7 - Lazo de dolor.
Ariel cerró la puerta tras de sí.
Dejó las llaves de su auto sobre la mesita de cristal que se encontraba en el recibidor y con ello, se despojó de la gabardina y el saco negro que utilizaba para sobrevivir al frío de la temporada.
Sentía que sus manos temblaban mientras su corazón palpitaba con fuerza. Un torrente de emociones lo abrumaban, siendo las más notorias, la alegría y la furia. Una dualidad molesta que violentaba sus sentidos.
Una parte de él latía dichosa. Joel había regresado y con ello, volvía a estar a su alcance; lo cual además de alegrarlo, tranquilizaba sus sentidos alterados por la cruel espera.
Esos cinco años fueron un martirio para Ariel, quien, sin la presencia cómica y relajada del moreno, se volvió presa de un estado de humor que variaba con facilidad. Mostrándose como un tipo irritable e insoportable con los suyos, siendo especialmente pesado con Álvaro, a quien solía preguntarle por el estado de Joel cada que la ocasión se presentaba.
Sin embargo, un pequeño detalle mermaba sus ánimos, eclipsando su felicidad. Su mente trataba de excusar el comportamiento del moreno. Alegando que tal vez estaba cansado. O quizás, sentía cierta vergüenza.
Pero en el fondo, Ariel sabía que no era así. Llegando siempre a la misma conclusión: Joel lo odiaba.
Tan solo le bastaba con ver su idioma corporal. No tuvo reparos en gritárselo en la cara entre la tensión de su cuerpo y su evidente evasión. Seguido de la frialdad con que afilaba su voz; esa que, a pesar de su hostilidad, le fue tan dulce a su percepción después de tanto tiempo sin escucharla.
«El encierro lo cambió» pensó, alterado. «No, no es solo eso...hay algo más»
Caminó hasta el minibar. Una belleza con barra de mármol negro, bordes pulidos y detalles metálicos en dorado bajo una iluminación cálida proporcionada por unas lámparas colgantes con un estilo industrial.
Con una hermosa vista a la nocturnidad titilante de la ciudad, la cual solo resaltaba aún más la decoración de su costoso y elegante apartamento, Ariel extrajo una botella de whisky escocés Macallan.
Sirviéndose en un lowball de cristal del cual degustó aquel sabor dulce con notas frutales. Mezcladas con un toque de vainilla y madera.
Su departamento se ubicaba en uno de los mejores sectores para los solteros que buscaban estatus y diversión en lo que era un paraíso de adinerados; quienes solían habitar entre el vicio, las mujeres y el despilfarro total bajo el yugo del libertinaje disfrazado de prestigio. Un eufemismo que solo distorsionaba la realidad gracias a que las personas que portaban tales hábitos, tenían el dinero suficiente para maquillar sus pecados.
Ariel suspiró y dio otro sorbo a aquel licor dulzón. Tomó asiento en uno de sus sillones de cuero negro y fijó su vista sobre la ciudad.
Ahí, entre la penumbra iluminada por una línea de luz cálida que se encontraba oculta alrededor de la habitación, entre un techo aparente que le daba una sensación de confort total miró el reloj en su muñeca antes de despojarse de este y con ello, de sus anillos de plata. Y recargándose finalmente en el respaldo, se permitió soltar un suspiro largo y tendido.
El aroma a pino que dejaban los productos de limpieza con que la mujer del servicio limpiaba todos los días, embriagaba sus sentidos; picándole la nariz y despertando recuerdos que, hasta cierto momento, le eran indiferentes.
Cerró los ojos, cansado. Dejándose llevar e indagando en su pasado como lo haría un extraño que desconocía la historia.
Así, se adentró en un mundo ilusorio, deformado por los años, donde Ariel miraba por la ventana esa larga carretera que guiaba a Montesinos.
Rodeada de árboles, insectos y animales, en su memoria percibía como la neblina los cubría mientras el tiempo corría con rapidez, abriéndose paso por las calles de ese pueblo.
No le agradaba lo que veía. A sus ojos, grandes, infantiles y curiosos, ese sitio estaba maldito.
Veía como, sin mucho ánimo, su padre manejaba con el ceño fruncido y una mirada gélida, azul como la que le heredó. Estaba molesto porque llevaban un retraso de media hora y para ese hombre, la puntualidad lo era todo.
