|26| Mentira
Multimedia: Liar (Camila Cabello)
Es fácil distraerse en un avión.
O al menos es lo que creo basándome en mi experiencia.
Siempre había algo que hacer, entre esas cosas, mirar por la ventana; nunca me aburría. Daba lugar a pensamientos, recuerdos o ambos mezclados. No siempre éstos son agradables pero sirven para lo que son: un entretenimiento mucho mejor que tener una conversación engañosa que siempre termina en lo mismo dependiendo de con quien la establezcas. Si es con un hombre soltero, es natural que quiera obtener información de tu situación civil, y si es con una mujer puede que sea lo mismo o casi siempre le gana a una persona que desea tener con quien conversar que sea de su mismo sexo y entienda lo que es ser... del mismo sexo.
Pero ahora quería silencio. Solo pensar y recordar.
Era el día siguiente de que fuese al apartamento de Eliseo y estuvimos todo el tiempo hablando de lo que será ser la escolta personal de Emule; lo que tendré que hacer para llegar a estar en ese eslabón fuerte.
Por ello miro a las nubes, grises a causa de la noche. A la oscuridad pero también a la claridad en ella, el que no está totalmente en penumbras. Lo hermoso que es la contraparte de un cielo que no se une con las nubes sino que ellas pueden estar en varias escalas y tener sus propios nombres por la forma en la que se alinean, se apretujan o se separan.
Aun quedan unas horas para llegar. Decidí viajar de noche creyendo inocentemente que podría descansar; es inútil y no sé si me importa del todo, pero tiene que importarme.
Retuve un suspiro y le pedí a una auxiliar de vuelo algo para dormir.
***
Oculté mis ojos en lentes de sol, pretendiendo ser jactanciosa pero en realidad debajo de ellos están mis ojeras. Cubrí mi cuerpo del frío de DC con una gabardina larga de un blanco impoluto y solo llevaba sobre mi hombro un bolso con lo esencial, como una declaración de que no estaría mucho tiempo aquí pero escapando de mi control.
Vi algunos carteles con ciertos nombres, sobretodo nombres de adolescentes. Estábamos por acabar el periodo escolar y claro, algunos regresaban a casa o se marchaban. Los abrazos me dieron un reconfortante recordatorio de que tengo eso: personas a las que les hago falta y que también me la hacen.
Una en particular.
Sin embargo, todo se arruina.
Porque ahí está Rodriguez, mi ex compañero.
Él hace lo propio: levanta la mano para que me ubique y soy llevaba por mi instinto (no el de supervivencia, por supuesto. Éste dejó de existir) a acercarme.
—Andrews —saludó en un tono neutro.
—Rodríguez.
Sonrió y para mi sorpresa me encerró en su cuerpo en un fuerte abrazo. Eh... ¿y qué se supone que haga ahora?
—Lo siento mucho —dijo.
—¿Y lo sientes por...?
—Por lo que pasó, por no haber llegado antes.
Me removí poco a poco para que se alejara por completo de mí.
Dije tajante—. Eso es lo de menos ahora.
—Pero sí es necesario. Cara...
—Lo único que puede solucionar eso que ya pasó es que me ayudes a enmendarme con Videlmard; creo que no supe manejar la situación y la llevé a extremos... Si puedo hablarle...
Rodriguez cambió su sonrisa, la que antes no supe que era nerviosa, por una más ancha y segura.
—¿Por qué crees que te pedí que vinieras?
—¿Para darme un abrazo penoso que no pude devolver?
Rió.
—Lo siento por la incomodidad, pero no encontraba una manera de hacerte saber que lo siento. No funcionan las palabras contigo.
No dije nada. No iba a disculparme por aquella eventualidad y mi forma de reaccionar a ella con todas las personas que sí, fue importante, pero no lo que prima en este presente. Bien me podía hacer cargo de mis cuentas pendientes más tarde.
—Si vas a hablar con él, tenemos el tiempo justo.
Dejé que se llevara mi bolso y cerré mis ojos unos segundos de diminuta paz, antes de tener que abrirlos y endulzar mi rostro y mis próximas palabras:
—Te lo agradezco mucho, Rodríguez.
Traía un auto consigo, uno que no sé cómo logró estacionar en un aeropuerto tan atestado en todo sentido, pero no iba a quejarme de la tranquilidad que tuve en lo que entré como copiloto. Tampoco me volvería un mar de gemidos porque fuésemos a un hotel en vez de ir a ver a Emule inmediatamente; eran las tres de la mañana y ese hombre tiene un especial horario en época de poco trabajo y este es ese tiempo. Ya había un registro a mi nombre y me esperaban, así que lo único que hice para llegar a la habitación fue caminar.
