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Capítulo 25 , Reencuentro bajo la lluvia

El viento soplaba con fuerza esa noche, llevando consigo una fina lluvia que hacía que las calles brillaran bajo la luz de los faroles. Isaac caminaba rápidamente hacia el trabajo de su madre, una rutina que había establecido desde que ella comenzó a trabajar en un restaurante en el centro de la ciudad. Había dejado de ser la niñera de Sarah, lo que en algún momento parecía un trabajo estable, para buscar algo diferente. Pero este nuevo empleo venía con sus propios riesgos, especialmente porque para llegar al restaurante, había que atravesar una zona conocida por su mala reputación. Isaac había intentado en varias ocasiones convencer a su madre de que cambiara de trabajo, pero ella siempre se negaba. Por eso, él insistía en ir a buscarla todas las noches.

La lluvia se intensificó, y Isaac, sin paraguas, apuró el paso, intentando evitar que su ropa se empapara por completo. A lo lejos, divisó las luces intermitentes de un bar y el letrero luminoso de un club para caballeros. Era el tipo de lugar que evitaba, cruzando al otro lado de la calle si era necesario. Pero esa noche, algo diferente sucedió.

Caminando por la acera contraria, vio una figura familiar. Era Yael, con la cabeza baja y sin protección contra la lluvia. La sorpresa se mezcló con preocupación al notar que hacía meses que Yael y su prima Camila no aparecían en el colegio. Isaac dudó un momento, pero la curiosidad lo empujó a cruzar la calle.

Yael estaba mojado de pies a cabeza, su cabello oscuro que ya tenia el tinte azul desgastado se  pegado a la frente, y su mirada perdida en el suelo. Pero lo que más llamó la atención de Isaac fue que Yael estaba llorando. Las lágrimas se confundían con la lluvia, pero la expresión de dolor era inconfundible. Cuando Isaac se acercó, Yael levantó la mirada, sorprendido al verlo.

—¿Yael? —preguntó Isaac, tratando de ocultar su preocupación tras un tono casual.

Al notarlo, Yael inmediatamente adoptó su habitual personalidad bromista. Con una sonrisa forzada, respondió:

—¡Mira quién está aquí! Isaac, el salvador de los mojados —dijo, intentando sonar alegre, aunque su voz temblaba ligeramente.

Isaac no se dejó engañar. Sabía que algo andaba mal. Las bromas de Yael siempre habían sido un escudo, una forma de mantener a los demás alejados de sus verdaderos sentimientos. Y esta vez, era evidente que estaba ocultando algo mucho más profundo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Isaac, sin quitarle la vista de encima.

—Solo paseando, ya sabes, disfrutando de esta lluvia romántica —respondió Yael, intentando mantener la farsa.

Isaac miró a su alrededor. El barrio no era un lugar para paseos, y mucho menos para alguien como Yael, que claramente estaba en apuros. Decidió no presionarlo por ahora.

—¿Tienes hambre? —ofreció Isaac, señalando un pequeño restaurante cercano que aún tenía las luces encendidas. —Podemos entrar y secarnos un poco.

Yael lo miró, sorprendido por la oferta, pero asintió sin decir una palabra. Los dos caminaron en silencio hasta el restaurante. Una vez dentro, el calor los envolvió y un aroma a hamburguesas recién hechas llenó el aire. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, mientras una camarera amable les entregaba los menús.

Isaac pidió dos hamburguesas con queso y una porción de papas fritas, y mientras esperaban, miró a Yael más de cerca. Fue entonces cuando notó los moretones en su rostro, justo por debajo del ojo izquierdo y en la mejilla. No dijo nada al respecto, pero la preocupación se hizo más intensa.

—¿Cómo has estado? —preguntó Isaac, tratando de romper el hielo.

—Ah, ya sabes, sobreviviendo. Mi prima y yo decidimos tomarnos unas vacaciones prolongadas del colegio —respondió Yael con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Lo noté —dijo Isaac con suavidad. —El lugar no es lo mismo sin ustedes.

Yael se encogió de hombros, y por un momento, pareció que iba a decir algo más, pero se contuvo. La comida llegó, y por un rato, ambos se concentraron en comer. El sonido de la lluvia golpeando las ventanas creaba un ambiente extraño, casi acogedor, pero la tensión entre ellos no desaparecía.

—Sabes, siempre me han gustado las hamburguesas —dijo Yael de repente, rompiendo el silencio. —Deberíamos hacer esto más seguido.

Isaac sonrió levemente, apreciando el intento de normalidad.

—Podemos hacerlo, cuando quieras.

Sin embargo, sabía que Yael estaba ocultando algo, y aunque quería preguntar, no quería presionarlo. Tal vez, pensó, Yael hablaría cuando estuviera listo. Lo único que podía hacer ahora era estar allí para él, aunque fuera en silencio.

Terminaron de comer, y el tiempo pasó rápidamente. Ya era hora de que Isaac fuera a recoger a su madre. Yael insistió en que estaba bien y que encontraría su camino a casa. Isaac le creyó, pero no pudo evitar sentirse inquieto mientras se despedían en la puerta del restaurante.

—Nos vemos, Isaac —dijo Yael con un ademán despreocupado, mientras se adentraba nuevamente en la lluvia.

Isaac lo vio alejarse, deseando poder hacer más por él, pero sabiendo que a veces, la mejor ayuda era simplemente estar disponible. Con esa reflexión, se dirigió hacia el restaurante donde trabajaba su madre, sintiéndose más preocupado que nunca, no solo por Yael, sino también por el peso de los secretos y las luchas que cada uno de ellos estaba enfrentando por separado.

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