Multimedia: Naturally (Selena Gomez & The Scene)
No podía dejar de ver frente a mí.
Creo que jamás he sido tan dependiente de mis ojos como lo soy ahora.
—¿Esto es real?
Toredo sonrió con demasiada sapiencia. No puede ser inocente; apuesto todo mi dinero a que no lo es.
—¿Tu qué crees?
—¡Que lo es, idiota!
Oí su risa dispersarse por el aire y miré hacia abajo con una sonrisa que no podía apartar o intentar sacudirme. A lo máximo que llego a comparar esta sensación que recorre mi cuerpo es a lo que sentí cuando papá regresó del servicio. Cuando Charly estaba a punto de decir que sí. Cuando quise...
Reí demasiado emocionada para mi gusto y grité como lo hacían muchas chicas cerca, pero ellas gritaban de terror por la altura o porque algunos de los mecanismos se fuese a quebrar y dejarlas suspendidas o, en fin, muertas. Yo grito de euforia; de libertad; de felicidad y optimismo. Aquí arriba estoy lejos de lo que no parece tener solución y solo existe lo que siento y las miles de posibilidades.
Me he sentido tan fatigada con todo esto de Emule y de mí, de qué es aquello que incita a un hombre a querer obligar a una mujer a estar con él, no utilizando si quiera razones sólidas para conseguirlo, sino a la fuerza. ¿Acaso hay un retorcido concepto de fuerza y fortaleza en su mente? ¿en la mente de cualquiera?
Mi cabello se arremolina alrededor de mi rostro pero eso no me impide apreciar la vista. La máquina se balancea y en vez de tener la cabeza echada abajo, lo hace de frente y observo el resto de los juegos y algunos puestos alrededor; las personas caminando, sobretodo jóvenes o de mediana edad por la hora. Mas allá, hay un par de montículos como una masa negra bien definida que solo se distinguen por su color superpuesto al cielo, más claro aun. Los gritos no se han detenido y sonrío; ¿a quién se le ocurre subir a esto si no lo puede soportar?
De reojo noto que Eliseo ríe y me entretengo en ello, solo por un momento.
Y otro momento.
Y otro...
Pero el juego se puso en movimiento y solo fui consciente de mis pies en el suelo y de lo fácil que era para mis ojos perseguir lo que no debían, porque lo quería, ¿no es así?
—Comamos algo —propuso mientras nos alejamos del último juego (y el más divertido).
—¿Comer? —cuestioné incrédula—. Pero si no puedes probar nada de lo que se come por aquí.
—No soy un aguafiestas, Andrews —dice con una mortificación cómica—. Así cobro un favor que me debes.
—No te pases de listo. Con esto estamos a mano.
—¿Recuerdas cuando fui a visitarte?
Me sumergí en el recuerdo y asentí.
—Me echaste sin miramientos; es hora de pagar.
Si me echaban el guante, lo tomaría.
—No me gusta quedar a deber —di un paso al frente, elevando mis cejas—. Tú dirás, efectivo, cheque, transferencia...
Eliseo sonrió, pero no era capaz de entender qué es aquello que puede esconder una enigmática sonrisa. Lleva su cabeza atrás en una carcajada cargada de más enigma. A este paso estaría rodando los ojos.
—Unos churros estarán bien.
—Hay algo más —le detengo antes de que empiece a caminar al puesto—. Hay algo más —repito, pero no sé porque lo hago.
No sé qué es lo más que hay, es muy frustrante.
No difiere un día de otro. Sigo estando frustrada y supongo que Eliseo no está interesado en que sea clara, porque dice lo siguiente:
—Lo que hay es hambre, ¿no estás de acuerdo?
Mi empecinado cerebro no procesó lo que hacía mi cuerpo. Cuando me oí reír con ironía no lo pude detener.
—Discúlpame Toredo, estoy diciendo cualquier cosa —doy un suspiro y una palmada que me despierte—. Vamos por esos churros. Yo invito.
—No, invito yo.
—Que no.
—Sí. Lo haré y no hay poder humano que me detenga.
Sonreí con ganas.
—¿Hablas de mí? —jugueteo con un mechón de cabello—, Oh, que halago...