Caminé a la ventana y miré bien donde circulan las personas en las banquetas y los autos en las calles; ver quizá si hay algo sospechoso, pero era demasiado abierto para que yo me fijase en pequeñeces. Deslicé mi mano en mi bolsillo trasero y saqué un dispositivo, casi como un botón y esperé unos minutos.
Necesito privacidad y estoy segura de que no la tendré, no después de que Rodríguez tuviese mi equipaje consigo y me regalara una estancia en un hotel nada barato. Tenía conmigo un teléfono desechable pero lo desecharía más tarde, antes de mi encuentro.
Hurgué en mis ropas y saqué el teléfono de una bolsa de plástico, escribiendo un número como si se tratara del mío.
—¿Ellie?
Me senté en la orilla de la cama.
—Cuando acabe por favor llévame a una de tus sesiones interminables de belleza, prometo, juro que no voy a quejarme de la cera.
La risa de mi cuñada fue la mejor melodía, fue opera rusa para mis oídos.
—Todo bien por allá —responde con ese humor suyo dulce y regañón.
—Lo que se pueda. Tengo unas cuantas horas para dormir antes de encontrarme con el señor Videlmard; pretendo conseguir su perdón pero es difícil.
—Él dice que no te preocupes, que te ocupes.
Claro que diría eso, como un mandón de lo peor y un metiche. Se puede dar los cinco con Eli.
—Lo sé, haré mi mayor esfuerzo.
—Te quiero.
Le respondí como corresponde y fui a darle sepultura digna al aparato.
Eso sí: dormí muy bien.
Alisté mi pantalón negro de corte alto sobre una camisa gris y bleiser azul oscuro. No sabía con qué voy a encontrarme pero ir en zapatillas deportivas es demasiado obvio, por lo que decidí usar bailarinas. Hace mucho que no usaba mi peinado de una cebolla bien amarrada, como la llama Eliana. Cero maquillaje, cero distracciones. Sin embargo, ¿quién quita? Tal vez el maquillaje era buena idea...
Ay, a quién le importa.
—¿Te encuentras bien, cómoda?
Me deshice de mi pronto revoloteo de ojos empleando un suspiro lastimero.
—Como hace diez minutos que lo preguntaste —dije pretendiendo ser graciosa. Pero Rodríguez no respondía como es debido, con una risa o una expresión de hastío. Probé ser más directa—. ¿Es que pasa algo y haces tiempo para decírmelo?
—Mas o menos.
Le hice un gesto de ¿entonces...?
Rodríguez apenas explicó al ir a buscarme que iríamos a una reunión de la que Emule no debía tener conocimiento pero creyó que lo mejor era confesarle dónde estoy y que pretendo hablarle si eso a él le parecía bien; dijo que sí, y que me esperaba con escandalosa ansiedad.
Particularmente el silencio no es una molestia. Los que hablan y hablan a veces me desesperan, pero los que son callados en extremo, me infunden variadas dudas sobre lo que podría tenerlos sumidos en sí mismos. La capacidad de ser silencioso y conversador es casi una cualidad esencial en los que rodean mi vida y tengo suerte de que existen y estén, así que el que Rodríguez no hablara, solo preguntando mi estado, no era anormal pero tampoco cotidiano para ser ignorado.
—Escucha, Andrews... No va a ser fácil convencerlo.
—Lo sé.
—Él es ambicioso.
—Lo sé —repetí y casi bostecé; ¿es relevante? El carácter de Emule Videlmard solo tiene dos caras: las que muestra a su público y las que muestra a las personas. Las únicas diferencias radican en los altibajos.
—No, no lo sabes. No ha querido un custodio nunca, ¿por qué va a quererte? ¿porque tiene pechos? No eres ni serás tan inocente.
Sonreí con cierta arrogancia.
Y tengo mucho por lo que regodearme.
—Porque sí, Rodríguez. —Enredé los dedos de mis manos unos con otros e hice bien en esconder esa sonrisa—. Tu confía.
***
La residencia que me recibió fue un total desacuerdo con la que antes tenía Emule: una casa de solo un piso pero con los suficientes metros cuadrados para que no te quejaras de la falta de él pero sí de no tener cómo llenarlo, y dice mucho de su dueño, el que para él los no, no son no. Los no son un «puedo pensarlo», un «tal vez cambie de parecer», un sí rodeado de niebla. De color carbón, adoquines de un blanco cual yeso y ventanas francesas revestidos su bordes de un rojo que cubría su impactante color con las flores rosas, azules y amarillas, algunas naranjas, adornando el camino de entrada. Porque había uno. Una casa para una... una familia.
