Capítulo 34 , La verdad revelada
Camila y Yael caminaban juntos hacía su casa , sus pasos resonando en la silenciosa noche. Las palabras del pastor Curita de la iglesia y el calor de la comunidad que Camila había encontrado en la iglesia le daban una pizca de esperanza. El Shabbat no había sido demasiado emocionante para Yael pero al menos ahora tenia motivación para cambiar j, una nueva posibilidad de redención para su alma. Algo que ambos necesitaban desesperadamente. Mientras avanzaban por las calles tranquilas, ninguno de los dos esperaba la escena que les aguardaba al llegar a casa.
Desde lejos, Camila pudo distinguir la figura de su madre, Carmen, de pie frente a la casa. Algo en la postura de su madre le hizo sentir un nudo en el estómago. Al acercarse, vio los ojos rojos y húmedos de Carmen y supo que algo estaba terriblemente mal.
—Camila, mi niña —sollozó Carmen, corriendo hacia ella y abrazándola con una fuerza desesperada—. Mi niña...
—Mamá, ¿qué pasa? —preguntó Camila, tratando de no dejarse llevar por el pánico.
—La psicopedagoga de Yael… los vio a ti y a tu primo saliendo del hostal con hombres… —Carmen hizo una pausa, mientras su voz se quebraba—. ¿Qué estabas haciendo allí?
Las palabras de su madre cayeron como un martillo sobre Camila. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas antes de que pudiera contenerlas.
—Mamá, lo siento tanto… —balbuceó—. Yael y yo… no teníamos idea de lo que estábamos haciendo. Comenzamos a ganar dinero fácil, y ahora no sé cómo salir de esto…
La confesión fue como arrancar una espina clavada en el corazón. Carmen la abrazó más fuerte, sus sollozos mezclándose con los de su hija. La desesperación y la culpa que habían llevado durante tanto tiempo finalmente salieron a la superficie.
Mientras tanto, Yael observaba la escena con el corazón en la garganta, sin esperar ver a su madre, Maggie, saliendo de la casa después de tantos años. La distancia entre ellos siempre había sido insalvable, pero ahora estaba aquí, mirándolo con una mezcla de furia y dolor en sus ojos.
—¡Yael! —gritó Maggie, su voz temblando con una emoción reprimida—. ¿Cómo pudiste hacer eso?
Antes de que Yael pudiera responder, sintió el golpe de la mano de su madre en su mejilla. La cachetada resonó en la noche, y el dolor físico fue eclipsado rápidamente por la oleada de emociones que siguieron. Pero antes de que pudiera procesar lo que había pasado, su madre lo abrazó con fuerza, sus lágrimas empapando su camisa.
—Mamá, ¿por qué estás aquí? —preguntó Yael, con la voz rota—. Nunca te has preocupado por mí. ¿Por qué ahora?
Maggie lo miró, sus ojos llenos de lágrimas y de una tristeza profunda que él nunca había visto antes.
—Sí me preocupo por ti, Yael. Siempre me he preocupado. Eres mi hijo —dijo, con voz temblorosa—. Solo quería estar lejos de ti porque me recordabas a tu padre, mi esposo... el hombre que perdimos.
La revelación golpeó a Yael con la fuerza de un huracán. Nunca había entendido el porqué de la distancia de su madre, y ahora todo comenzaba a tener sentido. Se abrazaron con más fuerza, ambos llorando por los años perdidos y las heridas no sanadas.
Después de un rato, todos entraron en la casa de Camila. Se sentaron en la sala, el ambiente lleno de una mezcla de alivio, tristeza y una tenue esperanza. Camila y Yael, aún con los ojos enrojecidos, comenzaron a contar toda la verdad. Hablaron de Pedro, de cómo los había explotado, de la desesperación que los había llevado a seguir ese camino oscuro.
Mientras tomaban café, las madres escucharon atentamente, sus corazones rompiéndose al escuchar el sufrimiento de sus hijos. Al final, llegaron a una conclusión clara.
—Tenemos que denunciar a Pedro —dijo Carmen con una firmeza que sorprendió a todos—. No podemos permitir que siga lastimando a otros.
—Estoy de acuerdo —añadió Maggie, su voz llena de determinación—. No más silencio. Ya es hora de que enfrente las consecuencias de lo que han hecho.
Las palabras resonaron en el pequeño salón como un juramento solemne. Esa noche, entre lágrimas y confesiones, se forjó una resolución compartida. No solo buscarían justicia para Camila y Yael, sino que también lucharían para proteger a otros de caer en las garras de Pedro. La fe y el amor de una familia rota, pero determinada, se convirtieron en la luz que guiaría su camino hacia la redención y la justicia.
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