Mientras tanto, su madre se maquillaba y peinaba en el asiento del copiloto, deshaciendo los plásticos tubulares en que enredó su cabello negro para crear sus amados bucles que siempre presumía como naturales. Iba tan preocupada por su apariencia que poco le importaba la incomodidad de utilizar tantos productos en un espacio tan reducido.
La radio transmitía el canal "Milenio bella música", donde el ''Danse Macabre'' de Camille Saint Saëns, sonaba en su mayor plenitud, mientras se dirigían a su nuevo, pero temporal hogar.
Los recuerdos fluctuaban. Corrían, se escabullían de su mirada. Ansiosos como chispas de fuego que anhelaban quemarlo todo.
De repente, pasó de tener ocho años recién cumplidos, a tener nueve, deslizándose entre doce meses de indiferencia absoluta. Al menos, hasta el momento en que conoció a Joel. cuya presencia se encargó de disipar la neblina de sus días apenas cruzó la puerta del salón. Augurando con su vitalidad, torpeza y sinceridad, un cambio abrupto en su mundo.
Entonces, imágenes nuevas y optimistas llenaron su mente. Silenciando los demonios que lo volvían un niño raro, mezquino y cruel.
Juegos y risas iluminaron sus días durante una temporada donde solo eran él y Joel, cazando a la mítica bruja del bosque.
—Hice muchas cosas que odiaba, por ti—susurró Ariel, aprovechando su soledad.
Capturar insectos, ensuciarse en el bosque. Pasar frío cuando la lluvia los atrapaba en aquellos parajes; y sudar a mares en los tiempos de calor. Correr hasta que las piernas le ardieran y la respiración le faltara, y madrugar un fin de semana, solo para ver al sol brillar sobre un montículo de piedra pastosa que por algún motivo, Joel encontraba maravillosa.
«Nunca entendí tu forma de ver el mundo. Pero quería hacerlo, porque, aunque odiaba la naturaleza, me gustaba verte feliz. Y en ese momento, eso era suficiente para mí»
Ariel sonrió, sintiendo el pecho caliente gracias al sorbo que licor que se llevó a los labios. Pensando así, en la vida que hubiesen llevado a esas alturas si tan solo, la tragedia no se hubiese extendido sobre ellos; despertando sus celos, los cuales, semejantes a una nube oscura y densa, cubrieron su percepción infantil.
Joel, era muchas cosas.
Y en una de tantas analogías que Ariel creaba para él con la esperanza de entenderlo algún día, el moreno era como una flor que atraía con su miel a los colibríes perdidos y hambrientos. Pero para su desgracia, también captaba la atención de alimañas que él veía como la peor de las pestes.
Dentro de esa imagen tan íntima que su cabeza creó con sosiego, Ariel, era el colibrí. El único que merecía revolotear a su alrededor.
Por lo tanto, todo aquel que se interesara por Joel, representaba a la plaga que llegaba para alterar su mundo.
Así, la posesividad y el miedo picotearon la herida aunada a su cabeza. Ahí, en su pensamiento.
Una grieta de nacimiento que no comprendía del todo, pero que estaba ahí, supurando un veneno que en dosis pequeñas no parecía ser tan letal.
El egoísmo y la manipulación tocaron a su puerta cuando se sintió amenazado, envolviendo su relación con sus gélidos y nocivos brazos cubiertos de perniciosa ponzoña.
En ese momento, Ariel no reparó en el mal que podría haber provocado con su decisión. Su objetivo era más fuerte, más grande que cualquier calamidad. Después de todo, no había algo que anhelara más que lograr que Joel se apartara de todos y con ello, que su amistad solo pudiera existir allá donde Ariel estuviera.
Como la mirada de un girasol que busca al astro rey con devoción aun en los días nublados.
En la herida de su mente, la voz, la risa, la sola presencia de Joel, fungía como un bálsamo que mitigaba el dolor, la negatividad, y la maldad que tanto debía ocultar y evitar.
Pero el destino había sido cruel con él, colocándolo frente a una apetitosa presa, ese día en que Joel lo vio torturar a Brian ''el freak'', provocando que algo se agrietara entre ellos.
Era inevitable.