Quise reír de lo comiquísima que era la idea de que ese hombre con la capacidad avasallante de ir por la vida como si ella le perteneciera apenas haciendo el esfuerzo de obtenerla (y peor, hacerlo) de la pinta de un esposo, padre o dueño de un canino. Que irrumpiera con el vistazo de un cuadro así, él reunido con la comitiva llamada familia frente a la puerta caoba de pomo dorado y una pequeña puertesilla para el perro, tomándose una foto como postal decembrina.
Al menos su anterior casa decía lo justo, lo que todos sabían y con quien tratarían. Esto es una mentira en la cara.
Pero no me sorprende. Si vives una mentira siempre vivirás una mentira.
—Tendrás que entrar sola —dijo Rodríguez antes de que me abriera la puerta para salir del auto. Asentí, pero el continuó—. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
—¿Por qué estaría aquí si no lo querría? ¿Me ves cara de masoquista gratuita?
Él apartó la seriedad y me dio una expresión más calmada, confiada, y dio un apretón a mi hombro, como si eso va a servir de aliciente a lo que sea que quiso infundir. Puntos por intentarlo.
—Gracias por el aventón.
No necesitaba hacer el tiempo más corto, por lo que me apresuré a la puerta y siguiendo las instrucciones de hacia dónde dirigirme, cerré la puerta a mis espaldas, conmigo dentro, di con lo clave como entradas y salidas, objetos ornamentales como de museo, sobriedad hasta en las paredes y mas en los muebles y espacios abiertos, tanto para conectar la entrada como ella misma conectada a la cocina y a unas puertas que bien dan al jardín.
Esto sí suena a Emule.
Di mis siguientes pasos segura de a donde voy y solo yendo, solo permitiendo que suceda, solo haciendo mío el clima y mi propio temperamento, por si debo cambiarlo a algo maleable que me permita actuar del modo que deseo y que sea favorecedor.
Toqué dos veces a una puerta finalizando el único pasillo, una céntrico, con diversas puertas a su izquierda pues a la derecha está la cocina. No esperé a que me dijeran «pasa» y entré, encontrando una oficina espaciosa, con un Emule sentado a la cabeza del escritorio.
—Bienvenida.
Pronto haría una lista de las cosas que me contengo de hacer para que no se den cuenta que monto un teatro digno de las ovaciones de mi Eli.
Chasqueé las lengua entre mis dientes con bastante estruendo.
—No soy mas bienvenida que una mosca; una intrusa, eso soy.
—No seas tan dura contigo misma y entra, por favor.
Las diferencias entre nosotros eran tangibles. Él en su embergadura, en su galantería sin necesidad de usanza, en sus ademanes para, solo para ponerse en pie y el sentir apenas audible del movimiento de su cuerpo alejando la silla y separándose del escritorio como tal. Sus dedos, siempre bien cuidados, desde las uñas hasta los vellos que suelen crecer pero en él están ausentes, hasta el único anillo que porta, una argolla plateada con cero simbolismos o joyas. Va en jeans azules, camisa rosa abotonada hasta el cuello bajo un purlover negro de cuello en v. Llevaba vans, lo más casual que le ha visto vestir.
Pero el cabello es lo que resalta: lo cortó a los costados y en la parte superior cae a un costado, lacio y negro. Muy retro. Muy a la moda.
Solté en un tono incisivo—. ¿Te chocaste con un adolescente niño de papi?
Parpadeó sin respuesta y sonrió girando el rostro en un ángulo que mostraba varios de sus atractivos, regresando a verme con un brillo extraño en sus ojos.
—¿Así vienes a disculparte?
Bien. Era ese el momento, ese que me causó repulsa desde que lo planeé con Eliseo y mis amigos porque al final cedería.
Ceder.
Vaya burrada.
—¿Quién dijo que vine a disculparme? No me estoy retractando de lo que hice, Emule. Te lo merecías, pero mírate —insinué con mis ojos a toda su altura—. te sobrepusiste. Incluso deberías darme las gracias.
Soltó una risa.
—¿Darte las gracias?
—Por no meterte en mi fortuito casi secuestro o, ¿te habría gustado eso? Porque si tú me lo pides...
—Te doy las gracias.
Asentí lentamente, contenta. Me obligué a aspirar tanto aire, como si me costase la vida lo que iba a decirle.
—Y sí, vine a decirte un par de cosas, Emule. No fue lo mejor como inició, como iniciaste, mejor dicho. Pudiste hacerlo distinto y no sé porque, si tenías todas las de ganar, quisiste obligarme, de dos maneras equiparadas en desfachatez y mucha osadía tuya, a estar contigo.
Parecía apenado, incluso avergonzado pero no dejaba de tenerme en la mira como yo a él y tomó una buena decisión al quedarse lejos.
—Lo siento si fui brusco contigo, Cara, pero tu... —suspiró una risa y me señaló—, tu eres difícil y eras una constante, no podía solo apartarte y no creía que de la manera cotidiana fueses a prestarme atención. Dedicada siempre, nunca distraída y...
