Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

|13| Gustar

Multimedia: Stitches (Shawn Mendes)

¿Estás bien?

—Sí —dije, extrañada de esta llamada temprano un domingo—. ¿Por qué no lo estaría?

No fuiste a tu entrenamiento —es su explicación, o excusa; no tengo idea.

—Me quedé dormida.

¿Tú quedarte dormida? —resopla; imagino que se sonríe de mí—. No te creo.

—Que sí, Toredo. —Esperé un momento y me atreví a preguntar—. ¿En serio estabas preocupado?

Juego con mi lengua en la parte interna de mi mejilla ansiando una respuesta.

Sí, lo estaba. Y como ya sé que estás bien me despido, adiós.

—Eliseo... —Pero ahí quedé, con la palabra en la boca.

A él, ¿quién lo entiende?

Pude haber ignorado esta llamada, rara o no, solo fue una llamada. Pero la semana me tenía varias sorpresas y siguió con Presley, Monilley y Eliana en un plan conjunto para conseguir un poco de mi colaboración en un viaje de fin de semana como celebración del cumpleaños número treinta y tres de Leitan Manriqueña, un hombre al que he visto escasas veces y con el que no comparto nada más que las relaciones que mantiene con mis únicas amigas.

—¿Te parece que a mí me complace celebrarle algo a ese lerdo? —dice Presley con evidente indignación. No engaña a nadie, adora a Leitan desde siempre.

—Yo no sé qué hago aquí —agrega Eliana, pero no se ha ido, por algo es.

—Eres la única mediadora capaz de hacerla recapacitar —le consuela Mony y me mira con recriminación—. ¿A quién no le gustan los viajes gratuitos?

Monilley me recuerda a mi madre, luchando porque las personas a su alrededor estén contentas y se lleven bien, salvo porque ella lo hace con dulzura y Loreanne con lo que tenga a mano y mejor le ayude.

—Es un fin de semana, ¿qué vas a perder? Estás desempleada y si quieres le dices a Kaleb que venga.

—Tiene trabajo —justifico por él. A Monilley le brillan los ojos.

—Tanto mejor, tal vez en ese viaje te des cuenta que estás cometiendo un error.

—Monilley —suena a una advertencia de parte de Presley.

—Yo solo digo —expresa gesticulando con las manos—, que nadie se muere por aceptar ir a un viaje con todo pago con sus amigos.

—¿Y esa es tu manera de convencerme?

—Dame una razón válida para no ir que no sea el que no eres cercana con Leitan; no es porque él no lo haya intentando, han sido más oportunidades perdidas que falta de ganas.

Reí agitando mi cabello, así sonaba a que me lo quiere presentar porque tenemos compatibilidad.

—Como ya dijiste, estoy desempleada.

Y bien, a Monilley Manriqueña es difícil decirle que no, por lo que no solo a mí se me hizo difícil rechazar, también al resto de sus invitados. En esa charla no vi lo que en verdad pasaba con Presley, en serio no quería ir y tener que congregarse para saludar le suponía un sinsabor que no estuvo dispuesta a soportar.

—¿Los ves? —señaló con la barbilla a la camioneta que acaba de llegar de cuyo interior aparecieron tres parejas. Di un asentimiento—. Ellos son los hermanos de Leitan. La que conducía es la odiosa de Almerine; el pelinegro con lentes es León, el que le sigue y el más mandón; el de suéter blanco y gorro es Tobias, y los que sobran son sus parejas. ¿Sabes por qué están aquí? Porque mi Fresita es muchas cosas buenas y agradables, pero de entre esas cosas está la tolerancia y la suya es insoportable.

Elias traía un vaso de café para cada una. Al darle el suyo a Presley lo acompañó con un beso en su frente, sin embargo nada aplacaba su humor ni quitaba los restos de una expresión huraña.

—Al menos no está aquí el otro —comentó Elias con claras segundas intenciones. Presley abrió sus ojos y arrugó lo labios, colérica.

—A ese ni lo menciones —gruñó.

—¿Cuál otro? —pregunté como buena chismosa. Ha sido lo más interesante desde que llegamos al punto de encuentro.

—José Ángel Manriqueña —dijo Elias con una sonrisa sarcástica.

Presley volvió a berrear, dando un sorbo a su bebida.

—¿Crees que venga?

—Muerto no está.

—Tampoco casado —agregó ella, mirando a su novio como si estuviesen jugando a quién pica a quién con más rapidez.