Siempre fue consciente de que Joel, jamás aceptaría esa semilla de crueldad que tanto lo caracterizaba.
Jamás lo aceptaría si, por azares del destino, descubría que, en el fondo, disfrutaba ver a ese Freak retorcerse de dolor mientras el aire abandonaba sus pulmones y estos, se llenaban con el agua fría de un río furioso.
«Ese día comprendí que el final había llegado para nosotros. Pero no quería perderte»
Por lo tanto, después de haber salido del hospital por la magulladura que el mismo Joel le provocó, este fue a buscarlo. Confundido, triste, enojado y decepcionado, esperaba una respuesta a sus dudas que pudiese mitigar su congoja.
Fue entonces que desesperado, recurrió a los chantajes, los cuales sirvieron no solo para retenerlo a su lado un tiempo más, sino que también, le permitieron mostrarse tal como era. Retirando la máscara con que cubría su realidad. Esperando que la tempestad de esos grises ojos no lo engulleran entre su caótica decepción.
«Todo iba bien...o eso creí. Hasta que te hartaste de mí. Y te fuiste, a pesar de mis súplicas y amenazas. Jamás me sentí tan humillado. Tan lastimado como ese día»
Fue entonces que Ariel, con una dicha culpable, se encargó de joderle la vida con el único propósito de hacerlo volver a él.
Pero no solo deseaba eso.
Anhelaba ver la desesperación adornando su alegre faz, mientras suplicaba su perdón. Masticando el mismo sentimiento qué él padeció esa horrible tarde cuando Joel decidió marcharse.
«Y lo conseguí. Volviste a mí. Por lo que puedo asegurar que fue un correctivo apropiado. Ahí, te diste cuenta de qué tan importante era yo para ti en lo que fue una muestra de que nuestro lazo, era más fuerte que la falsa moral que nubló tu visión en esa temporada de dolor mutuo».
—Pero algo ha cambiado —puntualizó—. Te he perdido tantas veces. Pero esta ocasión...es diferente. Algo en ti cambió demasiado...
Una llamada entró, reproduciendo un danse macabre que inundó el silencio con su parsimoniosa vitalidad, arrebatándolo de aquel mundo de introspección. Ariel atendió la llamada, guardando silencio un par de segundos antes de responder con un lacónico. —¿Sí?
—Ábreme, ya estoy aquí —hablaron al otro lado. Una voz ronca y repleta de molestia.
—Te di una llave ¿no?
Chasquearon la lengua al otro lado. —¡La perdí, hombre! ¡Ni que quiera escuchar tu asquerosa voz antes de tiempo!
Ariel chasqueó la lengua, levantándose del sillón e introduciendo su tarjeta en el escáner que poseía la puerta. Hubo un clic y la imagen de Álvaro se mostró entre el halo de luz que entró por el pasillo al abrir.
—No te daré otra llave. —sentenció, con evidente molestia, recargando su brazo en la pared.
Su mirada lo escaneó de pies a cabeza, irritando a su visitante, que, con un ligero empujón, se abrió paso, entrando en su espacio sin esperar invitación.
—¿Qué querías? No se suponía que vendría hoy. Es mi día libre ¿lo olvidaste?
—Uy, vienes enojado —observó con una sonrisa maliciosa—. Te compensaré. Después de todo hiciste un buen trabajo, chico bomba. No quedó ni un pedazo de ese mal nacido de Dino. ¿Te ofrezco algo?
Ariel cerró la puerta, acostumbrado a la actitud de ese estrafalario sujeto. Álvaro se negó con un ademán, sentándose a sus anchas en el sillón individual, cruzando la pierna en una escuadra y recargando un brazo en el respaldo.
—Dime qué quieres, hombre. No me gusta que cambien mis planes así de repente.
Álvaro estaba genuinamente molesto, mirando a Ariel con un aire despectivo que impacientaba su rostro pálido.
—¿Debo recordarte que soy el que está al mando? —la pregunta brotó con suavidad, en un tono casi musical que ocultaba en sus notas un desprecio genuino hacia su persona.
El fluorescente joven se encogió de hombros y Ariel suspiró, sentándose en el sillón de al lado, resignado a la irreverencia de ese tipo.
—Primero, ¿Cómo vamos con el encargo? ¿Ya entró el cargamento? — terminó por preguntar, dispuesto a ignorar la impertinencia de Álvaro.