—¡Mi trabajo me lo exige! ¿Acaso es una broma, maldito idiota? ¿Me juzgas por cumplir a rajatabla MI trabajo y no prestarte atención? ¡Es una gran basura! Es que eres... eres...
—Sé lo que soy, Cara —me cortó, mostrando la cara de su palma pidiendo que pare. Estaba difícil hacerlo, así que me mordí la lengua—. Perdóname.
Eso no era suficiente. Nunca sería suficiente, pero...
—Te perdono. —Ahí está, sonriendo antes como una celebridad. Lo bajaría de la nube—. Con una condición.
Llevó las manos a su espalda y se inclinó adelante, cómodo y seguro de él y de que haría mucho más de la ya ha hecho por tenerme pidiendo.
—Te escucho.
Me voy a ir al infierno y arderé por esta gran y sucia mentira que estoy a punto de decir pero... ¿Cuál es la opción que tienes cuando todo lo que has intentado se ha frustrado? ¿Cuál es la opción cuando personas como Emule mueven su mano en un ágil aleteo cual brujo y consigue lo que quiere tarde o temprano? ¿Cuál es la opción cuando no existen opciones? ¿Cuál?
—Ser tu escolta. Solo yo, nadie más.
Él se carcajeó nada más escuchar mi grandiosa condición.
—¿Y crees que serás capaz de ser mi escolta?
—Era tu jefe de seguridad —le recuerdo pegada de mí misma—, ser tu escolta es solo un mero título y yo puedo ser lo que quiera.
—No sin mi beneplácito.
—Eso dices pero bien sabes que no hay nadie mejor, no eres tan idiota.
—Insultarme no te ayuda —canturrea.
—Mandarme secuestrar tampoco, pero aun así lo hiciste y te estoy ofreciendo un buen trato. Yo obtengo un buen puesto con quien quiero y tu, tus espaldas bien cubiertas. No veo porque decir no.
En un momento estaba esperando que objetara, que fuese directo —cosa que nunca ha sido— y nos sacara del atolladero.
Al siguiente, lo tenía a pocos centímetros de mí, respirando mi aire y dándome del suyo, por lo cerca.
Dijo con suavidad—. Repite lo que dijiste.
—¿Qué de todo lo que dije?
—Lo de obtener el puesto con quien quieres..., ¿sabes lo que dices, Cara? ¿Sabes lo que haces?
Encogí mis hombros provocado por la fingida inconsciencia.
—Sé lo que digo. —Levanté los brazos y ahuequé sus hombros con mis manos dando una caricia que comenzó con la curva del índice y pulgar y terminó con el resto de los dedos y centro de la palma. Arqueé mis cejas, zanjando—: y sé lo que hago.
Y como es obvio, el comedido y siempre bien sujeto de su correa Emule, se aferró a mi cintura y besó mis labios de un modo brusco.
Más lento de lo que me habría permitido fue lo que duró ese beso. Él no lo hacía mal, debo aceptar, pero no lo exime. Necesito tener marcadas las pautas y establecer límites antes de que regrese a invadirme y deba cruzar otros límites que me dije que no cruzaría.
—Emule... —dije al recuperar mi propia respiración.
—¿Ujum?
Rodé mis ojos y le apremié con mi mano, en un gesto que jamás uso y que me parece exagerado, pero quiero el empleo. Lo añoro con locura, ¿no es así?
—¿Soy tu escolta?
Su sonrisa y pretensión me daban lo mismo que aquel beso. Lo mismo que sus mentiras y verdaderas, todas entremezcladas, sin saber qué es qué.
Porque hoy, en este lugar, estamos siendo la misma cosa.
—¿Quién sabe?
—¡Lo sabes tú! —dejé ir un poco de mi temperamento porque, Dios, ¡él es irritante!—. Decídete o puedo solo irme y esta vez, puede, que te lo haga peor.
—No serías capaz.
—¿Quién sabe? —se la devolví imitando su absurdo tono de voz bajo y grato.
Rugió en una risa fuerte y clara. Me miró con interés y diversión.
—Me encantan las amenazas —manifestó y lamió sus labios atrayendo a la seriedad, dando la vuelta y caminando hacia un mueble mas vertical que horizontal, con varias compuertas con diferentes vasos de vidrio en una sección inferior y una superior llena de botellas con distintos líquidos de distintos tonos. Tomó uno de cada uno y vertió algo que olía bastante fuerte—. Sí, eres mi escolta.
—Lo necesito por escrito, si me haces ese favor.
Se dio la vuelta y brindó a mi dirección.
—Cuando gustes.
—Ahora —demandé y verifiqué la hora en mi muñeca—. Arréglalo y vendré más tarde.
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