un hombre con una niña cogidos de la mano. Ella le soltó y fue hasta mí, impidiendo que siguiera el paso de los otros. Le miré desde lo alto y casi pude caer rendida a sus pies; era adorable.

—¿Eres un hada?

El señor venía a perseguirla y los demás se escaparon. Traté de sonreír.

Lo intenté, al menos.

—No, cielo. Soy humana.

—Brillas como un hada. —Se giró justo cuando el señor llegó, con cara de pena. Le agitó la franela—. Díselo, papi.

—Disculpe, a Sandy le encantan las hadas.

Pero si ella pensaba que eso soy no imagino lo que ha de estar pensando él, que evita a toda costa mirar mis pechos.

Reí. Ni siquiera lo puedo culpar. Están justo frente a él.

—¿Sabe si ya se dijo quien ganó para gobernador?

Habían puesto música y cerrado todo para concentrarse. Alabaron mi cutis pero le dieron el visto feo a partes de mí que no están bien aceitadas, cuidadas como es debido. Si ganó Alponte no podía saberlo con tanta queja, trabajo y chismorreo.

El señor se enderezó, comportándose menos distante y apenado por su hija curiosa.

—Anunciaron que ganó Leonardo Alponte.

Mi risa salió sin pretenderlo y me presioné el tabique, enfocando los ojos en el suelo.

¿Qué esperaba? ¿Que por un milagro esto no fuese a pasar? No es lo mismo suponer a estar seguro; era obvio que él ganara. Así debía ser.

—¿Se encuentra bien? —Preguntó el padre.

Asentí sin oírlo y di pasos largos para ir al lobby.

—¡Espere!

Detuve mis pies y di un medio giro, con mi mejor expresión de «¿Qué? Tengo prisa».

—No es mi intención entrometerme pero no se ve usted bien —habló con certidumbre—. Y pecando de atrevido, me ofrezco a acompañarla; si quiere.

Vi de él a la niña, mas que encantada de estar cerca de lo que ella cree es la personificación de un hada en el cuerpo de un ser malicioso. Bendita ignorancia.

—Si no es mucha molestia...

—¡Para nada! —dice enseguida y aprieto mis labios para no burlarme—. Es decir... —hace el favor de verse avergonzado y le creo, lo está—. No es molestia. Dejo a Sandy y...

—¡Noooooo, yo voy también papáaaaaa...!

—Sandy...

Intervengo. El tiempo se está yendo y tengo que aprovechar—. No me molesta que venga, es solo al lobby.

Su mirada de agradecimiento fue la imagen final que quedó en mi retina. Contesté un par de preguntas, como mi nombre y a dónde voy hasta dar en el piso del lobby, y fue allí donde la sonrisa que he venido practicando varios días dio un resultado favorable.

No estaba interesada en la absoluta animadversión que siento por el cómo me veo, si con ello conseguía que se detuvieran. Es gracioso que un diminuto vestido traiga tantos regalos sin que abras la boca o golpees...

—Disculpa, Emule —le dije con pesar—, pero ellos me han salvado de un bochorno y se me ocurrió invitarlos a la celebración..., ¿habrá problema?

«Si el escote no existiera... Aw, un mundo de disyuntivas».

—Ninguno. —No hubo titubeos, no hubo miradas feas, no hubo escena de celos, no hubo negativas.

Celebré con la infante y decidí que ella sería mi mejor escudo y distracción. Emule se sentó adelante y el padre, llamado Jason, su hija y yo nos sentamos atrás, oyendo atentos a la película que vieron de una muchacha cuyo nombre significa océano y salvó al mundo de ser destruido por la oscuridad. No supe que se trataba de Moana hasta que la niña, toda risitas, nos confesó que lo supo recientemente al investigar detalles para el conocimiento que no tienen que ver con la historia. Como una lista de cualidades innecesarias de saber.

Me gustó. Quizá yo podría ser como esa tal Moana.

—¿Puedes conceder deseos? —preguntó Sandy.

—En un futuro puede que lo haga. ¿Tú qué desearías?

—Un hada como tú.

No fue nada difícil sonreírle y por poco enamorarme de ella. Tiene seis años y es mas avispada que los dos adultos que nos acompañan, y por sobretodo, la que mejor me ha halagado y hecho sentir bien de los tres. Incluso le gana a Eliseo.

