—Buenas noches, esperamos no importunar.
Dice el odioso y molesto Steve. Hermano de Sam.
Todavía no entiendo qué hago yo metida en todo éste embrollo.
¿Qué la policía no puede terminar de darse cuenta de que Steve y Nashell mataron a Sam?
Intentaron matarlo.
—Chicos, ella es Angélica —presenta Jackson— mi...
—Una amiga —extiendo mi mano y estrecho las suyas.
Mejor adelantarme.
—Yo a ti te conozco —frunce el ceño Steve.
—Soy amiga de tú hermano, y de tú mamá.
—Claro.
—Hola, soy Esteban —se presenta un chico rubio.
—Y yo soy Ricardo.
Éste es moreno, como Jackson.
Todos se dirigen a la sala de videojuegos. Y yo me quedo en la cocina. Revisando mi teléfono y preparando palomitas. Debería envenenarlas. Pero como tengo tan mala suerte, a mi sí me descubrirían.
Quisiera tener a alguien a quien contarle las dos joyas que tengo cerca justo ahora. Pero no hay a quien. La tía Luz y mi madrina Osmi, está absortas de lo que sucedió entre Sam y yo. No pienso decirles, o me tomaran por loca.
Y loca ya estoy por seguir metida en la casa de Jackson, sabiendo que debería mandarlo al carajo.
—¿Todo bien? —Steve me sobresalta.
Intento disimular.
No le tengo miedo, pero sí me pone nerviosa.
—Excelente. Les estoy preparando algunas botanas.
Finjo una sonrisa. Más bien creo que se me ha dibujado una mueca en el rostro.
—Entonces todo éste tiempo nos conocíamos, pero no sabíamos.
Me aclaro la garganta.
—La verdad, es que yo sí. Te recuerdo. Te metías en problemas en la secundaria y Sam siempre corría a rescatarte.
Su mirada se torna sombría. Como si hubiera sido un error haber mencionado aquella época.
—Sí, bueno, Sam tampoco era el niño bueno que parecía en ese entonces.
—Nadie es lo que aparenta —suelto lo más ácida que puedo.
—Correcto, señorita. Por ejemplo Jackson.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo así?
—¿Una hora para buscar las cervezas? —aparece Jackson en la cocina.
Nos observa extrañado.
—¿Sucede algo?
—A tú novia se le quemaron las palomitas.
¡Maldita sea!
Levanto la tapa de la olla, y en efecto. Todo está más que chamuscado. No hice las de microondas porque en estas largas noches de series se nos han terminado.
—Bueno, tendré que comenzar de nuevo.
—No, amor —Jackson se acerca hasta mí— déjalas, ya pedimos una pizza. Debe estar por llegar.
Asiento.
Aunque creo que todavía no ha entendido que no soy su amor, ni su Angélica. Ni nada. Que vaya a buscar a su Alejandra. O Andrea. Lo que sea.
Salimos de la cocina. Y estoy observando cómo juegan en la consola de Jackson. Me encanta jugar al fútbol, de hecho, soy muy buena. Pero. Pero. Pero.
No me provoca hacer nada con ellos.
Qué horrible es estar en un lugar y odiar a quiénes están a tú alrededor. Pero entre más esté con ellos, más cosas podré averiguar.
Suena el timbre y ninguno lo nota.
¡Hombres!
—Yo voy —indico, aunque ninguno de ellos hizo ademán para moverse.
Camino hasta la puerta, tengo hambre, de modo que no caería mal. Giro el pomo y abro:
—Buenas no... ¿Sam?
—¡Angélica!
Subo las escaleras, estoy ansioso. Si ésta es la dirección que recuerdo del apartamento de Jackson, entonces sí fue real todo aquello.
Dudo un poco, pero nada pierdo con intentarlo. Presiono el botón del timbre una sola vez, y eso.
Escucho pasos del otro lado de la puerta y...
—Buenas no...—se encienden sus mejillas— ¿Sam?
—¡Angélica!
¡SIIIIIII!
—No puede ser.
—¿Qué haces aquí? —luce sorprendida.
—Buenas noches, ¿Éste es el apartamento del señor Jackson Jawell? —doy vuelta y me consigo con un repartidor de pizza.
—Sí, pasa.
No sé a quién le dice eso. De manera que ambos hacemos ademán de pasar.
Ella suelta una pequeña sonrisa.
—Tú espérame aquí —me indica.
Y eso hago. Observo como recibe la pizza, se lleva la caja a hasta el fondo del departamento y regresa con unos bolsos y dinero en mano. Le paga al repartidor y le pide que se quede con el cambio.
El chico pasa a mi lado y se sube al ascensor.
—¿Trajiste auto? —pregunta.
