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4- La crueldad de un corazón averiado.

Dio un golpe. Dos. Tres...

Los suficientes para perder la cuenta y entumecer sus manos casi tanto como su aturdida mente. Pero nada. En su vida no cambió más que el ardor momentáneo que comía sus brazos, piernas, y nudillos astillados por la furia de un corazón retenido.

Joel sudaba a mares. Su footwork era impecable, mientras propinaba una fuerte combinación de golpes certeros que resonaban contra los muros del gimnasio de Buck, un viejo boxeador local ya retirado.

Su mente divagaba en aquel espacio vacío donde solo era el, un costal de box lleno de aserrín, una soga para saltar, su toalla y una botella de agua por vaciar.

Con la luz del atardecer penetrando por las pequeñas ventanas que rodeaban aquel enorme cuarto de concreto, Joel apreciaba esa soledad con creces, mientras su cuerpo, lograba desprenderse de la tensión acumulada.

«Déjame en paz, mente estúpida» pensaba con cada golpe que daba en vano.

Sintiéndose como la peor basura del mundo. Recordando esa mañana en la cual, la molesta alarma cumplía con su odioso propósito, llenando las paredes de aquella habitación húmeda y fría que cobijaba su existencia vacía.

Extendiendo su brazo, se abrió paso entre los pliegues de las sábanas que cubrían su cuerpo adolorido y desnudo, mientras trataba de silenciar aquel odioso clamor matutino.

Al mismo tiempo, un ligero quejido brotó a sus espaldas mientras el rechinido de los resortes bajo su cuerpo le erizaban la piel y se incrustaban sin piedad en su costilla derecha.

De un impulso, Joel se sentó al borde de la cama y por inercia más que por ocio, escaneó su alrededor.

Una habitación conocida pero abandonada en las dunas del pasado. Revestida en rosa y repleta de peluches de mal gusto, ese cuarto mostraba el estigma de una infancia retenida con recelo.

   —¿A dónde vas, cariño? —hablaron a sus espaldas, mientras Joel miraba con repelús una muñeca de porcelana de rizos negros y ojos azules.

Sintió como se removieron sobre el colchón y seguido de eso, un par de brazos blancos al igual que la nieve lo rodearon por detrás, acariciando su pecho mientras depositaban un beso en su mejilla que descendía hasta su cuello.

   —Vuelve a la cama. Aún es temprano —Lorena sujetó su barbilla, obligándolo a girarse hacia ella. Dejando que sus bucles negros cayeran gráciles sobre sus redondos y pequeños hombros.

Con la cara derretida entre restos de maquillaje corrido, trataba de brindarle una mirada seductora, bañada en la somnolencia de una mañana fría.

Joel quiso decir algo, pero sus labios permanecían sellados aun cuando la joven los besó en una muestra de amor y desesperación, obligándolo a responderle. Sin embargo, la frialdad que le mostraba parecía ser impenetrable.

   —Vamos cielo, recuéstate un rato más —suplicó, caminando un poco con sus huesudas rodillas, ancladas sobre el colchón, hasta pegar por completo su cuerpo a la espalda de Joel.

Sus senos, pequeños pero firmes, se adherían a su piel desnuda con la confianza de un amante recurrente. Sus pezones, filosos y erectos, parecían suplicarle un poco de afecto.

Los restos de su perfume, aun encantador a sus sentidos, trataban de envolverlo justo como sucedió horas atrás. Cuando sumergido en los vapores del alcohol, aquellos carnosos labios rojos, fueron su ancla; condenándolo a yacer entre sus dulces y torneados brazos.

Sin embargo, todo acto tenía su consecuencia.

Los sortilegios del alcohol en las venas lo enredaron y embaucaron por un momento mágico, pero el desencanto de una mente hueca se convertía casi siempre en una triste maldición donde la belleza poco importaba una vez los deseos más primitivos lograban saciarse.

   —¿No dices nada? –intentó convencerlo, depositando pequeños besos en su oreja, mientras deslizaba su mano hasta su sexo, tratando de despertarlo.

Estaba desesperada.

Joel suspiró y tomó la mano de Lorena que reposaba en su pecho, emperifollada con pequeños anillos de fantasía plateados.

Entrelazó sus dedos entre los suyos, delicados, pequeños y blancos, exponiendo su palma al techo para depositar en ella, un sutil beso.

