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|27| Encubierto

Multimedia: Wake Up (Rage Against The Machine)

—Esto es absurdo. Llévese todo, me hace el favor.

No sé si me sorprende haber tenido que esperar a que redactasen un contrato entre Emule y yo y que me terminaran llenando de supuestos manjares. Se esforzaba en vano: no obtendrá nada más que mi rechazo.

La señora que me ofrecía sus platos era de un rostro afable, incluso no comprendía cómo podía trabajar para Emule, pero es fácil entender luego de sus insistencias amorosas y persuasivas que era buena para seducir y conseguir que comieses. Una de las malas costumbres de él es no comer cuando debe y es claro que ella es buena para su vida y por eso está aquí.

No quería quedarme más de lo debido. Hoy no debía ser el primer día de las torturas, ya lo soportaré mañana.

No obstante, al ver el contrato listo, con la firma ya plasmada en el papel y que me extendían una pluma, tal vez debí venir mejor preparada.

—Deberías comer. A la señora Chela es difícil rechazarle algo; créeme —sonrió y vi cierta dulzura para con ella, que no se iría si no comía, así dijo—. Lo he intentado.

Le di una lectura curiosa a primera vista y una segunda más profunda, por si hay cabos sueltos, pero me conformé con que lo que está escrito es como es. Firmé y coloqué tanto papel como tinta en la mesa de centro de la estancia, dando por finalizado esta transacción de tontos.

—Siento ser la primera, señora. Pero en lo que regrese comeré lo que me de.

Emule no se movió. Habló.

—Mandaré por tus cosas.

—No vayas a tomarlo como un insulto —dije cuidando mi tono— pero no confío en nadie aquí, exceptuándote. Me tardaré una hora, lo máximo.

Para mi suerte, Emule no insistió y profirió algo sobre contar exactamente los minutos que voy a tardar y que si estos se excedían, mandaría por mí. Le creí y me di prisa por darle la dirección al taxista.

Tenía mis propios planes. Eran planes ineludibles pero también cambiantes dependiendo de cómo se diera esta primera fase. Ser la escolta de Emule puede abrir puertas que nadie, mas que él, puede abrir. Una de las órdenes directas y obvias que recibí fue no comunicarme y estar preparada para ser vigilada con una constancia casi enfermiza; Emule no confía en mí y si aceptó tenerme como su escolta no es para jugar a la casita, sino para tenerme cerca, observada y por qué no, aprovechar de ello y tener su plus.

Incluso puede obligarme a que se lo dé pero no permito a mi mente que lo cree; eso no ayuda en absoluto a la concentración.

Así que fui por mis cosas y di un pistoletazo de aviso, el último, de que ha salido bien y que voy a buscar una salida para mí de darse el caso. Los dispositivos de espionaje son buenos para momentos como estos, pero no me quiero hacer dependiente de ellos; lo que sale mal, lo hace tan solo con anular cualquier frecuencia. Debo estar preparada para lo peor.

Eliana hizo audiciones para un papel como espía con una trama sencilla pero que la empujaría a ella a niveles físicos que no habría tocado hasta Lluvia Torrencial, pero no obtuvo el papel. Fue una buena película y tuvo como estelar a una mujer actriz con mas trayectoria y fans sólidos, por lo que fue taquillera. Casi dos años de un auge fenomenal; no se dejaba de hablar de ella: una espía que fue en contra de lo que creyó verdadero, no siéndolo, y liberando a muchas víctimas de la trata de personas, entre ellas mujeres jóvenes.

No haría algo tan radical pero esperaba que diese paz a muchas, como me la dio en su momento.

Agradecí por la atención del hotel y regresé, esta vez pidiendo al taxista que se diese unas vueltas —con su debida remuneración— para conocer un poco y darme fuerzas o acabaría matando a mi protegido.

Eso no sonaba nada mal.

***

Usar el auricular se sentía reconfortante. Lo admitía. Extrañaba mi trabajo.

No del modo en que soy una escolta, la única sombra de alguien y controlo sus movimientos; se podría decir que es como manipular la vida de otro, pues ella depende de tus capacidades y si tienes aplomo, eres una buena arma. El único escudo que impediría que le hicieran daño.

No, lo que extraño es saberme una herramienta que se utiliza de la mejor manera, donde puede ser lo mejor que puede ser.