—Yo querría a una como tú —confesé con sinceridad.

Abrió sus castaños ojos y su boca con algunos dientes sobrantes.

—¡¿Soy un hada?!

—Haces felices a todos, claro que sí.

***

Las mujeres me miraban como si fuese una buscona; los hombres como si esta buscona les va a calentar; yo lo hacía frente al espejo del baño con autocrítica.

¿Soy una buscona solo por vestir como me place? ¿Por llevar escote? ¿Por lucir mis piernas? Solo una mujer, una señora entrada en años con más pecas en la nariz que agallas para insultarme, se acercó y brindó conmigo, por la victoria obtenida y porque al menos una de nosotras fuese tan valiente como para usar algo que le quede bien.

—Si tuviese tu edad... Puff —agita la mano que no tiene una copa de vodka—. No me verías el pelo. Hay que aprovechar, niña. Nunca saben cuándo éstas se caerán —tocó sus senos encima de un vestido negro con luminiscencia justo en esa parte y en los bajos de él, tocando sus rodillas.

—Gracias.

Guiñó su ojo y volvió a chocar nuestras copas.

Sabía que no soy una zorra pero no por saberlo deja de ser incómodo. Limpiaba cuidadosamente las esquinas de mis ojos y trataba de recordar qué tips me ha dado Presley sobre el maquillaje que haces tu mismo que se corra para arreglarlo, entre tanto que la puerta se abría.

Solté el papel de mis manos y éste calló al suelo.

—¿Emule...? —pronuncié confusa—. No debes estar aquí —le avisé.

Traspasó sus ojos en los míos y cerró la puerta a sus espaldas, dejando fluir a mi dirección la cadencia e intensidad de su mirada.

No se lo hice fácil. En toda la tarde y noche que llevamos aquí nunca estuvimos juntos. Al traer invitados conmigo él se vio obligado a atenderlos, a presentarle gente a Jason y a entretener a la niña que, como era claro, no tendría otros niños con quienes divertirse, aunque corrió con suerte de que Alponte trajera a parte de su familia. Dos sobrinos de edades cercanas jugaban con Sandy, pero al principio te hace gracia su agonía respondiendo a todas las preguntas que se le venían a ella a la mente.

El baño no era grande. De un cuatro por cuatro con su lavamanos a la altura de mi cintura, su retrete a un lado y un reposa paños frente al espejo del lavamanos.

—¿No debo?

—No, así que haz el favor de salir.

—Estás molesta.

—No estoy molesta pero me estás irritando.

Su expresión de conmiseración pudo ser honesta. Casi.

—No eres una zorra.

—No me digas —dije sarcástica y le di la visión de mi cuerpo en su perfil izquierdo—. Si quisiera que alguien me dijera lo que no sé hablaría con Sandy. Tiene muchos datos curiosos.

Rió y no me quitó razón. Dio pasos detrás de mí hasta emboscarse en mi espalda y atraer sus manos a mi cintura. Deliberado y con propósito depositó un beso en mi hombro, aun con la pequeña diferencia de estatura por mi calzado.

—Puedo hacer que te relajes... —Dio otro beso en la curva de mi cuello y hombro; su respiración, podía sentirla—. Que estés mas cómoda.

—Un baño no funciona para eso.

—Tienes razón. —Otro beso, más húmedo que los anteriores—. ¿Vienes conmigo?

Buscona, ramera, zorra, cortesana, turra...; hay muchas formas de llamar a una mujer que se aprovecha de sus virtudes, físicas y de trato con cualquier sexo para obtener una bonificación, pero no solo hace eso, también llega a entregar una parte de sí por el resultado.

Tiempo. Esfuerzo. A ella misma.

¿Y qué hace un hada? Según Sandy te da lo que deseas. Ya hice la mitad del trabajo: verme como una. ¿Conceder deseos es tan difícil?

Hmmm. ¿Acaso será posible que una mujer pueda ser ambas?

—Voy contigo —respondí.

Dos colegiales. Es lo que somos. De la mano, dando pasos agigantados para hallar una habitación en esta casa tan grande y que pertenece al que creo será al próximo al que le cumpla todas sus fantasías.

—No puede ser que estén todos en las mismas —gruñe Emule con la cuarta puerta en la que nos disculpamos.

Reí, apretando su mano y siendo yo quien adelantara el paso.

—No te quejes tanto.

Hice una pausa en la siguiente puerta y toqué dos veces, acercando el oído por una respuesta. Con el silencio vino el apuro; con el acceso, lo callado y con la soledad vino la eficacia; con la eficacia vinieron los besos y con los besos, el control.

Me separé de sus labios y le toqué el rostro, arrepentida y a punto de llorar.

—Perdón, perdóname Emule, yo... Yo no creo poder y...

De la vela, de la bruma del deseo, él emergió. Eso me dio oportunidad de retroceder.

—¿Cómo?

—No puedo. No. Puedo.

—Claro que puedes... —dijo con candor.

—No, Emule —le reté con mi mirar a dar un paso—. Te digo que no puedo y no voy a hacerlo.

Lo primero que sentí al dar mi negativa y que su semblante me indicara lo harto que está de mí y mis múltiples vueltas para tenerlo aquí, fue un golpe en el lado izquierdo de mi rostro. Me sostuve en pie; suspiré fuerte frente al cabello que se arremolinó siendo una cortina entre él y mi rabia. Me yergo con dificultad y viene hasta mí, sosteniendo mi cara como sostuve la suya.

—¿Te das cuenta de lo que me obligas a hacerte? —dice apretando los dientes.

—No te obligué a nada.

—¡Claro que sí! —endureció sus dedos en mis mejillas y quijada—. ¡Te ves como quería pero no actúas como quiero! ¡Por eso todos te desean!

—¿¡Y eso es mi culpa!? ¿Quién fue el que me dió este horroroso vestido?

—¡No voy a permitir que me vuelvas a rechazar! —Empujó mi cuerpo hasta toparme con algo sólido y coló una de sus pierna entre las mías, con poco logro gracias a la tela del vestido—. No lo voy a permitir —susurra.

Su beso empujó mi lengua hasta tal punto que tuve una arcada, pero la tragué y devolví el beso por unos segundos antes de empujarlo fuera de mí.

Él sonrió como el diablo.

—¿Qué parte no entendiste de lo que dije? Es más fácil si aceptas lo que sucederá entre nosotros.

—No entiendo porque eres intransigente. ¡Si te estoy diciendo que no quiero deberías entenderlo!

—Lo que entiendo es que eres un microondas: me dejas caliente y te retiras, como una cobarde a la que le gusta jugar.

Él tiene un punto a su favor.

—Me gusta jugar —admito—. ¿Vas a traerme mis juguetes o prefieres mandar a un idiota que me amenace porque no te gusta que te diga que no?

Su ira me saludó y solo quería que terminara de desatarse.

—Te lo advertí.

Mi cuero cabello se resintió al tirón que le prodigó para enviarme de un golpe a la cama. No sobre ella, de rodillas frente a ella, sosteniendo mis manos en las sábanas y recibiendo el duro golpe al estar en ese aire. Regresó el dolor en mi brazo. Fui alzada de un tirón que seguro se sintió en un ligamento y desgarró porque aun después de estar de modo vertical, el dolor insistía en perdurar. Tuve a Emule de cara, respirándome todo su enojo y sufrimiento por no tenerme, pero no hay compunción por lo que pretende hacer.

Mordió mi labio inferior y gemí del dolor, manteniendo mis manos lánguidas; no costaba. El escozor puede dejarte agotado.

«Solo un poco más», me repetí. «Aguanta un poquito más»

—¿Te gusta rudo, no? —dije provocadora.

El colchón nos recibió y demasiado rápido tenía a Emule encima, presionando sus piernas entre las mías. Había una excitación impertinente allí. Esto lo está gustado mucho para que sea casual.

—Habría preferido tu colaboración pero... Tal vez sea mejor así. —Recorrió sus manos en mis brazos hasta llegar a las mías y retenerlas a los lados. Con fuerza—. Contigo maniatada y conmigo dentro...

—¿Y crees que va a gustarme?

—Te acostumbrarás.

Suspiré, atrayendo su vista a mi pecho. Incliné mi rostro y le dije:

—Yo creo que no.

¡BUM!

Volví a suspirar cuando la puerta fue abierta de golpe y oí un:

—Te aconsejo que te apartes de ella. Ahora.

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