—Desde hace horas. Ya debería de estar llegando a las bodegas.
—Bien, mándame al cuervo cuando terminen. Les haré un encargo a ambos, pero primero debo arreglar cuentas con él. La semana que viene; el primero de noviembre, te necesito libre.
Álvaro se encogió de hombros. —No tengo opción. Tú mandas. ¿No? ¿Para qué más soy bueno? Porque no vine hasta acá solo para que me dijeras eso, ¿verdad?
—Vienes filoso. ¿Te hizo enojar Joel?
La pregunta tomó por sorpresa a Álvaro, quien mantuvo la calma mientras medía sus palabras. — Qué tontería. Jamás me enojaría con él.
Ariel sonrió con malicia.
«Mierda. Este puto ya sabe» pensó Álvaro.
—Dime ¿Cómo has visto a Joel ahora que ha vuelto a la simulación? — disparó Ariel, afilando su mirada, permitiendo que la frialdad de su alma escapara a través del azul de sus ojos.
—¿Quién fue?
—Lorena.
—Perra chismosa— escupió Álvaro, molesto agachando la vista y respondiendo a su pregunta—. Ahí anda, existiendo.
—Si, lo vi el otro día. Ha cambiado mucho. Hasta da miedo. Parece una máquina de matar el cabrón.
—En la cárcel no hay mucho que hacer, supongo. Ejercitar debe ser algo básico para matar el tiempo cuando no estas ocupado sobreviviendo. — Álvaro mostró indiferencia, sin embargo, la duda lo comía por dentro.
«Joel, me hubieses dicho que viste a este imbécil» pensó, aún más irritado.
Ariel asintió, dando por terminado el tema. —Si, supongo que así funciona en parte.
Hubo un silencio incómodo entre ambos, donde Ariel, miraba fijamente a Álvaro con una sutil sonrisa que le erizaba la piel a cualquiera que lo tuviera enfrente.
Inmóvil, Ariel, dueño de una belleza innegable cuán extraña e incómoda, parecía escrutarle el alma.
A simple vista, era un hombre de negocios atractivo, de buena estirpe y modales encantadores. Pero, cuando se despojaba de esa conveniente máscara, se convertía en un tipo espeluznante.
Una sombra sin corazón. Sin alma. Sin amor.
Álvaro tragó saliva, nervioso. —Entonces, ¿Qué chingados quieres?
—Quiero saber algo. ¿Qué lado de la balanza elegirás? — su voz susurrante le arrebató un escalofrío.
—No entiendo el motivo de esa pregunta...
—¿Por qué no me dijiste que Joel había salido?
—¿Tenía que hacerlo? —la mirada de Álvaro se volvió retadora, mientras su voz brotaba con aplomo.
—Habría sido lo más sensato. Si. Después de todo, un evento así no puede solo omitirse.
Álvaro bufó. —No te lo dije porque así me lo pidió Joel. ¿Algo más? Porque tengo cosas que hacer y mañana me despierto temprano.
Ariel hizo un ademán con su mano, lánguida y casi fantasmal, señalándole el camino hacia la puerta. —Veo que mi persona no te es del todo grata. Adelante, puedes irte.
Había una burla inusitada en el tono de su voz, que, para Álvaro, no era más que una advertencia.
«Este güey no me dejará ir tan fácil» pensó, levantándose del sillón.
Sus movimientos eran lentos, calculados. Como lo haría quien está frente a una serpiente venenosa que se debate entre atacar o solo, protegerse ante cualquier movimiento brusco. Debía simular que estaba en su zona de confort y no podía permitirse verse débil ante el depredador que tenía ante él.
—¿Me abres o qué? —el cabeza de musgo señaló la puerta con un gesto.
—Oh, sí. ¡Que despiste el mío! —Ariel se levantó y con toda calma, llegó hasta la puerta.
Mientras buscaba la tarjeta de acceso en el bolsillo de su pantalón, su aura se volvía más pesada y sofocante. «Última vez que vengo a este lugar» decidió Álvaro «Es una zona peligrosa... y más ahora»
—Oye, Alby...en verdad me agradas —rompió los átomos que conformaban el breve silencio que se instaló entre ellos —. Tantos años juntos te han vuelto una persona importante para mí. Tal vez no lo parezca, pero así es. Por ello, me pone algo triste ver que no me tienes un poco de consideración a mi persona.
» Sabes bien que al igual que tú, esperaba el regreso de Joel con ansias. Creo que, a pesar de sus deseos, debías comentarme sobre su regreso a las calles...
Álvaro tornó los ojos. —Ya te dije que él me pidió que no dijera nada.
—Lo siento. El egoísmo hablando por mi —se burló Ariel, mirando la tarjeta de acceso con detenimiento. Finalmente abrió la puerta, provocando una sensación de alivio en Álvaro, quien, guardando las apariencias y evitando que su necesidad de huir se notara, palpó el hombro de Ariel en un gesto amigable.
—Va. Te mando al cuervo entonces. Y te veo la siguiente semana. Donde siempre, supongo.
Ariel asintió, viéndolo abandonar su apartamento.
—Oh, Álvaro...—lo llamó cuando se alejó un par de pasos de su territorio — Es en serio lo que te dije. Decide de qué lado estarás —sentenció—. Solo te aviso que mi lado, no es tan paciente ni condescendiente con los traidores. Elige bien.
Y con esa amenaza al aire, cerró la puerta frente a él. Dejándolo solo en ese enorme pasillo de alfombras costosas y diseño exquisito.
«Maldito loco» pensó Álvaro, enfundando sus manos dentro de los bolsillos de su chamarra, disponiéndose a emprender su camino a casa.
A la mañana siguiente, después de un copioso desayuno, Joel y Álvaro se dirigieron a las orillas del sector, donde, junto a un río de aguas negras, un gran terreno se encontraba, portando en su perímetro, varias bodegas en renta.
El menor, tarareaba una de sus canciones favoritas mientras jugaba con un pequeño manojo de llaves entre sus manos. En el pasillo siete, Álvaro señaló la bodega que les correspondía, la cual portaba el número 77. Retiró los enormes candados y, con ayuda del moreno, alzaron la cortina reforzada.
—Ahora sí, ¡haz lodo! —celebró Álvaro, mientras su amigo se adentraba a las profundidades polvorientas de aquel cuarto oscuro, donde sus pertenencias yacían ocultas, guardadas, esperando por su regreso.
Entre ellas, bajo una sábana marrón y mugrienta, un destello plateado captó la atención de Joel, quien caminó hacia aquel bulto con gran ilusión. Retiró el pedazo de tela, permitiéndole reencontrarse con su vieja amiga, o como la llamaba en aquel tiempo, su bebé: una Harley Davidson Sportster 2013, la cual, en su momento, compró en forma de chatarra, reparándola y devolviéndola a la vida. Por lo cual se había convertido en uno de sus tesoros más preciados.
—Estuve dándole una sacudida a tus cosas de vez en cuando. Ahí por encima, aunque sea. Por eso no está tan decadente —comentó Álvaro, pasando su dedo índice sobre unas cajas de plástico negras, notando una ligera capa de polvo en su superficie—. Y respecto a la moto, la estuve prendiendo para que no se le jodiera el motor.
—Eh, mejor di que te estuviste paseando por ahí —lo molestó Joel, subiéndose a ella y sintiendo su peso entre las piernas junto a la frialdad del cuero y del metal.
Álvaro se cruzó de brazos, recargándose en el marco de la entrada, mientras la luz de la mañana perfilaba su silueta entre la penumbra.
—Nah. Sabes que lo mío no son las motos. Solo le di un par de vueltas por el mismo almacén.
Joel le regaló una sonrisa sincera, bajando de la moto, se acercó a él y lo estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Gracias morro, te causé muchas molestias durante mi ausencia. Perdón.
Álvaro, sintiendo el calor de Joel, respondió a su abrazo, aplicando el mismo nivel de fuerza.
—Tranquilo. No hay nada que no haga por un hermano. Ya te lo dije antes, pero estoy feliz de que estés de vuelta.
Joel asintió, despeinando la cabeza verde de su amigo.
—Bien, empecemos a acarrear las cosas —sugirió, con un breve brillo entusiasta asomando por el gris de sus ojos que murió casi tan rápido como apareció. Nublado por un recordatorio amargo que debía abordar con su amigo cuanto antes.
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