Aunque no están coqueteando con ellos no sabes la diferencia, por lo que me di la vuelta y caminé un par de metros hasta tener una vista de los que vamos a este viaje. A la organizadora con su esposo, los hermanos de él, a los que dejé en su burbuja y a mí. Tal parece que cada quien tiene su pareja.

—¿Me convidas?

Fue instintivo.

No lo controlé, no me esforcé y es que no tenía que hacerlo.

Sonreí. Y con muchas ganas.

—Claro, Toredo.

Le pasé mi vaso con un café con crema y poca azúcar. Empleé el tiempo en detallarle. Usaba un atrevido cárdigan rojo intenso; debajo una camisa violeta en conjunto con pantalones rasgados, de jean y zapatillas trenzadas blancas cual papel. Sus ojos verdes se cubrían de lentes oscuros. Además cargaba con una bolsa de viaje colgada al hombro.

—Es buen café. —Da otro sorbo y me lo entrega—. Elias suele arruinarlo con caramelo y chucherías que opacan el sabor.

—Mi teoría es que come lo que no lleva por dentro.

—¿Lo has visto con Presley? —Suelta una risa clara y limpia—. No hay regalíz como él.

Volcando mi atención a este tema más interesante que la familia Manriqueña, me atreví a decirle con franqueza.

—No creas que escaparás de ese mal —hago comillas—. A todos les pasa, incluso a mí que no me considero tierna.

Él me obsequió una sonrisa y debo admitir que fue como una llama encendida en mi cabeza que antes estuvo apagada, no sabía de su existencia, y de pronto apareció para crear una perturbación.

—No he hablado de mí. —Mantuvo su tonalidad neutra, pero firme en lo que quiso decir.

Esquivé lo que me pasa tomando un extenso trago del café, mas tibio que caliente.

Es de conocimiento público el que Eliseo atrae la atención, no solo superficialmente, también su persona, en toda la extensión de lo que lo compone. Con la constante marca en su sonrisa, riendo de los que lo rodean o riendo con ellos. Trabaja muy duro por sacarle el mayor provecho a sus músculos, le rodean y potencian lo que ya le hace placentero a la vista. Su piel es de un moreno, casi tostado, hermoso. Últimamente es un fanático del bigote y barba de algunas semanas, así que tiene ambas adornando sus mejillas, barbilla y cerca de los labios. Labios gruesos, poco serios. Y lo que enmarca, lo que deja su huella, son sus ojos de un verde intenso. Sin contar su altura. En mi familia es normal que todos seamos altos, mido un metro ochenta y tres, pero Toredo me saca media cabeza e, insustancial o no, es de sus mayores atractivos.

El aceptarlo saca una espiración y le ofrezco el resto de mi bebida. Ya no estoy tan dormida como hace un rato; ¿y cómo podría estarlo?

Afortunadamente Mony nos hizo señas para reunirnos y subir a las Van que contrató. El entusiasmo suministrado en este viaje no opaca el que se sienta extraño, pero su esfuerzo nos cala a todos, eso también se siente; el que hasta los hermanos de Leitan le retribuyen poniendo la mejor cara.

—Creo que estás exagerando —le susurro a Presley, mi compañera de asiento sumida en un silencio que bulle por romperse; se lo estoy haciendo fácil.

—¿Yo exagerar? —dice.

—¿Por qué suenas sorprendida? —me burlé—. Es uno de tus atributos.

—Espera y verás, Cara linda. Espera y verás. Hablemos de otro asunto —se acerca con el fin de aplastarme, logrando que suelte una carcajada que se amortigua con el soundtrack de música pop de Monilley. Oigo sus cuchicheos—. ¿Entraste al cuarto de puertas?

—Cuarto de puertas —reiteré, masticando ese título.

—Sí, ese cuarto de..., maravillas.

—Entré.

—¿Y...?

De nada me valía inventar una historia u omitir. Es un incordio las mentiras.

—La primera vez a una habitación de bebidas, excelentes claro —Asintió, empezando a sonreír—. La segunda, con los ojos cubiertos, tuve una interesante conversación con un hombre y la tercera fui a otra sala llena de cubículos, con luces de colores cambiando cada cierto tiempo. Esa vez fui con Eliseo.

Presley dejó de sonreír y buscó con la vista, atrás nuestro a su lado, ya que yo iba junto a la ventana. Se tardó un rato en el escrutinio de la Van y me miró como a otra persona. Como si no es con Cara con quien está entablando una rara conversación.