   —Lo siento, reina. Ha sido bueno, pero debo irme —anunció, levantándose de la cama y posando su mirada en la de ella.

El desencanto en aquel rostro pálido fue bastante penoso para el moreno; quien lo último que deseaba era ilusionarla con la promesa de un amor que nunca llegaría.

«Sabe que me iré, y que no podrá retenerme» pensó, mirando aquella mueca de decepción y dolor que amedrentaba su ser.

Suspiró y apartó su atención de los lacrimosos luceros de la chica con la que descubrió las mieles de la intimidad y el placer, por primera vez a sus 17 años.

Buscó su ropa, esparcida por una fea alfombra afelpada y rosácea, con la intención de abandonar cuanto antes esa infantil habitación.

   —¡Uy! ¡Qué entusiasta eres! —comentó, enfadada, mirándolo con reproche mientras se giraba y levantaba de la cama.

Sacó de su encimera una cajetilla de cigarros y encendió uno.

Pronto, el aire se vició con el aroma de su cigarro mentolado, mientras Joel se colocaba su bóxer y buscaba con la mirada su pantalón, girándose hacia ella y contemplando, inmóvil, su menuda espalda desnuda.

«Eres hermosa» pensó, esbozando una sonrisa mientras acariciaba aquella blanca piel con la mirada «Pero, no entiendo porque no puedo corresponderte»

   —¿Estás decepcionada? —su pregunta llegó a Lorena como una puñalada en la espalda.

Ella asintió, conteniendo las lágrimas mientras él, localizaba la prenda que le faltaba por recolectar.

   —Mucho—admitió forjando su herida de falsa ira.

   —Menos mal. Odiaría ser el único decepcionado en este cuarto— bromeó Joel, esperando que el sentido de humor de Lorena estuviera presente.

Para su suerte, ella rio. Esas palabras llevaban consigo el recuerdo de su primera noche juntos, donde ambos, inexpertos, se burlaban entre sí ante su evidente torpeza en la intimidad. Aprendiendo de a poco en la oscuridad de la noche que los cobijaba.

A estas alturas de la vida, ambos se conocían lo suficiente para saber el motivo de su decepción. Lo habían hablado cientos de veces.

Mientras Lorena le juraba su amor, Joel, era incapaz de prometerle su afecto. Al menos, en ese sentido.

   —Cretino —escupió, meneando la cabeza y dando una última calada a su cigarro antes de apagarlo—. ¿De qué te sirve ser jodidamente atractivo si tu actitud es una mierda? —suspiró, cruzando la habitación para tomar algunas prendas de su closet.

Su figura, tan femenina y delicada, le daba la espalda aún, dándole una mejor vista al estar tan cerca.

Era agradable verla, pero no lo suficiente tentadora como para hacerlo caer una vez más en el sortilegio ya caducado de su abrazo.

   —No me obligues a decir algo inapropiado, Lore. Sabes muy bien que el orgullo de un hombre es tan frágil como el ego de una mujer...

Lorena bufó, con una diversión amarga entre sus labios rosas. —Lo dice un cabrón cuyo orgullo está más que pisoteado...

   —¡Mira, ahí está! ¡El ego hablando por ti! — Joel se puso su camiseta blanca mientras lo decía.

   —No puedo creer que alguien como tú me guste tanto —confesó, tomando del closet un vestido de flores que sirvió para ocultar su cuerpo de forma provisional y no sentirse tan vulnerable ante el evidente rechazo de ese hombre.

   —Ni yo lo entiendo, Lorena.

Lorena se giró, peinando sus cabellos hacia abajo con ambas manos, contrariada. —¿Sabes que es lo peor? Que sigo nadando directo las redes de un pescador dormido.

   —Las figuras retóricas de tu padre fluyen por tu ADN. —bromeó sin ánimo —. Siempre he sido sincero contigo, Lorena...jamás te mentí.

   —Lo sé... pero, tenía esperanza, ¿sabes? Pensé que está vez sería diferente. Que, después de tanto tiempo, al verme, notarias la mujer que soy, y con ello, te darías cuenta de lo enamorado que estás de mi —Lorena se sostuvo el pecho, se le dificultaba respirar— . Pero soy una tonta.

Joel la miró tomar asiento en una silla acojinada que tenía frente a su tocador.

   —Lamento que perdieras el tiempo por culpa de este idiota...

