Capítulo 40 En las buenas y en las malas , los amigos te acompañan
El sol de la tarde entraba suavemente por la ventana de la habitación del hospital, llenando el espacio con una luz cálida y reconfortante. Sarah estaba acostada en la cama, su cuerpo aún recuperándose del agotador ataque de pánico que la había llevado allí. A pesar de su fatiga, el corazón de Sarah se llenó de alivio cuando vio a Isaac, Yael, Camila, Jazmín, y Fe entrar a la habitación, sus rostros cargados de preocupación, pero también de amor.
Isaac fue el primero en llegar a su lado, seguido de cerca por Yael. Ambos se inclinaron para abrazarla con cuidado, y Sarah sintió la calidez de su afecto envolviéndola. A pesar de todo lo que había pasado, en ese momento, se sintió segura.
—Nos tenías preocupados, Sarita —dijo Isaac con una sonrisa suave, su mano acariciando el cabello de Sarah con ternura—. Me alegra verte.
—No estás sola —agregó Yael, apretando su mano—. Estamos todos aquí para ti.
Sarah asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Durante un largo momento, ninguno de los tres dijo nada, dejando que el silencio se llenara con el consuelo de la compañía mutua. Luego, Jazmín y Fe se acercaron al pie de la cama, mirándola con expresiones llenas de comprensión.
—Sabemos que lo que pasó fue horrible —comenzó Fe, su voz suave pero firme—. Pero no estás sola, Sarah. Somos un grupo, y todos hemos pasado por cosas difíciles.
—Lo que Fe dice es cierto —añadió Jazmín, su tono sincero—. Todos hemos vivido algo parecido en algún momento. Ya sea por el autismo, el TOC, el trauma… Hemos aprendido a apoyarnos entre nosotros. Y tú también formas parte de eso.
Sarah sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, no de tristeza, sino de una profunda gratitud. Era un momento conmovedor, y la emoción de sentirse comprendida y querida por todos ellos la abrumó. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras asentía, incapaz de encontrar las palabras para expresar lo que sentía.
—Gracias —logró decir en voz baja—. De verdad, gracias.
Camila, que había estado observando con su habitual reserva, dio un paso adelante y le tomó la otra mano, apretándola con suavidad.
—Siempre estaremos aquí para ti, Sarah —dijo, con su tono bajo pero lleno de sinceridad—. No tienes que enfrentarlo todo sola.
Isaac, observando la emoción en el rostro de Sarah, sintió un dolor agudo en su pecho. Sabía que se había distanciado de ella en los últimos tiempos, y una ola de culpa lo invadió. Se inclinó un poco más cerca, sus ojos fijos en los de Sarah.
—Sarah, siento mucho haberme distanciado de ti —comenzó, su voz quebrada por la sinceridad—. Te fallé cuando más me necesitabas, y me duele saberlo. Pero quiero que sepas que, aunque no tengamos la misma sangre, siempre seremos como hermanos para mí. Siempre estaré a tu lado.
Sarah lo miró con ojos llorosos, pero esta vez, una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Asintió con la cabeza, aceptando sus palabras con todo su corazón.
—Yo también te considero un hermano, Isaac. Y te entiendo… A veces, necesitamos tiempo para nosotros mismos. Pero lo importante es que estás aquí ahora.
Yael, que había estado en silencio mientras observaba la interacción entre Sarah e Isaac, sintió una oleada de emociones que no pudo contener más. Se inclinó hacia Sarah, mirándola a los ojos, su rostro serio pero lleno de un cariño profundo.
—Sarah —dijo suavemente, tomando su mano—. Quiero que sepas algo. Te amo. Se que nos volvimos cercanos hace poco , pero aun así te amo y haré lo que sea necesario para protegerte. Nunca permitiré que algo así te vuelva a pasar.
Sarah sintió que su corazón latía con fuerza, las palabras de Yael envolviéndola con una calidez y seguridad que jamás había sentido. Se dio cuenta en ese momento de lo afortunada que era de tener a personas como ellos en su vida, que entendían su dolor y la apoyaban de manera incondicional.
Las lágrimas continuaron cayendo, pero esta vez, no eran solo de tristeza o miedo. Eran lágrimas de alivio, de amor, y de la certeza de que, sin importar lo que enfrentara en el futuro, siempre tendría a su lado a estos amigos que se habían convertido en su verdadera familia. Y en ese momento, en la tranquila habitación del hospital, Sarah supo que, pase lo que pase, no tendría que enfrentarlo sola.
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