—¿Entraste allí con Eliseo? ¿Por qué? ¿Para hacer qué?

La última duda fue la que se quedó conmigo e hizo mella, una grande. ¿Qué podemos hacer? Muchas cosas, y si bien lo que hicimos fue hablar, yo también consideré otros escenarios, no con nosotros de protagonistas pero es inevitable que la mente viaje lejos con ese espacio, con ese ambiente, y con la falta de sonido. Que por cierto nosotros no hicimos el uso debido de ese espacio, si me lo preguntaban.

Pero me hice la «yo no sé de qué me estás hablando».

—Teníamos un problema que arreglar y ahí, lo acabamos.

Presley chilló solo para nosotras—. ¡¿Acabar cómo?!

Encogí mis hombros y la ignoré la siguiente media hora de camino. Aburrirse de insistir no es un término que Pres use seguido, va a regresar a querer enloquecerme pero lo dejaría hervir. Si ella no me había contado de ese lugar aparentemente secreto, ¿por qué le diría que hablé o no y de lo que hablé o no con Eliseo?

El destino era un resort al que, de manera discreta me confesó Mony, lo consiguió a mitad de precio. Estamos casi a mediados de año, por consiguiente viene el verano y si traes un combo de gente, más económico resulta. ¿A quién no le gusta ahorrar? Pero si está bien para mí, para su cuñada no es lo mismo.

He ahí porque abrazo el espacio entre mí misma y lo que contribuye a que los de buena posición tengan esta. No tiene nada que ver con el trabajo duro, ese lo aplaudo y es lo que ha logrado que mis padres tengan la casa que tienen y que puedan darse el gusto de no trabajar si así lo deciden. No obstante, algunos se dan el derecho de tratar a los que no tienen esa posición por debajo de ella. Lo he presenciado en los eventos grandes a los que se asiste por unas horas, pero no tan de cerca. No con una de mis pocas amigas.

Almerine era la personificación de la antipatía y grosería, indignada de tener que quedarse en una habitación común (el resort cuenta con diferentes categorías pero no desmejora la atención recibida) con su esposo cuando está acostumbrada a comodidades elementales para ella. Su esposo le pidió que se callara, pero no; la mujer no oye. Está histérica en un mundo inexistente donde su reinado es inexorable, perpetuo y no hay poder humano que cambie la seda por satén, o lo que sea que eso signifique.

A principio me molestó que Monilley no hablara o se defendiera. Un reflejo involuntario viendo semejante ridiculez. Ella no tiene que defenderse de lograr juntar a gente que nunca se junta por complacencia. Ha seleccionado no ser reaccionaria. Ay, pero cómo deseaba yo plantarle un golpe a la cretina.

Y por lo que noto sus hermanos están tan acostumbrados a esto que no hacen nada.

Si los míos me vieran hacer el tonto ya estaría en casa, encerrada y reprendida. No importa qué tan adulto seas, si no te comportas como uno, no deberían tratarte como tal.

—Si no quieres estar aquí, vete —dijo Presley con una sonrisa sardónica—. No vaya a ser que se te peguen las liendres.

—Tal vez tenga razón —dijo el hombre que mas o menos reconocí como León, sosteniendo a su esposa de la mano con seriedad—. Nos iremos todos. Perdona, Monilley. Pásenla bien.

—O tal vez quien debería irse eres tú —intervino nuevamente Presley, casi como una pregunta—. Porque quien está disgustada eres tú, Almerine, no nosotros.

—¿Quién te crees para hablarme en ese tono? —increpa la aludida.

Estábamos armando un escándalo que no tiene precedentes. Sabía que vendría un gerente o encargado y terminaría con esto peor a como va. Los empleados en sí divisaban a la escandalosa de Almerine con el mismo sentir que yo. Miré a Elias y a Leitan desaprobando su pasividad, esperando de ellos una reacción.

Presley se movió hasta quedar frente a Leitan y miró como si fuesen de estaturas similares.

—¿La echas tu o yo? —pregunta y amenaza, con una nueva sonrisa, más escalofriante.

Leitan imita su complexión como nadie. No he conocido hasta hoy, salvo en lo referente a Cannon y a mí, a dos personas que se parezcan tanto y a la vez sean tan diferentes en los momentos que no esperas, o crees posibles. No es fácil maniobrar dos cosas opuestas, pero a ellos les resulta y no se repelen como pasa secuencialmente con el resto de las personas.

—Se irá sola —le responde, desenvuelto—. Tu tranquila.