Los churros bañados de azúcar y chocolate lograron satisfacer dos necesidades, una vital y otra moral. Miré muy bien a Eliseo Toredo y escuchaba sus tonterías sobre ser el hombre que invita y que no dejo que lo sea; rastreando qué es lo que no termina de tener sentido, qué puedo hacer para que lo tenga (quizá yo tengo la respuesta pero no ha mitigado) y si la consigo..., si lo hago, ¿entonces qué?
Si tomo una decisión, ¿Entonces, qué?
Me despedí, esta vez sí y sin tanta palabrería que no servía, y entré a casa de Elias con éste siguiendo mis pasos. Veo hacia la sala y volteé al dueño con sinceras y crudas intensiones de darle un golpe en la entrepierna, pero él continuaba con su cara de insolente pasividad.
—¿Por qué Michael vino?
—No seas grosera —murmura dándome un piquete en el brazo. Le regresé un brusco manotazo.
—¡No estoy siendo grosera! —le regreso el murmullo—. ¡Por algo no lo llamé!
—No puedes apartar a las personas porque temas que salgan heridas y Emule no va a buscar a nadie, no le conviene. Si te quiere, va a ir por ti. —Sonríe con chulería. En este momento se vio exactamente igual a su hermano—. Al menos en eso tiene un poco de sentido común.
—Si a eso le llamas sentido común... —Río al zafarme de otro piquete—. Está bien, está bien.
No me detengo a pensar y corro hasta Michael. Él reacciona lo justo para ponerse en pie y recibirme con determinación y solidez. Lo abracé, le acerqué tanto como pude y reposé en los brazos de alguien a quien quiero tanto. Sobó mi cabello y cantó una melodía ridícula que sacó una risa de mi garganta y de mi corazón.
Empiezo a quejarme—. Eres tan...
—Oye —se queja alejándonos—, ¿qué ha pasado con tu sentido del humor?
—Tu te quedaste con él —respondo y consigo hacernos reír a los tres—, así que gracias por traerlo de regreso.
—Me dices cosas tan dulces —se toca el pecho con dramatismo pero repone una expresión de cautela y seriedad—. He estado hablando con Elias y preferiría que estés conmigo.
—No importa con quién o dónde esté, no voy a dejar que me hagan esposa o trofeo o lo que sea. Incluso decirlo es estúpido, él no es nadie para manejar mi vida a su antojo. Yo puedo ir y venir cómo y dónde quiera.
—Está bien, Cara —dice Mike, tomando mis hombros y exigiendo que lo mire—. No te estoy quitando razón ni tu libertad, pero que vuelva a suceder lo de tu apartamento..., no lo voy a permitir y si para eso te hago enojar, enojada harás lo que sea mejor para ti.
—¿Qué ha pasado? —pregunto a Elias. Él debe saberlo—. ¿Dónde está?
—Va a postularse nuevamente, está en la capital —dice con cinismo—. Y no le conviene el escándalo, así que no hay nada que lo vincule. Los hombres dieron declaración y juraron que supieron de quién eres hermana e iban a pedir un rescate. No hay huellas digitales, y si hubo alguna física las han desaparecido. Es común que al enviar a terceros esto se haga con notas en envíos unilaterales. Has pasado por debajo de la farándula.
—Que consuelo.
—No te burles —secunda Michael y me avienta sus vistazos deleitables—, sácale provecho. Puedes estar con quien quieras. Traje una maleta con lo esencial; tú decides.
—Preferiría tener qué hacer —ignoro a Mike pero éste se atraviesa frente a Elias y no puedo no mofarme—. ¿Y qué quieres que haga? ¿que trabaje en tu restaurante?
El silencio que vino de mi pregunta capciosa fue aturdidor.
—No, no, ¡no! Pero... ¡pero bueno, y ustedes a dónde creen que cabe un guardaespaldas en un restaurante!
—Podrías cuidarme —me guiña el sinvergüenza de Michael Rain—. O ayudar en la cocina, la manos nunca sobran. Entiende una cosa, Cara bonita —alza su mentón y inyecta su poder de persuasión sin miramientos, directamente a mí—: no vas a estar sola. Sea aquí, sea afuera, a donde vayas voy a estar contigo. No perderé. Yo soy un ganador.
