Corre Ana, corre
Es increíble lo rápido que pasa el tiempo. Pensar que hace apenas unas semanas tenía qué hacer la maqueta para la feria de ciencias junto con Alex "el patán" (que para ser honesta no era el tipejo que creía). Ahora, a las vísperas de la Covención Nacional, estoy a punto de reunirme con Alex, mi amigo. Así, sin comillas.
Sé que nuestra súbita amistad ha sacado de onda a media escuela, y hay personas a las que les disgusta, pero sinceramente no tengo intenciones de volver las cosas a como eran antes. Incluso en el caso probable de que Clara me perdone cuando se reintegre a las clases. Para ser honesta veo ese acto de perdón muy lejano. Y no por desinterés de su parte.
Anoche recibí un mensaje bastante escueto donde me decía que teníamos qué hablar, pero yo no le he contestado ¿qué voy a decirle? ¿que pasé a la tercera ronda de un juego clandestino? ¡La cara que pondría si supiera que estuve colgada de una reja! Por eso he decidido mantener el silencio hasta que salga de esta, y quizá entonces mi amistad con Alex le parezca el menor de los males.
Quisiera que las cosas hubieran sucedido de otro modo, porque extraño los días de pijamadas eternas y los chismorreos entre clases, así como las largas conversaciones a la hora del receso. Además, con la crisis laboral y de autoestima de mi papá, las cosas en casa han llegado al nivel melodramático de cualquier telenovela vespertina.
―Se te va a pegar ese muñeco en el dedo―advirtió Alex jalando de mi mano y en un movimiento rápido, un hombrecito de plástico con la base llena de pegamento.
―No sé en qué estaba pensando―respondí.
Alex va a la cocina y trae un paño húmedo.
―Trae acá―dice con un ademán y sentándose frente a mí, luego me retira el pegamento con cuidado de no tocarme.
Considerando los estallidos repentinos de ira de mi padre, decidí que la mejor opción era hacer el trabajo en casa de Alex. Si mi papá sigue exaltándose por cosas como sacar una cuchara en lugar de un tenedor del cajón voy a llevarlo a rastras a terapia, aunque sea a la sicóloga de la escuela.
―Gracias―murmuro todavía perdida en mis pensamientos―.No te hubieras molestado.
Él vuelve a acercar su silla a su sitio, mirándome de forma tentativa.
―Si te sigues distrayendo, a la otra te vas a caer dentro del cráter.
Es muy posible, nuestra maqueta cabe toda en la mesa y el volcán es gigantesco.
―Pues si sigues siendo tan cortés como hasta ahora, no tengo qué preocuparme porque tú me sacarías.
―¿Te molesta que sea amable?―dice con el ceño fruncido
―No, pero siento que estás más amable que antes. Es una simple observación.
―¿Entonces no te molesta?
―Si seguimos con esto vamos a entrar en un bucle interminable, está bien que seas amable.
Él todavía me observa con una expresión de recelo.
―Pero si yo fuera Daniel y te tratará así, no harías ese tipo de observaciones.
―Pues no―digo encogiéndome de hombros―.Pero eso es porque Daniel es gentil por naturaleza. No estoy insinuando que tú seas un neandertal...
―¡Todo lo contrario!
―Si me interrumpes vas a entender todo mal, lo que quiero decir es que he tenido que irme haciendo a la idea de que eres mucho más sensible de lo que creía. Por lo general lo asimilo, pero a veces me sorprende, no en una mala manera.
Alex aprieta los labios, y se pone a pegar los muñequitos alrededor del cráter.
―Sería menos incómodo si dejaras de señalar cada vez que doy una muestra de "sensibilidad"―dice con desprecio.
―Hecho.
Tengo la seguridad de que la molestia de Alex va por otro lado, aunque no pueda precisar por dónde. Prefiero dar el tema por terminado para, válgame la expresión, no herir sensibilidades, sin embargo sigo pensando que su comportamiento hacia mí no es igual. En especial desde el no-paseo al supermercado. Miradas extrañas durante la clase de español, sonrisas a medias durante matemáticas, preguntas constantes sobre cómo van las cosas en mi familia. Pero luego de todos estas manifestaciones, cambia de gesto o se hace el tonto. En fin, que parece tan sorprendido como yo. Otro que va para terapia si sigue así.
―¿Ya pensaste en algún lugar económico para rentar un traje?―le pregunto tanteando las aguas.
Si no gano el juego, tengo que considerar otras opciones.
―Lo más seguro es que no necesite rentarlo, tengo ese asunto cubierto.
¡Y yo matándome por nada!
―Qué bien, ¿se puede saber cómo conseguiste el dinero?
―No lo consigo todavía, mira, lo del traje no es problema. Pásame más pintura para la lava.
Le acerco el recipiente, preguntándome si será verdad.
―¿Y qué dirías si...no sé, yo pudiera prestarte?
―Diría que no.
―¿Por qué? Si dices que eso hiere tu orgullo de macho te asesino.
―Ahora déjame terminar a mí, ¿cómo voy a aceptar que me prestes si tu papá no tiene trabajo? Necesitan más ese dinero en tu casa.