—¡Mi tranquilidad no es de tu incumbencia!

—Sí lo es. ¿Nos ayudan con las maletas? —Él mira a un punto sobre la cabeza de su interlocutora. Ella inclina su cuerpo con la intención de, supongo, atacar. Pero eso no llega a suceder ya que le dice, cauteloso—. Me han dicho que hay spa, ¿vienes?

—Eres un...

Avancé unos pasos y le hablé al futuro cumpleañero.

—Me encantaría ir, ¿les molesta si los acompaño?

La mirada de agradecimiento que me difundió fue suficiente para apretar a Presley como si la amara muchísimo y fuésemos a los ascensores con nuestro equipaje. Ya tenemos las llaves, solo Almerine se quedó a hacer su numerito y nosotros, idiotas, a presenciarlo. En lo que nos quedamos con el botones, Presley maldijo.

—Mas vale que ese spa sí sea bueno —masculló.

—Si no lo es, seguro hay un bar.

Soltó una risa y cedió a mi abrazo.

—Tener un guardaespaldas de amiga tiene sus beneficios.

Lo cierto es que el spa estuvo bien, teniendo a Presley de referencia, no asistía a uno desde que el acné se apartó de mis mañanas. Los baños, las mascarillas, todo esto reconforta a quien lo experimenta, pero por las dudas miraba cada tanto a que la hermana mayor de Leitan apareciera. Ganarte el desprecio de una persona como Presley es tener mala suerte o ser realmente despreciable. Y sé que no soy un dechado de virtudes agradables.

En la noche apenas y recibí respuestas escuetas de si tendría compañía en el bar después de cenar. Esto más que un viaje de relajación parecía uno de estrés. ¿Qué sentido tiene tanto esfuerzo si no es remunerado? Recordé a mi cuñada y todo lo que cocina para aplacar o animar a las personas que quiere; tal vez se puede dar la mano con Monilley por luchar por el pacifismo, lo que no quiere decir que sea justo y que lo logren. Pero se agradecía.

Toqué la puerta de otra habitación en la que esperaba recibir la siguiente y última negativa. Eliseo la abrió, con una toalla en mano secando su oscuro cabello. Le di un repaso nada disimulado solo por jugar con él, cediendo una risa para mí.

—¿Qué te trae por aquí?

—Acompáñame a cenar, Toredo.

Volvió a reír.

—¿Es un ofrecimiento o una orden? Para saber cómo debo responder.

—Orden.

En un movimiento desaparece y regresa sin toalla y colocando algo en el bolsillo trasero de su pantalón negro como el ébano. Lleva unas zapatillas veraniegas color salmón y su camisa es solo dos tonos más clara que el negro de su prenda baja. Miro con envidia y cierto reproche con el universo que le dio cabellos lindos a hombres que se lo cortan cada quince días, el suyo perfecto sin esfuerzo alguno; eso entra en la lista de injusticias.

—¿Algo va mal conmigo?

Suspiro para decir—. ¿Sabes lo que cuesta mantener el cabello rubio liso? ¡Y el tuyo está intacto!

Con todo y sus carcajadas, prefería pasar mi tiempo con él a estar sola cuando se suponía que vinimos a divertirnos.

***

Me negaba a creer haber escuchado correctamente.

Hace unas tres horas, si mi reloj no está equivocado, Eliseo y yo fuimos al restaurante del hotel. Estábamos manteniendo una charla de mi año en la policía junto a Elias antes de que volviera a su casa. El que esté trabajando para ellos fue idea de él y acepté solo porque me sentía consumida por el tiempo, por los crímenes que no se resolvían y porque patrullar congelaba la energía de mi ser. Era de los pocos guardaespaldas locales, mas del ochenta por ciento vinieron por petición de los hermanos; muchos debían favores, otros necesitaban un cambio de vida y el resto, no tenían vida. A Eliseo le agradó la idea de congregar lo que comenzaron en algo más sustancioso y estable, aunque eso condujera a dejar todo a lo que están acostumbrados.

Nunca supe la historia que les llevó a querer ser custodios. Se gana bien, en verdad. Sin embargo no sé qué incite a tener una agencia. En la cena no cantó como pájaro, y no era mi intención que sacara a relucir ninguno de sus secretos. En realidad estoy aún sorprendida con la espontaneidad con que se dio enterarme de varias cosas, entre ellas, que Eliseo es apenas resistente al alcohol.

No balbucea ni se tambalea. Es convincente externamente, lo que lo delata es su boca.

Y si seguíamos así no sabría qué saldrá que va a lamentar mañana.

—¿Qué haces? —preguntó. Y su inocencia casi me hizo sentir mal.

Acababa de levantarme del asiento en la barra del bar. El que prepara las bebidas ha estado atento y hasta divertido porque Toredo no se percata de su ebriedad. Leve o elevada, ahí está. Le di una mirada que refleja mi aflicción.

—Vamos, Toredo —moví mi mano con premura para que se levantara.

—¿Por qué me llamas Toredo?

Me estanqué en el sitio, empezando a entender su duda. No nos hemos llamado por nuestros nombres por cuestiones de ética, pasamos juntos fuera del ámbito laboral pocas sino inexistentes ocasiones y es a lo que estoy acostumbrada. ¿Es que a él le molesta?

—Tu me llamas Andrews —se la devuelvo. Eliseo sonríe como si ese no fue la respuesta que esperaba.

—¿De dónde viene Cara?

¿Vamos a hablar de orígenes? Lo prefiero a que diga más sobre su niñez, que sus padres lo encontraron en una situación comprometedora con una niña mayor y el cómo obtuvo dinero para salir de una deuda pesada.

—No es Cara.

—¿Ah no? —pone los codos en la barra y una de sus manos apoya en el mentón. Rodé mis ojos.

—Es Caraneley, pero no me digas así; Andrews está bien.

—Es un lindo nombre, ¿de dónde viene?

—Eliseo, me estás desesperando.

Sonrió al decir su nombre, confundiendo mis acciones hasta invertirlas en predicciones de lo que él puede interpretar.

Pude haber pedido comida en mi habitación, mirar varias horas de alguna serie a la que le perderé el interés en los días siguientes y permanecer cómoda en la cama. Pude, pero no lo hice y ahora que trato de que Eliseo no pase vergüenza no me hace el menor caso.

—Es probable que me gustes, Caraneley.

Di un paso atrás, por instinto. Lo supe al chocar con un taburete y casi tirarlo al suelo. Fregué mi frente con mis dedos, aguantando la risa.

Porque el que esté diciendo... No.

—No digas eso y vamos a dormir.

—Me encantaría —dijo profundizando su voz. Elevé mis cejas.

—No piensas como es debido. ¿Qué acabas de beber? —A falta de una respuesta rápida, lo jalé con fuerza para ponerlo en pie—. A dormir.

Eliseo era capaz de caminar y hablar a la vez de mis atributos físicos de los que hice oídos sordos. No me interesa lo que diga un borracho, pero a él sí le interesa hacerse el difícil para entrar a su cuarto.

—¿Dónde está la llave? —pregunté sospechando que la olvidara dentro o que esté mintiendo.

—No sé.

—¡¿Cómo que no sabes?!

Rió, colocando sus manos tras la espalda y dando un paso casual como un niño hacia mí. Yo di otro al costado para regresar a los ascensores. Al no ver que me sigue, doy una vuelta parcial y le hablo caminando de espaldas.

—Mas te vale que vengas, pediremos una copia pero yo la conservaré; no confío en tu yo ebrio. 

Costó lo suyo. Yo tampoco confiaría en una persona descuidada para entregarle una copia de su propia llave, pero los de recepción fueron cordiales y más que considerados; no es la primera ni la última vez que ocurre. Tuvimos la llave y solo quedaba dejar al ebrio en terreno seguro.

Si no rompe nada, por supuesto.

Lo tenía supervisado con mi ojo derecho mientras abría la puerta y era la primera en entrar. Probé si el interruptor se encuentra en el mismo lugar que en mi habitación, pero antes de poder buscar, Eliseo se juntó a mí y sentí una presión en mi mejilla.

—Eliseo... —dije bajito, solo porque no sabía qué más decir.

Con la rapidez con la que se acercó, se retiró, sin tambalearse ni un poco. Vi parte de su silueta moverse y él ser quien nos diera lumbre.

—Gracias —susurra y negué, quitándole importancia—. Sí, gracias, Cara. Soportarme no es fácil... Pero te resulta, ¿no es así?

—Nunca he visto el estar contigo como algo para soportar.

Sonrió como un niño con juguete nuevo.

—No sigas; harás que me gustes mucho más.

—Sí, lo que sea —dije sin pensar y no me molesté en despedirme para abrir mi retirada.

No entiendo porque estoy tan nerviosa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro