|18| Lo que no quieres vs lo que quieres
Nota: ¡amo esta canción! Aaahhh
Multimedia: Jessie's Girl (Rick Springfield)
Como era de esperarse, en las noticias fue todo muy ambiguo (casualmente ambiguo). No mencionaron nombres, el único que se implicó por completo fue Elias, a quien entrevistaron y aseguró haber llegado y encontrado a esos hombres en la casa de su amiga cuando ella estaba en un viaje y le pidió ir por una emergencia. Nadie sabe de dónde vinieron, pero aseguran que las autoridades harán lo que esté a su alcance para entender qué hacían dos hombres en la casa de una mujer si no es robar, violar o secuestrar y qué motivos pueden tener. Cómo un edificio como aquél se prestó para dejarles pasar. Pero claro, nadie sabe nunca nada.
Pero lo más importante es que Emule no es mencionado y sabemos que es el culpable.
Mi hermano me comentaba que si se encaprichó con Andrews, el no estar en su apartamento no es una validez para su seguridad.
—Sé que no debería asombrarme pero lo hace.
—Yo no estoy asombrado —le digo a Elias. ¿Por qué me va a asombrar que hagan lo que sabía que harían?
No hay pruebas, pruebas que sean tangibles, de que Videlmard tiene una etapa de locura y que está llevando a cabo su propia búsqueda, solo porque Elias decidió hacer lo mismo pero hacia él.
—Tu no, bien por ti. ¿Y qué queda de los que sí? Ese hombre está desquiciado.
—No le gusta sentirse un perdedor.
—Cara no es un premio que obtener, Eliseo —dice duramente—. Que quede claro.
—¿Por qué lo dices? —pregunto más entremetido que ofendido.
—Porque sé que te interesa más que para un revolcón y te lo aplaudiría si ella no estuviese ya con alguien —me remembra, como un amigo sobreprotector—. Limítate a serle de compañía mientras resolvemos por acá.
—¿Es que tengo cara de que aprovecho todo lo que puedo?
—Sí, tienes. Ya te lo dije, no te lo volveré a repetir. Hablamos después.
Ni porque colgó dejo de sonreír, está mas preocupado de lo que parece y por ello se ha apropiado de mi investigación. No tengo razones para volver a Nueva York y aun así me siento en la obligación de hacerlo, de no dejarlo solo.
En los días en que hicimos nuestra pequeña idea realidad, algo que no llegaba a ser un sueño, era una vela que apenas estaba encendida entre nosotros, sin saber aun si podía hacerse real. Yo no lo creí. Me encontraba dando tumbos, organizando mi mente y con poco dinero en el bolsillo. Fui un poco de todo, y a su vez, nada.
Un buen amigo, uno que me conocía como nadie y vio lo peor y mejor de mí me recomendó con su patrón, un señor importante que necesitaba a un par de hombres que hiciesen de muros alrededor, que guardasen su vida. Vivía en un sitio abandonado pero al que le sobraban los problemas y maleantes, siempre buscando de quien apropiarse.
—No conozco a alguien con un instinto como el tuyo —me dijo Johnny, entusiasmado. En verdad apostaba en lo que decía.
—¿Se necesita de instinto para salvarle el trasero a alguien? —pregunté mofándome, botando por el retrete lo que él afirmaba. Un imbécil, poco más.
—Se necesita de un impulso que solo tienen los que anteponen la vida de otro a la suya. ¡Y tú eres así! ¡Lo tienes!
Bebí de una mala cerveza con tal de acallar su voz repitiéndose en mi mente, de que yo tenía un reverendo instinto para hacer algo más que matar tigres por ahí, tratando de no morir de hambre. Sabía defenderme de los que intentaban robarme porque aprendo con rapidez y en cuanto tenía oportunidad, absorbía. Pero eso y cuidar de una persona, sonaba a sandez.
