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Capítulo 3 Amistades verdaderas

*Dos años después**

Caminar hasta la casa de Jazmín era uno de los momentos más anhelados por Sarah. A pesar del paso del tiempo, ellas seguían siendo inseparables, y como siempre, Isaac la acompañaba. Normalmente lo hacía porque el Señor Carrasco nunca hubiera permitido que su pequeña caminara sola por la calle, y mucho menos tan tarde. A pesar de que Sarah ya tenía 10 años, su padre era muy sobreprotector, al igual que Isaac. Ambos "sabían" que Sarah necesitaba ayuda para desenvolverse en ciertas situaciones. Sin embargo, a Isaac no le agradaba mucho ir a la casa de Jazmín últimamente, ya que su relación con ella se había vuelto más tensa y competitiva respecto a su desempeño académico. Esa tarde, sin embargo, estaban yendo a su casa por un trabajo escolar: la construcción de una maqueta.

Era un proyecto en grupo, y por supuesto, Sarah había elegido hacerlo con sus dos personas favoritas en el mundo. La maqueta sería de la Edad Media, lo que entusiasmó a Sarah, quien propuso inmediatamente hacerla de un castillo, como en una de esas películas de princesas que tanto le gustaban. Sin embargo, la maestra de Historia había sido muy clara: la maqueta no debía tener ni color rosa, ni brillos, ni unicornios.

Mientras caminaban, Isaac se preparaba mentalmente para la pelea que seguramente se avecinaba con Jazmín, una pelea sobre quién sabía más datos de memoria o quién podía hacer mejor la presentación de la maqueta. Por otro lado, Sarah estaba emocionada, no solo por pasar la tarde con su mejor amiga, sino también por la oportunidad de disfrutar de todas esas fragancias celestiales que solo se podían percibir en la casa de una familia con raíces italianas. Sarah siempre veía a los demás por lo que realmente eran, no por lo que pretendían ser. Por eso, no veía a Jazmín como una calculadora sin corazón, sino como una chica solitaria que valoraba a sus amigos. Tampoco veía a Isaac como su protector o su guardaespaldas, sino como su casi hermano.

Cuando Jazmín les abrió la puerta, una oleada de aromas a salsas de tomate inundó a los dos jóvenes, despertando en ellos no solo sus apetitos, sino todos sus sentidos. Ese día estaban preparando pasta casera, y la tía María estaba en la cocina, condimentando una gran olla de salsa de tomate al estragón. Al pasar junto a la cocina, Sarah e Isaac fueron testigos de varios platos y bandejas cubiertas de fideos kilométricos, que parecían lanas de diferentes colores. Sarah no pudo evitar salivar al ver el despliegue culinario ante sus ojos.

Antes de subir a la habitación de Jazmín, la chica decidió abrir el refrigerador y sacar de un frasco de vidrio un pedazo de mozzarella de búfala, que dividió en tres partes para ofrecérselas a sus invitados. Los tres jóvenes subieron la escalera saboreando ese queso celestial que solo se encontraba en la casa de Jazmín.

La tarde pasó volando, y cuando Isaac y Jazmín terminaron de debatir sobre quién fue el último rey de España en la Edad Media, y Sarah ya se estaba preparando para volver a casa junto a Isaac, la tía María los llamó a cenar, con la promesa de llevar a los dos casi hermanos a sus casas después, para evitar que caminaran solos de noche.

La cara de Sarah se iluminó al escuchar la invitación, y cuando bajaron al comedor, ya estaba prácticamente brincando de emoción. Era demasiado bueno para ser real. Al llegar al comedor, se encontraron con Fe, quien estaba ayudando a la tía María a poner la mesa. Fe había pasado un año entero en su tierra natal, España, pero había decidido nuevamente tomar el programa de intercambio del colegio para regresar a Chile. Esta vez, fue la familia de Jazmín la que la acogió. Isaac se preguntaba por qué había decidido volver. Fe era tan inexpresiva y poco conversadora que resultaba imposible preguntarle. Aunque Jazmín siempre decía que su madre la adoraba porque siempre limpiaba todo hasta dejarlo impecable, era obvio que Fe estaba obsesionada con la limpieza y por eso siempre llevaba guantes a todos lados.

En la mesa había diversos platos de pasta con una gran variedad de salsas cubriéndolas: tomate al estragón, boloñesa con carne picada, otra de tomate con mariscos, una de salsa blanca con trozos de jamón, y la última de verde pesto.

Sin duda, un banquete. Sarah devoró cada plato que le servían como si fuera su última cena, paladeando y saboreando las pastas de espinaca, huevo, y pimentón. Mientras Sarah masticaba, Isaac y Jazmín se dedicaban a hablar de la tarea con los padres de familia. Fe, por su parte, estaba callada, comiendo con lentitud y muy moderadamente. Cada vez que Isaac y Jazmín hablaban de la tarea, parecía una verdadera batalla de un coliseo romano, donde ambos eran gladiadores de los estudios.

Antes de subir al auto, la tía María le regaló amablemente a Sarah una pequeña porción de brownie envuelta en una servilleta, algo que ella atesoró con todo su corazón.

Camino a casa, Isaac, que estaba sentado en el asiento trasero del auto junto a Sarah, que ya estaba algo soñolienta, volvió a escuchar la voz del Espíritu Santo. Durante esos dos años que habían pasado desde que esa voz empezó a hablarle, Isaac nunca había desobedecido ni una sola orden. Aunque a veces sus peticiones parecían sin sentido, Isaac siempre obedecía.

—Isaac, reza el Padre Nuestro tres veces, luego persígnate cinco veces, luego pellízcate la mejilla izquierda seis veces y finalmente apriétate la nariz siete veces, repite todo tres veces —le ordenó la voz.

—De acuerdo —murmuró Isaac, aprovechando que estaba oscuro y que nadie le prestaba atención para hacer el ritual que el Espíritu Santo le había pedido.

Pero cuando estaba a la mitad de su tarea, vio a una cara familiar caminando por la calle, que pudo observar a través de la ventana del auto. Era Yael, el chico rebelde de la escuela. En esos dos años, no había cambiado en nada, seguía siendo un niño problema. Isaac siempre le había dicho a Sarah que no se acercara a él, ya que ese chico iba a las mismas clases que daba la psicopedagoga de la escuela a los niños con dificultades de aprendizaje. Los rumores decían que padecía de déficit atencional o hiperactividad.

Isaac se preguntó qué hacía ese chico en la calle de noche. Conociéndolo, no debía tratarse de nada bueno, pensó Isaac, hasta que la figura de Yael se perdió entre las sombras nocturnas, antes de que finalmente los dos casi hermanos llegaran a su casa.

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