Capítulo 17 Mis demonios
Isaac solía encontrar consuelo en la rutina. Las cosas eran más fáciles cuando todo seguía un patrón, cuando la vida era predecible. Pero últimamente, ese orden se había desmoronado. Sarah, su amiga más cercana, ya no era la misma. Antes, ambos compartían un profundo interés por la religión, una devoción que los había unido en su pequeño círculo de amigos. Ahora, sin embargo, Sarah estaba absorta en sus nuevas clases de religión en casa de Cristal, una amiga que había conocido recientemente. Cristal la había introducido a una versión de la fe que Isaac no comprendía, y eso lo preocupaba.
Isaac notaba cómo Sarah se alejaba de todo lo que habían compartido. Ya no asistía a la iglesia los domingos, y cuando hablaban, sus conversaciones eran sobre las raíces hebreas, el Shabbat, y conceptos que para Isaac eran ajenos. En lugar de la certeza que solían compartir sobre lo que era correcto e incorrecto, Sarah hablaba con una convicción que le resultaba extraña. Parecía más segura de sí misma, pero esa seguridad solo aumentaba la distancia entre ellos.
Jazmín, su otra amiga, también se había distanciado un poco. Aunque seguían viéndose, Isaac sentía que ya no estaban tan unidos como antes, nisiquiera seguian intentando competir como lo hacian antes .Los tres solían pasar horas juntos, hablando sobre la astronomía, películas u otros temas , sus creencias y cómo aplicarlas en sus vidas. Ahora, parecía que esos momentos se estaban desvaneciendo. Pronto tendrían que reunirse de nuevo para asistir a la catequesis, un compromiso que habían asumido juntos, pero Isaac sabía que ya no sería lo mismo.
Sarah no quería ir, y sus padres tenían que forzarla a cumplir con sus obligaciones. Isaac, por otro lado, estaba decidido a asegurarse de que Sarah asistiera. No entendía por qué ella había cambiado tanto, pero sentía que debía hacer todo lo posible para mantenerla en el camino correcto, en el camino que él creía que debían seguir.
Mientras Isaac caminaba hacia la catequesis, sentía una creciente inquietud en su interior. Algo no estaba bien. Había una voz en su cabeza, una voz que él había atribuido durante mucho tiempo al Espíritu Santo. Esa voz lo había guiado en momentos difíciles, había sido su ancla cuando sentía que el mundo se volvía caótico. Pero ahora, esa voz no le traía consuelo, sino terror.
Con el tiempo, Isaac se dio cuenta de que la voz en su cabeza no era el Espíritu Santo. Claro que no lo era, sin duda era un demonio. Todos los días lo molestaba a cada hora con ideas y pensamientos espantosos: cosas como escenarios sangrientos, mutilaciones, y pensamientos de hacerle daño a las personas que amaba, sobre todo a Sarah. Todo era espantoso. Solo decir algunas oraciones después de cada pensamiento horrible lo podía calmar.
Para ese punto, habían dejado de dar clases de religión obligatorias en el colegio, ahora todo era opcional. Sarah no iba, pues ella ahora decía que ellos "no hablaban de la versión verdadera de Dios". Isaac no la entendía e incluso llegó a pensar que podían llegar a distanciarse. Él tomó la clase de religión; en cierto modo, escuchar al profesor Juan hablando de las enseñanzas de la Biblia lograba calmarlo de sus pensamientos oscuros. Hace tiempo que había dejado de considerar el mundo algo tan simple como día y noche.
Pero estaba seguro de algo: ¡él no era una buena persona!
Un día, mientras el profesor les hablaba de las enseñanzas de Pedro, Isaac no podía quitarse la idea de la cabeza de apuñalar el ojo derecho de su compañero de al lado con un bolígrafo.
Así que terminó escapando al baño. Ya ni siquiera recordaba si había pedido permiso. Al llegar, se encerró y abrió el grifo para sumergir sus manos en el agua, para luego mojarse la cara.
Entonces se dio cuenta de que no estaba solo. De uno de los cubículos venía un olor extraño, no el olor desagradable del baño, sino un olor a humo.
De pronto, de ese baño salió un chico de unos quince años. Era muy alto y tenía el cabello de color café claro, muy despeinado, y unos bonitos ojos azules. Pero lo que más llamó la atención de Isaac fue el cigarrillo en la mano del chico, uno que lanzaba humo y estaba casi totalmente consumido.
Eso lo asombró tanto que no pudo dejar de mirar al chico; no podía creer que en un colegio como ese alguien se hubiera atrevido a traer un cigarrillo.
—¿Qué pasa? —preguntó el chico. Isaac no se había dado cuenta de que lo había estado observando.
—N... nada —contestó nervioso, intentando irse, pero el chico lo sujetó del brazo. Isaac temió que lo golpeara o intentara robarle, a pesar de no llevar dinero.
Pero el muchacho solo le preguntó:
—¿Quieres probar un poco?
Isaac se asustó al oír eso; el chico se refería al cigarrillo.
Quería negarse de inmediato, pero ese chico lo intimidaba. Era atractivo, pero tenía un aura amenazante. No sabía qué hacer.
El muchacho no esperó su respuesta y sacó de una pequeña caja un cigarrillo nuevo, que puso en la mano de Isaac. Él no quería hacerlo, pero se sentía atrapado. Entonces el chico sacó un encendedor, e Isaac pensó que solo le haría caso y luego volvería a su clase de religión.
El fuego se acercó al cigarrillo, lo que no sabía era que ese sería su primer acto de rebeldía, el primero de muchos que vendrían después.
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