—No finjas que no te interesan los demás —reprochó Johnny, notando que prefería la cerveza sabor al olor de la orina que tener que decir que esa responsabilidad se aleja a los pocos/importantes que he tenido además de sacar la basura en casa de mis padres—. Sí lo hacen. ¿Recuerdas cuando me salvaste del loco del callejón?
Locos, quiso decir. Y no eran solo hombres, mujeres también. Una pandilla variada que se unía para hacer de las suyas, no solo ser carteristas o promover a la lástima de quienes los vean para sacarles dinero sin recurrir al robo, se unían para hacer aberraciones a adolescentes que turisteaban y tenían un bajo sentido de la orientación. Las mujeres poco se prestaban, pero las engatusaban hasta hacerlas confiar que las llevarían donde quisiesen y... el resto, da rabia, indignación y deseos de ser un juez que les condene al fusilamiento.
Uno de ellos era de los cabecillas, los que mandan pero no hacen; a los que les traen a las víctimas.
Johnny era confianzudo. De los que toman la misma vereda cada día aun sabiendo donde vive. Por lo que una noche lo cazaron. Esa vez no fueron muchos y teníamos previsto vernos más tarde. Pasé por pura suerte y sentí un pánico desconocido, el pánico que te distrae y pone alerta a la vez cuando ves que un amigo está en líos y no sabes si serás capaz de ayudar.
No lo tuve que pensar.
Lo habían arrinconado en un área casualmente despejada y oscura. No podría pasar por callejón pues no está entre tres paredes y una única salida. Lo tenían arrinconado porque eran tres y él daba la espalda a una casa. Meterme me garantizaba tener algunos golpes y sacar a un buen amigo que no rompía ninguna regla, sea esta rompible o no, de este atolladero.
Uno de ellos me vio de lejos. Decidí que empezaría con él y fue al que asalté primero con un puñetazo, para ser original. Era menudo pero no tardó en reaccionar y arrastrarme colocando la cabeza en uno de mis costados y usar sus manos hasta llevarme varios metros atrás. Me deshice de él y sentí rápido el primer golpe de su parte, dejando una molesta sensación dolorosa en mi mandíbula que pronto se hizo carcajada para propinarle una patada en el brazo que le hizo aullar. Bueno, a mano estamos.
No era mi intención quedarme en él, nuestra pelea carecía de sentido y yo necesitaba ayudar a Johnny con los dos que seguían encima no precisamente pidiéndole cerillos o un cigarro. Abandoné al menudo en el suelo con más golpes y moretones de los que yo tendría y eché un chiflido al aire, atrayendo la atención.
Ahí Johnny hizo uso de su fuerza, la poca que tenía, y noqueó a uno de ellos. Al otro le encargué un mensaje y con su colaboración sencilla, no dio mucha pelea. No eran gentes muy diestras y al ser tres se hacen más arrogantes. Johnny lo trata como una salvada mía, pero pudo salvarse solo, lo que yo hice fue darle algo de respiro.
—No estabas en un callejón —digo.
—¿Eso importa? Te estoy haciendo una pregunta, dame una respuesta clara.
—Sí, lo recuerdo —Relamí mis labios, secos luego de la cerveza del demonio. Pero es barata y lo que me puedo permitir.
—¡Hazme caso, hermano! ¡Por una vez!
Mi vida mejoró notablemente al consentir, gracias a él. A los meses lo perdí en un tiroteo. Las bandas que supieron seguir siendo rumores y no una presencia latente por aquellos lares, dieron su primer show. Como un mito encarnado. Yo no confiaba. Diantres, claro que no lo hacía. Pero solo era un hombre y no el que mandaba. Las bajas no se revirtieron aunque el jefe siguió vivo y sí, lo más importante es mantener la integridad de quien proteges.
Siempre es así. No hay cuestión en ello.
Pero era mi amigo, como un hermano. El único al que he llamado tal sin que lo sea de sangre.