Fue mi turno de tocar sus hombros.
—Eso no está en tela de juicio, Mike. —Me incliné para ver a Elias—. ¿Estás bien con que vaya con él, jefe?
—Sí, ahora sí me tomas en cuenta —rueda sus ojos y me guiña, como si no ha pasado nada—. Donde gustes. Mas bien me pareció extraño que me pidieras venir, tengo entendido que estabas a gusto.
—Lo estaba —le confirmo—. Pero pasó algo.
—¿Qué pasó? ¿Eliseo se hizo el listo? ¿qué te dijo? ¿Cara?
—Si me dejaras hablar te lo diría con todo gusto —teñí mi tono en broma para aplacar el nuevo aire que se respira, vertiendo de ambos hombres—. No tiene que ver con una palabra o acción, es por una sensación que tengo y decidí que estar en esa casa no era bueno para mí y menos en una situación de estrés.
—No deberías preocuparte por tu impulsos —aconseja Michael—. Ellos prácticamente no existen. Y los de Eliseo...
—¿Es que soy la única que recuerda que tengo una relación?
—Eres a quien debe importarle más; no soy tu consciencia.
—¿Qué sientes por Kaleb? —interrumpe Elias—. Que no te importe lo que sienten ellos, ocúpate de lo que tu sientes. ¿Qué sientes?
—¿Qué te atrae? —ataca mi otro amigo—. Porque una mujer no es tan diferente de nosotros, en él debe haber algo que te motive, que te acelere y acerque, sino ya lo habrías abandonado hace mucho. ¿Y por qué no cediste a tus impulsos? ¿Eran pecaminosos? —dice con sorna.
—¿De quién hablas?
—Sabes bien de quién.
Mis ojos viajaban de uno al otro, no sabiendo a quién responder primero. Pero como esto no es un concurso de límite de tiempo, me senté en uno de los sofás.
—Me gusta que puedo hablar con él y pasar horas agradables; tiene labios hermosos y he fantaseado con besarlos pero no lo he hecho y parece demasiado educado o remilgón para darme uno sin enviar indirectas. Es extraño que no nos hallamos besado ya...
»Y de él..., me gusta, y no sabía que lo hacía hasta la segunda vez que lo oí decir que le gusto sin disculparse, saberlo de su boca. Tiene una sonrisa demasiado contagiosa; es más, no debería sonreír tanto. Tengo una sensación que he ignorado pero estando así de cerca mientras nos dábamos golpes, regresó y ¡no hacíamos nada!; golpe iba y venía y tuve que dejarlo solo o tal vez me lanzaba a... a hacer qué, es lo que me pregunto. —Lamí mis labios y la garganta la tengo seca—. Ocupé mi mente lo más que pude pero la sensación sigue... una tensión difícil de ignorar y lo que temo es que no se vaya.
»No quiero que ustedes lo entiendan, pero siento que engaño a alguien y no es a mí misma.
—Yo lo único que oí fue que a uno quieres arrancarle la ropa y a otro, no —comentó Michael fresco como lechuga—. Y si yo lo entendí, Elias lo entendió, ¿por qué tú no? Engañarte significa que no afrontas la verdad.
—¿Y entonces qué? —pregunto empezando a enfurecerme—. ¿Qué hago?
—No empieces algo que no puedes terminar —aconsejó Elias.
Michael le dio la razón con un aspaviento hacia él.
Fruncí el ceño—. O podría seguir el consejo de Presley y dejar que me presente amigos suyos.
—Cara —Michael se sentó a mi par y tocó mi rodilla—, ¿qué es lo que quieres?
—Quiero seguridad —digo en un santiamén—. En mí, con quien esté. Por algo son mis amigos, ustedes me dan eso.
—Pero no estás segura y te molesta, ¿no? —asentí; no hay tapujos ni dudas de mi actual estado—. A ellos también, si diste un pequeño indicio lo saben y se aferrarán. Uno de ellos al menos. Todos queremos seguridad, incluso este hombre que está a tu lado. Lo tuve, fue muy hermosa y no tenerla es una pena con la que tengo que cargar, por favor no cargues con esta pena ni dejes que otro cargue con ella, solo, solo si eres eficiente para impedirlo.