―Pero si ganamos en la convención tendría el dinero y más de regreso.
―Espérate, ¿de dónde sacarías para prestarme?
―Tengo ese asunto cubierto―respondo levantando las cejas.
Todo nos lleva al siguiente punto. Con mi máscara bien ajustada y mi capa cayendo elegantemente sobre mis femeninos hombros, ejem, aguardo la señal de salida de la última prueba (al fin) con una multitud de chicos. Pero hay un factor más que ha subido el grado de dificultad.
―A todos los veteranos, les recordamos que sean amables con los novatos―dice el comentarista por el altoparlante.
Una carcajada general sacude la línea de salida.
―Ya en serio, traten de mantener la agresividad al mínimo.
Los participantes nos aglomeramos en el patio del almacen, preparándonos para una carrera hasta la lata de pintura en alguna calle oscura y finalmente a la barda que tenemos que graffitear.
―¿Nerviosa?―dice Carmina atándose bien las agujetas.
―Pregúntame la semana pasada cuando me abandonaste en el cuadrilátero.
―¡Pero al final te convino! Además no digas que no te divertiste.
―Mucho, no puedo esperar porque me arrastren por la capa y me den vueltas.
Carmina sacude la cabeza, y yo decido no tratar de entrar más en razón con la mujer. Debe tener un corazón hecho de piedra y el cerebro de paja, eso me queda clarísimo.
―En sus marcas...
Respiro hondo.
―¿Listos?
Adelanto un pie.
―¡Fuera!
Un montón de cuerpos me golpean en los costados, pero yo corro derecho, a la defensiva; imaginando que voy por un tunel largo donde no hay nada más que la línea de salida.
Las chicas están más aguerridas que de costumbre, que incluso la siempre ecuánime Carmina les va echando maldiciones todo el camino. ¡Qué lenguaje tan florido!
Debo decir que aunque seamos muchos competidores, no me tranquiliza ya que no es un maratón con una bella vista. Los edificios viejos alrededor casi se desploman y parecen aguardar alguna alimaña o amenaza de ultratumba, mientras que el suelo húmedo nos recibe con anfitriones como cucarachas y ratas del tamaño de mi cabeza.
―Por este callejón―dice Carmina jalándome del brazo, desviándonos de la ruta que siguen los demás.
―¿Esto no cuenta como trampa? ¿Para la competencia y una trampa para mí?
Entonces, cuando un trío de veteranos corren por nuestro lado, descubro que Carmina tiene razón.
Ella me mira con impaciencia.
―¡Diablos!―grito y echo a correr.
Vamos por un callejón estrecho, y sólo se oye el tap tap tap de los pasos de los veteranos que van al frente.
Al final del camino hay una reja que los tres saltan en un dos por tres.
―Yo no puedo subir por ahí.
Carmina, casi como una acróbata se trepa y cae al otro lado.
―¿Qué esperas?
―¿No me oíste? ¡Ya sé! ¡Lo hiciste a proṕósito para sacarme del juego!
―Es un atajo, no hay uno más directo que este, súbete ya.
Miro la cerca de arriba a abajo y paso saliva.
¡Es imposible que yo brinque esto!
Temblando, me agarro y subo un pie.
―Tu maldad no conoce límites―le reclamo.
―Da igual, si llego yo o llegas tú o llegamos juntas a la meta, igual seríamos ganadoras.
―Entonces adelántate―digo cuando voy a mitad de camino y todavía dudando si podré llegar a la cima.
Estaba tan ocupada analizando cómo caer para hacer menos doloroso el azote, que tardé un poco en comprender que se armaba una trifulca muy cerca del callejón. Un coche de la policía con las luces de la torreta encendida perseguía a un grupo de competidores. No fue hasta que escuché una voz de radio que supe que había dos policías acercándose en medio de la oscuridad.
―"Sospechosos localizados a cuatro calles"―cambio.
―Otro sospechoso, disfrazado parece, a nuestro alcance.
Carmina se cubre la cara cuando la luz de las linternas golpea su cara.
No la culpo si quiere correr.
―¡Alto!―dice uno de los policías en mi dirección.
―No he cometido ningún delito―digo sentada en la cima de la reja y haciendo malabares.
―Eso dicen todos, te vamos a arrestar por vandalismo así que bájate de ahí, muchacho―me advierte el otro policía con toda la calma del mundo.
―Conozco mis derechos, no pueden arrestarme si no hay delito que perseguir.
Cuando volteo hacia abajo, veo que Carmina se ha escondido pero todavía mira hacia donde estoy. ¡No me ha abandonado!
―Los vecinos están hartos de sus desmanes, ven aquí o voy a tener que bajarte.
Noto que tengo una oportunidad, no de bajar sino de subir, por una de las bardas de los edificios y de ahí a la azotea.
―Ve por él―dice uno de ellos al menos gordo.
Este hace un intento el doble de lamentable que el mío para escalar, apenas pone un pie en la reja y se resbala. Cuando trata por tercera vez, se quita la gorra, se limpia el sudor y suelta un resoplido.
―¿A ver tú?―desafía a su compañero.
Es la oportunidad perfecta, (eso y que Carmina ha desaparecido) para que apueste todo y me estire lo que puedo para alcanzar la barda.
―¡Ey, no te vayas chamaco!
Pero yo sigo mi camino a gatas, rezando en voz alta para no caerme. Con las piernas temblando me pongo de pie y voy trepando por la corniza de la azotea. El aire acá arriba ha perdido su olor a drenaje.
Yo he andado por aquí. O al menos se parece al lugar donde Alex y yo nos escondimos cuando Chino nos perseguía. Qué tiempos...
―¿Me estás siguendo?―dice alguién detrás de mí.
―¡El enmascarado!
―¿Cómo?
―No importa, no, no te estoy siguiendo. Escapo de la policía.
Echo un vistazo hacia abajo.
―Esos no van a poder subir―observa.
―Lo noté, me preocupa más por dónde debo ir.
―Hicimos una alianza una vez, pero si te ayudo ahora y ganas tú te vas a quedar con todo el dinero―dice mirando hacia la siguiente azotea.
―De verdad lo necesito... y mi compañera de equipo puede que ya haya llegado a la meta.
Me acerco al borde de la azotea dónde él se encuentra, y parece que estoy en uno de esos extraños sueños en los que las películas de superhéroes se mezclan con hechos de mi vida. Ya está, no vuelvo a ver Avengers en tres años.
―Pero si me ayudas y gano, divido el premio en tres―le sugiero.
No me agrada mucho, ya que podría desacompletar el dinero necesario para el traje, pero peor es nada.
―Total, la otra vez hiciste que ganáramos.
Al cabo de un rato, vamos agazapándonos de edificio en edificio, escuchando a la policía perseguir a los competidores que quedan. Es una dificultad extra, pero agradezco que haya un proceso de eliminación de competencia.
Bajamos luego por una escalera de incendios y él se arrodilla, junto a una coladera.
―Por aquí―dice descendiendo primero.
―¡Quiero saber quién es el sádico que inventó este juego!―digo pisando cada peldaño con cuidado.
―Lo dice en el nombre.
―Hablaba en sentido figurado―le respondo cuando caigo sobre un charco, salpicando alrededor―.Ugh, por favor que no sea lo que creo que es―digo tapándome la nariz.
―Oye, tu voz se parece a la de una chica que conozco.
―¿Y cómo es ella? Si tiene algo parecido a mí, debe ser lista, bonita...
Él suelta una risilla.
―No es tan fácil describirla―dice con un tono enigmático.
Emparejo mi paso al de él, tratando de ver dónde piso, es una suerte que la luz que se mete por las entradas destapadas dejen ver el suelo un poco.
―Debe ser un encanto, entonces―le digo.
―Podrías decir que sí... ¿alguna vez has conocido a alguien tan pero tan diferente que no le prestas tanta atención porque crees que no tiene nada que ver contigo?
―El 99% de las personas.
―¡Yo hablo de una sola persona! Esa persona que jamás pensaste que querrías conocer más y hacer feliz. A lo mejor en el fondo, sabías que había algo especial en ella, hasta que llega un momento en que no lo puedes negar más.
―Me huele a algo... y no precisamente a excusado...
―¿Qué estás sugiriendo?
―Es muy obvio, estás enamorándote de ella.
―¡Enamorado! Eso es muy cursi―dice deteniéndose en seco.
―Pues así es, a menos que sea algo pasajero estás en problemas. ¿Qué pasa con ella, tiene novio? ¿Qué es lo que te detiene para enamorarte?―digo pronunciando la palabra con dramatismo.
―Que sería muy extraño, no es mi tipo y ya ha dejado claro varias veces que yo tampoco soy el suyo. No veo como funcionaría...―contesta enfurruñado.
―Ya lo descubrirás, si es que dejas de ser un miedoso―le suelto antes de correr a la escalerilla de salida.
―¿Miedoso?
Cuando llego a la superficie no veo ningún policía, pero sí una lata de pintura atada en una cuerda.
El enmascarado deshace el nudo, pero como la lata no tiene tapadera, cuando la aplasta se mancha una mano y probablemente más pero no alcanzo a ver.
―Agh, esta es difícil de quitar―dice embarrando los restos en la pared y yo agarro la la pintura con mi capa.
―¡Aquí hay otros dos!―grita un poli llegando de la nada.
El enmascarado y yo nos miramos un segundo, luego corremos.
―La meta está a dos calles―dice.
Vienen dos policías más, así que sin más qué hacer, nos separamos.
Ahora todo está en mis manos, de verdad, ya que soy la que se quedó con la pintura.
Ruego a mis piernas por ir más rápido, aunque ayuda que, al parecer, me tocó ser perseguida por los policías lentos.
Ya sin aliento, llego a un amplio callejón detrás de un conjunto habitacional. Voy a seguir de largo cuando se me ocurre levantar la cabeza y veo frente a mí el enorme graffitti: "Chino no perdona"
Los policías se acercan, así que rápido, escribo debajo: "Chino, ¿me perdonas? Y firmo como La vengadora enmascarada. Y pego tremendo grito cuando alguien me jala un pie.
***
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