Ella negó con la cabeza. —No lo hice, Joel. En verdad te olvidé. Te superé... o eso creí. Pero ayer que te vi, algo se accionó aquí dentro. No pude evitarlo. El amor que te tuve, o que aún te tengo, te reconoció como su dueño.

El ambiente se tornó azul por la tristeza que manaba del corazón enamorado de Lorena, quien se lamentaba por haberlo invitado a caminar esa noche.

Odiándose por llevarlo a ese bar donde conversaron y entre bromas, lo incitó a beber más de la cuenta aun cuando él no quería hacerlo.

«Lo que hice estuvo mal. Pero anhelaba probar suerte. Pensé que, tal vez, si el alcohol te puede hacer caer en la cama de un extraño, también podía lograr sembrar una semilla de amor. Pensé que, después de tantos años, solo necesitábamos este empujón. Pero...»

   —Tú nunca me amarás, ¿verdad? —soltó, agachando la mirada.

Joel apretó los labios y agachó la cabeza, caminando hacia ella y poniéndose de cuclillas ante su querida amiga y amante.

Tomó sus manos entre las suyas y depositó un beso en ellas, mientras Lorena apreciaba el precipicio de su final.

   —Perdóname — pidió Joel, mirándola a los ojos—. Esto es mi culpa...

Ella negó con la cabeza—. No, no es así. Siempre fuiste honesto. Fui yo quien no quiso aceptarlo.

Lorena liberó una de sus manos y acarició el rostro de Joel. —Recoge tus cosas y vete, por favor. Mis padres vendrán pronto...

Joel asintió, deposito un último beso en sus pálidas manos y se dispuso a tomar su sudadera para irse cuanto antes.

Abrió la puerta, asomándose por el pasillo y después volvió la vista hacia esa hermosa mujer que no lograba amar.

   —Lorena, eres maravillosa. Cualquiera en su sano juicio caería enamorado de ti.

Lorena hizo una mueca de dolor que sustituyó con una sonrisa lamentable y temblorosa. —Lamento que tu buen juicio se haya ido de sabático. Porque tú te lo pierdes, menso.

Joel rio con pesar, asintiendo y cerrando la puerta tras de sí, abandonando ese colorido mundo frufrú cuya dueña, gris y cansada, desentonaba en sus muros pastel.

«Perdóname Lorena, pero me es imposible entregar un corazón averiado»


El costal de box se tambaleaba de un lado a otro.

El ambiente seco y polvoriento aprisionaba sus pulmones, desesperados por tomar cuanto aire se les permitiera. Su corazón, bombeaba con rapidez, haciéndolo sentir vivo por un momento.

El suelo bajo su torso desnudo estaba frío, brindándole un alivio momentáneo al ardor en su cuerpo cansado.

Clavó su mirada en las tejas que cubrían ese viejo gimnasio de box, recordando los días de juventud que vivió allí en compañía de Álvaro.

Joel, como pudo, se sentó sobre el suelo, agotado; secándose las gotas de sudor con una vieja toalla que Álvaro le proporcionó esa mañana. Mientras tanto, haciéndole compañía, el sol del atardecer teñía la melanina de su piel trigueña con un bordado dorado y amoroso.

Calmando su respiración y el pálpito de su acelerado corazón, miró el reloj de pared, que marcaba las 6:13 de la tarde, anunciándole que pronto debía abandonar el gimnasio.

Buck, el dueño del lugar y su mentor, le dijo que cerrarían antes de las 6:30 p.m. más tardar.

Joel sonrió al recordar a ese señor de ceño fruncido y mirada agresiva, alegrando sus facciones como nadie cuando lo vio cruzar el umbral después de cinco años.

De estatura baja, fornido y con una prominente barriga inflamada, se quitó la boina a cuadros que siempre llevaba consigo, mostrando su reluciente y morena calva rodeada por unas cuantas canas.

En sus ojos, el asombro y el amor paternal asomaban sin pudor, suavizando su mirada feroz mientras sus cortos brazos, lo rodeaban con todo el afecto del que disponía. Joel, sin pensarlo, le respondió con efusividad, dejando caer su mochila al suelo.

Cuando lo soltó, Buck admiró su altura, tentando sus brazos, calculando la fuerza de su agarre y alabando su porte. Notando, por desgracia, una opacidad inusual en sus bellos ojos.

   —¡Estás más alto que la última vez que te vi, muchacho! ¿1.90? —preguntó, secándose una lágrima traicionera.

