En los confines del baño del colegio, Yael se encerró en un cubículo, dejando que el frío de las baldosas lo envolviera mientras se sentaba en el suelo. Las lágrimas caían lentamente, mezclándose con el sudor en su rostro. Yael se sentía en decadencia, un despojo de lo que alguna vez fue. El eco de sus sollozos rebotaba en las paredes, amplificando su miseria. "¿Quién soy?" repetía en un susurro, como si con cada repetición pudiera aliviar el dolor que sentía.

Ya no era el rey de la escuela, ya no era el rey de ningún lugar. Ahora, solo era un prostituto. Esa noche se había vendido a un completo extraño y, peor aún, arrastró a su prima en la misma dirección. Toda su vida le había puesto precio a todo, pero ahora sabía cómo se sentía ser visto como algo que se puede comprar.

Perdió la noción del tiempo , hasta que finalmente sonó el timbre, no tenía razones para salir pero aun así lo hizo .
Caminó por los vacíos pasillos de la escuela, reflexionando sobre sus pensamientos. Sabía que había hecho mal, que tenía razón, pero admitirlo era aceptar que algo estaba roto dentro de él.

Cuando finalmente dejó de caminar, se dio cuenta de que había recorrido toda la escuela sin darse cuenta. Se sentía agotado, pero no podía permitirse el lujo de detenerse. Los pasillos del instituto ahora estaban llenos de estudiantes, y entre ellos, Yael vio a Cristal. Era la santita del cuarto medio ,  o al menos así la llamaba él antes. Siempre tan llena de vida y profundamente religiosa, Cristal se acercó a él con una sonrisa cálida, una sensación que lo irritaba.

—Hola, Yael —dijo Cristal, su voz irradiaba una serenidad contagiosa—. ¿Cómo estás?

—He estado mejor —respondió Yael, intentando forzar una sonrisa.

Ya no tenía sentido que alguien como él se riera de los demás.

Cristal inclinó la cabeza, estudiándolo con ojos comprensivos.

—He estado pensando en ti. Quería invitarte a las reuniones religiosas en mi casa. Son momentos de reflexión y paz. Creo que te haría bien.

Yael la miró, sorprendido por su invitación. No sabía si estaba listo para enfrentar más conversaciones sobre Dios, especialmente considerando su resentimiento hacia Él por lo que su madre le había hecho. Abandonado con su tía y sus primos, había aprendido a odiar a Dios por permitir que todo eso sucediera. Pero algo en la mirada de Cristal lo hizo querer intentarlo.

—Lo pensaré —dijo finalmente.

Esa noche, Yael se encontró investigando en la Biblia el origen de su nombre. Descubrió que Yael era una heroína en el Libro de los Jueces, una mujer valiente que tomó el destino en sus propias manos para salvar a su pueblo. Al leer sobre ella, sintió una chispa de esperanza. Tal vez su nombre no era solo un recordatorio de su madre, sino también un símbolo de fuerza y resiliencia.

Se dio cuenta de que no todo se puede pagar con dinero, y que ya había perdido su dignidad en la decadencia. Pero, tal vez, aún había una oportunidad para encontrar la fe y la paz en lugares inesperados. Cerró la Biblia con una nueva resolución. No sabía si podía perdonar a Dios, pero estaba dispuesto a intentarlo.