Capítulo 12 , Te prometo que siempre te cuidaré, Sarah
Después de la conversación con Yael, Isaac sintió como si hubiera pasado 10 años enteros atrapado en sus propios pensamientos. Las palabras de Yael le hicieron reflexionar profundamente, dándose cuenta del sufrimiento que había acumulado durante todo ese tiempo, robando, mintiendo y luchando con su fe. Decidió que hablar con su mamá y su abuela sobre lo que había pasado le ayudaría a sentirse mejor, aunque sabía que no sería fácil. El acto de abrirse y compartir sus experiencias le daría una sensación de liberación.
De repente, Isaac recordó a Sarah. La había dejado sola durante todo el recreo de la tarde, y la urgencia de acompañarla para "algo" importante lo golpeó con fuerza. Desesperado, comenzó a correr hacia su aula, con la intención de pedirle ayuda a la profesora para encontrar a Sarah. Sin embargo, al llegar, se encontró con un círculo de compañeros riéndose alrededor de algo en el suelo.
—¿Qué pasa? —gritó Isaac, temiendo lo peor. Se abrió paso entre la multitud hasta llegar al centro del círculo, y el horror que vio confirmó sus peores temores.
Sarah yacía en el suelo en posición fetal, llorando en silencio y murmurando palabras sin sentido. Era evidente que estaba sufriendo un ataque de ansiedad, algo que había experimentado antes y que era terriblemente angustiante.
—¡No! —exclamó Isaac, su voz llena de pánico. Se acercó rápidamente y, con determinación, la tomó en sus brazos, usando toda su fuerza para levantarla como a un bebé. Sarah lloraba y temblaba en silencio, sin poder calmarse.
Isaac la llevó al baño de chicas, que por suerte estaba vacío. Encendió el grifo y tomó un poco de agua en la mano para dársela en la boca. El simple gesto de ofrecerle agua parecía ayudarla a calmarse un poco, permitiéndole ponerse de pie nuevamente.
—¿Qué te hicieron, Sarah? —preguntó Isaac con preocupación, pero Sarah no respondió, parecía aterrada.
Decidió ir a la oficina de la directora para explicar la situación. La directora fue comprensiva y nos permitió irnos a casa. Isaac tomó la mano de Sarah y caminó con ella hasta su casa, sin siquiera pasar por el salón a recoger sus cosas.
Odiaba admitirlo pero deseaba que Jazmín estuviera allí, ella había estado enferma lo que la había hecho faltar a la escuela durante casi toda la semana , Sarah sin duda la necesitaba.
Al llegar a la casa, Isaac se dio cuenta de que no había nadie. Los padres de Sarah estaban trabajando y la madre de Isaac había salido con sus amigas por su día libre.
—Sarah, dime qué te hicieron —insistió Isaac al abrir la puerta, pero Sarah salió corriendo escaleras arriba, encerrándose en su habitación.
—¡Sarah, ven por favor! —gritó Isaac desde el otro lado de la puerta, pero ella no respondía. Solo podía escuchar sus llantos desesperados amortiguados por la almohada.
Isaac sabía que cuando Sarah se sentía mal, la única cosa que la hacía sentir mejor era una rebanada del pastel de chocolate de su mamá y un vaso de leche tibia. Decidió que debía hacer el pastel él mismo. Aunque nunca había cocinado uno, siguió cuidadosamente la receta del libro de su madre. Preparó la masa, la horneó y sirvió el pastel con un vaso de leche. Tras aproximadamente dos horas de trabajo, el olor del bizcocho finalmente atrajo a Sarah, quien salió de su habitación, ya calmada.
Se sentó a la mesa y, con la oportunidad de hablarle nuevamente, Isaac le preguntó:
—¿Qué pasó, Sarah?
—Fue Sofía —dijo Sarah entre sollozos. Sofía era una niña popular en su clase, conocida por su belleza y atracción.
—¿Ella te molestó? —preguntó Isaac.
Sarah negó con la cabeza.
—Sarah le dijo a Sofía que le gustaba.
Isaac se sorprendió. Recordó la tarjeta en forma de corazón que Sarah había hecho la noche anterior, decorada con brillantina arcoíris. No podía creer que eso hubiera desencadenado todo lo que había pasado.
Sin saber qué más decir, Isaac simplemente la abrazó mientras ella seguía llorando. Se dio cuenta de que, al concentrarse en sus propios problemas, había olvidado cuidar de Sarah.
—Te prometo que siempre te cuidaré, Sarah —dijo Isaac mientras la consolaba—. Lo juro por Dios y por mi alma. No romperé este juramento.
Pasaron la tarde jugando con muñecas de papel en la habitación de Sarah, algo que siempre la hacía feliz. Cuando llegaron los padres de Sarah, les pidieron a los dos que bajáran para tener una conversación seria.
El padre de Sarah parecía enojado y su madre estaba visiblemente desconcertada. Sarah, nerviosa, no soltaba la mano de Isaac y temblaba visiblemente.
—¿Le dijiste a una niña que te gusta? —preguntó el señor Carrasco con seriedad.
Isaac decidió que era momento de poner en práctica su juramento.
—No, señor Carrasco. Todo fue un malentendido —dijo Isaac con firmeza—. Me gusta mucho Sofía, pero fui demasiado tímido para decírselo directamente, así que pedí a Sarah que le entregara la tarjeta que hice para ella. Sofía lo interpretó mal y pensó que la confesión era de Sarah.
Al escuchar esto, tanto el señor Carrasco como su esposa parecieron relajarse un poco.
El señor Carrasco soltó una risita nerviosa, visiblemente avergonzado.
—Ya entiendo —dijo, tratando de aliviar la tensión—. Lamento haberte asustado, Sarah —dijo antes de abrazar a su hija, seguido por la señora Carrasco.
—Todo está bien, pero Isaac, por favor, no vuelvas a usar a Sarah para enviar tus mensajes. No queremos que esto se repita —dijo el señor Carrasco antes de regresar a su habitación con su esposa.
Una vez que estuvieron solos, Sarah abrazó a Isaac con fuerza.
—Gracias, Isaac —susurró al oído.
Isaac la rodeó con sus brazos, sintiéndose aliviado de que ella supiera que siempre podría contar con él. La tarde pasó con ambos encontrando consuelo en la compañía del otro, mientras la promesa de Isaac de protegerla seguía intacta.
En la casa de la familia Carrasco, Jazmín, que ya se habia mejorado de su enfermedad, se enteró de la situación y se ofreció a ayudar. Ella llegó con una sonrisa tranquilizadora y una actitud calmada. Se unió a Isaac y a Sarah, brindando apoyo adicional y asegurándose de que Sarah se sintiera aún más respaldada. Jazmín, con su presencia que se esforzaba por ser amigable y empática, contribuyó a aliviar el estrés y a fortalecer la sensación de seguridad en el hogar.
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