Joel río, embargado por la emoción. —¡Por poco! 1.88 y hasta ahí quedé —comentó, encogiéndose de hombros. —¿Ya se va? ¿Tan temprano?

Buck asintió. —Sí. La zona ha estado muy caliente desde que te fuiste. Después de cierta hora, ya nadie se acerca a esta área. No tiene sentido que me quede si no hay quien se la rife por el deporte.

Joel miraba cuanto había a su alrededor, encontrando en sus grandes espacios, un ligero consuelo. Un recordatorio de que, en ese sitio, tenía un lugar a donde volver.

   —No me creo que esté justo como lo dejé la última vez— observó con agrado—. ¡Hasta usted está igualito! Con unos kilos de más, y menos canas, pero está igual.

Buck rio ante la sinceridad del joven que tenía frente suyo. —¿Qué quieres que te diga? ¡Aquí el tiempo no pasa muchacho!, ¿Vienes a entrenar un rato?

   —Pues sí, además de visitarlo, ese era el plan —Joel tomó su mochila del suelo, listo para marcharse—. Pero mañana vengo temprano junto a la primera tanda... ¿Todavía inician a las seis?

   —Ajá, pero si quieres, quédate un rato muchacho —lo invitó de buena gana, buscando algo entre los bolsillos de su pantalón—. Sirve y me haces compañía mientras aventajo el trabajo.

   —¿No se iba ya? Por mí no hay problema, vengo mañana.

   —No, no. Me iba porque estaba solo. Pero si te quedas, me das algo de tiempo para ponerme al corriente con un papeleo que tengo en la oficina —Buck le tendió su juego de llaves—. La única condición es que cierres el gimnasio cuando te vayas si es que aún no he terminado.

Joel sostuvo las llaves sobre la palma de su mano, sintiendo como su corazón temblaba gracias a la eterna confianza de ese buen hombre.

   —Buck, no sea así de confiado. No puede cederle las llaves del patrimonio de sus hijos a un exconvicto...

   —¿Esos cabrones? ¡Bah! Te dejaría este sitio a ti, antes que a ellos. ¡Cuervos malagradecidos! —escupió Buck, alejándose—. Apúrate, que debemos estar saliendo de aquí a las 6:30. ¿O necesitas que te ponga rutina?

En su voz había un tono de burla. Joel, su niño estrella, aprendió tan bien de él, que incluso llegó a armar varias rutinas efectivas en su momento para sus compañeros.

Joel negó con la cabeza y vio cómo se tambaleaba ese amable señor hacia las oficinas. Cuando lo perdió de vista, admiró las llaves en su mano y sonrió con nostalgia.

«Aún tiene el llavero que le regalé en Navidad» pensó, conmovido.

Buck, ese hombre robusto y mal encarado, fue la primera persona que confió en él cuando llegó a la ciudad y con ello, quien le dio asilo junto a Álvaro ahí, en el gimnasio; a cambio de que lo ayudaran a montar el ring, limpiar y acomodar el equipo.

Su apoyo y su confianza, les permitió sobrevivir en esa odiosa ciudad que, con un mes de estancia, ya los engullía con su crueldad.

Ahí, en ese espacio añejado y amado, Joel aprendió a boxear. Primero, imitaba los movimientos que veía en las prácticas, y después, fue guiado por la estricta enseñanza de Buck, quien notó en él una chispa digna de la juventud que no pudo dejar pasar.

De esa forma, ese hombre se convirtió en una figura paterna para Joel, y hasta cierto punto, el anciano testarudo vio en él la imagen de un hijo amado.

Cuando Joel le regaló ese llavero con la forma de dos guantes de box y la frase ''Resiliencia, fuerza, determinación, éxito. Lucha hasta el final'' grabada en la placa de atrás, Buck contuvo las lágrimas.

Era el primer sueldo del moreno y no dudó en gastarlo pensando en su protector, guía y maestro, demostrándole así, su profunda gratitud.

Lo que solo reforzó aún más su relación.

«Si tan solo te hubiera hecho caso, Buck...» caviló Joel, tragando saliva.

Sentado aún en el suelo, disipó los humos de ese recuerdo querido, volviendo a su presente inmediato gracias a una serie de aplausos que captaron su dispersa atención.

Pronto, con pasos semejantes a los de un gato silencioso y ágil, un par de zapatos negros, lustrados y brillantes, se detuvieron frente a él.