Estamos en una reunión privada que de privada tiene lo que Cannon de sutil. Las personas que se congregan tienen varios aspectos en común, el derroche transformado en vestidos y joyería como en trajes y pequeños adornos bañados en algún mineral. Además, una buena cara para salir en fotografías, y palabras bien ensayadas para quedar como los que más se preocupan porque en este país exista mayor equidad.

Nadie nunca repetía pero se siente como si oyeras lo mismo. No escuchabas que se quejaran, que hablaran de las injusticias o de lo que se deja de hacer por tener un poquito, solo un poquito más. Se dice lo que se hará a continuación como una ilusión, como si se te declarara el chico mas guapo y el que crees que es el mas valiente, el mas hombre, por expresar sus sentimientos pero a la final quiere lo que dicen todos que quiere: aprovecharse. ¿Y quién no se aprovecha en este salón? Hasta yo lo hago.

Me aprovecho de sus charlas eternas pronunciando concienzudamente y en tonos carismáticos, dulces y oprimidos para estudiar el entorno. Nadie es infalible, ni siquiera los buenos actores; lo sé de primera mano.

Pero cuando creo en que hay actores mejores que otros y que estoy presente con los peorcitos, aparece la personificación de la actriz mas aclamada por La Academia o por un Globo de Oro. Porque del Sindicato de Actores, nada que ver.

Esa que entra por la puerta grande después de que se aceptara su presencia en una lista de invitados y que va del brazo de un hombre que podría llevarle veinte años, está Rebecca, la ex de Cannon.

¿Qué hace aquí? Tenía entendido que la abogada de lo familiar se había quedado con uno de los miembros de la firma a la que ambos, tanto Cannon como ella pertenecían y ambos procrearon y eran felices o como se tenga que decir. Vi escasas veces al hombre pero estoy segura de que no es ese con el que viene del brazo. Es más, se parece a un tipo que vi en ciertos carteles cuando fui y vine del hotel...

—Cara.

Cambié el rumbo de la dirección de mis ojos y miré a Emule, dándole un asentimiento.

—Es hora de movernos al comedor, si no te importa.

—¿Quién es el que va del brazo con una trigueña de cabello leonado? —Preferí preguntar a quien más debe saber.

Emule con un disimulo impresionante se fijó en quien le mencioné y emprendió camino al comedor. Le seguí de cerca.

—Es Leonardo Alponte —dijo, moviendo apenas sus labios—, está ofreciendo su candidatura a Gobernador hace unas semanas. ¿Por qué preguntas? ¿quién lo acompaña a él?

—Se podría decir que es mi ex cuñada.

—Podría ser su hija —comenta con desagrado. Uno que comparto, por una vez.

—Las personas y sus fetiches —respondo encogiendo mis hombros y dejándole solo, o muy acompañado, dependiendo cómo se mire.

Me concentro en vigilar que se sirva la cena como se previó antes de dirigirnos aquí, la casa de un anterior embajador entre los Estados Unidos y Finlandia que ahora se codea, de primera mano y con mucho orgullo, con los próximos galardonados a Gobernadores, Alcaldes, Diputados, Senadores, Ministros y los asistentes, incluso secretarios de altos mandatarios que no se mencionan en voz alta pero ¿para qué? Todos los conocen, por nombre, apellido y por lo que pueden ofrecerse unos a otros. Hay también algunos de profesiones diversas, periodistas, escritores, comunicadores sociales de redes o televisoras, tanto a nivel regional como las reconocidas a nivel nacional. Casi una docena de deportistas, hombres y mujeres, beisbolistas, un Quarterback y un Fullback (que reconocí porque juegan un deporte casi tradición en mi familia los meses de temporada), basquetbolistas, tenistas, patinadoras y algunos se me saltaban; no lograba reconocerlos a todos.

El lugar tenía su seguridad propia y bastante bien gestionada, tanto, que pocos se preocuparon por traer la suya. A Emule eso le daba distinción y lo hacía posicionarse más erguido. Y lo cierto es que él suele tomar decisiones inteligentes aunque esta se la planteara alguien más. No eres inteligente por que se te ocurra una gran idea, lo eres cuando la implementas de buena manera y consigues tus objetivos.

No es difícil meterte en la mente de alguien así. Videlmard no es el misterioso que aparenta ser, el resto de las personas no lo saben traducir y los que lo hacen, como está claro, intentan ser inyectados con una poca de su gracia para tener lo que se le antoje. Y si no pueden tener, van y chupan cual vampiros o zancudos lo que sean capaces de tomar.