—Sí.
—¿Me llevarías a casa?
Asiento.
La ayudo con todas esas cosas y las subimos al auto. Una vez aquí, observo por el retrovisor central a la patrulla que me sigue. Pero algo llama mi atención, algo que no noté antes, cuando llegué.
—¿Steve está aquí?
Carraspea su garganta.
—Es amigo de Jackson, más de lo que quisiera.
—¿Estabas con él?
—Bueno, al parecer, los sábados es noche de chicos. Y Jackson quería que yo conociera a sus amigos...
—¡Vaya!
Empiezo a conducir.
El auto está en un profundo silencio.
—¿Cómo es q...?
—Tal ve...
Ambos hablamos al unísono.
Reímos.
—Primero tú —indico.
—Bien, ¿Cómo sabías que iba a estar allí?
—Tú madrina...
—¡Ah! —pero la curiosidad retoma su semblante— ¿Fuiste a mi casa?
—Sí...—me detengo cuando el semáforo está en rojo.
—¿Por qué?
—Bien, quizás te parezca loco, y estás en todo tú derecho de juzgarme. Pero... Algo pasó cuando estaba en coma. Tuve ésta especie de sueños...
Ella niega.
¿Acaso lo aluciné?
—No fueron sueños, fue real.
Me observa por primera vez desde que salimos del departamento. Sus mejillas siguen encendidas. Y su cabello, a pesar de que está tan corto, brilla ante la luz de la luna.
—¿Quieres decir qué mi alma salió de mi cuerpo?
—Oye, oye. La sorpresa fue peor para mí que para ti, créeme. Grité como loca. Fue horrible.
Trago saliva.
—Lo siento, Sam. No te ofendas. Pero en serio, fue algo terrible para mí. Tenía esa lucha interna entre, estás loca o te van a matar.
No puedo evitar soltar una carcajada.
¡Qué dramático!
—Haces que suene como una novela.
—Ojalá y hubiera sido una novela. Pero yo te vi, fue real. Y me arrepiento de haber sido tan grosera.
—Sí, recuerdo que intentaste ignorarme. Pero sí es como dices, yo me hubiera suicidado.
Ella cambia su expresión, se pone neutra. Y observa por la ventana.
El resto del camino no dijo nada.
Y creo que ha sido por mi idiota broma. No puedo bromear de suicidio con alguien que intentó hacerlo. Y más sí su mamá murió así.
—Lo siento, yo...—al fin rompo el silencio cuando ya estoy estacionado frente a su casa.
—Descuida. Gracias, de nuevo.
—Te puedo ayudar con tus cosas. Al menos hasta el umbral de la puerta.
Ella duda, pero lo analiza mejor, es difícil que cargue con todos esos bolsos sola.
—Gracias —ofrece de nuevo cuando ya estamos en el umbral de la puerta.
—Bien, ¿Mañana abre la cafetería?
—Me temo que no, los domingos son días de inventario.
—¡Oh! Habría dado lo que fuera por un cheesecake de arándano. Hacen los mejores.
Ella baja la cabeza.
—Los hacía mamá. Después de su muerte eliminamos esa receta del menú.
¿En serio se puede cagar más un momento?
—Perdón, soy un idiota. Debería irme, antes de que la siga embarrando.
Sonríe.
—Hasta luego, Sam.
—Adiós, oye... Tú novio se molestará al saber que te traje —intento sacar más temas de conversación. No me quiero ir. No quiero dejarla.
Ella abre sus ojos.
—Yo... Jackson...
—¿Cariño, eres tú?
—Sí madrina —dice en dirección a la casa— me tengo que ir. Nos veremos luego.
Eso espero chica rosa, eso espero.
Me tumbo en mi cama y cierro los ojos, y a pesar de que ya es muy tarde, no puedo dormir.
Sam me trajo a casa.
Sam recuerda todo.
Al menos algunas cosas.
Me meto debajo de mis sábanas. Y permanezco así. Con los ojos cerrados.
Jackson apenas notó que la pizza llegó. Esteban me dió el billete para pagar y Steve me pidió servilletas.
Aproveche la oportunidad para irme. Sam apareció como si de un ángel se tratase.
Pero cuando hizo la pregunta...
Agradezco que mi madrina haya interrumpido. Porque no sabría qué decirle, o sea, no quiero parecer una fracasada porque volví con mi ex y ya terminamos de nuevo.
Mientras él, mantiene una feliz vida con su enfermera acosadora.
🌄
Una risa de bebé me despierta. ¡Xiomy!
Abro los ojos de golpe y allí está. Acostada a un lado de mi cama, está apoyada por almohadas. La madrina Osmi está recostada en una de las paredes. Observando.
—Buenos días, cielo. Tú prima Xiomy vino a despertarte.
Froto mis ojos para poder ver mejor y la tomo entre mis brazos.
—Dios mío, pero no hay un solo minuto del día en el que no huela a bebé.
Mi madrina se carcajea.
Es tan joven. Menos mal Xiomara llegó a su vida ahora, así podrá disfrutarla por más tiempo.
—Nunca la dejes sola —digo con severidad.
Ella se pone seria y camina hasta mi cama, sentándose en la orilla.
Acaricia mi pie, el cual sigue introducido entre las sábanas.
—Cielo...
—Promételo. No harás como mamá. Júralo.
Sus ojos se impregnan de lágrimas.
Y asiente repetidas veces.
—Te lo juro, jamás dejaré sola a mi niña. A menos, claro que esté en contra de mi voluntad.
Siento un poco de alivio.
—No estarás sola —le hablo a la pequeña princesa que sostienen mis brazos. Ella me observa con tanta inocencia.
—Además, tendrás una razón más para ser feliz.
—¿Disculpa? —no entiendo lo que me dice— No me digas que Xiomy ya tendrá hermanitos.
—¡Oh! ¡No, no, no! La fábrica estará cerrada. Hasta nuevo aviso. Ésta pequeña criatura me ha hecho notar que tener bebés es una enorme responsabilidad. La felicidad que te digo es... ¿Quieres ser la madrina de Xiomy?
No puedo evitar derramar un par de lágrimas, que rápido limpio con el dorso de mi pijama.
—Claro que sí. Por supuesto.
Sostengo su mano fuerte. Y ella me regresa el gesto.
—Muy bien, entonces, debo irme con papá Ángel y la baby Xiomy en búsqueda de fechas para el bautizo. No quiero esperar más, estoy muy ansiosa. Es momento de hacer lo preparativos. La comida. La vestimenta...—retira a la bebé de mis brazos— los invitados. El día, la hora.
—Ya entendí, ya entendí. Nos vemos luego en la cafetería.
—De acuerdo, cariño. Por cierto. No me dijiste quién te trajo anoche, ese no era el auto de Perrockson.
Así le dice a Jackson.
—Ahm, me trajo un amigo. Sam Yivcoff.
—¡Vamos! Despierta. Despiertaaaa...
Karelin parece un tronco mientras duerme.
—Sam. No descanso desde hace dos días, por favor.
—Es domingo. Vamos. Tenemos que bajar, mamá nos invitó a comer estofado. Párate.
—Ve solo —se da vuelta en la cama y coloca una almohada sobre su cabeza.
Bufo.
—¿Es tú última palabra?
Me enseña su dedo pulgar. Asintiendo.
Rodeo los ojos, innecesariamente, porque no puede verme.
—Está bien, ojalá preparen el pastel de chocolate que tanto te gusta.
—Me traeras.
—No, no lo haré.
Y salgo de la habitación dando un portazo. Sí, si lo haré.
Bajo las escaleras y en el trayecto escucho voces por la biblioteca. Camino con sumo cuidado de no hacer ruido y me coloco detrás de la puerta, afino mi sentido del oído.
—¿En serio no sospechan nada?
—No, nada.
—Bien, tenemos qué averiguar quién se lo llevó...
—Le pregunté a todo el personal de limpieza. Ninguno supo darme respuesta.
—Por favor, Steve. No se pudo perder así por así...
Escucho pisadas. Están por abrir la puerta. Corro hasta el comedor. Donde se encuentra mamá, leyendo una de esas revistas de moda.
—Madre —la saludo, sujetando su mano y dándole un beso entre los nudillos de los dedos.
—Cariño, ¿Y Karelin?
—Está cansada, ya sabes trabajar por turnos...
—Comprendo.
—¡Aura! —llama a la ama de llaves— Por favor sírvele comida a mi yerna.
Ésta asiente.
—Y le llevas un poco de pastel de chocolate, su favorito.
Bufo.
—¿Qué sucede?
—Nada.
Ahí le llevan el pastel. Siempre hace lo que quiere.
—Buenas tardes.
Esa voz.
Me doy vuelta hasta el umbral.
—¡Sofi! —mi hermana mayor corre hasta mi y me da un gran y fuerte abrazo.
—Es bueno verte, y saber que estás bien.
Sujeta mi mejilla y me observa por un largo rato.
Su piel sigue igual de pálida. Tiene reflejos rubios en las puntas de su cabello y ha adelgazado notablemente.
Seguido, hace acto de presencia Steve, saludando con un movimiento leve de cabeza.
Y afuera, en el vestíbulo se queda observando la escena un hombre. Mayor. Demasiado. Yo lo conozco. ¿Pero de dónde?
—Malcolm, puedes pasar. No comemos gente.
Ordena mamá.
—¡¿Malcolm?!
—Mi esposo, ¿Lo olvidaste? —sujeta mi mano derecha.
Frunzo el ceño.
El papá de Angélica...
—Yo... Debería... Creo que Karelin me necesita.
—¡Ay, ya déjala respirar! —suelta Steve con desdén.
Ya está sentado en la mesa.
—Lo siento.
Es lo único que puedo decir. Y salgo de allí, dejando una clara atmósfera de confusión.
—¿Y fornicaban mucho?
—¡Mariana! —regaña mi tía Luz.
—Lo siento, es que... Ya sabes, jamás he tenido novio.
Pongo los ojos en blanco. Ya vamos de regreso a casa. De hecho, no hubo que hacer mucho para el inventario de la cafetería, desde que mi madrina está trabajando con nosotros, todo se ha mantenido en orden. Yo solamente tuve que firmar los pedidos de insumos. Y ya.
—¿Qué les parece si nos comemos un helado? —ofrece mi tío— Yo invito.
Todas accedemos.
Con éste clima tan raro, calor de día y frío de noche, nada mejor que aclimatarse.
🍦
—¿En serio helado de vainilla y fresa?
Me encojo de hombros.
—Son mis gustos Mariana.
—¿A quien no le gusta el helado de chocolate?
—A Angélica Stanley —¡Jaron!
Me doy vuelta, inconscientemente.
—¿Qué haces aquí?
—Vine con mi abuela —señala una mesa.
Está una señora sentada devorándose un Banana Split.
—¿Tú?
—¿Qué tiene de malo?
—Pues que jamás creí que fueras del tipo de chicos que sale de paseo con su abuela los domingos.
—¡Ah, sí! Soy de esos —guiña el ojo— no deberías guiarte por las apariencias, Stanley.
Rodeo los ojos.
—Hola, ¿Tú eres? —pregunta la tía Luz a Jaron cuando se acerca a nuestra mesa con su helado.
—Jaron —extiende su mano— compañero de clases de Angélica.
—Es un placer, hasta que al fin conozco a uno de tus compañeros.
Mis mejilla se encienden. Siento el calor recorrer mi rostro. Es porque no quiero que nadie vaya a casa. Comenzarán a hacer preguntas idiotas, y tendré que responderlas.
Me aclaro la garganta.
—Puede venir mañana, haremos la cena por mi cumpleaños —ofrece Mariana.
Por supuesto que Jaron le ha gustado.
Bufo.
—Bien, mañana irás a casa. Adiós.
—Pero qué odiosa.
—Solo los días que terminan en S.
🍨
De regreso a casa no hubo novedad. Solo que un gato se atravesó en nuestro camino y casi se nos voltea el auto. ¡Malditos gatos!
—Hogar, dulce hogar.
Digo cuando por fin me encuentro sola en la intimidad de mi casa.
Subo las escaleras hasta mi habitación, pero me detengo el frente de la de mamá.
La puerta está cerrada, hace un par de meses que decidí clausurarla. Porque siempre que pasaba por allí sentía ese escalofrío recorrer mi columna vertebral.
Lo pienso mucho, mucho. Pero lo ejecuto. Tomo mis llaves y abro la puerta. El aroma de mamá y papá choca de inmediato en mis fosas nasales. Las lágrimas se deslizan solas por mis mejillas.
Camino hasta su cama. Sigue igual, deshecha. Hay una leve capa de polvo sobre todas las cosas de la habitación. Y la cortina luce entre abierta y el vidrio sigue sellado.
Me siento en la orilla de la cama. E intento recordar todos los buenos momentos que tuvimos juntos los cuatro aquí, en su habitación.
La habitación de Malcolm, al poco tiempo de morir, mamá decidió cerrarla. Pero ésta sí fue por siempre. Ella una vez que pasó el seguro de la puerta, escondió la llave, tan bien que ni ella misma sabía dónde la había guardado.
Me dejo caer en la cama, intentando no pensar en ese día. Porque no quiero que la depresión regrese. No me gusta sentirme así, sin embargo, así paso la mayor parte de mi vida.
Deprimida.
Cierro los ojos y me dejo llevar, quizás...
Tal vez logre ver a mamá.
🌹
N/A
Sam los ama y Angélica también.
Chicos, les tengo una pregunta. Bueno, varias...
¿Qué creen que buscan Sofi y Steve?
¿Cómo piensan que fue la muerte de la mamá de Angélica?
¿Y cómo es que Sam está recordando todo pero no actúa?
¿No les da curiosidad? Y sí tienen otras preguntas, con gusto las pueden hacer aquí.
Los amo. 🌚💖💖💞
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