   —Ey, ¿Cómo qué aquí estabas? — la pregunta brotó, chocando contra los muros y depositándose en sus oídos con un aire de sorpresa y alegría.

Aquella voz masculina, clara y suave, portaba un amoroso tono burlón que trataba de contener su creciente emoción.

   —¿Lorena? —preguntó Joel, esbozando una sonrisa amarga.

   —Sí, Lorena. Sabes mejor que nadie que esa mujer no se queda con nada.

El dueño de esa voz se puso de cuclillas frente a él. Pero Joel, sin alzar la vista, solo pudo divisar sus piernas flexionadas bajo la tela negra de un pantalón de vestir.

A su lado, depositó un portafolio de cuero, cuyo aroma le picaba la nariz al ir mezclado con el suave perfume de ese hombre.

   —No te enojes con ella —pidió en un tono condescendiente—. Que tú seas un desconsiderado con nosotros, no es culpa de Lore. Solo quería darnos la buena noticia —el hombre finalmente tomó asiento ante él, importándole poco ensuciar y arrugar su costoso traje.

Permitiéndole a Joel enfocar sus manos, suaves y tersas, que portaban varios anillos de plata.

   —¿Querer un poco de paz me hace desconsiderado? —cuestionó el moreno, notando como ese sujeto lo rodeaba con sus piernas flexionadas sin llegar a tocarlo.

   —¿En verdad se trata de eso? —lo cuestionó, dubitativo y triste.

   —¿Ella te dijo que estaba aquí? —inquirió el moreno, ignorando su pregunta y desviando la mirada a un costado.

   —No. No creo que sepa que estás aquí —admitió, aflojando su corbata azul—. Solo iba pasando, vi las luces, y sentí que debía venir.

Joel bufó. —Tú y tu estúpido radar.

   —¿Qué quieres que haga? Siempre me lleva a ti— en su tono de voz, existía un aire de nostalgia que Joel era capaz de palpar.

   —No te pongas romántico —pidió, ignorando sus sentimientos. Esos que le revolvían el estómago y le impedían levantar la cabeza.

   —No querías verme, ¿verdad? —insistió, buscando el rostro de Joel en vano—. Por eso tu y Álvaro lo mantenían en secreto ¿No?

Joel resopló y de un solo movimiento, rápido, ágil y certero, se levantó del suelo aun sin mirarlo, disponiéndose a recoger el material que había estado utilizando. Dándole la espalda a ese hombre cuya presencia no le era del todo grata.

   —No chingues. Es difícil adaptarse a la vida después de estar encerrado por 5 años. Solo quería acostumbrarme un poco, es todo— respondió con esa verdad a medias.

«Aunque tienes razón. La verdad es que no quiero verte» pensó Joel «Si te veo, antes de ordenar mis ideas, todo se irá al carajo, como siempre»

   —Lamento haber venido entonces...

   —Ya estás aquí —observó Joel con frialdad, enredando la cuerda que utilizó para su práctica.

De repente, unos brazos rodearon su cintura por detrás, mientras la cabeza de ese sujeto se recargaba en su espalda, dejando a Joel inmóvil ante su cercanía.

   —Te extrañé— admitió el hombre.

Joel bufó. —Tienes más chivos expiatorios, ¿qué es uno más, uno menos? ¿Qué importa?

   —Tú no eres eso— se apresuró a decir—. Me hiciste mucha falta. Siempre lo he dicho. Lo que tenemos. Lo que hemos construido, no es nada si tú no estás. Aguanté, porque sabía que volverías.

   —Suena muy bonito. Pero no fuiste bueno de ir a visitarme.

   —No podía verte a los ojos. En parte me siento responsable por lo que pasó. Perdóname. Pero, siempre estuve al tanto de ti, por Álvaro. Esperando este día con ansias.

Aumentó la fuerza de su abrazo, mientras acariciaba el abdomen expuesto de Joel con sus pulgares.

Joel le dio un codazo para que lo soltara. —No seas mamón. Estoy sudando, suéltame.

Una risita escapó de los delgados labios que portaba su interlocutor. —Por hoy tomaré el riesgo de empaparme de tu pestilencia.

El moreno suspiró, incapaz de alejarlo. Sintiendo en su agarre una familiaridad que detestaba pero que, al mismo tiempo, parecía necesitar en ese momento.

