|28| Ser complaciente
Multimedia: Boys will be Boys (Dua Lipa)
Dos semanas después.
He estado pensando seriamente en montarme un club y restaurante, todo en un mismo local. Como los pubs populares en Edimburgo, Escocia. Deleitas con una agradable comida y, luego de llenar el estómago con exquisiteces, llenas tus ganas de echar un paso con buena música. ¿Qué puede ser mejor que eso? ¡Absolutamente nada!
Pero eso sería después de que saliera de este atolladero, en el que me metí yo solita con la ayuda de dos personas, una de ellas quien menos me imaginé que me ayudaría pero como utilicé la extorsión para tenerla de mi lado era una consecuencia que se veía a lo lejos que tendría lugar. Si no se daba, no estábamos haciendo bien el trabajo.
Miré con cierto reproche a Riveira, quien ocupa el puesto de copitolo. Conduce Rodríguez y ha colocado country en el equipo de sonido, amortiguando la densidad en el aire y la falta de charla entre los tres; ninguno nos hablamos a no ser que esté Emule cerca, es decir cuando es totalmente imprescindible comunicarse. Pero con el primero tengo una comunicación basada en miradas y gesticulaciones, escaso en público, más abierto en privado (con menos de dos personas) y es ahí, como en este momento, en que puedo molestarme por lo poco hábil que fue al pedir sustituir a otro de los guardias que ordenaron ser mi compañía.
Todos saben que es de los últimos que se agregaron a la seguridad de la casa Videlmard, ¿cómo no se le ocurrió que pueden sospechar que seamos compinches?
Pero me envía un gesto por encima de su asiento, estirándose de modo casual, señalando el exterior. Quiere hablarme. Quiere darme un mensaje, pero no es momento. Tengo una reunión que es impostergable y él no va a echarlo a perder aun si ese mensaje es de Eliseo. ¡Con más razón si es de él!
Trato de tranquilizarme con que han sido meses en los que se ha hecho de una reputación y si no pusieron quejas ni hubieron miradas indiscretas de desconfianza, es porque no la hay. No por ahora.
—¿Está bien aquí?
Rodríguez me mira por el retrovisor. Hago contacto con el exterior y le doy un asentimiento seco. Espero a que quite el seguro y salimos, tanto Riveira como yo. Damos pocos pasos y nos encontramos solos.
—Se arriesga demasiado —es su primer comentario. Su primer «Hola».
—Lo mismo digo.
Caminamos algunas cuadras en una ciudad que está en la hora del almuerzo, la concurrencia es considerable y constantemente dividimos caminos para dejar pasar a los más apresurados. Aprovecho que nos topamos con un callejón donde dejan los botes de basura y entro en él, con Riveira siguiendo mis pasos mas retirado.
Llevo mis manos a mi cabello y suelto el moño que suelo llevar para que caiga, tanto en mi espalda como en mis hombros las hebras doradas. Me quito el bleiser azul oscuro y lo pongo al revés, donde su color cambia a uno rojo y lo pongo de nuevo en mi cuerpo. Deslizo mis manos en las rodillas del pantalón y lo que parecían ser cierres adornando son de hecho cierres que mantienen un pantalón corto, casi bermuda, siendo uno largo. Debo descalzarme las bailarinas para quitar la tela sobrante y guardarla en los bolsillos del bleiser. Riveira me ojea con algo de perplejidad pero no ha visto nada. Esto es un truco burdo para lo que en verdad debería hacer en estos casos pero tener bultos no me habría ayudado.
—¿Obvio o no? —le pregunto.
Él me detalla, desde los rizos que se formaron alrededor de mi rostro a la nueva ropa que traigo.
—No. Y quedan siete minutos —me avisa.
—¿Tiene algo que decirme antes?
Riveira, siempre seriedad y diligencia, me da una curiosa mirada comprensiva y gentil, pero no conmigo.
—Está preocupado. Han pasado semanas.
—Solo dos —le recuerdo. Nos recuerdo—. Nadie dijo que sería rápido. Mírate, eres la prueba.
—No soy usted y no tengo sus armas. De tenerlas hace mucho que habrían resultados.
En algo de eso tenía razón aunque no precisamente mis armas femeninas van a serme de ayuda. No entre la vida y la muerte.
—No fue mi intención ofenderte. —A pesar de que él no sonó ofendido, preferí añadir—: eres muy bueno.
Sonrió y me extendió unos lentes de pasta marrón, delgados y cuadrados. Lentes con cristales transparentes.
—No tienen aumento —me tranquiliza y los pongo sobre mi nariz—. Ahora sí —felicita—. Me avisan que no estamos siendo perseguidos. Podemos caminar.
Él se me adelanta y abre camino hasta el restaurante donde quedé en verme con Rebecca Fergusoon.
Nunca en la vida se puede creer que escapar de una casa fuertemente protegida y que tu seas miembro de quienes la protegen, será realizable. Mi mente maquinó verse con Rebecca a solo cinco días de haber sido aceptada, pero eso no fue posible por varias trabas; ella es esa estampa bonita que ayuda al candidato a gobernador a verse bien y así como Emule tenía sus reuniones, éste también, todas seguidas y de relevancia urgente. Me había tardado lo suficiente en hablar con ella la última vez que nos vimos para tener una buena excusa de que deseaba tener una comida juntas que nos permitiera hablar y sanar de mi rencor por mi hermano y el suyo por no escucharla en su momento. Y Emule estuvo bien con eso. Pero soy su escolta y no puede perderme.
No otra vez.
Preguntó con cautela «¿Te molestaría que te acompañaran mis hombres de confianza?». Si me negaba las explicaciones no serían suficientes y este hombre me conoce un poco, era mi deber darle un resquicio de mi carácter. No me negué, y sin embargo no aceptaría a los que él llama de confianza para que vigilen hasta las veces que voy al baño. Se rió con fuerza y no osó desestimar mi condición. Solo era una comida.
Rebecca me esperó, sentada en una de las mesas mas visibles de un restaurant estilo bristó. En ellos se suele servir bebidas alcohólicas a cierta hora, café, diferentes estilos de quesos, en solitario o acompañados de algún platillo y otras infinidades de bebidas. La cité aquí porque es un lugar que está lleno de gente de todo tipo, pero priman los de clase baja por sus precios económicos. Necesito que ella entienda que este puede ser una opción como trabajo futuro: uno donde no tenga elección que contar cada billete.
Michael puso un poco de este estilo en sus restaurantes y todo lo que sé es gracias a ello. No es el dinero lo que hace un restaurante uno memorable, es la atención, la pasión que le pones a tus preparaciones, las ganas de repetirlo día con día y la elegancia, la pulcritud y la disciplina. Veía todo y más en él cada mañana al abrir y cada noche al cerrar. Pero Rebecca no sabe distinguir entre lo que es bueno y lo que es costoso. Es una analfabeta respecto al gusto.
Hago lo posible porque observe que llegué pero es imposible, no solo porque está lleno sino por su falta de atención; se ve medio perdida en el espacio. Triste, tal vez...
Al estar frente a ella y colocar mis manos en el respaldo de la silla sobrante, es que escatima en mí. Primero hace mala cara como si fuese a salirme con una grosería. Seguidamente se acerca como niña curiosa y se toca el pecho, toda teatralidad.
—¿Eres...?
—Sí, soy —me siento en lo que le toma a Riveira abrirme la silla y sentarse como un arbitro entre ambas.
Fergusoon abrió los ojos con intensidad y necesité mirar a Riveira para que colaborara conmigo y nos hiciera la charla corta.
—Es necesario que lleve con usted algunos dispositivos que nos permitan oír y ver todo lo que oiga y vea los siguientes días sin que se de cuenta el señor Alponte.
—No he dicho que...
—Todo lo que necesite saber es irrelevante dado que no estará en ningún peligro. Algunos de mis conocidos son parte del servicio de seguridad en la casa de su señor y están al tanto de quién es y cómo mantenerla vigilada si llega a ser necesario —siguió narrando.
—En realidad vine a decirte que no voy a aceptar ningún convenio contigo. No confío en ti.
Suspiré para darme tiempo.
—Le diré hoy mismo que tienes una niña de pocos meses y que no le sirves como entretenimiento.
Rebecca no mostró signos de miedo como la última vez que nos vimos. Ha debido mentalizarse a que recurriría a ponerla como fuese contra espada y pared.
—No va a creerte —susurra poco disuadida.
—¿Ah, no? —pregunté con inocencia—. Muéstrale, Riveira.
Señalé a un mesero que pasaba y le pedí uno de los platillos especiales. Apenas miraba las pruebas que le enseñaba a Rebecca de que sabemos dónde está su hija, fotocopias de los papeles originales que indican que ella es su madre, que se encuentra siendo cuidada por su abuela y que esto no concuerda con el perfil que creó para hacerse de un hombre como un candidato a gobernador.
Pensé en decirle mis razones. Que podría entenderlo como mujer, que podía ponerse en el lugar de quien quiere justicia. Como abogada consideré que habría empatía, franqueza, solidaridad y una meta por alcanzar. Que yo me pondría en su lugar, como alguien que dio todo por un ideal, correcto o incorrecto, pero lo dió y no recibió lo que esperó y ahora debe luchar con lo que sabe, lo que cree correcto, por darle lo mejor a su hija. Pero... Ja. No funciona así.
Ese guiso no se cuece.
Ser honesta implica dejar que vean muchas partes de ti que son vulnerables.
No tengo tiempo para la moralidad que está arraigada a mi corazón.
Permito que se escurra de mi mente el remordimiento de ver a una madre salirse de control y recuperarlo para aceptar un trato que no la disuade. Como lentamente y nuestra reunión se extiende en lo que debe y no debe hacer, en que no tendremos contacto y en que si hay ciertos descuidos, esto será rápido.
—No entiendo de qué les sirvo.
—Tienen negocios es común —le responde Riveira, para hacerle un favor. No me meto, pero si fuese mi caso no hablaría de más—. Mi jefe y el tuyo estrechan su amistad por esos negocios y tu representas uno de ellos. Te están explotando, aunque lo hagas a conciencia. Hay otras que...
—Limítate a hacer lo que te dijimos—interrumpo, calmada—. No es tan difícil.
—Claro —musita cínica—. Lo que digan, eso haré.
—No vayas a pasarte de lista, Rebe —le advierto, sin necesidad de modular mi voz—. Lo sabré.
Asintió asumiendo mis palabras y su próximo destino. Se despidió y al quedar solo Riveira y yo, le sugerí:
—¿Compartimos postre?
—A la final no fue necesario el disfraz.
—Es necesario —dije, ofendida porque no se de cuenta del porque—. Nunca se sabe, los despistes aunque vagos pueden cambiar algo pequeño e importante —señalo la mesa, al rededor—. Pero no va a volver a repetirse.
Me dio una ojeada analítica y dijo:
—Compartamos ese postre.
***
Sentía la excusa volando a mi cerebro.
Emule acaba de avisar a todo su personal, de servicio y seguridad que iría a celebrar el resultado de las elecciones. Lo que era raro dado que esas ''elecciones'' no serían hasta mañana. Es decir que él da por hecho que Leonardo Alponte va a ganar.
El movimiento en la casa dio a entender que esto era común. Palencia y Smith, dos de los vigilantes de esquinas (las partes de la casa que son propensas a ser ignoradas y más expuestas) se mostraban preocupados por esta nueva orden: permanecer todos aquí, salvo Emule y mi persona. Del poco tiempo que llevamos en compañía nunca les vi ser expresivos. Mirarme fijo o a destiempo, como nunca han hecho. Fue diametral el cambio y no tardé en ponerme a cavilar.
¿Esto es un intento de su parte para tenerme para él solo? ¿Qué puedo hacer al respecto?
Ser complaciente.
*****
Hola
Esto es para avisar que no quedará ahí, pero fue necesario dejarlo como está.
La espera no decepcionará ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro