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Capítulo 4 Yael y Camila

Yael caminaba de regreso a la casa de su tía  después de otra salida nocturna sin permiso. Nada le gustaba más a ese "niño problema" que hacer algo sin la autorización de nadie. Aunque era muy consciente de que a su tía  no le importaba si él estaba en casa o no, a ella no le interesaba realmente su sobrino, solo el dinero que su hermana Maggie le daba mensualmente por "cuidar" a Yael.

Eran las 11 de la noche, y Yael ya se había aburrido de su salida nocturna. Estaba listo para volver a la cama. Salía casi todas las noches para reunirse con su grupo de amigos, un grupo que ellos mismos habían bautizado como "Los Hijos de la Calle". Yael se juntaba con un grupo de niños pobres y se ofrecía a pagar todo lo que ellos quisieran: bolsas de papas fritas, chocolates, refrescos y, lamentablemente, cosas que niños no deberían consumir, como alcohol y cigarrillos. A cambio, ese grupo de chicos, que no tenían más de 13 años, aceptaban hacer lo que Yael les pidiera, como entrar a tiendas en el mall que vendían artículos de anime y robar todo lo que Yael quisiera, o robar dinero de las carteras de las abuelitas, a pesar de que a Yael no le faltaba nada.

Mientras el chico  caminaba de regreso a su casa, su prima Camila intentaba dormir, acurrucada entre las sábanas tibias y suaves, en medio de la oscuridad. Pero no podía conciliar el sueño. Siempre que Yael salía, ella no lograba dormir. Yael era su primo y su único amigo, y por eso Camila se quedaba despierta hasta tarde esperando su regreso. Sentía pena por él y siempre rezaba para que no se metiera en problemas, aunque era consciente de lo que Yael hacía en la calle durante la noche.

Todos los espejos de la habitación de Camila estaban ocultos por toallas de baño. Camila nunca quería ver su propio rostro, pues sabía que era fea, o al menos eso era lo que siempre le habían dicho tanto en la escuela como en la calle. Incluso su propia madre nunca la había llamado hermosa o preciosa; solo usaba frases como "mi pequeña" o "mi princesa". Ahora que su madre tenía dinero, Camila se había convertido en una de las estudiantes más ricas de la escuela privada a la que asistían, y gracias a Yael, ya nadie se metía con ella.

Ella lo quería mucho, y por eso le dolía tanto que él sufriera en silencio. Mientras intentaba conciliar el sueño, repasó en su mente la historia de su primo.

En el pasado, su familia no tenía mucho dinero, y todo empeoró cuando su padre se fue. Pero un día ocurrió un milagro, casi como un regalo divino. La hermana de su madre, la tía Maggie, que estaba casada con el dueño de una cadena de hoteles y era muy rica, les pidió un favor. Su marido había muerto años atrás y ahora ella debía encargarse del negocio, pero tenía un hijo que padecía de déficit atencional e hiperactividad. La tía Maggie le pidió a la madre de Camila que lo cuidara, y a cambio le depositaría una gran cantidad de dinero una vez al mes para cubrir los gastos de su hijo.

Su madre aprovechó al máximo esta oportunidad. Compró cosas nuevas para la casa y cambió a ella y a su hermano a una escuela privada llamada La Llama Perpetua, pero dejó para el pobre Yael las sobras de todo. Camila sentía pena por él, y por eso decidió acercarse. Después de todo, eran familia, y se volvieron mejores amigos rápidamente. Yael podía parecer un chico caótico y rebelde al principio, pero ella sabía mejor que nadie que él tenía un lado dulce y tierno; solo que no lo dejaba ver a cualquiera.

Su madre, al principio, no le prestó mucha atención, así que Camila se encargó de escuchar sus problemas y aconsejarle de la mejor forma posible. Finalmente, la tía Maggie se enteró de que su madre no estaba cumpliendo su parte del acuerdo, por lo que, bajo amenazas de perder el dinero mensual, terminó inscribiendo a Yael en la misma escuela de Camila. Y la verdad es que fue increíble ser una de las familias con más dinero en una escuela así. Todos los respetaban y podían hacer lo que quisieran, y si aún así alguien intentaba burlarse de Camila, se las tenía que ver con Yael. Él era como el jefe del lugar.

Desde que su mamá obtuvo dinero, Camila había hecho su mayor esfuerzo por mejorar su apariencia. Se compró maquillaje y todos los cosméticos posibles, se arregló el cabello y se compró toda la ropa linda que pudo. Y sinceramente, sí logró una mejoría. No es que ahora fuera una belleza, pero al menos ya no parecía un monstruo.

Un dolor de estómago interrumpió los pensamientos de Camila; era hambre. Últimamente, había estado siguiendo una dieta que la mantenía continuamente hambrienta. Finalmente, no pudo más y se deslizó fuera de la cama para buscar algo de comer en la cocina, con cuidado de no despertar a su madre o a su hermano.

Al llegar a la cocina, caminando de puntillas, abrió cuidadosamente el refrigerador. Por suerte, encontró un plato de nuggets de pollo y papas fritas, casi frescos y bien fritos. Camila tomó el plato y se preparó para meterlo en el microondas cuando escuchó a alguien abriendo la puerta con delicadeza. Ya sabía quién era.

—No necesitas esforzarte en no hacer ruido, ya sé que estás aquí —dijo Camila en voz alta para que su primo la escuchara.

—Como si a tu madre le importara que esté afuera —respondió Yael con su tono brusco de siempre. Camila se rió un poco, pues sabía que ese tono no significaba que Yael estuviera molesto, sino bromista.

Yael entró en la cocina y sacó del refrigerador ya abierto una botella de Coca-Cola a medio llenar. Camila pudo deducir que su intención era hacerse un ron cola. Sabía que su primo era demasiado pequeño para beber alcohol, pero también sabía que no le haría caso si le decía que se detuviera.

—Yael, debes dejar de salir de noche —dijo Camila mientras calentaba su comida en el microondas.

—¿Ahora me vas a regañar? —preguntó el chico con un tono un poco agresivo, esta vez genuinamente molesto—. ¿Acaso eres mi madre? —exclamó.

—Si yo fuera tu madre, desearías mi muerte —bromeó Camila, lo que le sacó una pequeña risa a Yael.

—Sabes que si te pido que pares no es para molestarte, es porque me preocupo por ti —dijo la chica con un poco más de seriedad.

—¡Sí, claro! —respondió Yael con tono sarcástico, aunque en el fondo, el chico era muy consciente de que Camila realmente se preocupaba por él.

Yael sabía que ella era la única que auténticamente se interesaba por él, y aunque no lo demostrara, lo valoraba. Por eso, nunca permitiría que alguien le hiciera daño a su prima.

Él siempre la protegería. Eso pensó Yael antes de quedarse dormido en su cama, con las cortinas abiertas para que lo único que lo iluminara fuera la luz de la luna.

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