Mi vista se empañó un poco y de lo único que fui apta para hacer fue asentir. Desvié la vista a Elias y le hice una última petición antes de ir a casa de Michael, mi segundo hogar.
Hice un intento extremo de arreglarme. Vestí un blusón acuamarina con la ilusión de aberturas en las mangas, anchas y largas, acompañada de un pantalón de pitillo azul eléctrico y botines sin tacón, marrones y gamusados. Sostuve mi cabello en una cola alta y apretada, que me hiciera sentir incómoda a tal punto de que no existiera la mínima posibilidad de arrepentimiento. Porque así debe sentirse el otro y es bueno recordarlo, ser más justo. No apliqué maquillaje en exceso; delineador negro y lápiz labial canela.
Tanto Michael como Elias se dividieron, uno conmigo y el otro rodando por ahí. Mike y yo nos acercamos a la barra de Bárbados y nos sentamos separados. Pedí un cóctel y reí por lo extraño y lejano que se siente la última vez que vine a divertirme. Las dos últimas.
—Cara.
No pude tomar ni un trago dulce antes del trago más amargo.
No queda de otra.
No hay a dónde ir, y no quiero ir a otro lugar.
Cara daría la cara, siempre.
—Hola, Kaleb.
Recibí su abrazo elevándome del suelo y creo que ambos los necesitábamos. Estuve preocupada por él y viceversa.
—Gracias a Dios estás bien. —Se alejó y tomó mis mejillas con cuidado—. Me llamó Elias y dijo que tuviste que irte por unos días, no explicó mucho la verdad, pero si... si estás bien...
—Lo estoy, en serio.
Sonrió y me dio otro corto abrazo para sentarnos.
—Lo mismo que ella, por favor —le dijo al bartender y éste fue a prepararlo.
—Espero te guste, tiene cerezas —digo y le doy un sorbo que acaba con la mitad de la copa ovalada. Kaleb silba.
—¿No está fuerte?
—No lo suficiente —digo para mí y elevo mi manos para apretar el moño aun más, evitando el fruncir—. Kaleb, te pedí que vinieras para que notaras por ti mismo que me encuentro bien y para pedirte que no volvamos a vernos.
Ahora, milagrosamente, la cola apretaba menos que mi consciencia.
Kaleb no fue pronto en responder. Fue sorpresivo para él, adicionalmente no es lo que se esperaría de un encuentro después de días en angustia. No es lindo que tu objeto de preocupación se desentienda de ti. Es algo que he tenido presente, para hacerme una con el clima.
—¿Hablas en serio? —pregunta y debo leer sus labios; la música está presente, no fuerte pero interrumpe.
—Sí, hablo en serio.
—¿Por qué?
Sonreí y me incliné a él.
—Sigo mis propios consejos y uno de ellos es decir lo que siento cuanto lo siento. Puedes pensar que en realidad no nos di una oportunidad duradera pero no es cierto, llevamos un tiempo saliendo y eres agradable, eres lindo y eres guapo, no muchos son lindos y guapos, eh —mi sonrisa se abrió al reír con gracia y cierta tristeza—. Eres, eres y nos esforzamos pero ¿por qué nos estamos esforzando, Kaleb? No quiero desgastarme ni que tu te desgastes esperando de mí lo que no puedo dar. No puedo y ahora, no quiero.
Recargó los brazos en la barra de vidrio y neón azul. Mudó la dirección de su cara de frente a la izquierda, donde estoy.
—Te hago sonreír solo para darme malas noticias.
—No es una mala noticia —rebato—. Ser sincero siempre es una buena noticia.
—¿Nada que diga te puede hacer cambiar de opinión? —Su pregunta es tierna y obstinada, tal como interpreté su persona. Él también es sincero.
—No, nada.
Hice señas al barman y deposité un billete en la mesa, pero Kaleb lo interceptó con su mano y me miró con una mueca chistosa y nada rencorosa.
—Te lo pido.
Enrollé el dinero en mi mano, aceptando su petición, y salí de la silla, emprendiendo el acceso a la salida.
No hay nada peor que empezar y terminar con una misma pregunta, pero sin una responsabilidad encima estás más cerca de encontrar la respuesta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro