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Capítulo 7 Nunca tomes el nombre de Dios en vano

Durante los siguientes días, Isaac consideró todas las posibles maneras de asegurarse de que Benjamín nunca más se metiera con Sarah. Tenía claro que la violencia no era una opción. El padre de Benjamín era respetado por los profesores y la directora debido a su dinero y posición, así que acusarlo probablemente no tendría consecuencias significativas; como mucho, recibiría un leve regaño y la vida continuaría como si nada hubiera pasado. Isaac sabía que tenía que encontrar otra forma de lidiar con el problema.

Benjamín era más grande y fuerte que Isaac, lo que hacía inútil cualquier intento de amenaza. Entonces, en medio de sus cavilaciones, Isaac sintió que el Espíritu Santo le hablaba nuevamente, como solía ocurrir en momentos difíciles. Una idea comenzó a tomar forma en su mente: Benjamín tenía fama de ser un cleptómano, un ladrón compulsivo que robaba todo tipo de cosas a sus compañeros, incluso cuando no le eran de utilidad. Isaac decidió que tal vez podría aprovecharse de esa debilidad.

Con determinación, Isaac recogió todas las cosas de valor que tenía. Solo tenía 11 años, por lo que no era mucho, pero lo más valioso era la mesada que el papá de Sarah le daba algunos meses como agradecimiento por cuidar de su hija. Ese dinero representaba un pequeño tesoro para Isaac, pero estaba dispuesto a sacrificarlo por el bienestar de Sarah.

Al día siguiente, con los nervios a flor de piel, Isaac esperó hasta encontrar a Benjamín en los baños. El sonido de su propia respiración le parecía ensordecedor mientras reunía todo su valor para poner en marcha su plan. Cuando finalmente lo vio, sus manos temblaban ligeramente, pero no podía retroceder ahora.

—Ten —dijo Isaac, extendiendo el dinero hacia Benjamín—. Te daré todo este dinero si nunca más te vuelves a acercar a Sarah.

Las 10 lucas en la mano de Benjamín parecían insignificantes para el niño. En lugar de aceptar el trato, soltó una risa despectiva y empujó a Isaac, haciendo que el chico retrocediera un paso.

—¿En serio crees que necesito tu dinero? —Benjamín se burló, su tono lleno de arrogancia—. Mi padre tiene tanto dinero que podría comprar esta escuela si quisiera.

Isaac sintió que su plan se desmoronaba. El miedo y la desesperación comenzaron a apoderarse de él.

—Por favor, Benjamín —insistió Isaac, su voz temblorosa—. El padre de Sarah me da dinero todos los meses. Te lo daré todo, pero por favor, ya no la molestes.

Benjamín lo miró con malicia, una chispa de crueldad brillando en sus ojos.

—Si estás dispuesto a hacer lo que sea por esa niña tonta —dijo Benjamín, esbozando una sonrisa que lo hacía parecer más un demonio que un niño—, entonces te pediré que hagas algo por mí.

Isaac tragó saliva. Sabía que no tenía vuelta atrás.

—Haré lo que me pidas —respondió, su voz apenas un susurro.

—Antes, debo estar seguro de que lo harás —continuó Benjamín, su tono cada vez más amenazante—. Júralo por Dios y tu alma.

El terror se apoderó de Isaac. Había aprendido que nunca debía jurar por cosas sagradas, especialmente si no estaba seguro de poder cumplir. Pero la imagen de Sarah llorando invadió su mente, y el pánico nubló su juicio.

—Lo juro por Dios y por mi alma —dijo Isaac, su voz quebrada por el miedo.

Benjamín sonrió con satisfacción.

—Está bien. ¿Recuerdas el bonito reloj de Simón? —preguntó con falsa inocencia.

Isaac asintió, sin saber a dónde quería llegar con esa pregunta.

—Quiero que se lo robes —ordenó Benjamín con una frialdad que estremeció a Isaac.

El horror se apoderó de Isaac.

—¡Pero robar es pecado! —exclamó, esperando desesperadamente salir de esa horrible situación.

Benjamín soltó una carcajada.

—Tomar el nombre de Dios en vano también lo es, así que, desde ahora, serás mi compañero de robos. Y pobre de ti si le cuentas a alguien o no me obedeces. A menos que quieras ir directo al infierno —concluyó Benjamín, su voz cargada de burla.

Isaac se quedó sin palabras. La magnitud de lo que acababa de hacer lo golpeó con fuerza. Por proteger a Sarah, se había condenado a sí mismo a convertirse en un pecador.

—Adiós, compañero de robos —se despidió Benjamín con una risa malvada, dándole una patada en la rodilla antes de irse.

Isaac cayó al suelo, completamente destrozado. Ahora estaba atrapado en una situación que él mismo había creado, obligado a cometer pecados para proteger a la persona que más quería en el mundo.

—Isaac, acabas de cometer un gran error —dijo la voz del Espíritu Santo en su cabeza, llenándolo de culpa y arrepentimiento.

—¿Me puedes ayudar? —preguntó Isaac, su voz apenas un hilo de esperanza.

Pero la respuesta no fue la que esperaba.

—Dios tal vez te dé la respuesta, pero primero debes hacer lo que te pido —dijo la voz.

Isaac sintió que el pánico se apoderaba de él nuevamente.

—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó con desesperación.

—Debes lavarte las manos tres veces, luego cerrar la llave y volver a abrirla cuatro veces. Después, entra a uno de los baños y pide perdón a Dios ocho veces. Luego da seis vueltas en círculos y repite todo diez veces.

Sin saber qué más hacer, Isaac obedeció. La culpa y el miedo lo impulsaban a seguir las instrucciones al pie de la letra.

—Después de todo, nunca hay que desobedecer a Dios —se dijo a sí mismo mientras realizaba el ritual.

Pero en el fondo, Isaac sabía que su situación solo se estaba volviendo más desesperada.

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