Su perfume, una mezcla de madera, manzana y canela, atiborraba sus sentidos; provocándole un sentimiento de seguridad. Una peligrosa, ilusoria y frágil. ¿Cuánto llevaba sin percibir ese aroma?

   —Ey, Joel, vamos. Se hace tarde —la voz de Buck sonó en la habitación, extendiéndose como un eco que el moreno agradeció.

Entonces, el fuerte agarre del que era preso se soltó con brusquedad. —¡Hola Buck! ¡Cuánto tiempo! —saludó el hombre de traje, con un tono nervioso en su voz.

Buck, confundido, miró de pies a cabeza a ese joven perfumado, vestido en prendas finas con su cabello negro, pulcramente engomado hacia atrás, y esa sonrisa extraña.

   —¿Ariel? ¿Qué haces aquí? —preguntó, azorado —¿Saliste temprano?

El joven asintió con una suave sonrisa en sus labios mientras de reojo, veía como Joel tomaba su mochila del suelo. —¡El mismo que viste y calza! Pasaba por aquí y vi las luces encendidas. ¡No esperaba ver a Joel aquí!

Buck hizo una mueca y asintió, mezquino. —Sí, el muchacho por fin salió del bote. ¿Cómo te ha ido? Hace mucho que no te veía. Se nota que te va bien.

Ariel agachó la vista, fingiéndose apenado. — Si. Me recibí y ahora trabajo en uno de los mejores bufetes de abogados.

Buck alzó ambas cejas, mostrando su sorpresa, pero al mismo tiempo, un deje de evidente inconformidad asomaba por su rostro moreno.

   —Me da mucho gusto Ariel —y dirigiéndose a Joel, le hizo una seña—. Vámonos ya escuincle, te acerco a tu casa.

Joel esbozó una sonrisa de alivio que solo el buen hombre fue capaz de ver.

   —¡Oh! ¿Lo llevarás tú? — preguntó Ariel, ocultando su molestia—. Porque puedo llevarlo yo. No tengo problema. Lo haría con mucho gusto...

   —Si, ya le había dicho —, y dirigiéndose a Joel—. Yo cierro muchacho, tu ayúdame a llevar la caja de papeles que está en mi escritorio.

Joel asintió de buena gana colocándose su camiseta y amarrando a su cintura su sudadera. —Ahí dispensa Ariel, ya había quedado con Buck.

Se apresuró, colgándose en un hombro la mochila y pasando junto a Ariel sin dedicarle una sola mirada. Le entregó las llaves a su entrenador y esta las recibió sin quitarle la vista al pálido hombre frente a él, percibiendo el rostro desencajado de Ariel por un segundo.

Eso, aunado al tono que empleó Joel, fue suficiente para saber que sus sospechas eran ciertas. El moreno, no deseaba estar con él. Al menos, no por el momento.

Joel se adelantó con grandes zancadas, dejando solo a ese par por un momento.

   —Que gusto tenerte por acá, Ariel, después de tantos años sin saber de ti— comentó Buck con una falsa sonrisa.

La tensión en el aire era palpable.

   —Si...ya sabe, los estudios consumen mucho tiempo. Pero ya me verá más seguido, Buck.

El buen hombre se cruzó de brazos, mirándolo incrédulo. —¿En serio? ¿Ahora si te interesa el Box? Tu nunca quisiste tomar mis clases...

Ariel dudó por una milésima de segundo, mientras su cerebro forjaba la respuesta más convincente. —Si, debo ejercitarme, la oficina me está atrofiando los músculos. Estoy seguro de que algo de ejercicio me vendrá bien.

Buck asintió y apagó la luz, haciéndole una seña a ese extraño sujeto, invitándolo a abandonar el gimnasio. —Bien, las clases para los principiantes empiezan a las 9 de la mañana. Con gusto te recibiré aquí.

Ariel tomó su maletín y salió de la bodega, siguiendo el halo de luz naranja que penetraba por la enorme puerta de lámina.

   —Acomodaré mis tiempos, gracias, Buck—

Y sin más se adelantó, tratando de alcanzar a Joel en una desesperación bastante torpe, dejando tras de sí, un halo del desprecio que sentía hacia ese hombre.

«Ese muchacho nunca me agradó» pensó Buck, mirando el interior del gimnasio, más allá del pequeño pasillo que guiaba hasta sus entrañas. Cerró las puertas con lentitud, suspirando.

«Joel fue castigado por su buen corazón y tú, fuiste recompensado por tu crueldad».

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