La monotonía se convirtió en la ventaja para que unos se desplazaran a hablar con otros después de comer. Emule no se movía de una esquina que propició para sí, como lo sería el trono de un Rey. Un rey que espera a que vengan a él, no al revés. Lo peor del caso es que lo complacían y sus conversaciones se extendían de entre quince a treinta minutos, con una música mas o menos relajante, algún estilo de jazz que intercambiaban cada dos canciones con soul, de fondo, y bandejas con café, té o refrescos siendo repartidas.

—¿Te incomodaría que hable con Leonardo? —preguntó Emule de pronto, al estar de nuevo y poco tiempo a solas.

—¿Por qué iba a incomodarme? Ten en cuenta que yo solo estoy aquí para ti.

Eso le satisfizo; lo vi en su sonrisa y en su mudanza, ahora más depredadora.

El señor Alponte vio la oportunidad con Videlmard solo y, acompañado de un mujer hermosa como lo es Rebecca, se acercó, siempre respetando el paso lento de ella en unos enormes tacones. Di un paso atrás, como siempre. Cerca pero distante.

No hace tanto tiempo la llamé mi cuñada. Le permití acceder a mi familia como la futura esposa de Cannon ¿y para qué? Para que destrozase como un niño que tira un jarrón y se vale de su inocencia para que no sea fuertemente reprendido porque, exactamente, es inocente; no ha vivido ni sabe lo que es esforzarte por tener el jarrón, por cuidar y proteger lo que te ha costado tener. No. En ella solo existió el antojo, las ganas por tener a un abogado como él. Porque la verdad es que Cannon tiene la capacidad de sacar lo mejor de ti y así lo hizo, la impulsó como abogada, como socia, como compañera, como mujer y eso significa que también como amante. De otro.

En un acto indeliberado, tuve a Rebecca a tres pies de distancia. Me fijé si Emule estaba bien con eso y viendo que está enfrascado en su tertulia, le dediqué una mirada irónica a mi nueva interlocutora.

—Vaya, Caraneley...

—No te he dado permiso para que me tutees ni uses mi nombre, Fergusoon.

Izó sus cejas y se comportó como si le avergonzara su actitud.

—Perdone, señorita Andrews. ¿Qué la trae a usted por aquí?

Reacomodé el pinganillo en mi oreja.

—Soy escolta, del señor Videlmard.

Rebecca soltó una risa llena de ludibrio y desconfianza.

—¿Usted, escolta de Emule...? Espera, espera —se detiene, en un reflejo hacia mí y de reír—. Tú, la persona que más presume de ser autentica y valerosa, ¿está en el rango más alto al que puede llegar, con un hombre como él? Es que..., ja, ja, es hasta descarado que te presentes ante mí con tu cara muy lavada, Andrews. ¡Hasta va a ser que eres peor que yo!

—Hum... Está equivocada, señorita Fergusoon. Si estoy donde estoy no es porque usé tus mismas armas, no las necesito. Pero —me incliné a su oído—, si tu las precisas no soy quien para señalarte. Después de todo conseguiste lo que querías, ¿no es así? —Volví a mi puesto, dándole un recorrido con mis ojos de cabeza a pies—. Ni se nota que tuviste un bebé.

—¡Cállate! —balbucea, mirando sobre su hombro a mi carga y a la suya—. Haz el favor de guardar silencio.

Hice un mohín de poco procesamiento contextual.

—¿Por qué?

Pero es ostensible. Yo lo sé, ella lo sabe: ninguno aquí, sobretodo su Maravillosa Carga, saben que es madre y por lo que se nota en las costuras que ella no sabe esconder, también madre soltera.

Nunca vi un susto así de grande como el que ella expresa, temblando su barbilla y retorciéndose las manos, con una manicura espectacular combinando con el vestido señorial y sensual rosa palo de corte imperio, largo y de mangas que caen en sus bonitos y amplios hombros. Jamás. Menos en la mujer que llegué a conocer, la personificación de la seguridad, la inteligencia, la audacia, la bravura, el tiento y dedicación para lo que emprendiera. Como si ser bella le queda chico.

Me atreví a anteponerme a su respuesta:

—No lo entiendo, Rebecca. Eras de las mejores, La Mejor. ¿Por qué te conformas?