Recordarlo es una manera de entender que no importa dónde estés, cuando te toca morir, te toca. Quiero estar con Elias porque lo juramos recién emprendimos, pero le conozco y no debo temer por él, debo temer por mí mismo. No es un dicho redundante el que uno es su propio antagonista. Y a veces temo mi orden de prioridades.
—Así que esta es la cocina.
Me vuelvo a la entrada con Cara en ella. Sigue en los mismos pantalones y suéter de antes. Ha colocado un lápiz en medio de un moño con su cabello, seco.
—Creí que tomarías una ducha —comento, guardando mi celular en el bolsillo de mis jeans.
—Yo también pero no tengo ganas, solo tengo hambre. No tuve tiempo de desayunar.
Alcé mis cejas con entendimiento y fui a la alacena por lo que hacía falta para cocinar.
—Ponte cómoda.
—No tienes que cocinar, Toredo —habla con esa habitual vergüenza que empieza a ser cansina—. Un sándwich estaría más que bien.
—Un sándwich deja viendo lejos.
—¿Qué? —dice acompañada de una risa.
Regreso con un paquete de arroz de un kilo y algunos condimentos que voy a necesitar. Los coloco en la encimera que interrumpe el camino al resto de la cocina con el grifo, las tablas y el juego de cuchillos, tijera y amolador. Cara está aun en frente.
—Mi abuela decía que cuando se tiene hambre o quedas con hambre, ves al horizonte imaginando lo que podrías comer. De ahí viene el ''dejar viendo lejos''.
—Lo sé —dice con expresión divertida, pero no sonríe—. Mi cuñada dice ese tipo de cosas, no creí que nadie cercano las dijera además de ella.
—¿Cercano? —Lanzo el anzuelo.
—Mi jefe —corrige, encogiendo un hombro—. Eso te hace algo así como un primo segundo.
Vino una risa desde el diafragma.
—No quiero ser tu primo segundo, Cara. —Espero a que pique.
Chasquea sus dientes y absorbe aire entre ellos, como si acaba de recibir una quemadura.
—Eres algo peor que eso: el que me da mis cheques.
Y no picó.
—¿Iba en serio lo de renunciar? —pregunto para cambiar de tema a uno que sí nos competa.
—No creo que renuncie —niega y se acerca a la división inferior de la encimera, colocando sus manos en ella—. ¿Me estás despidiendo ahora sí?
—Nunca te despedí. Elias creyó adecuado para ti que te alejaras y te ha hecho bien, estás diferente. Siempre has sido buena en tu trabajo, eso no estuvo en tela de juicio, pero se vela por todos y a ti estuvieron a punto de agredirte.
—No estuvieron a punto —discrepó inmutable, mirando fijamente a mis ojos. No le aparté la vista—. Fui agredida y tenía sueños incómodos, pero lo pude hablar con mi psicóloga y contigo lo hice en su momento. Me parece una pérdida de tiempo que se enfrascaran en mí cuando hay personas a las que agreden de manera definitiva y no tienen cómo ir con profesionales. Con toda la algarabía generada tenían suficiente publicidad y se ayudara, como es debido.
—¿Y quién te dijo que no estamos ayudando?
No me regresó una respuesta instantánea como esperaba. Fruncí el ceño, pero no le insistí y fui por una olla para verter agua y dos tazas de arroz. Lo tendría junto mientras cortaba zanahorias, cebolla y machacaba tres ajos.
—¿Desde cuándo?
—Poco después del juicio inútil —digo embozando una sonrisa irónica—. Todas tus compañeras estuvieron de acuerdo y algunas dan talleres de defensa, de comunicación y les proporcionan herramientas para ganar confianza. Claro, con personal capacitado.
Se acercó dejando los codos en la encimera y afianzando las manos bajo su barbilla.
—Pues eso... eso suena muy bien —Su acaloramiento por la noticia me tuvo mirándola con cierta intriga—. ¿Por qué no supe nada?
—Creí que Elias te lo había dicho, no es ningún secreto.
Asintió y me sorprendí al ser tomada una de mis manos. El asalto a mi estado anterior de serenidad para cocinar a esta incertidumbre, sequedad en mi lengua y el palpitar ansioso del único órgano que se atrevía a hacer presencia en los momentos más inauditos de mi vida, era extraño.
—Gracias —dijo suavemente, dando un apretón.
—No es nada —respondo deshaciendo su agarre y tomando uno de los cuchillos—. ¿Sabes cortar en julianas?
Sí sabía, y cortaba muy bien. No tuve que preguntarle cómo lo logra, ella estableció la conversación y yo lo único que tuve que hacer fue seguirla.
****
—Eso que tu ves ahí —señala el televisor—. A eso se le llama traición.
Reí. Es la segunda vez que lo menciona.
Lluvia Torrencial es la última cinta y la más aclamada de Eliana Figuera, una excelente actriz que admiro. También es el primero de sus filmes que incluyen escenas de acción donde no usa dobles. Sé bien porque Andrews insistió en verla. Para tener de qué burlarse y porque la disfruta tanto como yo, aunque no lo admita.
La escena de traición tiene a Eliana como Meg, una mujer que debe buscar al asesino de su esposo con la ayuda de viejos amigos. En el proceso de búsqueda se topa con dificultades y en una de ellas uno de sus amigos, que le informaban dónde ir, le da una dirección falsa y acaba maniatada.
—¿Cuántas veces has visto esa película? —pregunta en medio de una escena muerta, donde no ocurre nada relevante.
—No voy a responder.
—¿Por qué no? —Se recuesta del sofá con las manos en el vientre y arquea las cejas—. ¿Te da pena admitir que la amas?
—La amo —certifico—, pero ahora que sé que tu cuñada es mi amor platónico no necesito más humillación.
—¡La mía es peor! —acusa antes de carcajear—. Cada vez que hablamos te menciona. Eres como ese hombre que tu hermano odia pero tu amiga está segura que te hará feliz, o ir al paraíso, como lo quieras decir.
Tan solo una parte se quedó conmigo.
—¿Ella me menciona? —No podía evitar el alboroto, incluso la emoción.
Había estado flechado de adolescente por Eliana Figuera y no es fácil crecer y que ella también lo haga, notando su evolución y que ahora me digan que me menciona en charlas elementales... Casi podría ser un sueño hecho realidad.
—Sí, te menciona. Está considerando tener guaruras. Si accede, ¿lo serás tu mismo? —dijo y me enganché en su sonrisa. Comedida pero ahí está.
—Sabes que ya no ejerzo.
Junta sus labios, dejando de sonreír, y los arruga como si fuese incorrecta mi respuesta.
—No es algo que tenga que saber.
Reacomodo mi posición junto a ella, ya que estamos de frente a la TV pero ninguno le estamos prestando atención, como la atención que merece mi película favorita. Apoyo el brazo en el espaldar del sofá y tuerzo la cadera a su dirección.
—¿Quieres saberlo? —Indagué, ojeando sus ojos, más expresivos de lo que alguna vez lo han sido.
—Sé poco de ti, Toredo.
—Eliseo —la corrijo con tacto.
Sus cejas bailan de arriba a abajo y hace la corrección:
—Sé poco de ti, Eliseo. ¿Quién no quiere saber más de su jefazo sin que eso le cueste el empleo? —bromea—. Ah no —ríe—, cierto que renuncié.
—Seguirás con eso —musité entretenido.
—¡Claro que sí, es tu culpa y de tu otra mitad!
—Lo es —le doy la razón y no puedo ni quiero evitar agregar—. ¿Feliz ahora?
No me da una respuesta y afianza las piernas entre sus brazos. Parece un escudo, pero lo dejo pasar.
Como muchas otras veces.
—¿Vas a contarme? —pregunta e inclina su rostro atrás—. A no ser que bromearas.
—¿Qué quieres saber?
Empezamos por lo básico, dónde nací, quiénes son mis padres y porque no están en este país. Son personas bastante arraigadas a su tierra y a la comodidad que han adquirido, preguntarles si quieren estar cerca de nosotros en un lugar extraño no es para ellos, no cuando ya están casi en sus sesenta y aprecian el tiempo de calidad. Nací en un pueblo, de una forma poco convencional en una era donde existen los hospitales, pero muy sanos y con lo necesario y más.
—Dijiste algo sobre tu abuela, ¿ella es de habla hispana?
—Sí. Venezolana.
—Como Eli... —entrecierra sus párpados y ruedan sus iris—. Con razón te gusta tanto —rió pero automáticamente volvía a su seriedad habitual—. ¿Y qué hacía tu abuela en un continente tan lejano?
—Sus padres fueron a trabajar y ella era una adolescente. Vivían en una ciudad pero se cansó de ella y se mudó a su mayoría de edad. En ese tiempo conoció a mi abuelo y ya ves, estoy aquí.
—Pero tu abuela está aquí, ¿no?
—Lo está —me limité a decir. No quería entrar en detalles de porque prefirió venir a tener que quedarse con mamá.
Cara miró al televisor, con la película a punto de terminar y preguntó:
—¿Cuál es su nombre?
—Miranda. Nació en un estado con ese nombre.
Frunce el ceño para decir—. Si es la abuela que Presley menciona dice que tenemos fecha de caducidad.
—¿Qué? —Me yergo y pregunto confundido—. ¿Le dijo eso?
—Sí, y por lo que entendí le da mucha información, información que Presley ignora. No te preocupes, Eliseo.
Celoso de esa conclusión final, junté mis manos.
—¿Cómo sabes que estoy preocupándome?
Ríe cómica, en una exhalación que casi se hace quejido.
—¿Cuándo no? Lo haces sin que se note, es por cómo vas a solucionar los problemas ajenos, eso te hace un buen jefe y un buen amigo. Y creo que te debo una disculpa. —Mordió sus labios y fue una sorpresa que se viese nerviosa, por unos segundos—. Sí eres mi amigo, uno raro debo añadir, pero lo eres. Uno entrometido y con un juicio cuestionable, pero no dejas de ser leal a lo que consideras correcto. Hasta... podría decirse que te admiro.
Reposé mi brazo en el espaldar del sofá, casi creyendo que es una broma, pero al mismo tiempo asombrado de que Andrews piense así de mí, me hace ver más exagerado de lo que soy. Además, siempre he tratado de ser un buen amigo con quienes no lo son conmigo y más con quienes lo son. No obstante, ser amigo de ella...
—Aunque parece un gran halago que me consideres tu amigo es triste mas bien.
—¿Triste? —cuestiona elevando el tono—. Como dije, tu juicio no es normal.
—Tal vez esta sea la segunda vez que haga una cosa de la que no voy a arrepentirme pero que no es adecuada considerando tu situación. Pero te pregunto, ¿te sientes con un exceso de presión?
—Me sentía relajada hace cinco minutos.
Reí. Es un buen indicio.
—Como no quiero ser tu primo, tampoco quiero ser solo tu amigo —reconocí.
Mis brazos se habían erizado y mi mente se peleaba entre las recriminaciones de esta decisión y las alabanzas por hacer tamaña hazaña. Esperar por algo que sabes que no vas a tener pero aun así no sentirte arrepentido.
Cara ni siquiera miraba mis ojos, veía en el centro de mi frente o a mi nariz. No la puedo culpar.
Pero le puedo hacer más fácil el momento.
—Ya sé —reclino mi brazo y apoyo la mano en mi barbilla, con tranquilidad—. No te preocupes, le avisaremos que estás bien. Puede ser que le hables en la noche, si quieres.
Ella se puso en pie y dio vuelta hasta que solo su espalda fue visible mientras caminaba, lejos de mí.
—Buenas noches, Toredo.
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