Logré que dejara de temblar y se encauzara a darme una respuesta que de lejos se ve el escarnio.

—No todos nacimos como tú.

—¿En un hospital? La verdad es que no; tienes razón.

No quería congratularme de su risa, pero fue mejor que un berrido.

—Que tonterías dices... No has cambiado nada, pero eso no quiere decir que no seas lo que siempre has sido, Cara: una mujer tocada por la buena fortuna. Nada te sale mal. —Creo oír un dejo de imputación—. Terminas cayendo bien parada.

—No creo en la suerte, así que vamos mal en tus deducciones.

—¿Y qué si no crees? Estás marcada para que tengas una vida de poco sufrimiento.

—Ah, claro... —presumí entenderle como a los tontos y uní mis manos para tratar el tema cómodamente—. ¿Eres una envidiosa? ¿Me sacas en cara que, según tu, todo me sale a pedir de boca?

—Detallo el hecho legible de que nunca te he visto tener grandes conflictos o pérdidas.

—Lo que dices es que si se nace con una gracia dada por una varita mágica no hay derecho de quejarse pero si no lo haces pueden hacer lo que tú, ¿no? ¿Estoy interpretando correctamente?

Rebecca elevó su mentón y colocó las manos a nivel del abdomen, en una posición de elegancia.

—¿Y qué hago? Dame mas detalles, por favor.

—Engañar, como lo hiciste hace unos años, como lo estás haciendo ahora. Te pregunté porqué te conformas y lo direccionaste hacia mí, ¿yo soy tú, Rebecca? ¿De qué te sirve compararte conmigo si sigues teniendo una vida desdichada?

Ella se agarrota y sisea:

—No sabes nada.

—Sé lo que veo y te veo venderte, por segunda vez y por nada, una segunda vez. Preferiría que me echaras en cara tu dicha a que señales mi bendecida vida.

—No preferirías eso —sonrió con desolación y befa—. Quisieras verme implorar. Pues —extendió su sonrisa y se vio horrorosa—, ya lo estoy haciendo. Te pido —tragó y miró a los costados para que al darme el mirar de sus ojos notara sus lágrimas contenidas—, te suplico que no digas lo que sabes, por favor. No por mí, por ella... Por mi niña, Cara.

Ignoré unos segundos el efecto que está produciendo su voz rota.

—No debes seguir con esto, no va a salir bien.

—¡Y tú qué sabes! —pronunció rompiendo con su máscara contrista por una aguerrida y hasta harta—. No tienes a alguien dependiendo de ti.

—Si sigues jurando en vano...

Me interrumpe.

—¿Qué quieres? Dímelo rápido y no sigas conspirando frente a mí como una santurrona.

Ni siquiera sabía si nuestra conversación no la estaban oyendo. Creía que no puesto que todos los de seguridad estamos comunicados unos con otros y conozco el movimiento de todos, incluido el servicio.

—Primero dime si tu eres la única que ha salido con... él.

Frunció el ceño.

—No. Hay una larga lista pero a todas de una u otra forma las recompensa antes de abandonarlas.

—¿Qué? —No caía el veinte—. ¿Cómo sabes?

—Conocí a dos y es lo único que diré. —Dibujó una sonrisa socarrona—. No sabía que te gustaran los chismes.

—Son útiles y es lo que necesito, información. Se están jugando muchas cosas en estas reuniones y todas tienen comunicación.

Rebecca borró su sonrisa y habló más bajo de lo que ya lo hacíamos.

—¿Estás de encubierto?

No hice amago de revelar ninguno de mis pensamientos. Fergusoon, sabiamente, no insistió.

—Deberás ser más específica.

—No creo —jugué con mis dedos—. Si no me ayudas le diré a tu premio gordo lo que ocultas. Toma una decisión, te contactaré mañana.

La vi abrir la boca y caminé hasta Emule en una charla encendida, pero era la hora acordada de su vuelo y necesitamos llegar a tiempo. Su asistente está siendo muy insistente desde mi oreja.

—Disculpen la intromisión —hablé y ambos hombres se fijaron en mí—. Señor, es tarde.

El caluroso abrazo que se dieron, como dos compadres, fue su despedida. Emule no se detuvo a despedirse de nadie más y emprendimos camino a su siguiente reunión, en otro estado.

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